Lucas 2:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Había llegado el cumplimiento del tiempo, en el que Dios enviaría a su Hijo «nacido de mujer» (Gál 4:4), y estaba profetizado que el Mesías había de nacer en Belén. Aquí tenemos el relato del tiempo, lugar y modo de su nacimiento.

I. El tiempo en que nació el Señor:

1. Nació cuando el cuarto reino de Daniel estaba en su apogeo: en los días de César Augusto, cuando el Imperio Romano se extendía como nunca lo estuvo antes o después; desde los partos por un extremo hasta la Gran Bretaña por el otro; de forma que se le llamaba Terrarum orbis imperium = el imperio del orbe de la tierra; por eso, a este imperio se le llama aquí «toda la tierra habitada» (v. Luc 2:1) puesto que escasamente había alguna porción de la tierra que fuese independiente del poder de Roma.

2. Nació cuando Judea era una provincia tributaria del Imperio, lo cual se hace evidente por el hecho mismo de que, cuando se hizo el censo del Imperio, este censo se llevó a cabo también en Judea (v. Luc 2:3). Jerusalén había sido tomada por Pompeyo unos 60 años antes, y este censo fue ordenado por Cirenio, gobernador de Siria (v. Luc 2:2). Este hecho es confirmado por Hch 5:37. Es más que probable que este Cirenio fuese comisionado para hacer este censo, como gobernante más capaz que Varo, el gobernador titular de Siria, y que el propio rey Herodes, en quien el emperador tenía poca confianza a la sazón.

3. Otra circunstancia digna de tenerse en cuenta es, que en este tiempo, el Imperio gozaba de una paz universal. El templo de Jano en Roma, abierto siempre que había guerra, tenía ahora sus puertas (latín janua) cerradas. Era el tiempo más a propósito para que naciera el «Príncipe de paz» (Isa 9:6).

II. El lugar en que nació el Salvador está explícito en el texto: Belén (v. Luc 2:4), conforme estaba profetizado (Miq 5:2); los escribas lo habían entendido bien (Mat 2:5-6), y también el pueblo (Jua 7:42). El significado del lugar es notable, pues Belén (hebr. Bethlehem) significa «casa de pan», lugar muy apropiado para que allí naciese el pan vivo bajado del Cielo (Jua 6:51). Belén era «la ciudad de David», porque allí había nacido él, y allí había de nacer también el hijo de David por excelencia. Es cierto que también Sion es llamada la ciudad de David, porque en ella reinó David en poder, prosperidad y gloria; pero Jesús había venido ahora en humildad, no en gloria; por eso, era conveniente que naciese en la ciudad en que David había nacido para ser, no rey, sino pastor tipo del Buen Pastor que da la vida por sus ovejas (Jua 10:11, Jua 10:14). Así, pues, la Providencia dispuso que, cuando la virgen María estaba a punto de dar a luz, fuese encaminada de un modo tan extraño (coincidiendo con un censo por familias) al lugar en que como estaba profetizado, había de nacer el Salvador. Sea que el emperador ordenase este censo por orgullo personal o por política simplemente administrativa, lo cierto es que todo funcionó bajo el control de Dios para los fines que Él tenía previstos:

1. Por este medio fue llevada a Belén, desde la distante Nazaret, la virgen María, cargada con las incomodidades del viaje, por ser José (y, con toda probabilidad, ella también) «de la casa y familia de David» (v. Luc 2:4). Vemos cómo se cumple el refrán: «El hombre propone y Dios dispone».

2. Con ello se mostraba también que Jesucristo era descendiente de David, puesto que eso, y no otra cosa, era lo que llevaba a su madre a Belén, para que allí tuviera lugar el alumbramiento.

3. Finalmente, en esto se mostraba que Jesús nacía bajo la Ley (Gál 4:4). Tan pronto como nació, fue súbdito legal del Imperio Romano y, en lugar de que los reyes le pagasen tributo, quedó El mismo tributario del Emperador; pero, especialmente, estuvo bajo la Ley en esta ocasión, al ser llevado a la inscripción, «cada uno a su propia ciudad» (v. Luc 2:3).

III. Las circunstancias de su nacimiento, conformes con su estado de humillación (v. Flp 2:6-7). A pesar de ser un primogénito (v. Luc 2:7), pequeño era el honor humano, y menguada la herencia terrenal, al nacer de una pobre y oscura doncella, cuya toda herencia estaba en lo que iba a nacer de ella.

1. Pasó por las humillaciones comunes a todos los recién nacidos, pues su madre «lo envolvió en pañales», como a cualquier otro recién nacido, incapaz de envolverse y de moverse a sí mismo, al ser Él quien mueve el Universo entero y lo mantiene en cohesión con la palabra de su poder (Heb 1:3).

2 Pasó también por humillaciones que no son comunes, sino propias de Él, ya que:

(A) Nació en un mesón, para darnos a entender que venía a este mundo como un peregrino, de posada, no de residencia fija; por eso, todo lo tuvo prestado en esta vida, desde la cuna hasta la tumba. Eso nos recuerda que los seguidores de Cristo son también extranjeros y peregrinos (1Pe 2:11), y como tales han de comportarse. Además, un mesón recibe a todos los que vienen, y así lo hace Cristo (Jua 6:37), quien izó, como contraseña, el estandarte de su amor; pero, al revés que los demás mesones, Cristo ofrece sus servicios sin dinero y sin precio (Isa 55:1).

(B) Nació en un establo: «y lo acostó en un pesebre». Es más que probable que José y María, al tener además en cuenta la condición de ésta, hiciesen el viaje montados en un asno, el cual hallaría alfalfa en el establo en que fue depositado el Señor al nacer. Como el mesón, al estilo de las posadas orientales de aquel tiempo, sería pequeño, no es extraño que «no hubiera lugar para ellos en el mesón». Sin exagerar, en mal sentido, lo de «para ellos», puede ser útil para nuestra devoción el considerar:

(a) Que el nacer en un establo era una indicación de la pobreza de María y José. Si hubieran sido ricos, no habrían tenido dificultad en hallar otro lugar más decoroso.

(b) Ello nos muestra la indiferencia de la gente ante las necesidades ajenas. Deberían haber tenido más consideración con una mujer que iba a dar a luz, y que alguien le hubiese cedido la habitación para disminuir algún tanto las molestias del alumbramiento.

(c) En todo caso, fue un ejemplo del estado de humillación al que nuestro Salvador se había sometido al tomar la forma de esclavo (Flp 2:6-8), para quien cualquier lugar es suficientemente digno.

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