Lucas 23:32 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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I. Aquí hallamos ciertas porciones acerca de los sufrimientos del Señor, las cuales hallamos también en Mateo y Marcos. Vemos, en efecto:

1. Que «llevaban también a otros dos que eran malhechores para ser ejecutados con Él» (v. Luc 23:32). Éstos iban por ser malhechores pero Jesús era inocente, aunque Dios le hizo pecado por nosotros (2Co 5:21).

2. Que fue crucificado en un lugar llamado Cráneo (v. Luc 23:33. Lit.); seguramente, por su forma. La crucifixión era el tormento más penoso e ignominioso de todos.

3. Que fue crucificado «en medio de los dos ladrones: uno a la derecha y otro a la izquierda» (v. Luc 23:33; Jua 19:18). No sólo fue considerado transgresor, sino también «contado con los pecadores» (Isa 53:12) y puesto en medio, como el principal de ellos.

4. Que los soldados a cuyo cargo corría la ejecución se hicieron con las vestiduras de Jesús, pues eran como la propina que se les daba por tan macabra tarea: «Y repartieron entre sí sus vestidos, echando suertes» (v. Luc 23:34).

5. Que tuvo que soportar las befas y los ultrajes de los que le contemplaban: «El pueblo estaba de pie, mirando; y aun los gobernantes se burlaban de Él» (v. Luc 23:35). Le retaban a que se salvara a sí mismo, y bajase de la cruz. Pero no podía salvarse a sí mismo, si nosotros habíamos de ser salvos. «También los soldados le escarnecían … diciendo: Si tú eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo» (vv. Luc 23:36-37).

6. Que la inscripción puesta sobre su cabeza decía: «ÉSTE ES EL REY DE LOS JUDÍOS» (v. Luc 23:38). Con base en el relato de los otros evangelistas, puede fácilmente hallarse la inscripción completa. Se le daba muerte por pretender según sus enemigos hacerse rey; pero Dios intentaba, al permitirlo, que se declarase públicamente, en las tres lenguas del imperio, la verdadera realeza de Cristo, de modo que todos los hombres pudiesen conocerle como a tal.

II. Pero hay dos pasajes, y de gran importancia, que sólo se hallan en Lucas: Uno es la oración por los que le crucificaban, el otro es la conversión de uno de los dos ladrones que estaban crucificados junto a Él.

1. En el versículo Luc 23:34, tenemos la oración de Jesús por sus enemigos: «Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen». Siete importantes palabras (o frases) pronunció Jesús desde la Cruz antes de morir, y ésta es la primera de ellas. Tan pronto como fue levantado en la Cruz, o poco después de haber sido clavado en ella, pronunció Jesús esta plegaria, en la que podemos observar:

(A) La petición misma: «Padre, perdónales». El pecado del que eran culpables, justamente podría ser tenido por imperdonable. Sin embargo, Cristo intercedió por ellos (v. Isa 53:12). Pero los dichos de Jesús, en general, y los que pronunció sobre la Cruz, en particular, tienen alcance universal. No sólo a quienes le crucificaban, sino también a todos nosotros alcanza la oración del Salvador: Todo el que se arrepienta y crea en el Evangelio, obtendrá el perdón que Jesús pidió para sus perseguidores. Su sangre «habla mejor que la de Abel» (Heb 12:24): la de Abel pedía venganza; la de Jesús, perdón.

(B) La razón que alega: «Porque no saben lo que hacen». Pablo explica que si lo hubiesen sabido, «no habrían crucificado al Señor de la gloria» (1Co 2:8). Este texto sería bastante para excusar de «deicidio» a los contemporáneos de Jesús. Hay una clase de ignorancia que excusa, aunque no del todo, la culpabilidad del pecado: la que alguien sufre por falta de medios de conocimiento, o por falta de capacidad para recibir instrucción. Los que crucificaron al Salvador eran mantenidos en la ignorancia por parte de los gobernantes de la nación, y compartían los prejuicios de éstos contra la persona y la doctrina de Jesús; por lo cual, pensaban que estaban rindiendo a Dios un servicio grato (comp. con Jua 16:2; Hch 3:17; 1Ti 1:13). Tales personas son dignas de lástima y hemos de orar por ellas. Y, al orar, hemos de llamar Padre a nuestro Dios; y la mayor gracia que podemos pedirle, tanto para nosotros como para otros, es que nos perdone los pecados. Hemos de orar, como Jesús, por nuestros enemigos (Luc 6:28, comp. con Mat 5:44). Si Cristo oró por tales enemigos, ¿qué enemigos podemos tener nosotros por quienes no hayamos de orar?

2. La conversión de uno de los dos ladrones que estaba en cruz junto al Señor. Cristo fue crucificado entre dos ladrones y en ellos están representados los diferentes efectos que la Cruz de Cristo había de producir en los hijos de los hombres. La Cruz de Cristo y su mensaje son: para unos, «olor de muerte para muerte»; para otros, «olor de vida para vida» (2Co 2:16).

(A) Aquí tenemos a uno de los malhechores crucificados que se endureció hasta el final. Estando cerca de la cruz de Cristo, «le injuriaba, diciendo: Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros» (v. Luc 23:39). A pesar de que se hallaba en medio de tremendos dolores y en la agonía, no humilló su perverso corazón ni aprendió a hablar bien, como hacía su compañero de suplicio. Retaba a Cristo a que se salvase a sí mismo y a ellos. Hay quienes aun en medio de los mayores sufrimientos, tienen la imprudencia de injuriar al Señor y, al mismo tiempo, esperar que se apiade de ellos y los salve.

(B) Pero el otro malhechor, aun cuando parece ser (Mat 27:44) que comenzó injuriando también al Señor, se ablandó en el suplicio. Es muy probable que, bajo la operación misteriosa de la gracia, este hombre llegase a percatarse de que aquel extraño personaje que pendía también de una cruz como él, fuese realmente «rey», como se leía en la inscripción que figuraba en la cabecera de la cruz del Salvador. La forma en que Jesús sufría el tormento y, quizá, la grandiosa majestad con que se dirigía a Dios su padre para pedir perdón a favor de los que le crucificaban, debieron de influir poderosamente sobre este otro malhechor. Lo cierto es que ha llegado a ser un monumento de la divina misericordia. Como alguien ha escrito: «Uno de los malhechores se condenó para que así nadie se atreva a menospreciar la justicia divina; pero el otro se salvó, a fin de que nadie llegue a desesperar de la salvación». Con esto aprendemos que nunca es tarde para un verdadero arrepentimiento, aunque sería un loco quien dejase el arrepentimiento para tan tarde. Parece ser que este hombre no había tenido antes la oportunidad de escuchar a Jesús ni se le había ofrecido la gracia del Evangelio hasta ahora; pero estaba destinado a ser un ejemplo singular del poder de la gracia del Espíritu Santo. Cristo, tras conseguir la gran victoria contra Satanás en la destrucción de Judas y en la preservación de Pedro, añade a su triunfo este maravilloso trofeo de su gracia. Para percatarnos de lo extraordinario del caso, observemos lo siguiente:

(a) La extraordinaria operación de la gracia de Dios sobre este hombre, la cual se hace patente en lo que Él dijo: Primero, al otro malhechor (vv. Luc 23:40-41): (1) «Le reprendía diciendo: ¿Ni siquiera temes tú a Dios, viendo que estás bajo la misma sentencia de condenación? (v. Luc 23:40). Esto insinúa que fue el temor de Dios lo que le frenó para no seguir injuriando a Jesús como lo hacían los demás. Viene a decir al otro: «Si tuvieses un poco de temor a Dios y de humanidad hacia quien está en el mismo suplicio que tú, no te atreverías a insultarle. Estás, como él, a punto de morir ¿y no temes comparecer ante la presencia de Dios?» (2) Reconoce que ellos están sufriendo lo que se merecían: «Nosotros a la verdad, justamente padecemos, porque estamos recibiendo lo que merecieron nuestros hechos» (v. Luc 23:41). Los verdaderos penitentes reconocen la justicia de Dios en todo lo que sufren a causa de sus pecados. Dios hace justicia; nosotros hemos obrado inicuamente. (3) Por el contrario, asegura que Jesús «no ha hecho nada impropio» (lit. nada fuera de lugar). Los principales sacerdotes habían hecho crucificar a Jesús como a gran criminal, ajusticiándole entre dos malhechores; pero este ladrón tenía un sentido más fino que ellos, al proclamar la inocencia completa de Jesús.

Segundo, al Señor Jesús: «Señor, acuérdate de mí cuando vengas en tu reino» (v. Luc 23:42). Ésta es la oración de un pecador moribundo a un Salvador moribundo. Fue un gran honor para Cristo el que este hombre le hiciese esta petición. Y fue una gran dicha para el ladrón el orar de ese modo. Como alguien ha dicho: «Fue tan buen ladrón que murió robando el Cielo». Quizás este hombre no había orado jamás en su vida; sin embargo, fue oído ahora y salvo poco antes de exhalar el último suspiro. Obsérvese la fe que muestra en su oración. Al confesar sus pecados (v. Luc 23:41), había mostrado arrepentimiento para con Dios; en esta oración, mostró su fe en el Señor Jesucristo (v. Hch 20:21). Reconoce que Jesús es Señor y que posee un reino y que va ahora a ese reino y que serán dichosos los que participen de las bendiciones de ese reino. Creer y reconocer esto, precisamente en aquel día y en aquella hora, fue algo realmente extraordinario, pues ello suponía la creencia en otra vida después de ésta y deseaba ser dichoso en esa vida, no ser salvo de la cruz presente, como el otro ladrón pedía, sino bien provisto para la eternidad mediante el fruto de la Cruz de Cristo. Obsérvese también su humildad en la oración: Todo lo que pide al Señor es un recuerdo, al hacer referencia al reino de Cristo. Y Cristo hizo mucho más que acordarse de él. Hay cierto aire de urgencia e importunidad en la plegaria de este hombre. Parece como, si al salírsele ya el alma, viniese a decir a Jesús: «Señor acuérdate de mí; no deseo más; en tus manos encomiendo mi caso». Ser recordados por Cristo, ahora que está como Soberano a la diestra del Padre, es algo que deberíamos pedir y desear ardientemente, eso será suficiente para asegurar nuestro bien en esta vida y en la hora de la muerte.

(b) El extraordinario favor que Jesús concedió a este hombre: «Entonces Jesús le dijo: De cierto te digo: Hoy estarás conmigo en el Paraíso» (v. Luc 23:43). Jesús pone su Amén («De cierto») a esa oración y le concede mucho más de lo que había pedido el ladrón moribundo. Éste se contentaba con un recuerdo para el futuro; Cristo le asegura una posesión para aquel mismo día, antes de que se pusiera el sol. Notemos:

Primero, a quién son dichas esas consoladoras palabras: al ladrón arrepentido. Aun cuando Cristo se hallaba ahora bajo los mayores tormentos físicos y próximo a la muerte, tuvo una palabra del mayor consuelo para un pobre moribundo arrepentido. Los más grandes pecadores, si se arrepienten sinceramente, obtendrán, por medio de Jesucristo, no sólo el perdón completo de todos sus pecados, sino también un lugar en el paraíso de Dios.

Segundo, quién dice esas palabras. El Salvador del mundo, el único Mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre (1Ti 2:5); con esa frase, declaró Jesús el verdadero propósito y significado de sus propios sufrimientos: Así como moría para alcanzarnos el perdón de los pecados (v. Luc 23:34), así también moría para alcanzarnos la vida eterna. Por esas palabras entendemos que Jesucristo murió para abrir las puertas del reino de los cielos a todos los creyentes arrepentidos. (1) Cristo nos hace saber que va derecho al paraíso Él mismo. Por la Cruz a la Luz, a la corona de gloria, y nosotros no podemos ir al Cielo por otro camino que el que Jesús recorrió. (2) Hace saber a todos los creyentes arrepentidos que, cuando mueran, irán a su presencia, para gozar con Él por toda la eternidad. Las normas gramaticales y el sentido común nos hacen rechazar la interpretación de adventistas y «testigos de Jehová» que puntúan así la frase: «De cierto te digo hoy: Estarás conmigo en el Paraíso», pues ese «hoy» quedaría completamente fuera de lugar, en una necia e inútil tautología. (3) En cuatro palabras, como advierte Bossuet, condensa el Señor la mayor dicha posible: «Hoy» ¡qué prontitud! «estarás» qué seguridad! «conmigo» ¡qué compañía! «en el Paraíso» ¡qué felicidad!

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