Lucas 11:37 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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En esta porción, Cristo declara aquí a un fariseo y a sus invitados, en conversación privada durante una comida, muchas de las cosas que dijo después en el templo al público (Mat 23:1-39), ya que lo que decía en público coincidía con lo que decía en privado.

I. Vemos que Cristo se sienta a la mesa con un fariseo que muy cortésmente le había invitado a comer en su casa (v. Luc 11:37). Desconocemos la intención de este fariseo al invitarle a comer pero, fuese la que fuese, Cristo la conocía. Si su intención era mala, pronto verá que Cristo no le teme; y, si es buena, verá que Cristo está deseando hacerle bien. Así que Jesús aceptó la invitación. Los discípulos de Cristo han de aprender de Él a ser sociables. Es cierto que debemos ser cautos para ver con quién nos juntamos, pero no necesitamos ser rígidos ni inabordables.

II. Vemos que el fariseo se ofendió porque Cristo no se había lavado antes de comer (v. Luc 11:38). Se extrañó de que un hombre tan santo se sentase a la mesa sin haberse lavado antes las manos pues no cabe duda de que él y sus invitados se habían lavado las manos. La ley ceremonial consistía «en diversas abluciones» (Heb 9:10), pero no incluía el lavarse las manos antes de comer y por consiguiente, Jesús no quiso observar esta práctica, aun a sabiendas de la ofensa que esta omisión había de producir.

III. La fuerte reprensión que Cristo dio a los fariseos:

1. Les reprende por dar tanta importancia a prácticas exteriores que son objeto de común observación, mientras descuidaban, y hasta anulaban, otras prácticas más importantes e interiores, que caen bajo la mirada exclusiva de Dios (vv. Luc 11:39-40). Les hace ver:

(A) Lo absurdo de las prácticas que observaban: «Vosotros los fariseos limpiáis lo de fuera del vaso y del plato, pero vuestro interior está lleno de rapacidad y de maldad» (v. Luc 11:39). No se puede llamar limpios a los criados que lavan sólo lo exterior de copas y platos y no se cuidan de lavar lo de dentro. En todo servicio del culto al Señor, el estado de la mente y la intención del corazón constituyen lo interior; la impureza de lo interior infecta todos los servicios religiosos. Una conducta pecaminosa es una afrenta a Dios, como lo sería si un criado sirviese a su amo con una copa limpia de polvo exterior, pero llena de suciedad por dentro. La codicia interior, la intención malvada y la rapacidad solapada son los más peligrosos y condenables pecados de muchos que guardan lo exterior de la copa limpio de pecados tan notorios como la ebriedad o la prostitución.

(B) Lo necio del fundamento de dichas prácticas con olvido de lo interior: «Necios, el que hizo lo de fuera, ¿no hizo también lo de adentro?» (v. Luc 11:40). Como si dijese: «El mismo Dios que, en la ley de Moisés, ordenó diversas abluciones ceremoniales, ¿no ordenó también que purificaseis el corazón? El que dio leyes para lo exterior, ¿no intentó con eso mismo llegar hasta el interior? El que hizo los cuerpos, ¿no hizo también las almas? Entonces, si hizo ambas cosas, justamente ha de esperar que pongáis cuidado en ambas; por consiguiente, no lavéis sólo el cuerpo, sino limpiad ante todo el espíritu, ya que Dios es el Padre de los espíritus, y purificad vuestro corazón de la lepra del pecado».

(C) Que hay una práctica sencilla, salida de lo interior con la que todo queda limpio: «Pero dad limosna de lo que tenéis (o, de lo de dentro), y entonces todo os es limpio» (v. Luc 11:41). Esta frase podrá sonar extraña a muchos, pero lo que Cristo quiere resaltar aquí es el contraste entre la generosidad hacia el prójimo y la rapacidad indicada en el versículo Luc 11:39. Dice Bliss: «El Salvador no está desde luego estableciendo plenamente el camino de la santificación, sino sólo coloca en contraposición de la legalidad exterior de ellos, la naturaleza espiritual, interior altruista y benéfica del servicio aceptable a Dios. El amor es el cumplimiento de la ley» (Rom 13:8). Tenemos aquí una clara alusión a la ley de Moisés en la que se proveía que ciertas porciones del fruto de la tierra se diesen «al levita, al extranjero, al huérfano y a la viuda» (Deu 26:12), y así lo que reservasen para su propio uso sería limpio, por cuanto habían obrado «conforme a todo lo que Dios había mandado» (Deu 26:13). Sólo cuando compartimos con el prójimo los bienes que Dios nos ha otorgado, podemos disfrutar de ellos con limpia conciencia y alegría de corazón, ya que lo que tenemos no es verdaderamente nuestro si no damos a Dios lo que a Él le pertenece y lo que Él nos manda compartir con otros. La liberalidad hacia el pobre es condición necesaria para la libertad en el uso de los bienes con que Dios nos ha prosperado.

2. Les reprende también por dar demasiada importancia a menudencias, con descuido de los aspectos más relevantes de la Ley (v. Luc 11:42). Eran muy exactos en la observancia de leyes que tenían que ver con los medios de la religión, mientras descuidaban las leyes que implicaban lo esencial de la religión: «Pagáis el diezmo de la menta, de la ruda, etc.». Con esto ganaban entre el pueblo la reputación de fieles observantes de la Ley. Ahora bien, Cristo no les condena por ser tan exactos en estas prácticas, sino por omitir lo esencial: «Pasáis por alto la justicia y el amor de Dios. Esto se debía hacer, sin dejar aquello». Es muy corriente que quienes son demasiado minuciosos en detalles de poca importancia, descuiden las obligaciones más graves y fundamentales.

3. Les reprende igualmente por su orgullo y vanidad (v. Luc 11:43): «Amáis el primer asiento en las sinagogas, y los saludos respetuosos en las plazas». Nótese que Cristo no reprueba el sentarse en sitios de preferencia ni el recibir saludos respetuosos, sino el codiciarlos.

4. Les echa en cara su hipocresía (v. Luc 11:44): Sois como sepulcros que no se ven, y los hombres que andan encima no lo saben». Un sepulcro no señalizado u oculto bajo la maleza servía de lazo y tropiezo a quienes, inadvertidamente, quedaban contaminados por el contacto con las sepulturas. Estos fariseos estaban por dentro llenos de abominación, como los cadáveres putrefactos de los sepulcros, pero trataban de ocultar su maldad interior con tal astucia, que su perversidad no era advertida, de forma que cuantos conversaban con ellos y seguían sus enseñanzas, quedaban infectados por su maldad, sin sospechar el peligro en que incurrían, ya que, al no advertir el contagio, quienes contraían la enfermedad se creían inmunes de la infección.

IV. El testimonio que dio también contra los escribas o intérpretes de la ley, quienes claudicaban en la exposición de la Ley, así como los fariseos claudicaban en la observancia de la ley. Vemos:

1. Que había allí un escriba que se resintió de lo que Jesús había dicho a los fariseos: «Maestro, cuando dices esto también nos insultas a nosotros» (v. Luc 11:45). Es una necedad por parte de quienes están apegados a sus pecados y están resueltos a no apartarse de ellos, el tomar a mal las fieles amonestaciones y los amistosos consejos que se les dan y tomar como reproche de ira lo que es corrección amorosa. Este intérprete de la ley hizo suya la causa de los fariseos y, por tanto, se hizo a sí mismo cómplice de los mismos pecados.

2. No es, pues, de extrañar que Jesús dirigiera también sus reproches contra los escribas: «¡Ay de vosotros, también, intérpretes de la ley!» (vv. Luc 11:46, Luc 11:52). También los escribas se reputaban justos por la estima y admiración de que disfrutaban entre la gente, pero Jesús denuncia sus pecados con ayes similares a los que había pronunciado contra los fariseos, pues Él veía lo que los hombres no pueden ver. Quienes toman a mal los reproches lanzados contra otros, dándose por aludidos en tales reprensiones, reciben reproches especialmente dirigidos a ellos por obrar de ese modo.

(A) Los escribas son reprendidos por hacer gravosos para los demás los servicios de la religión, mientras tratan de hacer fáciles para sí mismos las cargas que Dios les ha impuesto (v. Luc 11:46): «Cargáis a los hombres con cargas difíciles de llevar, pero vosotros ni aun con un dedo tocáis las cargas». Como si dijera: (a) «Vosotros no os cargáis con cosas tan pesadas, ni os sentís ligados con las restricciones que imponéis a otros». (b) «Vosotros no aligeráis las cargas ni las tocáis siquiera con un poco de compasión, al ver cuán pesadas son para los hombros del pueblo». Ponían en acción ambas manos para dispensarse a sí mismos de los mandamientos de Dios, pero no ponían un dedo para mitigar el rigor de las tradiciones de los ancianos.

(B) Les reprende también por la pretensión que mostraban de venerar la memoria de los profetas a quienes sus padres habían matado, y les hace ver que ellos mismos odiaban y perseguían a quienes a la sazón les eran enviados con el mismo objetivo (vv. Luc 11:47-49). (a) Estos hipócritas edificaban los sepulcros de los profetas; es decir, les erigían mausoleos encima de sus sepulcros, como para honrar su memoria, cuando, por otra parte, eran acérrimos enemigos de quienes en su tiempo venían a ellos con el mismo espíritu y poder de los profetas de antaño, pues la sabiduría de Dios (v. Luc 11:49) ya había denunciado repetidamente la conducta del pueblo en este sentido (v. 2Cr 24:19; 2Cr 36:15-16; Mat 23:34-36). (b) Por eso, con toda razón les dará Dios otro significado a su pretensión de edificar los sepulcros de los profetas: «De modo que sois testigos y consentidores de los hechos de vuestros padres» (v. Luc 11:48). El verbo griego para consentidores es el mismo de Rom 1:32 y significa «complacerse juntamente con alguien». Por consiguiente esta afectación hipócrita de honrar a los profetas mediante la construcción de hermosos monumentos expresaba el deseo que tenían de guardar bien seguros en sus sepulturas a los mismos profetas a quienes sus padres se habían apresurado a llevar al sepulcro. (c) Así que no podían esperar otra cosa, sino que se les imputase el derramamiento de la sangre de todos los profetas anteriores, puesto que colmaban la medida de tan sañuda persecución contra los enviados de Dios (vv. Luc 11:50-51). Toda esa sangre «será demandada de esta generación» (v. Luc 11:51), cuyo pecado al perseguir a Jesús y, después, a los apóstoles, superaría la maldad de los pecados de sus padres; por lo que la destrucción que los romanos llevaron a cabo en el año 70 d. de Cristo colmaría también la medida de la venganza de Dios sobre una nación perseguidora como era la nación judía de aquel tiempo.

(C) Les reprende igualmente por impedir el conocimiento del Evangelio de Cristo (v. Luc 11:52), ya que no explicaban fielmente al pueblo, como era su obligación, las Escrituras del Antiguo Testamento que apuntaban hacia la venida del Mesías. En lugar de ello, de tal modo habían corrompido por medio de espurias glosas, el sentido de tales porciones, que con tales exposiciones habían quitado la llave del conocimiento. En lugar de usar correctamente esta «llave» en beneficio del pueblo, la tenían escondida lejos del alcance de la gente. Esto es lo que, en Mat 23:13, se llama «cerrar el reino de los cielos delante de los hombres». Ellos mismos no aceptaban el Evangelio, aun cuando por el conocimiento que tenían del Antiguo Testamento, deberían haberse percatado de que el tiempo se había cumplido y el reino de Dios se había acercado (Mar 1:15). Y, lo que es peor, a quienes, a pesar de tan perversos guías, hallaban algún modo de ir entrando en el reino de Dios, esos mismos intérpretes de la ley hacían todo lo posible por impedírselo, no sólo desanimándoles a seguir a Cristo, sino amenazándoles incluso con expulsarlos de la sinagoga (v. Jua 9:22). Grave pecado es ocultar a la gente el mensaje del Evangelio, pero todavía es más grave el impedir que los sinceros buscadores lo lleguen a conocer.

V. Finalmente, el capítulo se cierra (vv. Luc 11:53-54) con el perverso designio de escribas y fariseos de acosar al Señor, «procurando cazar alguna palabra de su boca para acusarle». No podían soportar estos reproches que tan atinadamente ponían el dedo en la llaga (comp. Hch 7:54), pues no sólo eran conformes a la verdad, sino también al amor de Dios que les guiaba al arrepentimiento (v. Rom 2:4). En lugar de tomar a bien lo que Jesús decía, lo tomaban tan a mal que procuraban urgirle a que hablase algo con lo que pudiesen presentarle como odioso ante el pueblo, o como sedicioso ante las autoridades, o como ambas cosas a la vez. Quienes son fieles en reprender el pecado como amigos, han de esperar granjearse muchos enemigos. Pero a fin de que podamos soportar con paciencia tales pruebas, y pasar a través de ellas sin menoscabo de la prudencia ni de la mansedumbre, hemos de «considerar a aquel que ha soportado tal contradicción de pecadores contra sí mismo» (Heb 12:3).

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