Lucas 19:41 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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El gran Embajador del Cielo hace ahora su entrada pública en Jerusalén, no para ser respetado allí, sino para ser rechazado Véanse aquí dos ejemplos del amor que tenía a esta ciudad y de la tristeza que le embargaba ante la presciencia de lo que le iba a ocurrir a Jerusalén.

I. Las lágrimas que derramó por la inminente ruina de la ciudad: «Y cuando llegó cerca, al ver la ciudad, lloró sobre ella» (v. Luc 19:41). Desde lo alto de la colina, dominaba el panorama de la ciudad. La vista espléndida de Jerusalén, asociada con la multitud de recuerdos históricos y con sus propias experiencias personales afectó de tal modo al corazón del Salvador, que prorrumpió en sollozos. El verbo del original no es el «derramar silencioso de lágrimas» de Jua 11:35, sino el llanto audible y clamoroso, en el que las frases de los versículos Luc 19:42-44 saldrían entrecortadas. Veamos aquí:

1. Cuán tierno era el corazón de Jesucristo: tres veces le hallamos llorando; nunca riéndose.

2. Que Jesús se puso a llorar cuando todos los que le rodeaban estaban regocijándose, para mostrar así cuán poco enaltecido se sentía con los aplausos y las aclamaciones de la multitud.

3. Que lloró sobre Jerusalén. Hay ciudades que requieren lamento, pero ninguna tanto como Jerusalén, tan privilegiada y tan ingrata. Pero ¿por qué lloró Cristo a la vista de Jerusalén? Él mismo nos da la razón de sus lágrimas:

(A) Jerusalén no ha aprovechado el día de su gran oportunidad: «¡Si también tú conocieses, Y DE CIERTO EN ESTE TU DÍA, lo que es para tu paz! Mas ahora está oculto a tus ojos» (v. Luc 19:42). (Para ver la importancia de la frase enfatizada, v. mi libro Escatología II, pp. 167 168. Nota del traductor.) Lamentablemente, la ciudad «no conoció el tiempo de su visitación» (v. Luc 19:44). El modo de hablar de Jesús es abrupto: «¡Si conocieses …!»; algo parecido a lo de la higuera de Luc 13:9: «Y si da fruto …» ¡Cuán feliz habría sido la ciudad amada si se hubiera percatado de quién, y para qué, entraba aquel día por sus puertas! Jesús culpa a la propia ciudad de la ruina inminente, y de ello hemos de sacar lecciones para nosotros mismos: (a) Hay cosas que son para nuestra paz cuyo conocimiento nos interesa grandemente: son las cosas que afectan a nuestro verdadero bienestar presente y futuro. (b) Hay un tiempo de visitación que debemos conocer y para el que debemos estar alertados; son días en que el mensaje de la Palabra penetra con fuerza en nosotros, y la gracia de Dios llama urgente e insistentemente a la puerta de nuestro corazón. (c) Los que por largo tiempo han descuidado el tiempo de su visitación, si por fin, abren los ojos y reflexionan, todo les irá bien, pues no serán rechazados aun cuando vengan a la viña a la hora undécima. (d) Es una gran locura, cuando los medios de gracia están al alcance de la mano desaprovechar las oportunidades que Dios nos otorga. Cuando se nos declaran las cosas que son para nuestra paz, ¡no les cerremos los ojos! ¡Metámoslas en el corazón! Si no las recibimos cuando es el tiempo aceptable, el día de salvación (2Co 6:2) estamos en peligro de perecer a causa de nuestro lamentable descuido. No hay peor ciego que el que no quiere ver, porque cree que ve cuando no ve (v. Jua 9:41). (e) El pecado y la locura de quienes persisten en despreciar la gracia del Evangelio causan gran tristeza al Señor Jesús, y nos la debería causar también a nosotros. Así como Él mira con ojos nublados por las lágrimas a las almas perdidas, puesto que rehúsan arrepentirse, así también nosotros habríamos de llorar y orar, y obrar, sobre tantos semejantes nuestros que se pierden cada día.

(B) Jerusalén no escapará de la desolación que se cierne sobre ella. El día de la salvación estaba oculto a los ojos de los judíos. Es cierto que el Evangelio fue predicado después allí mismo por los apóstoles, con lo que grandes multitudes fueron convencidas y se convirtieron (v. Hch 2:38.); pero, en cuanto al grueso de la nación y, en especial, a sus líderes, podemos decir que quedaron sellados bajo incredulidad. Por haber rechazado la gran salvación que se les ofrecía, fueron justamente entregados a la ceguera y al endurecimiento de los justos juicios de Dios: (a) Durante aquella misma generación, vinieron los romanos, rodearon la ciudad con vallado, la sitiaron, y la estrecharon por todas partes (v. Luc 19:43); (b) más aún, Tito mandó a sus soldados derribar a tierra y cavar toda la ciudad hasta allanarla por completo, con la excepción de tres torres; los mismos ciudadanos («tus hijos dentro de ti») fueron cruelmente asesinados, y quedaron en el suelo al nivel de la ciudad desolada; escasamente quedó piedra sobre piedra. Y todo ello, «por cuanto no conociste el tiempo de tu visitación (v. Luc 19:44).

II. El celo que mostró por la presente purificación del templo:

1. Cristo lo limpió de quienes lo profanaban. Se fue derecho al templo, «y comenzó a echar fuera a todos los que vendían y compraban en él» (v. Luc 19:45). La gloria del templo estaba en su pureza más bien que en su riqueza. Cristo explicó el motivo por el cual obraba así: «Escrito está: Mi casa es casa de oración» (v. Luc 19:46 comp. con Isa 56:7). El templo es casa de oración, destinada a la comunión con Dios, los que vendían y compraban lo convertían en «cueva de ladrones», a causa de los contratos fraudulentos que allí se llevaban a cabo; además, eso constituía una distracción para los que iban allí a orar.

2. En cambio Él usaba el templo de la mejor manera posible, pues allí «enseñaba cada día» (v. Luc 19:47). Obsérvese que, cuando Cristo enseñaba en el templo, (A) los líderes religiosos sólo maquinaban persecución y muerte contra Él: «pero los principales sacerdotes, los escribas y los principales del pueblo procuraban matarle». (B) En cambio, el pueblo sencillo le respetaba y le escuchaba con agrado: «todo el pueblo estaba en suspenso oyéndole» (v. Luc 19:48). La palabra de Cristo mantenía arrobados a sus oyentes sencillos; y los enemigos del Señor «no hallaban nada que pudieran hacerle» (v. Luc 19:48). Hasta que llegara su hora, el interés que Él mostraba en el pueblo ordinario era para Él una protección, ya que ese pueblo correspondía con su atención e interés por la persona del Salvador; pero, cuando llegó su hora, la influencia de los principales sacerdotes sobre el pueblo llevó a la gente a pedir a Pilato que sentenciase a Jesús a morir en la Cruz.

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