Lucas 24:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Las pruebas infalibles de la resurrección de Jesús son «cosas reveladas que nos pertenecen a nosotros y a nuestros hijos» (Deu 29:29). En estos versículos hallamos algunas de esas pruebas.

I. Vemos primero el afecto y el respeto que las buenas mujeres que habían seguido a Cristo mostraron a su cuerpo después de haber sido sepultado (v. Luc 24:1). Tan pronto como les fue posible, a saber, tan pronto como pasó el día del sábado, «el primer día de la semana [con esta frase designa siempre el Nuevo Testamento al domingo], muy de mañana vinieron al sepulcro, trayendo las especias aromáticas que habían preparado» a fin de embalsamar el cadáver, ungirle la cabeza y el rostro, y quizá también las heridas de las manos y los pies, y esparcir las especias aromáticas por el cuerpo del Señor. Vemos el continuo celo de estas mujeres por servir al Señor. Las especias que, a toda prisa, habían preparado la tarde anterior al sábado las llevaron al sepulcro tan pronto como alboreó el primer día de la semana. Por Juan (Jua 20:1) sabemos que salieron «siendo aún oscuro»; por Marcos (Mar 16:2) que llegaron al sepulcro «cuando había salido el sol». Entre las varias mujeres que acudieron al sepulcro aquella mañana (vv. Luc 24:1, Luc 24:10), Lucas menciona por su nombre a «María Magdalena, Juana y María madre de Jacobo» (v. Luc 24:10). Por los relatos de los cuatro evangelistas, vemos que la más prominente de todas fue María la Magdalena. Juana es la mencionada en Luc 8:3 como «mujer de Cuzá». En cuanto a María, madre de Jacobo, no puede referirse a Jacobo el Mayor, por cuanto su madre, como de Juan, era Salomé; tampoco de Jacobo el hermano del Señor, porque nunca aparece la Virgen María en una frase semejante (siempre se dice «la madre de Jesús»). Hay quienes la identifican con la hermana de la Virgen (v. Jua 19:25), mientras que otros, como Bliss, sostienen que es la «mujer de Cleofás» (Jua 19:25) y madre de Jacobo el Menor.

II. La sorpresa que las mujeres se llevaron al ver «que había sido retirada la piedra del sepulcro», y que éste estaba vacío (vv. Luc 24:2-3). Estaban «perplejas por esto» (v. Luc 24:4). Muchas veces, los buenos cristianos se quedan perplejos acerca de cosas y circunstancias que más bien deberían prestarles aliento y consuelo.

III. El claro informe que dos ángeles les dieron acerca de la resurrección del Señor. Mateo menciona sólo uno (Mat 28:2) al que Marcos llama «joven … vestido con una túnica blanca» (Mar 16:5). Esta aparente discrepancia se explica fácilmente si se tiene en cuenta que la apariencia del ángel (ser espiritual, invisible) era la de un joven vestido de blanco (comp. con Jua 20:12); por otra parte, es corriente en los evangelios la mención de un solo personaje, que hace de protagonista, aun cuando sean dos los que se hallan allí (comp. con el relato de la curación del ciego Bartimeo en Mar 10:46, a la vista de Mat 20:30). Cuando las mujeres vieron a los ángeles, se llenaron de miedo y bajaron el rostro a tierra (v. Luc 24:5), no para mirar al sepulcro, sino en señal de respeto y reverencia, como lo da a entender el participio de presente, que indica una acción continua. Los ángeles les dicen entonces: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?» Aquí se nos da testimonio consolador de que nuestro Señor está vivo y glorioso (v. Apo 1:18; Apo 5:6 «en pie»). Como Job, podemos decir: «Yo sé que mi Redentor vive» (Job 19:25). Y, porque Él vive, nosotros viviremos también (Jua 14:19; Rom 6:8). Al mismo tiempo, los ángeles lanzan un reproche a todos los que buscan a Jesús entre los muertos. (¿No es un síntoma el que, en las iglesias católico-romanas, predominen las estatuas de Cristo yacente, en vez de Resucitado? Nota del trad.) De nuevo, con otras palabras, los ángeles dan a las mujeres seguridad de la resurrección del Señor: «No está aquí, sino que ha resucitado» (v. Luc 24:6). Y les refrescan la memoria con la predicción que el propio Señor había hecho repetidas veces (vv. Luc 24:6-8). Por aquí vemos que estos ángeles no traen del Cielo un evangelio «nuevo» (comp. con Gál 1:7-8), sino el mismo que el Señor había proclamado.

IV. La alegría que las mujeres sintieron al oír estas buenas nuevas: «Entonces ellas se acordaron de sus palabras y, volviendo del sepulcro, refirieron todas estas cosas a los once, y a los demás» (vv. Luc 24:8-9). Un oportuno recuerdo de las palabras de Cristo puede ayudarnos mucho a entender correctamente los designios misteriosos de la providencia de Dios. Pero no se quedaron allí paradas paladeando la buena noticia, sino que corrieron a comunicarla a los discípulos.

V. La forma en que los apóstoles recibieron la noticia: «Mas a ellos les parecían locura las palabras de ellas, y no las creían» (v. Luc 24:11). Pensaron que todo aquello era producto del sentimentalismo y de la imaginación calenturienta de unas pobres mujeres. Es que también ellos habían olvidado las palabras de Jesús. No podemos menos de asombrarnos de la estupidez de estos hombres; habían profesado creer que Cristo era el Hijo de Dios, le habían oído decir tantas veces que era preciso que muriese y resucitase al tercer día, le habían visto resucitar a otros, ¡y todavía eran tan tardos para creer! Deberían haberse avergonzado más bien de que unas mujeres les hubiesen ganado en valentía y amor al Maestro.

VI. Pedro, como siempre, toma la iniciativa en la acción, al oír el informe de María Magdalena (v. Jua 20:1-2, donde hallamos más detalles de esta visita de Pedro y Juan al sepulcro). Vemos que:

1. «Pedro se levantó y corrió al sepulcro» (v. Luc 24:12). Conociéndole, podemos aventurarnos a pensar que no habría ido al sepulcro si las mujeres no le hubieran informado que la guardia puesta junto al sepulcro se había dado a la fuga. Muchos que tienen los pies ligeros cuando no hay peligro, son lentos y cobardes cuando asoma el menor peligro.

2. Llegado al sepulcro, Pedro «se asomó y vio las vendas de amortajar puestas allí solas»; es decir, como estaban después de amortajar el cadáver, pero sin el cuerpo (comp. con Jua 20:6-7). Se ve que tuvo mucho esmero en percatarse de estos detalles. Parece como si no creyese a sus propios ojos, aun después del anuncio de los ángeles. Así de lento era Pedro para creer en la resurrección del Señor.

3. «Y se fue a casa asombrado de lo que había sucedido». Lo que a cualquier lector asombra es este asombro de Pedro, quien todavía no sabe qué pensar de todo ello. Sin embargo, podemos aplicar aquí lo que uno de los escritores eclesiásticos de los primeros siglos aplicó a Tomás: «Más nos convence la duda de Tomás y la perplejidad de Pedro que la fe de las mujeres que fueron al sepulcro, porque ello demuestra contundentemente que la resurrección de Cristo no es un invento de unos discípulos fanatizados por la admiración a su Maestro, sino un hecho histórico que se impuso a la incredulidad persistente de los seguidores de Jesús».

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