Lucas 14:15 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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I. La parábola que Jesús expuso a continuación, fue ocasionada por la exclamación de uno de los invitados, el cual comentó: «Dichoso el que coma pan en el reino de Dios» (v. Luc 14:15).

1. ¿Con qué objeto se expresó así este invitado? Como dice Lenski, también en exégesis se puede pecar al hacer juicios temerarios. Hay, en efecto comentaristas que tratan de presentar como trivial o inoportuna esta exclamación, cuando lo más probable es que, al oír de la recompensa futura, este escriba o fariseo asociase las palabras de Jesús con las bendiciones del futuro reino mesiánico. Tengamos en cuenta que, con frecuencia, lo que a nosotros nos parece interrupción innecesaria, suscita en alguno de los presentes una ulterior y provechosa enseñanza, conectada con el tema que se venía comentando. Observemos que Jesús había hecho una pausa, y este hombre la aprovecha para introducir una frase que puede inclinar al Maestro a prolongar la enseñanza; y piensa que nada mejor que mencionarle el reino de Dios.

2. Así que lo que dijo este hombre no sólo era una verdad grande y reconocida, sino también muy apropiada en un momento en que se hallaban reclinados a la mesa. ¿Qué mejores pensamientos pueden ocupar nuestra mente, cuando estamos a la mesa, que pensar en aquella otra mesa en que el Señor mismo, al pasar cerca de cada uno de nosotros, nos servirá? (v. Luc 12:37).

II. A continuación tenemos la parábola misma que propuso el Señor (vv. Luc 14:16-24). Parece como si Jesús respondiese al que había pronunciado la exclamación: «¡Bien dicho! Pero ¿quiénes gozarán de ese privilegio? Vosotros los judíos lo rechazáis (v. Hch 13:46); así que los gentiles se van a llevar en él la mejor parte». Observemos en la parábola los siguientes detalles:

1. La gracia libre y soberana de Dios, la cual brilla en el mensaje de Cristo y se echa de ver:

(A) En la abundante provisión que ha hecho para todos los hombres: «Un hombre hizo una gran cena, y convidó a muchos» (v. Luc 14:16). Llama al banquete «cena», porque en aquel tiempo y en los países orientales, la comida principal del día se hacía al atardecer en familia, pues el vocablo «cena» se deriva del griego koiné = común.

(B) En la generosa invitación que nos hace a todos a participar en tan abundante provisión. (a) Hay una invitación general: «convidó a muchos». Cristo invitó a todo el pueblo de Israel a participar de las bendiciones del reino y de los beneficios del Evangelio. La casa de Cristo, no sólo es una casa muy buena, sino también una casa abierta para todos. (b) La invitación es apremiante: «Venid, que todo está ya preparado» (v. Luc 14:17). Sí, «ahora es el tiempo aceptable; ahora es el día de salvación» (2Co 6:2). Como si dijera: «Todo está preparado; no tardéis; aceptad la invitación, todos seréis bien recibidos» (v. Jua 6:37). Jesús a nadie rechaza; son los hombres los que no quieren venir a Él para que tengan vida (Jua 5:40).

2. La respuesta fría, descortés y despectiva que la gracia de Dios recibe de los invitados: «Todos a una comenzaron a excusarse» (v. Luc 14:18). Encontraron un pretexto u otro para no acudir a la cena. Así respondió la nación judía a la llamada del Evangelio (Jua 1:11). Muchos no se atreven a rechazar de plano la invitación del Evangelio, pero ponen toda clase de excusas para no entregarse al Señor. «¡Todos a una se excusaron!» Unánimes en el rechazo, aunque diferentes en las excusas:

(A) «El primero le dijo: He comprado un campo, y necesito ir a verlo; te ruego que me excuses» (v. Luc 14:18). ¡Frívola excusa! ¡Cómo si no pudiese ir a ver el campo el día siguiente! Y, sin embargo, alega «necesidad», cuando lo que tiene es falta de voluntad (v. el comentario a 13:34 «no quisiste»).

(B) «Otro dijo: He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlos» (v. Luc 14:19). El primero se excusaba y alega «necesidad»; este otro se excusa y alega «inconveniencia»: ya está en marcha a probar sus bueyes y le resulta incómodo cambiar sus planes. ¡Pobre excusa, cuando se trata de una invitación a participar en el banquete mesiánico! En comparación de tal privilegio, ir a probar cinco yuntas de bueyes no tenía la menor importancia, la excusa indica aquí cierta convicción del deber, pero ninguna inclinación a cumplirlo. Por aquí vemos que aun las cosas que de suyo son legítimas pueden tener fatales consecuencias cuando de tal manera absorben el interés, que dan ocasión a que el corazón se aparte de lo primordial, «el reino de Dios y su justicia».

(C) «Y otro dijo: Acabo de casarme, y por tanto no puedo ir» (v. Luc 14:20). Este es el más grosero y descortés de los tres, porque (a) alega una falsa «imposibilidad»; los otros dos no podían llevar al banquete su campo o sus bueyes, pero éste podía haber llevado consigo a su mujer y ambos habrían sido bienvenidos, (b) los otros dos han presentado excusas, aunque insuficientes; éste ni se excusa. La Ley (Deu 24:5) dispensaba, por un año, al recién casado de ir a la guerra u ocuparse en un negocio absorbente, pero no de asistir a un banquete. Comenta Lenski: «¡Cuántos son los que se olvidan del Evangelio por los placeres de esta vida!»

3. El informe que el siervo trajo a su señor acerca de las afrentosas excusas que dieron sus invitados para no asistir al banquete, con las cuales mostraron la poca estima en que le tenían (v. Luc 14:21): «Regresó el siervo e hizo saber estas cosas a su señor», es decir, le insinuó que tendría que comer su cena a solas, pues los convidados se habían negado a venir. Podemos imaginar que el siervo presentaría este informe con sorpresa y con tristeza, pero lo hizo con fidelidad, sin poner las cosas mejor o peor de lo que eran. Así es como han de acudir al trono de la gracia los ministros del Señor. Si están alegres por haber visto fruto en su ministerio, «satisfechos del fruto de la aflicción de su alma» (Isa 53:11), han de acudir a Dios con gratitud y alegría. Si están tristes por parecerles que sus labores han sido en vano, han de ir también a Dios para derramar ante Él las quejas (v. Heb 13:17) de su corazón, «porque ellos velan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta». Grande es la responsabilidad de los pastores, pero no hay que descartar la responsabilidad de las ovejas.

4. La justa indignación del dueño de la casa, ante la afrenta que se le hace: «Entonces, enojado el padre de familia …» (v. Luc 14:21). La ingratitud de quienes toman a la ligera la invitación del Evangelio y el desprecio con que, de este modo tratan «las riquezas de la benignidad de Dios» (Rom 2:4), son una grandísima provocación contra la justicia de Dios. El abuso de la misericordia divina conduce a la más terrible de las miserias: «¡la ira del Cordero!» (Apo 6:16). Por eso, dice el padre de familia: «Os digo que ninguno de aquellos hombres que fueron convidados, gustará mi cena» (v. Luc 14:24). La gracia despreciada es una gracia perdida, como la primogenitura de Esaú. Los que no quieren recibir a Cristo cuando pueden, no podrán tenerlo cuando querrían haberlo recibido.

5. El afán que puso el señor en que su mesa estuviese tan rodeada de invitados como llena estaba de manjares: «Dijo a su siervo: Sal inmediatamente por las plazas y las calles de la ciudad, y trae acá a los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos»; como si dijera: «Ya que los autosuficientes no quieren venir, llama a los necesitados y a los inválidos. «Y dijo el siervo: Señor, se ha hecho como mandaste, y aún hay lugar» (v. Luc 14:22). Muchos judíos comenzaron a entrar en el reino, no de los escribas y fariseos, sino de los publicanos y pecadores. Pero aún había lugar. Entonces, «dijo el señor al siervo: Sal a los caminos y a los vallados y fuérzalos a entrar para que se llene mi casa» (v. Luc 14:23); como si dijese: «Sal fuera de la ciudad, a los caminos donde los desocupados vagabundean y las gentes sin hogar se extravían (comp. con Efe 2:12, Efe 2:19), y fuérzalos a entrar, no por la violencia bruta, sino por la persuasión de la gracia (comp. con Jua 6:44), haciéndoles saber, aunque se sorprendan de ello, que esta maravillosa fiesta está destinada también para ellos, los que eran extranjeros en cuanto a los pactos de la promesa» (Efe 2:12), así como para «lo necio, lo débil, lo vil y lo menospreciado del mundo» (v. 1Co 1:27-28). Así que:

(A) La provisión que para salvación de los hombres hace Dios por medio del Evangelio, no ha sido en vano, pues, aun cuando algunos la rechacen, otros la aceptarán con gratitud.

(B) Los más pobres e insignificantes según el mundo son recibidos por Cristo igualmente que los ricos y potentados. La compasión del Señor en favor de todas las almas debe estimular nuestro interés por llevar almas a Cristo, sin acepción de personas.

(C) Muchas veces, el Evangelio obtiene los mayores éxitos entre quienes nos parecería que son los peor dispuestos a beneficiarse de él. Los publicanos y las prostitutas, según palabra del propio Jesús, marchaban hacia el reino de Dios por delante de los escribas y fariseos; «hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos» (Luc 13:30). Esto nos enseña a no confiar demasiado en los que parecen prometer mucho, y a no desesperar de los que parecen no prometer nada.

(D) Los ministros del Señor no han de contentarse con meros consejos y frías exhortaciones, sino que deben importunar con urgencia a entrar en el reino de Dios, según el mandato de nuestro Dueño («Sal inmediatamente …», v. Luc 14:21). y decid a todos: «Venid, no perdáis tiempo, que ya todo está preparado» (v. Luc 14:17).

(E) Por muchos que sean los que participen en los beneficios del Evangelio, siempre hay lugar para más en la casa del Señor; siempre hay en Cristo lo suficiente para todos, lo mismo que para cada uno; y sólo quedan excluidos de su mesa los que se excluyen a sí mismos.

(F) Los creyentes hemos de ser optimistas. La casa de Cristo, aun cuando es muy grande, al final quedará llena.

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