Lucas 15:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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I. En esta porción, vemos en primer lugar la diligencia con que los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para oírle (v. Luc 15:1). Grandes multitudes de judíos iban con Él (Luc 14:25): algunos, con tal seguridad de ser admitidos al reino de los cielos, que Jesús juzgó necesario desengañarles, diciéndoles cosas que iban a trastornar sus vanas esperanzas; pero aquí tenemos también multitudes de cobradores de impuestos y de pecadores que se acercarían a Jesús humildemente, quizá con cierto temor de ser rechazados, y fue precisamente a éstos a quienes dirigió palabras de gran estímulo, consuelo y aliento. Algunos cobradores de impuestos serían tal vez malas personas, pero la gente abominaba de todos ellos injustamente, a causa de los prejuicios que la nación judía abrigaba contra los que, con este oficio, parecían servir a un poder extranjero y pagano. A veces, se les nombra en compañía de las prostitutas (Mat 21:32); aquí, y en todas las demás porciones, se les asocia con los pecadores. Éstos se acercaban a Jesús, no como otros que lo hacían por curiosidad para verle, ni como otros que venían por propia conveniencia para pedir que les sanase, sino para oírle, para escuchar su maravillosa doctrina. Siempre que nos acerquemos a Cristo hemos de tener presente esto, que nos acerquemos para oír las instrucciones que nos de y sus respuestas a nuestras oraciones.

II. La ofensa que los escribas y fariseos recibieron por esto: «Murmuraban diciendo: Éste recibe a los pecadores y come con ellos» (v. Luc 15:2). De modo que estos escribas y fariseos:

1. Se enojaban de que estos pecadores tuviesen a mano los medios de gracia y fuesen estimulados a esperar el perdón de sus pecados bajo condición de un sincero arrepentimiento.

2. Pensaban que no cuadraba bien con la dignidad del carácter de Jesús el hacerse amigo de tales personas hasta el punto de comer con ellas. Como no podían condenarle por predicarles, le censuraban por comer con ellos, lo cual estaba en mayor contradicción con las tradiciones de los ancianos.

III. La vindicación que Cristo hizo de su propia conducta, pues les mostró que, cuanto peor es un pecador, mayor gloria recibe Dios y mayor gozo hay en el Cielo, cuando uno de esos pecadores se convierte mediante la predicación del Evangelio y por el arrepentimiento obrado en el corazón por el Espíritu Santo. Dios y los ángeles se complacen más viendo a los publicanos y pecadores convertirse a una vida santa que al ver a los escribas y fariseos continuar en su hipocresía. Esto lo ilustra Jesús mediante tres parábolas, de las que analizamos en esta sección las dos primeras:

1. La parábola de la oveja perdida (v. también Mat 18:12). En Mateo, tiene por objeto mostrar cómo se cuida Dios de la preservación de sus santos; aquí está destinada a mostrar el gozo que Dios siente en la conversión de los pecadores. Aquí tenemos:

(A) El caso de un pecador extraviado en el pecado. Es como una oveja perdida, descarriada (Isa 53:6); está perdida para Dios, perdida para el rebaño y perdida para sí misma; no sabe dónde se encuentra, vaga sin cesar, está continuamente expuesta a ser presa de las fieras, sujeta a sustos y terrores, lejos del cuidado del pastor y en grave necesidad de buenos pastos; además, la oveja es uno de los pocos animales que son incapaces de hallar por sí mismos el camino de vuelta al rebaño; exactamente lo mismo que le pasa al pecador.

(B) El interés que el Dios de los cielos muestra en la salvación de los pecadores que vagan por las extraviadas sendas del pecado. La preocupación de un buen pastor se centra en la pérdida de una sola oveja, aun cuando tenga otras noventa y nueve que estan a salvo. Aun siendo una, no quiere perderla, sino que va en busca de ella, y no descansa hasta haberla hallado. Del mismo modo, Dios va en busca de cada pecador perdido, «no queriendo que nadie perezca» (2Pe 3:9), y cuando le halla, la pone sobre Sus hombros gozoso, llevándola con paciencia y ternura, hasta reconducirla al redil. Como dice una estrofa del famoso himno litúrgico Dies irae:

«Buscándome, te sentaste fatigado (v. Jua 4:6);

Me redimiste mediante tus padecimientos en la Cruz;

¡Haz que tan grandes fatigas no sean en vano!»

Agustín de Hipona (Confesiones, III, 11, 19, al final) escribe, a este respecto, una de sus bellas frases: «Así cuidas de cada uno de nosotros le dice a Dios , como si no tuvieras más que cuidar, y así de todos como de cada uno». En efecto, Dios envió a su Hijo a buscar y a salvar lo que estaba perdido (Luc 19:10). Cada uno de nosotros estaba perdido, y no cabe duda que, aun cuando en el mundo no hubiese sino un solo pecador (tú, o yo, o cualquier otro), Cristo habría venido a morir en la Cruz para salvar a ese uno. De Cristo estaba profetizado (Isa 40:11) que había de recoger en su brazo los corderos y llevarlos en su seno, mostrando así su compasión y su ternura, pero aquí se nos dice que los pone sobre sus hombros, «una práctica dice Bliss familiar entre los pastores, cuando el animalito está enfermo, fatigado o por cualquier motivo incapacitado para andar con sus propias patitas». ¡Dichosos quienes son alcanzados por las manos traspasadas de nuestro bendito Salvador, porque nadie podrá arrancarlas de esas manos! (v. Jua 10:28-30).

(C) El gozo que el mismo Dios experimenta con el arrepentimiento de los pecadores que vuelven al rebaño. Como Buen Pastor, los lleva gozoso; tanto más cuanto más remota parecía la esperanza de hallar a esa oveja perdida. «Y al llegar a casa, reúne a sus amigos y vecinos, diciéndoles: Gozaos conmigo» (v. Luc 15:6). Obsérvese que aun estando perdida la oveja la llama mi oveja; por eso, se preocupa de ella como de algo propio y muy personal, y dice: «He encontrado mi oveja»: no envió un ángel, un criado, sino a su propio Hijo (Jua 3:16; Rom 8:32; Gál 4:4), «el Pastor y Guardián de nuestras almas» (1Pe 2:25. V. Jua 10:11.; 1Pe 5:4) el cual hallará sin duda cuanto busque y será hallado por quienes no le buscan (comp. con Rom 10:20).

2. La parábola de la moneda perdida. Vemos los detalles siguientes:

(A) Quien ha perdido esta moneda es una mujer. Tenía diez monedas, quizá las arras de su matrimonio, y se le ha extraviado una. Vemos aquí otra manera de exponer la misma verdad. Al citar a Godet dice Bliss: «Así como la otra (parábola) demostró el cuidado del Salvador por los pecadores abandonados por causa de su lamentable estado, así ésta los presenta como propiedad de tal valor para Él, que no puede cederla».

(B) Lo que ha perdido es una moneda de plata, de valor intrínseco, no como el hierro o el plomo. En esa moneda, que es el hombre, está estampada la imagen de Dios y su inscripción. Esta moneda estaba ensuciada en el fango del pecado; pero aun manchada, es de plata y Dios le da un valor tan grande que para rescatarla ha pagado un precio infinito (v. 1Pe 1:18-19).

(C) Esta mujer no escatima tiempo ni esfuerzo para encontrar la dracma perdida: «Enciende una lámpara, y barre la casa, y busca con diligencia hasta encontrarla» (v. Luc 15:8). Esto representa los varios medios y diversos métodos que usa Dios para atraer hacia Sí (v. Jua 6:44) a las almas perdidas: Ha encendido la luz del Evangelio, no para hallar Él el camino hacia nosotros, sino para que nosotros pudiésemos hallar el camino hacia Él; ha puesto en su corazón el traernos a su casa.

(D) La mujer experimenta un gozo extraordinario por haber hallado la moneda que tanto significaba para ella: «Reúne a sus amigas y vecinas, diciendo: Gozaos conmigo, porque he encontrado la dracma que había perdido» (v. Luc 15:9). Quienes disfrutan de un gozo santo desean que también otros se regocijen con ellos. La agradable sorpresa de haber hallado la moneda que completaba el número de sus diez arras excita a la mujer de tal manera que nos parece oírla, arrebatada de gozo, repetir a sus amigas: «¡La hallé, la hallé!»

3. En las dos parábolas hallamos el mismo resultado apetecido por el Señor: «Así os digo que hay gozo delante de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente» (v. Luc 15:10). Aquí vemos (como en v. Luc 15:7):

(A) Que el arrepentimiento y la conversión de los pecadores en la tierra son motivo de regocijo en los cielos. La posibilidad de arrepentirse, con la gracia de Dios, está al alcance de los mayores pecadores de este mundo; y, mientras hay vida en una persona, hay esperanza de salvación para el mayor criminal (v. Luc 23:43), pues el carácter de Dios se muestra, ante todo, en su misericordia siempre presta a perdonar (v. Éxo 34:5-7; Dan 9:7-9). Por eso, reviste tanta solemnidad la aseveración de Pablo: «Dios … manda a TODOS los hombres en TODO lugar, que se arrepientan» (Hch 17:30). Dios se complace en todas sus obras (v. Gén 1:31), pero especialmente en las obras de su gracia. Por eso, siente especial complacencia cuando un pecador se convierte. Se alegra de la conversión de las gentes, pero también de los pecadores individuales, aun cuando sólo sea uno. Y los santos ángeles de Dios se regocijan también en la conversión de los pecadores, por eso, al anunciar el nacimiento del Redentor, «decían (no cantaban): Gloria a Dios en lo más alto» (Luc 2:13-14).

(B) Que «hay mayor gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento» (v. Luc 15:7). Es decir, mayor gozo por la conversión de un pecador que se reconoce como tal: cobradores de impuestos, prostitutas, paganos, etc. convertidos por la predicación de Cristo, que por todas las hipócritas muestras de devoción y alabanza a Dios («Dios, te doy gracias …», Luc 18:11) de los fariseos y de los demás judíos que no se sentían con necesidad de arrepentirse, apoyados en su propia justicia (v. Rom 10:1-3). Cristo les enseña aquí que Dios es mejor alabado, y se siente más complacido, con el arrepentimiento sincero de uno de esos despreciados y envidiados pecadores, que con todas las largas oraciones de los escribas y fariseos, quienes eran incapaces de hallar en sí mismos defecto alguno; mayor gozo igualmente por la conversión de un gran criminal que por la conducta «decente» de los que, en comparación, no necesitan un arrepentimiento tan profundo. No es que sea preferible extraviarse lo más lejos posible, sino que la gracia de Dios se manifiesta con mayor fuerza y evidencia al reducir al buen camino a los grandes pecadores, que al conducir por sendas honestas a quienes nunca se marcharon tan lejos. Y lo cierto es que, con mucha frecuencia, los que han sido grandes pecadores antes de su conversión, se muestran después más fieles, dedicados y celosos de buenas obras, pues a quien mucho se ha perdonado, se le suele notar mayor amor. Nosotros mismos experimentamos mayor gozo por la recuperación de algo que habíamos perdido, que por la continua posesión de lo que siempre habíamos disfrutado, por eso, estimamos más la salud después de una enfermedad que una salud sin enfermedad. La normal perseverancia en la piedad es de suyo, más laudable y de mayor valor espiritual que el extravío, pero una súbita recuperación después de una gran caída rinde también iguales, y aun mayores, frutos de santidad, especialmente cuando el creyente se ha ido deslizando casi insensiblemente al enfriamiento del primer amor (v. Apo 2:4).

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