Lucas 2:41 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Único informe inspirado escrito sobre el Salvador, desde su infancia hasta el día en que se mostró a Israel y por tanto, debemos sacar de ello el mayor provecho posible, porque es en vano desear haber tenido más información.

I. Subida con sus padres a Jerusalén «a la fiesta de la pascua» (vv. Luc 2:41-42). Así acostumbraban hacerlo cada año, conforme a la ley del Señor, aunque era un largo viaje, y ellos eran pobres. Esto nos enseña a ser asiduos en la asistencia a las ordenanzas divinas, «no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre» (Heb 10:25). «Subieron conforme a la costumbre de la fiesta». El niño Jesús, «cuando cumplió doce años de edad», subió con ellos. Los doctores judíos dicen que, a los doce años, los niños deben comenzar a ayunar de vez en cuando, y que, a los trece, un niño comienza a ser hijo del mandamiento, al haber sido durante toda su infancia, en virtud de la circuncisión, hijo del pacto. Los hijos que son aventajados en otras cosas, deben ser instruidos para que sean también aventajados en lo religioso. Y hemos de hacer todo lo posible para que nuestros hijos sean dedicados a Dios por el bautismo, una vez convertidos, para que puedan asistir temprano a la pascua del Evangelio, que es la Cena del Señor.

II. El niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que se dieran cuenta José y su madre (v. Luc 2:43).

1. Sus padres no volvieron, sino «después de haber acabado los días». Estuvieron allí todos los siete días de la fiesta, aun cuando no era necesario que se quedaran, sino los dos primeros días de la fiesta. Esto nos enseña a estar con gusto en las reuniones de iglesia y los cultos al Señor, como es propio de quienes saben decir: «Bueno nos es estarnos aquí», sin sentir demasiada prisa en dejar la compañía de los hermanos y las divinas alabanzas en congregación.

2. Pero, «al regresar ellos, se quedó el niño Jesús en Jerusalén», no porque tuviese pereza de volver a casa o vergüenza de acompañar a sus padres, sino porque tenía que ocuparse «en los asuntos de su Padre» (v. Luc 2:49), y recordarles así a sus padres de la tierra que tenía un Padre en el cielo, a quien debía obedecer antes que a ellos, aunque el respeto que al Padre celestial debía no había de interpretarse como falta de respeto a ellos. Es hermoso ver a los niños y a los jóvenes con deseos de morar en la casa del Señor, porque en esto se parecen a Cristo.

3. Sus padres hicieron un día de camino, sin percatarse de su falta, suponiendo que iba en la caravana (v. Luc 2:44). En estas ocasiones era muy numerosa la muchedumbre que acudía a la fiesta, y sus padres concluyeron que iba entre los otros parientes o con los vecinos y, probablemente, con algún grupo de muchachos. Pero no le hallaron (v. Luc 2:45). Por desgracia, esto tiene una aplicación espiritual con mucha frecuencia: Hay entre nuestros parientes y conocidos, con quienes no podemos evitar la conversación, que saben poco o nada del Señor. «Al no hallarle, regresaron a Jerusalén en busca suya» (v. Luc 2:45). Quienes deseen encontrar a Jesús, han de buscarle hasta hallarle, pues, tarde o temprano, será encontrado por quienes le busquen. Los que han perdido los consuelos que tenían en Cristo, deben preguntarse a sí mismos dónde cuándo y cómo los perdieron, y regresar al lugar donde los habían tenido por última vez.

4. Al cabo de tres días lo encontraron en el templo» (v. Luc 2:46). Allí estaba «sentado en medio de los maestros», lo cual no quiere decir que ocupase un lugar de maestro, sino que es una frase idiomática para expresar que se hallaba en el grupo de los discípulos, rodeados por los maestros que enseñaban (comp. con Jua 8:3 «poniéndola en medio»). Según la costumbre en esta clase de enseñanzas, el niño respondía y preguntaba. Esto no tenía nada de extraordinario pero sí lo tenía la sabiduría con que Él lo hacía: «Y todos los que le estaban oyendo, quedaban atónitos ante su inteligencia y sus respuestas» (v. Luc 2:47). No era simplemente un niño precoz, sino un niño como ningún otro. Con esto vemos el interés que el niño Jesús tenía en aprender más y más de las cosas de su Padre celestial. Muchos jóvenes de su edad habrían estado jugando con otros muchachos junto al templo, pero Él estaba sentado junto a los doctores en el templo. Les escuchaba; quienes quieran aprender han de ser «prontos para oír» (Stg 1:19). Y les hacía preguntas, no para tentarles, sino para aprender más. Con sus preguntas y respuestas llenas de sabiduría, dio a todos, como dice Calvino, un anticipó de su sabiduría divina: «Todos … quedaban atónitos».

5. Su madre le llamó y le habló en privado (v. Luc 2:48). María y José «se sorprendieron de verle» allí (el verbo griego es más fuerte que el «atónitos» del versículo anterior). Se sorprendieron de que un niño que tan sumiso y obediente había sido siempre a las indicaciones de sus padres, tuviera ahora el atrevimiento de comportarse de esta manera sin pedirles permiso. Con una mezcla de pena y de ternura (como se ve en el griego téknon = hijo), le dijo: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto?»; es decir, «¿por qué nos has dado este susto tan grande?» «Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados». Vemos que María y José no se quedaron quietos, sumidos en su pesar y en su angustia, sino que le buscaron diligentemente durante tres días (v. Luc 2:46). Quienes, con pesar y diligencia, buscan a Cristo, se alegrarán de tal manera al encontrarle, que el gozo del encuentro les compensará con creces del pesar de la búsqueda. Jesús «les dijo» (v. Luc 2:49), esto es, contestó a ambos: «¿Cómo es que me buscabais? ¿No sabíais que yo debo estar en las cosas de mi Padre?» (lit.). Con esta frase Jesús les daba a entender claramente que su principal objetivo al venir a este mundo era hacer la voluntad del Padre de los cielos (Jua 4:34; Heb 10:7). Sin embargo, todavía «ellos no comprendieron la palabra que les habló» (v. Luc 2:50). Dice Lenski: «Su incapacidad para entender ha sido considerada inexplicable al tener en cuenta la revelación que José y María habían recibido respecto a la concepción del niño. Pero esta objeción yerra. La implicación es la de que hasta esa fecha el muchacho nunca había hecho una declaración semejante a ésta, y que el hablar así ahora, acerca de sí mismo, sobrepasa el entendimiento de sus padres». Es probable que María y José no entendieran por qué, para estar en las cosas de Dios, necesitaba Jesús ocultarse de ellos sin avisarles. Quizá se preguntarían, precisamente por las revelaciones que habían recibido, si no serían dignos de tener consigo a un niño que, aun siendo hijo suyo, era también el Salvador del mundo.

III. Como contrapartida de lo que podría parecer una repulsa en las anteriores frases de Jesús, se nos dice ahora la forma en que regresó Jesús a Nazaret con sus padres (vv. Luc 2:51-52). No les urgió a quedarse en Jerusalén sino que, voluntariamente, se retiró con ellos al oscuro lugar de Nazaret, donde por muchos años estuvo oculto, sin que se nos diga una palabra de Él en ninguno de los cuatro Evangelios. Aquí se nos dice:

1. Que «continuaba sumiso a ellos» (a María y a José). Es de suponer que ayudaría a José en sus faenas de carpintero. Aquí se nos da un ejemplo de lo que deben ser los hijos: obedientes y sumisos a sus padres en el Señor (v. Efe 6:1-3). Aunque sus padres eran pobres y modestos, y aunque Él era fuerte y lleno de sabiduría (v. Luc 2:40), se sometía a ellos en respeto y obediencia. Esto constrasta con la conducta de otros jóvenes que, siendo débiles y necios, son desobedientes e irrespetuosos con sus padres.

2. Que «su madre conservaba cuidadosamente todas estas cosas en su corazón». Nuevamente (v. vers. Luc 2:19), vemos aquí el talante ponderativo, de mujer hecha a la meditación, de la virgen María. Con esto nos enseña en esta ocasión a meditar y ponderar las cosas de Dios, aun cuando a veces nos parezcan oscuras, pues lo que, al principio, nos parece tan difícil y oscuro que no sabemos qué hacer con ello, puede después hacérsenos fácil y claro, y sernos provechoso en otro momento en que tengamos necesidad de echar mano de esa verdad.

3. Que «Jesús seguía progresando en sabiduría, en vigor y en gracia ante Dios y ante los hombres» (v. Luc 2:52). Nótese cuán completo era ese progreso; su cuerpo crecía en vigor (fuerza y estatura); su alma, en sabiduría. Y, en la medida en que su espíritu se abría a los dones que el Espíritu Santo comunicaba a su naturaleza humana, progresaba también en gracia, es decir, «la disposición amistosa y complaciente, con la cual Dios constantemente le sostuvo y lo ayudó, y la buena voluntad que semejante espectáculo de inocencia, de rectitud y de benevolencia, despertó en todos aquellos que le conocieron» (Bliss). La imagen de Dios brillaba cada día con mayor resplandor en aquel joven, que cuando había sido un niño pequeño (v. Luc 2:40).

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