Lucas 13:23 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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I. Una pregunta que le hacen a Jesús. No se nos dice si quien se la hizo era amigo o enemigo. La pregunta era: «¿Son pocos los que se salvan?» (v. Luc 13:23), y puede interpretarse de cuatro maneras:

1. Como una pregunta capciosa: Si decía que eran muchos podían reprocharle de liberalismo o «manga ancha»; si decía que pocos, le achacarían ser de «manga estrecha» o exclusivismo. En nada muestran los hombres su ignorancia tanto como en el juicio que hacen sobre la salvación de otras personas.

2. Como una pregunta curiosa: Hay muchos que están más interesados en saber cuántos se salvarán y cuántos no se salvarán, que en examinarse a sí mismos para saber lo que tienen que hacer para salvarse ellos.

3. Como una pregunta temerosa: Quizá se habían dado cuenta de que las normas de Cristo eran estrictas y el mundo era demasiado malo para aceptarlas y, al comparar ambos extremos, vienen a decir por boca del que hace la pregunta: «Si eso es así ¡cuán pocos se van a salvar!» (comp. con Mat 19:25; Mar 10:26). Hay motivos para pensar así, cuando de entre los muchos que oyen la Palabra de Dios, son tan pocos los que la mezclan con fe (Heb 4:2, lit.).

4. Como una pregunta personal: «Señor, si son pocos los que se salvan, ¿qué me pasará a mí? ¿Qué he de hacer para heredar la vida eterna?» (comp. con Luc 10:25).

II. Respuesta de Cristo a la pregunta. Nuestro Salvador no contesta directamente porque no entraba en sus planes el satisfacer curiosidades, sino el despertar conciencias. Por eso, no dice cuántos se han de salvar, sino qué se ha de hacer para asegurar la salvación. Así que:

1. Les da una exhortación estimulante: «Esforzaos a entrar por la puerta angosta» (v. Luc 13:24). Vemos que responde en plural, porque es algo que interesa a todos. Todo el que quiera ser salvo ha de entrar por la puerta estrecha y someterse a la disciplina. Hay que esforzarse para eso, porque la salvación no es un asunto de poca importancia y que pueda ser tomado a la ligera, sino «lo único necesario» y, por tanto, lo que requiere de nosotros todo interés, todo cuidado y todo esfuerzo; es cosa de vida o muerte para toda la eternidad.

2. Les da varias consideraciones despertadoras:

(A) «Pensad en los muchos que hacen algo por entrar por la puerta estrecha de la salvación, pero no hacen bastante: Os digo que muchos procurarán entrar, y no tendrán fuerza» (lit.). Son de los que buscan pero no se esfuerzan. La razón por la que muchos se quedan destituidos de la gracia y de la gloria es que se contentan con una búsqueda perezosa, tienen buena opinión de la felicidad y alguna estimación de la santidad, y dan algunos pasos en buena dirección, pero sus convicciones son débiles, sus deseos son fríos, sus esfuerzos son lánguidos, y sus resoluciones carecen de firmeza y duración. Por eso, no llegan.

(B) «Pensad en el día de la diferenciación, día que se acerca con rapidez, y en las decisiones de aquel día: El padre de familia se levantará y cerrará la puerta» (v. Luc 13:25). Ahora parece que da largas al asunto, pero llegará el día en que se levantará y cerrará la puerta. ¿Qué puerta? Una puerta de distinción. Como en el templo de Jerusalén, también dentro de las iglesias hay falsos profesantes que adoran en el atrio exterior, y genuinos creyentes que adoran dentro del velo; la puerta entre las dos estancias está ahora abierta, pero, cuando el amo de la casa se levante, se cerrará la puerta entre ambas estancias, y los que se hallan en el atrio exterior se quedarán fuera; lo inmundo se quedará fuera (Apo 21:27); sólo los que siguen la santidad verán al Señor (Heb 12:14). La puerta de la misericordia y de la gracia está ahora abierta para todos, pero los que no hayan entrado por ella, sino que hayan intentado llegar por sus propios caminos, se verán excluidos del reino.

(C) «Pensad en los que han abrigado una falsa confianza o presunción de ser salvos sin haber dado frutos dignos de arrepentimiento, todos los cuales se verán rechazados en aquel día.» En efecto, consideremos: (a) Hasta qué punto les llevó su esperanza: hasta las mismas puertas, pues estarán «llamando a la puerta» (son los «casi cristianos», comp. con Hch 26:28), «diciendo: Señor, Señor, ábrenos», como si tuvieran derecho a entrar. ¡Cuántos han arruinado su eternidad por no haberse parado a pensar si su camino era recto según Dios, y no según su propia opinión (Pro 21:2)! (b) Cuál era el fundamento de la presunción que tenían de ir al Cielo: primero, que habían sido huéspedes de Cristo: «Delante de ti hemos comido y bebido» (v. Luc 13:26); habían disfrutado de muchos de los beneficios que Dios imparte a la Iglesia, incluso, habían participado de la Mesa del Señor; segundo, que habían sido oyentes de Cristo: «Y en nuestras plazas enseñaste» (v. Luc 13:26), como si dijesen: ¿Tú que nos enseñaste, no nos vas a salvar? (c) Cómo les engañó su confianza. Cristo les dirá: «No sé de dónde sois» (v. Luc 13:25). Y, de nuevo: «Os digo que no sé de dónde sois; apartaos de mí todos vosotros, hacedores de maldad» (v. Luc 13:27). En estas frases vemos que el Señor (i) los desconoce, como ajenos a la familia de Dios. «El Señor conoce a los que son suyos» (2Ti 2:19) pero a éstos no les reconoce como de Él; (ii) los despide: «Apartaas de mí todos vosotros» ¡Lejos de mi puerta! Aquí no hay nada para vosotros (comp. con Mat 25:41); (iii) los describe: «Vosotros, hacedores de maldad»; ésta es la razón de su ruina: «que tienen apariencia de piedad, pero niegan la eficacia de ella» (2Ti 3:5); bajo la librea de Cristo, hacen la obra del diablo. (d) Cuán severo y terrible será su castigo (v. Luc 13:28): «Allí será el llanto y el crujir de dientes», las más extremas señales de pesar y de indignación, «cuando veáis a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, mientras a vosotros os echan fuera». Mientras los santos del Antiguo Testamento estarán en el reino de Dios, aunque vieron el día del Señor a distancia y se consolaron con ello (v. Jua 8:56; Jua 12:41) los pecadores (no convertidos) del Nuevo Testamento serán echados fuera del reino de Dios en confusión y vergüenza, como quien no tiene parte ni suerte en este asunto (Hch 8:21). La visión de la gloria del santo servirá solamente para agravar la miseria del pecador.

(D) «Pensad quiénes serán salvos, a pesar de todo: Y vendrán del oriente y del occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios» (v. Luc 13:29). Por lo que Cristo acababa de decir se ve que son pocos los que se han de salvar de entre los que podría pensarse que van por el camino de la salvación. Pero no hemos de suponer que el Evangelio es predicado en vano, pues serán muchos los que vendrán al reino desde los cuatro puntos cardinales del orbe. Cuando el Señor venga, todo Israel habrá sido salvo (Rom 11:26), así como una multitud innumerable de todas naciones, tribus, pueblos y lenguas (Apo 7:9). Cuando lleguemos al Cielo, veremos allí a muchos que no pensábamos ver, y echaremos en falta a otros muchos que pensábamos ver allí. De alguna manera podemos acomodar a esto lo que se nos dice en el versículo Luc 13:30: «Y he aquí que hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos»; aunque el sentido literal no se refiere a esto, sino a que los «primeros», los judíos que estaban cerca, rechazaron en masa el reino y fueron relegados al «último» lugar, mientras que los gentiles, los que estaban lejos, los «últimos» en las promesas de Dios, pasaron a primer lugar (v. Hch 2:39; Hch 13:46; Efe 2:12-13, Efe 2:17), pues aceptaron la salvación en mayor número que los judíos, que eran los «privilegiados» (v. Rom 9:4-5). Esto demuestra, una vez más, la necesidad de esforzarse a entrar por la puerta estrecha pues los que lo buscaban desde cerca, por su propia justicia, no lo alcanzaron (v. Rom 11:7), mientras que, desde lejos, desde los cuatro puntos cardinales, hubo quienes se esforzaron y llegaron primero al reino de Dios. Hemos de preguntarnos cada uno a sí mismo: «¿Perderé yo la oportunidad de llegar, habiendo comenzado tan pronto y al estar tan cerca, cuando otros, que parecen estar tan lejos, se están esforzando por entrar?» Digamos como Agustín de Hipona, cuando se debatía entre el pecado y la gracia, a la vista de tantos héroes de Cristo: «Lo que éstos y éstas, ¿por qué no yo?»

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