Lucas 22:39 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Pavoroso relato de la agonía de Cristo en el huerto de Getsemaní. En ella, entró Jesús en liza con los poderes de las tinieblas y los venció.

I. Lo que tenemos ante nuestra vista en la presente porción es lo siguiente:

1. Que cuando Cristo salió, «sus discípulos (excepto Judas quien ya se había marchado) también le siguieron» (v. Luc 22:39). Como habían permanecido con Él en sus pruebas (v. Luc 22:28), no le iban a dejar solo ahora.

2. Que llegó a un lugar al que solía ir: al monte de los Olivos (comp. con Jua 18:2). No siempre habría ido con sus discípulos pues se nos dice en Mat 14:23; Jua 6:15 que estaba orando en el monte solo o a solas. Así nos enseñaba Jesús con el ejemplo lo que había enseñado antes de palabra (v. Mat 6:6).

3. Que exhortó a sus discípulos a orar que, aun cuando la prueba era insoslayable, no entrasen en tentación (v. Luc 22:40). Causa tristeza el ver que ellos no obedecieron y se dejaron vencer del sueño (vv. Luc 22:45-46).

4. Que Él «se apartó de ellos a una distancia como de un tiro de piedra» (v. Luc 22:41). Mat 26:36 y siguientes y Mar 14:32 y siguientes añaden nuevos detalles. En cambio, Lucas dice que Jesús «oraba puesto de rodillas», quizás antes de postrarse rostro en tierra, según refieren Mateo y Marcos (Juan no menciona la agonía del huerto sólo vemos una leve referencia en Luc 12:27).

5. La petición al Padre (v. Luc 22:42) coincide fundamentalmente con el relato de Mateo y Marcos: Jesús se somete a la voluntad del Padre, a pesar de la repugnancia que su naturaleza humana sentía hacia los padecimientos que se aproximaban.

6. Que los discípulos estaban durmiendo mientras el Maestro estaba orando (v. Luc 22:45). Aun cuando los discípulos desobedecieron de una manera tan indigna a la exhortación de Jesús véase el detalle delicado, que no hallamos en los otros evangelistas, de que estaban durmiendo «a causa de la tristeza». Esto nos enseña a no echar a mala parte las debilidades de nuestros hermanos, sino a excusar con amor (v. 1Co 13:7), cuando no hay evidencias en contra, los defectos ajenos.

7. Que, cuando les despertó del sueño, continuó exhortándoles a orar (v. Luc 22:46). Siempre que nos encontremos metidos en tentación por no velar ni orar, es menester que nos levantemos y oremos, diciéndole al Señor: «Padre, ayúdame en esta hora de necesidad».

II. Hallamos en esta porción tres detalles que no se encuentran en los demás Evangelios:

1. Que, cuando Cristo entró en la agonía, «se le apareció un ángel del cielo para fortalecerle» (v. Luc 22:43). Aunque no fue librado de los sufrimientos, fue fortalecido y consolado para que los soportara, no sólo con resignación, sino con gozo (comp. con Isa 53:11; Heb 12:2), lo cual arroja una luz enorme para entender Heb 5:7 «fue oído a causa de su piedad». Recordemos que Cristo poseía una naturaleza humana como la nuestra, excepto el pecado; por consiguiente, su actitud de cada momento estaba influida por el juego de las motivaciones psíquicas, en las que el Espíritu Santo actuaba de un modo decisivo (v. Heb 9:14, según la interpretación más probable). Esto nos enseña que Dios proporciona y equilibra el peso de la carga conforme a la fuerza de nuestros hombros, por lo que no tenemos razón para quejarnos, sea cual sea la prueba por la que nos haga pasar. Los ángeles ministraban al Señor durante sus pruebas y sufrimientos. Pudo haber tenido a su disposición legiones de ángeles para que le rescataran de aquella «hora» pero sólo hizo uso de ellos para que le fortalecieran.

2. Que, «estando en agonía, oraba más intensamente» (v. Luc 22:44). Conforme su pavor y su tristeza iban en aumento, su oración se hacía más intensa. La oración nunca está fuera de sazón, pero es especialmente necesaria cuando estamos en gran aprieto y cuanto más agudo sea el conflicto, tanto más fervientes y frecuentes han de ser nuestras oraciones.

3. Que, en esta agonía, «era su sudor como grandes gotas de sangre engrumecidas que caían sobre la tierra» (v. Luc 22:44). Discuten los exegetas sobre el sentido de estas frases. Dice acertadamente Bliss: «Este fenómeno no consistió solamente en sudor ni solamente en sangre. Esto queda suprimido por la palabra como, lo primero, por el hecho de que habría muy poca fuerza en comparar al sudor con la sangre, con respecto meramente a su forma como de gotas, o en cuanto a su tamaño. Es el color también, causado por el filtrarse la sangre a través de la piel, coagulándose como tal, de modo que el sudor fue semejante a cuajarones de sangre (thromboi, de donde viene trombosis . Nota del trad.), no meramente gotas, que ruedan hacia el suelo». (En mi libro La Persona y la Obra de Jesucristo, pp. 186 187, digo lo siguiente: «Es muy de notar que Lucas refiere el sudor de sangre no antes, sino después de la llegada del ángel para confortar a Jesús. Por donde vemos que este sudor singular fue efecto de una reacción tremenda, por la que la sangre que se había retirado al corazón, como ocurre en todos los casos de pavor al agudizarse el clímax de la agonía, con la compensación del consuelo angélico, se vino en tremendo rebote hacia la periferia, lo que hizo saltar las plaquetas y colarse finalmente a través de la epidermis» (Nota del traductor.) No es el único caso en que tal fenómeno ha ocurrido, pero en el caso del Salvador es una muestra del extremo a que llegó su agonía, del mismo modo que su amor había llegado también al extremo (v. Jua 13:1). No nos ha de extrañar, a la vista de este amor, que Pablo diga: «Si alguno no ama al Señor Jesucristo, sea anatema» (1Co 16:22. Y lo escribe de su propia mano v. Luc 22:21).

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