Lucas 24:50 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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En estos últimos versículos del Evangelio de Lucas se nos ofrece un breve relato de la ascensión del Señor a los cielos. Vemos:

I. Cuán solemnemente se despidió Jesús de sus discípulos. Había de llevar a cabo su obra en ambos mundos el de aquí abajo y el de arriba; así como descendió del Cielo a la tierra mediante su encarnación, para llevar a cabo en este mundo la obra que el Padre le había encomendado (Jua 4:34; Jua 17:4), una vez consumada ésta (Jua 19:30) había de volver al Cielo para residir allí (v. Jua 16:28). Obsérvese:

1. Desde dónde ascendió: Desde el monte de los Olivos (véase Hch 1:12), cercano a Betania (v. Luc 24:50). Allí estaba el huerto donde sufrió su agonía y comenzaron sus padecimientos. Además, el hebreo Bethaniah significa «casa del gemido» (comp. con Heb 5:7). Con esto se nos enseña que quienes deseen ir al Cielo, han de ascender allá desde la casa del sufrimiento y del gemido. Cerca de aquí, había pasado Jesús el día de su entrada en Jerusalén (Luc 19:29).

2. Quiénes fueron los testigos de su ascensión: sus discípulos; «los sacó fuera …» (v. Luc 24:50). Los discípulos no le vieron salir del sepulcro, porque la resurrección podía probarse mediante la evidencia de contemplarlo vivo después de su muerte, pero le vieron ascender a los cielos, porque no habrían podido de otro modo tener demostración ocular de su ascensión.

3. Cuál fue la despedida que les dio: «Y alzando sus manos, les bendijo» (v. Luc 24:50). No se marchó con enfado, sino con amor dejándoles su bendición para mostrar una vez más que, «habiendo amado a los suyos que estaban en este mundo, los amó hasta el fin» (Jua 13:1).

4. De qué forma se partió de ellos: «Y aconteció que mientras los bendecía, se fue alejando de ellos» (v. Luc 24:51). Así les daba a entender que su partida no ponía fin a sus bendiciones. Comenzó a bendecirles estando todavía en la tierra, y así continuó bendiciéndoles hasta su entrada en el Cielo.

5. Cómo nos es descrita su ascensión: (A) Alejándose de ellos. Así pasa con los seres a quienes amamos: los que nos instruyen, nos aman y oran por nosotros, llega un día en que tienen que marcharse de nuestro lado. Los que hasta ahora habían conocido al Señor «según la carne, de ahora en adelante ya no le iban a conocer según la carne» (v. 2Co 5:16). (B) «E iba siendo llevado arriba al cielo» (v. Luc 24:51). No necesitó carros de fuego ni caballos de fuego, como los que se llevaron a Elías (v. 2Re 2:11), pues conocía bien el camino (v. Jua 14:2-4). Este pasaje, que los exegetas liberales tratan de «desmitologizar», ha de ser tomado literalmente, si hemos de ser consecuentes con una correcta hermenéutica: El Señor Jesucristo ascendió visiblemente al Cielo y se halla localmente allí, aun cuando no sea estrictamente necesario poner el Cielo «más allá» del Universo conocido o por conocer, sino que puede hablarse sencillamente de la entrada en una dimensión diferente, lejos del alcance de nuestra vista corporal.

II. Cuán gozosamente bajaron los discípulos del monte en el que habían visto al Señor ascender al Cielo. Vemos:

1. Lo que ellos hicieron al verle ascender: «Le adoraron» (v. Luc 24:52). Le prestaron el homenaje de adoración que, como a Señor e Hijo de Dios, le debían, y correspondieron, de este modo agradecidos, a la bendición que Él les impartía. La nube que le ocultó de sus ojos (Hch 1:9), no le ocultó de la adoración y del servicio que ellos le prestaban.

2. «Después de haberle adorado, se volvieron a Jerusalén con gran gozo» (v. Luc 24:52). Volvieron a la ciudad, y volvieron con gran gozo. ¡Qué cambio tan maravilloso! Cuando Cristo les dijo que tenía que marcharse de ellos, la tristeza les llenó el corazón (Jua 16:6); sin embargo, ahora que le habían visto marchar, se volvían llenos de gozo. Dice Bliss: «El Salvador había entrado en su gloria, y ellos estaban seguros de participar de la misma gloria cuando Él volviera a tomarlos consigo».

3. Vueltos a Jerusalén, abundaban en actos de devoción mientras esperaban la promesa del Padre (v. Luc 24:53): «Estaban siempre en el templo, alabando y bendiciendo a Dios», es decir, acudían asiduamente al templo a las horas de oración. Frecuentaban el templo, como el Maestro lo había frecuentado. Sabían que los sacrificios del templo quedarían abolidos por el sacrificio de Jesús en el Calvario, pero la adoración y las alabanzas a Dios nunca habían de ser abolidas. No hay cosa que mejor prepare los corazones para recibir la gracia y el poder del Espíritu Santo que la oración y la alabanza gozosa. Con ello se silencian los miedos, se endulzan las penas y se robustece la esperanza. (El «Amén» con que se cierra el Evangelio en nuestra Reina-Valera no tiene la garantía de los principales MSS. Nota del traductor).

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