Lucas 1:57 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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I. Nacimiento de Juan el Bautista (v. Luc 1:57): «Se le cumplió a Elisabet el tiempo de dar a luz, y dio a luz un hijo». Los favores prometidos por Dios se cumplen a su debido tiempo, que es el tiempo de Dios, y no antes.

II. El gran gozo que hubo entre todos los parientes de la familia, a causa de este suceso extraordinario (v. Luc 1:58): «Oyeron sus vecinos y parientes … y se regocijaban juntamente con ella». Aquí vemos que estos vecinos y parientes mostraron: 1. Una piadosa referencia a Dios, pues «oyeron … que el Señor había mostrado gran misericordia hacia ella». Muchos elementos se combinaban para que esta misericordia fuera grande: la anterior esterilidad y la vejez de Elisabet, pero, sobre todo, que «sería grande a los ojos del Señor» (vv. Luc 1:14-15) el hijo que le había nacido. 2. Una amistosa deferencia a la propia Elisabet: «Se regocijaban juntamente con ella». También nosotros deberíamos así regocijarnos en el bien y la prosperidad de nuestros vecinos, amigos y parientes, y dar gracias a Dios por los beneficios impartidos a ellos como por los impartidos a nosotros mismos.

III. La discusión que hubo entre ellos a causa del nombre que se le había de poner al recién nacido (v. Luc 1:59): «Al octavo día vinieron a circuncidar al niño». Los mismos que se regocijaron en su nacimiento, se reunieron en el día de su circuncisión. La mayor alegría que podemos sentir acerca de nuestros hijos es la de dedicarlos al Señor. Y la conversión de nuestros hijos habría de ser para nosotros motivo de mayor gozo que el día de su nacimiento.

Había la costumbre de poner nombre a los niños cuando se les circuncidaba, pues está muy puesto en razón que se les dejase sin nombre hasta que, con su propio nombre, fueran dedicados a Dios.

1. Unos proponían que se llamara Zacarías según el nombre de su padre (v. Luc 1:59). Pensaban así honrar de manera especial al padre, de quien no se esperaba que tuviera más hijos.

2. Pero la madre se opuso: «No, sino que se ha de llamar Juan» (v. Luc 1:60), ya que sabía de parte de Dios que así había de ser llamado (v. Luc 1:13). Así sería digno de su nombre («Dios agració»), por cuanto él había de ser el introductor del Evangelio de Cristo, donde la gracia de Dios brilló más que nunca antes (Tit 2:11; Tit 3:4), pues Jesús «sacó a la luz la vida y la inmortalidad por medio del Evangelio» (2Ti 1:10).

3. Sus parientes objetaban que: «No hay nadie de tu parentela que se llame con este nombre» (v. Luc 1:61). En esto, no les asistía ninguna razón. Dice Bliss: «Desde el principio en la historia de los judíos, los nombres se aplicaban a los niños casi siempre con referencia directa al significado apelativo de las palabras empleadas, y sin tener en cuenta los nombres de los padres o antepasados».

4. No contentos con eso, apelaron al padre del niño, pues estaba a su cargo poner nombre al niño (v. Luc 1:62). Nuevamente notamos, por lo de las «señas», que Zacarías estaba mudo y sordo. Él, también por señas, «pidió una tablilla y escribió diciendo: Juan es su nombre» (v. Luc 1:63). Nótese que Zacarías no dijo: «será su nombre», sino «es su nombre», ya que el nombre del niño había sido determinado en el Cielo y comunicado de antemano por el ángel (v. Luc 1:13). Cuando Zacarías no pudo hablar escribió. Cuando los ministros de Dios se hallan, por alguna causa, impedidos de hablar, pueden todavía hacer mucho bien si pueden escribir, a no ser que tengan las manos impedidas también. Al escribir Zacarías el mismo nombre que Elisabet había dicho, «todos se asombraron».

5. En esto, recuperó Zacarías el habla: «Al instante le fue abierta la boca y desatada la lengua» (v. Luc 1:64), pues había llegado «el día en que sucedan estas cosas» como había profetizado el ángel (v. Luc 1:20). El tiempo de su mudez se había cumplido. La incredulidad le había cerrado la boca y la fe se la volvía a abrir (v. 2Co 4:13, acomodándolo así como Pablo acomoda el Sal 116:10). Y vemos que las primeras palabras que pronunció después de su mudez de más de nueve meses, fueron de alabanza a Dios: «y comenzó a hablar bendiciendo a Dios». Cuando Dios abre nuestros labios (después de abrir nuestro corazón, comp. Rom 10:9-10), nuestra boca debe comenzar con alabanzas al Señor (comp. 1Pe 2:9 y Efe 5:19.). Si no hemos de alabar al Señor, mejor nos sería quedarnos sin habla.

6. Estas cosas se divulgaron por toda la comarca aquella con gran asombro de todos los que las oían (vv. Luc 1:65-66). Aquí se nos dice: (A) que «en toda la zona montañosa de Judea se comentaban todas estas cosas» (v. Luc 1:65). Estos hechos extraordinarios suscitaron el comentario general de las gentes de aquella zona; (B) Que sobre todos los que oían estas cosas, «venía temor», un temor reverencial semejante al de Isaías ante la visión del templo (Isa 6:1.); o, como dice Lenski, «una impresión profunda de que Dios estaba actuando allí». (C) Que «todos los que las oían las grababan en su corazón» (v. Luc 1:66). Todo lo bueno que vemos u oímos debemos atesorarlo en nuestro corazón, no sólo para beneficio nuestro, sino también para poder comunicar a otros nuestras propias experiencias espirituales. Además, el recuerdo profundo de las bendiciones pasadas nos hace más agradecidos a Dios y, al mismo tiempo, nos da nuevas seguridades de futuros favores y beneficios. Decían entre ellos: «¿Qué, pues, va a ser este niño?» Como si dijesen: «¿Cuál será el fruto, cuando tales son los brotes?»

7. Finalmente, se nos dice que «ciertamente la mano del Señor estaba con él», con Juan; es decir el recién nacido estaba bajo especial protección del Todopoderoso ya desde entonces como alguien destinado a grandes cosas. Dios tiene medios para obrar en los niños desde su infancia, aunque nosotros los desconozcamos. Dios nunca crea un alma sin saber cómo llegar a santificarla.

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