Lucas 16:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Erraríamos grandemente si supusiéramos que las enseñanzas de Cristo están destinadas a divertirnos con revelaciones de los misterios divinos o a entretenernos con meros conceptos de las divinas mercedes. ¡No!, la revelación que de los misterios y gracias de Dios nos ofrece el Evangelio está destinada a despertarnos del ocio y comprometernos en la práctica de los deberes cristianos: en el deber de hacer el bien a quienes están necesitados de algo que nosotros podamos ofrecerles o hacer por ellos, y en el deber de ser fieles en la administración de los dones y bienes que el Señor nos ha encomendado, pues somos administradores de la multiforme gracia de Dios (1Pe 4:10). Será, pues, de nuestra parte una prueba de sabiduría hacer que lo que tenemos en el mundo produzca subido interés en el Banco de los Cielos. Si obramos sabiamente seremos tan diligentes y laboriosos en las cosas que pertenecen a la piedad y a la caridad, a fin de promover nuestro eterno bienestar como lo son los mundanos en los negocios temporales, para que les rindan el mayor provecho material posible.

I. Tenemos primero la parábola en la que los hijos de los hombres son presentados como administradores o mayordomos de las cosas que tienen en este mundo. Todo cuanto tenemos es propiedad de Dios; nosotros somos, en realidad, usufructuarios de los bienes que Dios nos presta.

1. La deslealtad de este mayordomo hacia su amo: «Fue acusado ante él como disipador de sus bienes» (v. Luc 16:1). Todos somos reos de este cargo, pues no hemos empleado como deberíamos los dones y los bienes que Dios nos ha encomendado en esta vida. Es menester, pues, que nos examinemos a nosotros mismos, a fin de que no seamos juzgados por nuestro Amo y Señor.

2. Vemos también que, por su deslealtad, fue despedido del oficio que tenía. El amo «le llamó y le dijo: ¿Qué es esto que oigo acerca de ti?» (v. Luc 16:2). Habla como quien se siente decepcionado por la confianza que había depositado en este mayordomo y lo que ahora oía de él. Por otra parte, el mayordomo no podía negar el cargo que se le hacía; por tanto, no tenía más remedio que hacer el ajuste de cuentas y marcharse enseguida. Esto tiene por objeto enseñarnos: (A) que todos hemos de dejar muy pronto nuestra mayordomía en este mundo. Vendrá la muerte y nos hará dimitir, queramos o no, del oficio que estemos desempeñando, y vendrán otros a ocupar nuestro puesto. (B) Que la dimisión que la muerte nos impone es justa y merecida, pues hemos malgastado los bienes de nuestro Amo y Señor. (C) Que, cuando nuestra mayordomía nos sea quitada, hemos de rendir cuentas de ella ante el Señor.

3. Vemos igualmente la sagacidad de este mayordomo. Ante la requisitoria del amo, comenzó a reflexionar y «dijo para sí: ¿Qué haré?» (v. Luc 16:3). ¡Cuánto mejor le habría ido si se hubiese puesto a reflexionar antes de que esto sucediera! Pero, mejor es tarde que nunca. Ahora, tiene que pensar de qué va a vivir y: (A) Sabe que no tiene experiencia ni fuerza para faenas duras como las del campo: «Para cavar, no tengo fuerzas». ¿Era verdad que no tenía fuerzas, o es que era demasiado perezoso como para ocuparse en tal oficio? (B) Por otra parte, no sufre la humillación de mendigar: «Mendigar, me da vergüenza». Le faltaba humildad, como le faltaba laboriosidad y diligencia. Mayor razón tenía para avergonzarse de engañar a su amo que de pedir limosna. (C) Pero he aquí que se le ocurre una salida para esta situación tan difícil: «Ya sé lo que haré» (v. Luc 16:4). De los deudores de su amo va a hacer amigos para sí. Como si dijese: «Los arrendatarios de mi amo me conocen y me aprecian por algunos favores que les he hecho, ahora les voy a prestar un favor tan grande, que me quedarán obligados a recogerme por turno en sus casas; por lo menos, hasta que encuentre alguna otra cosa mejor». Y, dicho y hecho, fue llamándolos uno por uno. «Al primero le dijo: ¿Cuánto debes a mi amo?» (v. Luc 16:5). «Él dijo: Cien barriles de aceite. Y le dijo: Toma tu recibo, siéntate pronto y escribe cincuenta» (v. Luc 16:6). De modo que le redujo la cuenta a la mitad. En ese «siéntate pronto», podemos ver la prisa que el mayordomo tenía de arreglar la cuenta antes que el amo sospechara de él e interviniese antes de tiempo. Llamó a otro que le debía al amo cien medidas de trigo, y le pidió que escribiera ochenta (v. Luc 16:7). La proporción fue alterada aquí, ya fuese por mero capricho del mayordomo o por ser las medidas de trigo mucho mayores que las del aceite. La lección para nosotros es que las posesiones de este mundo son en extremo inciertas, inseguras; y, cuanto mayores son las posesiones, tanto más inseguras son también. También se nos enseña aquí a desconfiar de quienes no merecen que pongamos nuestros intereses en las manos de ellos. Vemos aquí que este mayordomo, a pesar de ser despedido por haber obrado deshonestamente, sigue todavía portándose con la misma o mayor, deshonestidad. ¡Tan difícil es para los viciosos desprenderse de sus malas costumbres!

4. La alabanza que el amo le tributó: «Y alabó el amo al mayordomo injusto por haber obrado sagazmente» (v. Luc 16:8). Nótese que el amo no alaba la conducta del mayordomo para con él pues le considera injusto, sino la sagacidad con que había obrado a favor de sí mismo, al hacer los arreglos con los arrendatarios de tal manera, que las deudas de éstos apareciesen en los libros del amo mucho menores de lo que, en realidad, eran. El Señor Jesús saca de esta parábola la siguiente conclusión: «Porque los hijos de este siglo son más sagaces en el trato con sus semejantes que los hijos de luz». La única interpretación correcta, a la vista del contexto, es que los mundanos, dentro de su falta de escrúpulos de conciencia y sin temor de Dios, son más sagaces para sacar provecho de sus relaciones con otros hombres semejantes a ellos, que lo que los hijos de Dios deberían ser, «sobria, justa y piadosamente» (Tit 2:12), en sus relaciones con los hermanos en la fe que se hallan en necesidad. Por donde vemos: (A) Que si, en las cosas temporales, los hijos de este siglo son tan sagaces, ¡cuánto más sagaces y reflexivos deberíamos ser nosotros en las cosas espirituales que duran por toda la eternidad! (B) Que los mundanos parecen tener mayor éxito en las cosas temporales que los hijos de Dios por la sencilla razón de que los malos pueden jugar, como suele decirse, «a dos barajas» (honesta o deshonestamente), mientras que los creyentes genuinos sólo pueden conducir sus negocios de acuerdo con la justicia y conforme a la voluntad de Dios. (C) Que si los malos saben hacer favores a sus amigos aun cuando éstos sean igualmente malvados, ¡cuánto mejor deberíamos los creyentes portarnos con nuestros hermanos, y aun con todos nuestros prójimos! (v. Gál 6:9-10).

II. La aplicación de la parábola, y las inferencias que Jesús saca de ella (v. Luc 16:9): «Y yo os digo …»; es decir, «a vosotros, mis discípulos» (pues a ellos iba dirigida la parábola; v. Luc 16:1). Viene a decirles: «Aunque sea poco lo que poseáis en este mundo, procurad sacar de ello el mayor provecho posible para la vida eterna». Aquí hemos de observar:

1. A qué nos exhorta aquí el Señor Jesús: «Ganad amigos por medio de las riquezas injustas» (v. Luc 16:9). La sagacidad de los hombres de mundo consiste en llevar sus negocios de tal manera que les rindan beneficios seguros y duraderos, aun cuando algún día tendrán que dejar a otros todos estos beneficios materiales. Pero la prudencia o sagacidad de los creyentes consiste en hacer tal uso de las riquezas, que los beneficios adquiridos por medio de ellas perduren por toda la eternidad. Vemos: (A) Que el Señor llama injustas (lit. de injusticia) a las riquezas materiales porque, como dice Bliss, «en muchos casos, su adquisición y su uso implican tanta iniquidad que quien haya visto esto en sus más profundas honduras y en su anchura sin límite, bien pudiera referirse a ello llamándolo riqueza de maldad ». (B) Que es muestra de gran sabiduría el sacar provecho eterno de aquello mismo el dinero de lo que la mayoría de los mortales abusa «para gastar en sus deleites» (Stg 4:3). (C) Que, por mucho que los hombres se esfuercen en asegurarse riquezas materiales, al fin tendrán que dejarlas. Es notable el verbo que usa el original, pues significa «eclipsarse»; pues, ¿qué mayor eclipse que la muerte? Todo lo que en este mundo tiene algún brillo, se eclipsa y se acaba en el sepulcro. En este sentido, la muerte es el fracaso y la bancarrota irreversibles. (D) Que el mejor modo de sacar provecho de estas riquezas materiales es socorrer a los hermanos necesitados, a fin de que, cuando hayamos de dejar aquí todo lo que es de este mundo, hallemos en el Cielo amigos que nos reciban con los brazos abiertos por los favores que aquí les dispensamos en sus necesidades materiales. ¡No hay mejor inversión que ésta! Ninguna sociedad humana puede ofrecer un interés tan subido, seguro y duradero. El mejor comentario a este versículo podemos hallarlo en 1Ti 6:17-19.

2. Con qué argumentos corrobora el Señor su exhortación:

(A) Si no hacemos buen uso de los dones comunes de la Providencia, ¿cómo haremos buen uso de los dones de la gracia? Nuestra infidelidad en el uso de lo ordinario, donde incluso los mundanos pueden portarse correctamente nos incapacita para recibir del Señor gracias copiosas que nos otorgarían «amplia entrada en el reino eterno» (2Pe 1:11). Las riquezas de este mundo son «muy poco»; las riquezas espirituales son «lo mucho» (v. Luc 16:10). Si no somos fieles en lo «muy poco», ¿cómo lo seremos en «lo mucho»? Quien sirve a Dios y al prójimo con el dinero de su bolsillo, es seguro que les servirá con la piedad del corazón; pero quien entierra el talento de la generosidad también enterrará los cinco talentos de la espiritualidad. Por otra parte, si no somos fieles en las riquezas injustas y pasajeras; es decir, falsas, ¿cómo seremos fieles en las riquezas espirituales, que son lo verdadero? (v. Luc 16:11). Sólo lo que conduce a la eternidad es verdadero, pues nos hace ricos por dentro y para siempre (v. Luc 12:15); lo demás, si nos es necesario y conveniente nos será añadido (Mat 6:33). Finalmente si no somos fieles «en lo ajeno»; es decir, en los bienes de este mundo, pues son de Dios, y nosotros somos solamente «mayordomos» de ellos, ¿cómo se nos dará «lo que es nuestro» es decir, lo espiritual, «la buena parte, que no nos será quitada?» (Luc 10:42). Si hacemos nuestras las promesas de Cristo, el Cielo y el mismo Señor, entonces seremos ricos con una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible (v. 1Pe 1:3.), que nadie podrá arrebatarnos.

(B) No hay otro modo de demostrar que somos fieles servidores de Dios, sino entregándonos de tal manera a Él, que todas nuestras posesiones materiales estén completamente al servicio del Señor. De lo contrario, en lugar de servirnos de las riquezas, estamos siendo siervos de ellas lo cual es incompatible con la dedicación total que le debemos a Dios, nuestro único Amo y Señor (v. Luc 16:13): «Ningún siervo puede servir a dos señores, etc.» (v. lo dicho en el comentario a Mat 6:24, lugar paralelo a éste).

3. A continuación se nos refiere de qué manera recibieron los fariseos estas enseñanzas de Cristo:

(A) Las ridiculizaron perversamente (v. Luc 16:14): «Y oían también todas estas cosas los fariseos, que eran avaros, y se burlaban de Él». Ya que no podían contradecirle, se burlaban de Él. El verbo original significa «resoplar la nariz, sonarse las narices o hacer gestos de burla con la nariz», lo cual muestra el desdén de los fariseos contra estas enseñanzas del Salvador. Esto no es de extrañar, dada la codicia de estos fariseos. Seguramente que dirían: «¿Qué sabrá éste de finanzas? ¡Como si no fueran compatibles las riquezas con la piedad! ¡Mayordomía! ¡Como si no diéramos al Señor el diezmo de todo lo que ganamos!» En estos o parecidos términos se expresarían en su interior, sin querer percatarse de que aquellos diezmos no podían ser agradables a Dios, cuando ellos estaban «devorando las casas de las viudas» (Luc 20:47. También Mat 23:14; Mar 12:40). Así que los fariseos se burlaban de Él por ir en contra de la opinión común entre los mundanos: «el dinero es mío, y puedo hacer de él lo que quiera». Por desgracia, no son sólo los mundanos quienes hablan así. Nuestro Señor Jesucristo, no sólo hubo de soportar la contradicción, sino también la burla de los pecadores (comp. con Heb 12:3). Quien habló como jamás hombre alguno ha hablado (Jua 7:46) fue despreciado y ridiculizado, para que sus ministros fieles, de cuya predicación se burlan injustamente muchos, no se descorazonen por ello. No es ninguna desgracia que se rían de uno, sino el merecer que se rían.

(B) Pero el Señor Jesús les reprendió justamente, por cuanto ellos se estaban engañando a sí mismos, al fiarse de sus propias apariencias de piedad (v. Luc 16:15). En efecto, vemos:

(a) Su engaño exterior, puesto que, primeramente, se justificaban a sí mismos delante de los hombres; pretendían que se les tuviera por personas de singular santidad y devoción; en segundo lugar, eran muy estimados de los hombres. Engañados por las apariencias, los hombres los estimaban y aplaudían, no sólo como a personas buenas, sino como a las mejores.

(b) Su odioso interior sólo conocido de Dios quien conocía el corazón de ellos, el cual era abominación. Es una necedad el pretender justificarse delante de los hombres, y aparentar ser muy santos, si nuestro corazón no es puro en la presencia de Dios, a quien nada puede quedar oculto. También es una necedad juzgar a las personas por lo que los hombres dicen de ellas, siguiendo sin discernimiento la opinión del vulgo, porque, con mucha frecuencia, «lo que los hombres tienen por muy estimable, delante de Dios es abominación». Hay, por el contrario, muchas personas a quienes los hombres desprecian y condenan, que son aprobadas y aceptables a los ojos de Dios (2Co 10:18).

(C) De ahí pasa el Señor a ocuparse de los publicanos y pecadores, en quienes la predicación del Evangelio producía mejores frutos que entre los escribas y fariseos (v. Luc 16:16): «La ley y los profetas eran hasta Juan; desde entonces, desde que apareció Juan el Bautista, se predica la Buena Nueva del reino de Dios, y todos se esfuerzan por entrar en él» (comp. con Mat 11:12). La predicación del Bautista había producido una gran excitación entre el pueblo y «todos», es decir, de todas las clases sociales y raciales, tanto gentiles como judíos, se apresuraban a participar del reino de Dios. Ahora que la predicación de las Buenas Nuevas abría los ojos del pueblo, la gente se abría paso con santa violencia para participar de las bendiciones prometidas. Toda persona que sea consciente de que tiene un alma que salvar, debe darse prisa a entrar en el reino, no sea que llegue cuando la puerta esté ya cerrada. Quienes deseen ir al Cielo deben ser esforzados, nadar contra corriente y abrirse paso, como a empujones, por entre la riada de mundanos que marchan en sentido contrario.

(D) Pero, precisamente para que no pensasen que, con la predicación del Evangelio, ya estaba todo cumplido, o que la inauguración del Nuevo Pacto anulaba todo lo que la Ley mandaba, Jesús añade: «Más fácil es que pasen el cielo y la tierra, que se frustre (lit. caiga) una tilde de la ley». Con esto daba a entender Jesús dos cosas: (a) Que todo lo profetizado había de cumplirse; (b) que los aspectos morales (no los ceremoniales) de la Ley lejos de ser abrogados, serían sublimados y perfeccionados en el Evangelio, el cual estaba destinado a atacar con mayor fuerza a las raíces del pecado para arrancarlas de cuajo, ya que con la nueva luz que la gracia de Cristo iba a derramar, los hombres adquirirían mayor libertad (v. Jua 8:32-36), y mayor poder del Espíritu Santo, para luchar victoriosamente contra las corrompidas concupiscencias que anidan en el corazón (v. Rom 7:24-25). Un caso concreto es el del divorcio (v. Luc 16:18), que ya vimos en Mat 5:32; Mat 19:9.

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