Lucas 16:19 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

Estudio Bíblico | Explicación de Lucas 16:19 | Comentario Bíblico Online

Así como la parábola del hijo pródigo ponía ante nuestros ojos la gracia presente, así ahora la del rico y Lázaro pone ante nuestra vista la ira venidera, y tiene por objetivo despertarnos. El designio del Evangelio de Cristo es doble: inducirnos a aceptar la pobreza y las aflicciones y armarnos contra las tentaciones de mundanidad y sensualidad; y esta parábola muestra bien a las claras ese doble designio del Evangelio. No se parece a las otras parábolas de Cristo en las que las cosas espirituales están representadas en semejanzas prestadas de las cosas materiales, como el grano de trigo, la mostaza, la levadura, etc., sino que esas mismas cosas espirituales se presentan aquí en un relato o descripción de la diferencia que existe entre este mundo y el otro mundo en cuanto a la dicha y a la desdicha de los seres humanos. Es un hecho cotidiano que las personas piadosas que son pobres de bienes materiales aquí, salen de sus miserias por las puertas de la muerte para entrar en la felicidad celestial, mientras que los ricos epicúreos, que viven en el lujo y el placer, sin tener compasión de los necesitados, entran por las puertas de la muerte en un lugar de insoportables y eternos tormentos. Aun cuando se trata de una parábola como se ve por los detalles que no cuadran con la realidad de la otra vida, la intención de nuestro Salvador está clara: presentar la justa retribución de ultratumba, que trastorna los criterios mundanos sobre el bien y el mal (v. Luc 16:25), y dar a entender con la mayor claridad e insistencia que la condición de los humanos tras la muerte es irreversible (v. Luc 16:26). Otros elementos, como la conversación del rico con Abraham, y el aparente interés del rico por la conversión de sus hermanos, están puestos «de relleno» en la parábola, a fin de añadir dramatismo a la idea principal. Observemos:

I. La diferente condición en que se encontraban en este mundo «un hombre rico», pero malvado, y «un mendigo», pero piadoso. Los judíos estaban inclinados a pensar que la prosperidad material era una de las señales indefectibles de bendición celestial, de forma que a duras penas podían tener buen concepto de un mendigo. Cristo se propone aquí, como en otras ocasiones, sacarles de su error.

1. Vemos primero un malvado, el cual va a ser eternamente miserable, que goza en este mundo de la mayor prosperidad (v. Luc 16:19): «Había un hombre rico». Como el vocablo latino para «rico» es dives, se le suele llamar con este nombre, pero lo cierto es que Jesús no le pone nombre alguno; algo muy significativo, cuando el mendigo es llamado por su propio nombre. Lo que se nos dice de este rico es lo siguiente:

(A) «Que se vestía de púrpura y de lino fino», símbolos ambos de «la soberbia de la vida» (1Jn 2:16) u ostentación vanidosa: La púrpura mostraba su pertenencia a la nobleza principesca, el lino fino, el lujo propio de los palaciegos (v. Luc 7:25).

(B) Que «celebraba todos los días fiestas espléndidas». Su mesa estaba provista ¡cada día! de las más variadas y delicadas viandas que la naturaleza y el arte pueden proporcionar. Podemos imaginarnos lo suntuoso de su vajilla, las libreas de los que servían a la mesa, la categoría y número de los invitados, etc. «¡Bien! dirá alguno , y ¿qué mal hay en todo eso?» No es pecado ser rico, ni lo es vestirse de púrpura y lino fino, ni disfrutar de una buena mesa, si le alcanza para ello su fortuna. Tampoco se nos dice que hubiese obtenido dicha fortuna por medio del fraude, de la explotación, de la extorsión o del soborno; ni que se embriagase o emborrachase a otros. Todo su pecado implícito, pero bien notorio en la parábola (v. Luc 16:21) consistía en su falta de compasión hacia los pobres. Pero no cabe duda de que Cristo da a entender aquí también los peligros que una vida de lujo y molicie trae a los ricos: (a) Este hombre habría sido, a fin de cuentas, más feliz si no hubiese tenido tantas posesiones ni hubiese disfrutado de tantos placeres. (b) Dar tanta importancia a lo que satisface al cuerpo y proporciona deleite y comodidad es ocasión de ruina para muchas personas, pues añade combustible al orgullo y a la sensualidad tan metidos en nuestro corazón perverso y engañoso (Jer 17:9). (c) Cristo quería poner de relieve aquí que una persona puede disfrutar de toda clase de comodidades en esta vida y, con todo, perecer para siempre bajo la ira y la maldición de Dios. De la fortuna que un hombre posea, y de la comodidad con que la disfrute, no podemos deducir ni que Dios los ame especialmente al darles tanto, ni que ellos amen a Dios por recibir tanto de Él.

2. Luego tenemos a un mendigo que, aunque piadoso, se hallaba en el extremo de la aflicción y adversidad (v. Luc 16:20): «Había también un mendigo llamado Lázaro». «Lázaro» es la forma griega del hebreo «Eleazar» («Dios ayuda» parecido a Eliezer = «Dios es mi ayuda» o «Ayuda de mi Dios»). Este hombre se hallaba reducido a la mayor miseria que puede suponerse en este mundo. En efecto:

(A) Su cuerpo estaba «lleno de llagas», como el de Job. Ser un mendigo ya es aflicción, estar además enfermo, es mayor aflicción; pero estar lleno de llagas es máxima aflicción, tanto por el dolor que causan al paciente, como por el asco que provocan en quienes le rodean.

(B) En estas míseras condiciones se veía obligado a mendigar echado (el verbo original es muy fuerte; literalmente significa «había sido arrojado») a la puerta del rico: alguien, pariente o amigo, pechando con la repugnancia que su estado provocaba, era lo suficientemente compasivo para dejarlo echado a la puerta del rico, quizá con la esperanza de que éste se viese movido a compasión y le prestase algún socorro. Esto nos enseña que, quienes no disponen de dinero para aliviar la situación de un necesitado, pueden echarle una mano que le sitúe en posición de cercanía a quien pueda prestar el socorro oportuno. Pero:

(a) Las esperanzas de alivio material resultaban fallidas (v. Luc 16:21): «y ansiaba saciarse de las migajas que caían de la mesa del rico». No suspiraba por ocupar un puesto en la mesa del rico, aun cuando bien podían haberle sacado un plato de comida, sino que se contentaba, y estaría sumamente agradecido, con las migajas que caían de la mesa, de las cuales hasta los perrillos salían beneficiados (Mat 15:27; Mar 7:28), pero nadie se las daba (comp. con Luc 15:16). Este detalle es puesto de relieve en la parábola para mostrar: primero, cuál era la interior disposición de este mendigo, que, al ser pobre (en dinero y en el espíritu de las bienaventuranzas) no yacía allí querellándose ni gritando o maldiciendo, sino que esperaba humildemente y en silencio a que alguien tuviese de él la suficiente compasión para darle lo que hasta a los perros de la casa les sobraba. Aquí vemos a un hijo de ira y heredero del infierno que está mullidamente sentado a una opípara mesa y, por otra parte, a un hijo de amor y heredero del cielo que está echado, hambriento y dolorido, a la puerta del primero. Y ¿quién podría juzgar, con base en las apariencias exteriores, del estado espiritual de uno y otro? En segundo lugar, vemos cuál era la actitud del rico hacia este mendigo: no se nos dice que le insultase ni que lo echase de su puerta malhumorado pero se nos da a entender bien a las claras que lo menospreciaba y no quería saber nada de él. Aquí tenía el rico una ocasión próxima, y bien conmovedora, de hacer el bien sin andar mucho: en su propia puerta. Con muy poco esfuerzo podía hacer un bien tan grande pero no se preocupó del mendigo, sino que lo dejó allí hambriento, dolorido y yacente. No se piense que ya es suficiente no hacer el mal a nadie; la Palabra de Dios tiene por pecado el no hacer el bien que se conoce (Stg 4:17). Por eso, la razón más poderosa para condenar al castigo eterno es: «tuve hambre y no me disteis de comer …» (Mat 25:42). Me pregunto cómo es que tantos ricos, de los que leen el Evangelio y se llaman creyentes, pueden seguir tan despreocupados de las necesidades y miserias que otros (incluso de los «de la familia de la fe») están padeciendo.

(b) El servicio que le prestaban los perros: «y aun los perros venían y le lamían las llagas». Todavía discuten los comentaristas si estos perros proporcionaban al mendigo una mayor aflicción o le prestaban algún alivio, esto último es lo más probable. Como dice Lenski: «Estos perros lamían las úlceras del mendigo como hubieran lamido las suyas propias, para limpiarlas y aliviarlas con su lengua. Los perros hacen esto, y nadie más que ellos lo haría». Con ello se muestra que los perros, no los perrillos del amo (como algunos piensan), sino los perros callejeros y vagabundos, los verdaderamente despreciados de los judíos, eran más compasivos que el rico epulón y los criados de su casa.

II. La diferente condición de ambos hombres, el rico y el mendigo, a la hora de la muerte y en el más allá:

1. Ambos murieron (v. Luc 16:22): «murió el mendigo …; murió también el rico». La muerte no respeta a ricos ni pobres, ya sean piadosos o malvados. Los santos mueren para poner término a sus miserias y darles entrada a los verdaderos goces. Los malvados también mueren, pero para despedirse de sus comodidades y entrar en los eternos tormentos. Así que ricos y pobres deben prepararse para la muerte, porque la muerte les está esperando a todos. Como escribió Abd-El-Kader, «la muerte es un camello negro que se arrodilla a la puerta de todos».

2. El mendigo, por lo que el texto insinúa, murió primero. A menudo, Dios se lleva del mundo a los suyos «prematuramente», mientras deja que los impíos sigan prosperando. Pero nótese que nada se nos dice del entierro del mendigo. La muerte es, para los creyentes, «sueño».

3. En cambio, del rico se nos dice, no sólo que murió, sino que se añade también el detalle de que «fue sepultado» con lo cual podría indicarse, no solamente que en el sepulcro se acabó todo lo que había disfrutado, sino también que tuvo un pomposo funeral; quizá su ataúd iba seguido, o precedido, de músicos y de coronas de flores, alguien se encargaría de pronunciar una «oración fúnebre», encomiando las buenas cualidades del difunto. ¡Es tan fácil comentar: «era un santo», cuando ya no molesta! Pero ¿de qué le servía ya al rico la pompa de su funeral?

4. El mendigo murió «y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham». ¡Cuánto mayor honor recibió el mendigo en su funeral al ser llevado al Cielo en brazos de los ángeles, que el que había de recibir el rico al ser acompañado su cadáver de tanta pompa, mientras su alma descendía al Infierno! Vemos:

(A) Que el alma del mendigo existía en su estado de separación del cuerpo. No murió, ni cayó en un sueño, con el cuerpo. Y todo el contexto, así como Luc 23:43; 2Co 5:6-8; Flp 1:21-23, nos muestra que dicha existencia del alma, en el estado intermedio, es consciente.

(B) Su alma fue llevada a otro mundo, retornó a Dios que se la dio, a su lugar nativo. El espíritu del hombre tiende, tan pronto como se ve libre de las ataduras del pecado, hacia arriba.

(C) Fue llevado por los ángeles, pues ellos son espíritus enviados para servir a los que heredan la salvación (v. Heb 1:14), no sólo mientras éstos viven, sino también cuando mueren. Aun cuando el alma que ha sido liberada de las cadenas del pecado posee como la elasticidad de un resorte, por el que tiende hacia arriba tan pronto como sale del cuerpo, el Señor no la deja, por eso entregada a su natural poder, sino que envía sus ángeles como mensajeros que la traigan a Él, porque los santos deben ser llevados a la casa del Padre, no sólo con seguridad, sino también honorablemente. Aunque los que llevaban el féretro del rico fuesen personas del más alto rango, ¿qué eran en comparación con los que se llevaron a Lázaro?

(D) Fue llevado al seno de Abraham. Abraham era el padre de los creyentes; por tanto, ¿adónde habían de ir las almas de los creyentes difuntos sino a él? Fue llevado a su seno, es decir, a recostarse en su pecho en el banquete celestial, pues los que van de todas partes al Cielo, «se sientan con Abraham, Isaac y Jacob». (Mat 8:11). Abraham fue grande y muy rico, pero no se desdeña de recostar al pobre Lázaro junto a su pecho. Los creyentes, tanto ricos como pobres, se encuentran todos en el Cielo. En el seno de Abraham se recuesta el mismo a quien el rico glotón cerraba la puerta, dejándole sin más asistencia que la de los perros que le lamían las llagas.

5. La próxima noticia acerca del rico es que, en el Hades, alzó sus ojos, estando en tormentos (v. Luc 16:23). De modo que:

(A) Su estado era miserable sobremanera. El Hades señala en el Nuevo Testamento la parte del Seol en que las almas de los impíos son atormentadas hasta su reunión con los cuerpos inmediatamente antes del Juicio Final. Así como las almas de los justos, tan pronto como son descargadas del peso de la carne, entran en el gozo y la felicidad del Cielo, así también las almas de los impíos, tan pronto como son arrebatadas de las comodidades de la carne, se hallan en miseria y tormentos sin remedio, sin pausa y sin fin. El rico había dedicado su vida al mundo de los sentidos; por tanto no era apto para el mundo de los espíritus; para una mente carnal como la suya, el mundo de los espíritus no tendría ningún atractivo, así que justamente es excluido de él.

(B) La miseria de su estado se agrava con la contemplación de la felicidad de que Lázaro disfruta ahora: «Vio de lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno». Ahora comienza a percatarse del lugar en que se halla el mendigo. No le halla en el mismo lugar en que él está, no, sino que lo ve allá a lo lejos, recostado en el seno de Abraham. (a) Ver a Abraham debería causar alegría, pero verlo de lejos sólo sirve para aumentar el tormento. (b) Ver a Lázaro en el seno de Abraham le traería a las mientes la forma tan cruel y bárbara con que él se había portado con el mendigo, así, el ver ahora a Lázaro en tanta felicidad le servía solamente para hacer más desgraciada su actual miseria.

III. A continuación se nos refiere el diálogo que entablaron el rico y Abraham en este estado intermedio, aunque estaban separados el uno del otro.

1. El rico rogó primeramente a Abraham que hiciese algo para atenuar los tormentos que padecía (v. Luc 16:24): «Dando voces (es decir, a gritos), dijo: Padre Abraham, ten compasión de mí, etc. El que solía mandar con imperio, ruega ahora a gritos. Las canciones de sus orgías se han vuelto lamentación de sus miserias. Obsérvese aquí:

(A) El título que da a Abraham: «Padre Abraham» (comp. con Jua 8:39). Seguramente que habrá en el Infierno muchos que llamarán «padre» a Abraham. No sirve de nada ser hijos de Abraham según la carne, si no se es hijo de él según el espíritu, es decir, conforme a la fe de Abraham (Gál 3:7). A este rico, de poco le sirvió ser descendiente de Abraham, puesto que no siguió la conducta de Abraham (comp. por ej. con Gén 13:9; Gén 14:22-23). Día llegará en que los malvados reclamarán parentesco con los santos (comp. con Luc 13:26-27), pero de nada les valdrá. Es «ahora», es «hoy», cuando se ha de procurar la hermandad con los hijos de Dios, al nacer de nuevo para pertenecer a la familia, y haber pasado de muerte a vida lo cual se demuestra con el amor al hermano (v. 1Jn 3:14; 1Jn 5:1).

(B) La forma en que expresa la deplorable condición en que se halla: «Estoy atormentado en esta llama». Se queja del tormento que sufre en su alma. El verbo original significa «estar en angustia dolorosa», por lo que se aplica también a los dolores de parto, como puede verse en Rom 8:22, Gál 4:19. La llama es, ante todo símbolo del remordimiento que el rico siente por haberse conducido de una forma que le ha llevado a este lugar. Asegurar que esta llama es literalmente de fuego material equivale a asegurar que el alma del rico tenía lengua, y el alma del mendigo tenía dedo. Son modos de hablar corrientes en la Escritura. Por otra parte el detalle de que el rico reconociera a Abraham en el otro mundo, añade nueva fuerza al detalle histórico de la aparición de Moisés y Elías junto al Señor en el monte de la Transfiguración, al ser al instante reconocidos por los discípulos. Quienes opinan que, en la otra vida, no nos reconoceremos mutuamente, carecen de todo fundamento en la Biblia.

(C) La petición que hace a Abraham: «Ten compasión de mí». El que no tuvo en vida ninguna compasión de Lázaro, espera ahora que Abraham tenga compasión de él por medio de Lázaro, a quien reconoce como más compasivo que lo que él mismo fue. Y el favor que le pide es: «Envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua y refresque mi lengua». (a) Se queja especialmente del tormento de la lengua. La lengua es el órgano principal y representativo del habla, y seguramente que este rico habría dicho muchas cosas blasfemas contra Dios, ofensivas para su prójimo y sucias para todos, por sus palabras es condenado (Mat 12:37) y, en consecuencia, en la lengua es especialmente atormentado. La lengua es también órgano del sentido del gusto, del que tanto abusó el rico; por tanto, el tormento de la lengua le recordará el placer desordenado que con ella se procuró. (b) Se contenta con una gota de agua para refrescar su lengua. Pide lo mínimo que puede pedirse para un refresco, pero ni eso le será concedido. (c) Desea que sea Lázaro quien le procure el agua. Le nombra, lo cual es señal de que le conocía, y piensa que Lázaro será tan bueno con él como piadoso había sido con Dios, a pesar de lo mal que él se había portado con Lázaro. Día llegará en que los que han odiado y perseguido a los hijos de Dios, desearán poder recibir favores de ellos, aunque ya no sea posible.

2. La respuesta que le dio Abraham. En general, le negó lo que el rico le pedía. Así vemos cuán justamente se le pagaba a este hombre con la misma moneda. A quien había rehusado dar una migaja, se le niega ahora hasta una gota de agua. Mientras se dice «hoy», se dará a quien pida; pero, pasado este «hoy», habrá pasado la oportunidad de recibir favores divinos que no se hayan procurado en esta vida. Observemos:

(A) Que Abraham le llama hijo; según la carne, como en respuesta al título que el rico le había dado («padre», también según la carne). Aun cuando era hijo carnal, se había portado como hijo rebelde y, con toda razón, se hallaba ahora abandonado y desheredado.

(B) Le hace recordar cuál había sido su condición en este mundo en comparación con la de Lázaro: «Hijo, acuérdate», esta palabra había de penetrarle hasta lo más profundo del alma. Es en esta vida cuando el recuerdo de los beneficios que Dios nos imparte y de las ofensas con que le hemos agraviado, puede conducir al arrepentimiento y al perdón; en la otra vida, el recuerdo añade remordimiento, pero ya no puede llevar al arrepentimiento. Lo que aquí quiere Abraham que el rico recuerde es: «Que recibiste tus bienes en tu vida». No le recuerda lo que pecó sino lo que recibió; como diciéndole: «Recuerda qué gran bienechor fue Dios para ti; por eso, no puedes decir que te debe nada, ni siquiera una gota de agua. Lo que Él te dio, tú lo recibiste, y no hay más; ya tienes toda tu recompensa. Fuiste como un sepulcro donde los favores divinos quedaron enterrados, no como un buen terreno donde quedaron sembrados. Las cosas que recibiste eran buenas para ti, las únicas buenas; pero las usaste mal y no te preocupaste por las mejores cosas del Cielo. Así que el día de las cosas buenas se ha pasado para ti» (comp. con Mat 6:2, Mat 6:5, Mat 6:16). También le recuerda que «Lázaro, del mismo modo (es decir, en contraste similar), ha recibido males), no de parte de Dios, sino por la perversa condición de los hombres, aun cuando esos males fueron, en manos de la Providencia, medios que le preservaron de caer en los pecados del rico, y le refinaron como al oro en el crisol. Un detalle pequeño, pero de suma importancia, es que al rico le dice Abraham que ya había recibido en esta vida sus bienes, pero, en cuanto a Lázaro, no dice sus males. La razón es que los bienes del rico le habían sido concedidos por Dios, y eran suyos, pero Dios no había causado los males de Lázaro, no se los había dado; por eso, no eran, en realidad, suyos no le pertenecían.

(C) Asimismo le hace notar que ahora se han vuelto las tornas: «Pero ahora éste es consolado aquí y tú atormentado». El Cielo es un lugar de consuelo mientras que el Infierno es un lugar de tormento; en el Cielo hay gozo y felicidad, en el Infierno, lamentación y crujir de dientes. Cuando los justos quedan dormidos en Cristo, podemos asegurar: «Ahora son consolados; todas sus lágrimas han sido enjugadas». Pero, por el contrario, cuando mueren los impíos, se perdió todo consuelo, porque se perdió toda esperanza. Dante Alighieri, en su Divina Comedia, pone el siguiente cartel sobre la puerta del Infierno: «Dejad toda esperanza los que aquí entráis».

(D) Le asegura que el alivio que él espera de los dedos de Lázaro, no sólo es inmerecido, sino imposible de obtener (v. Luc 16:26): «Además de todo esto, una gran sima está puesta entre nosotros y vosotros». El más bondadoso santo del Cielo no puede visitar la morada de los condenados, ni prestar alivio allí a nadie, ni aun al mayor amigo que haya podido tener en este mundo: «De manera que los que quisieren pasar de aquí a vosotros, no pueden, ni de allá pasar acá». El más fuerte y atrevido morador del Infierno es impotente para abrirse paso a través de las puertas de aquella prisión. En este mundo, gracias sean dadas a Dios, no hay ninguna sima entre el estado de naturaleza y el de la gracia; así que fácilmente se puede pasar del uno al otro, del pecado a la gracia; de la ira de Dios, al amor de Dios. Pudo haberlo hecho en esta vida pero ahora ya no tenía remedio por toda la eternidad. El cerrojo echado a la puerta del Infierno no volverá jamás a ser removido para atrás.

3. Negada esta petición, el rico hace un nuevo ruego a su «padre Abraham». Ya que al menos puede conversar con él, y a pesar de que no puede aliviar su propia condición le pide ahora un favor para los hermanos que había dejado en este mundo. Este detalle, como ya hemos insinuado previamente, está puesto como relleno de la parábola con la clara intención de refutar a quienes piden milagros en confirmación de las enseñanzas de Cristo cuando nos basta con lo que Dios nos dice por medio de su Palabra. Si los condenados pudieran albergar algún deseo genuino de que otros se salven, no estarían en el Infierno, pues allí no cabe el verdadero amor, ni a Dios ni al prójimo.

(A) El rico pide ahora que Lázaro resucite y vuelva a este mundo: «Te ruego, pues, padre [dice a Abraham], que le envíes a la casa de mi padre …» (v. Luc 16:27). De nuevo acude a Abraham, y le vuelve a llamar «padre», con la esperanza de que ahora acceda a su petición. Y, ¿para qué quiere que vaya Lázaro a la casa de su padre? Porque Lázaro debe de conocer bien la casa, así como a los cinco hermanos del rico. Ellos le reconocerán y le harán caso. Lázaro debe «prevenirles seriamente a fin de que no vengan ellos también a este lugar de tormento» (v. Luc 16:28). No le pide a Abraham que le deje salir a él (el rico), pues (a) del lugar en que él está es imposible salir; (b) los hermanos del rico recibirían con la visita de su hermano condenado un susto tan aterrador que podría sacarles de su sano juicio; (c) en cambio, el mensaje de un justo, como Lázaro, les resultaría menos aterrador, pero lo suficientemente eficaz para atemorizarles con el juicio de Dios y hacer que se convirtiesen de su mala vida.

(B) Pero Abraham le niega también este favor. En el Infierno no se reciben ya más favores: «Y Abraham le dijo: A Moisés y a los profetas tienen, ¡que los oigan!» (v. Luc 16:29). En la Escritura hallarán los hermanos del rico el privilegio de los oráculos de Dios y la norma a la que ajustar su conducta. ¡Que mezclen la palabra con fe (Heb 4:2), y con eso tendrán suficiente para no venir a este lugar de tormento!

(C) Pero el rico insiste (v. Luc 16:30): «No, padre Abraham; es cierto que tienen a Moisés y a los profetas, pero si alguno va a ellos de entre los muertos, se arrepentirán; un hecho tan extraordinario hará en ellos tremenda impresión y se convencerán de su mal estado. Ya están muy acostumbrados a leer a Moisés y a los profetas; pero esto sería algo nuevo y extraordinario; seguramente que esto les persuadiría a que se arrepintieran». Los necios piensan que pueden enmendarle la plana a Dios e inventar mejores métodos de convencer a los pecadores que los que Dios ha dispuesto y ordenado.

(D) Por tanto, Abraham insiste también en su negativa (v. Luc 16:31): «Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán aunque alguno se levante de los muertos». La misma corrupción del corazón humano que le impide ser persuadido al arrepentimiento por medio de la Palabra de Dios, le impedirá también ser persuadido ante la visita de un difunto. Podrá decir que ha sido una alucinación o hallar cualquier otra excusa para seguir en el camino de sus pecados. Por la experiencia de los fariseos, sabía Jesús que, cuando alguien se niega a creer ante las pruebas convincentes, inventa las más inverosímiles razones para no prestar atención a las palabras del Señor. La lección es también para nosotros: La Biblia es el método ordinario usado por Dios para decirnos sus propósitos y lo que de nosotros espera, y esto ha de ser suficiente. Quienes apelan a «visiones» o «voces audibles», suelen, de ordinario, ser víctimas de su propia sugestión, o desean, más o menos conscientemente, presentarse ante los demás como «privilegiados» con tales favores sobrenaturales, lo cual es un género especial de solapada soberbia espiritual.

Lucas 16:19 explicación
Lucas 16:19 reflexión para meditar
Lucas 16:19 resumen corto para entender
Lucas 16:19 explicación teológica para estudiar
Lucas 16:19 resumen para niños
Lucas 16:19 interpretación bíblica del texto

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí