Lucas 3:15 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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I. Vemos cómo la gente, con ocasión del ministerio de Juan llegó a pensar que el Mesías estaba ya a las puertas. En esta forma, fue preparado el camino del Señor. Cuando es estimulada la expectación, la llegada de lo esperado se hace doblemente aceptable. Cuando la gente se percató de lo excelente que era la doctrina que Juan proclamaba: 1. Comenzaron a pensar que había llegado la hora de la venida del Mesías. Nunca antes había necesitado el pueblo de Israel una reforma tanto como ahora, ni el estado de apuro en que se hallaba había exigido tanto como ahora una liberación. 2. El pensamiento que, a renglón seguido, se les ocurriría es: «¿No será éste el que había de venir?»: «Todos andaban pensando en su corazón acerca de Juan, si quizás él sería el Cristo» (v. Luc 3:15). Su vida era santa y austera, su predicación era con poder y autoridad y, por consiguiente, ¿por qué no iban a pensar si quizás él era el Cristo? Todo lo que hace que la gente se ponga a meditar y reflexionar seriamente, prepara el camino a Cristo.

II. Cómo Juan rehusó todas las pretensiones del honor que supondría el que él fuese el Mesías, estimulando, por otra parte la expectación que albergaban con respecto al Mesías al asegurarles que el Cristo estaba viniendo (vv. Luc 3:16-17). El oficio del Bautista como heraldo y precursor, era notificar que el reino de Dios estaba cerca; y, por consiguiente, después de haber dicho a las diversas clases de personas lo que debían hacer, ahora les dice una cosa más que todos deben hacer: esperar la inminente llegada del Mesías. Y esto sirve de respuesta a todas las cavilaciones de la gente acerca de él mismo.

1. Les declara que lo más que él puede hacer es bautizarlos con agua (v. Luc 3:16). Sólo puede exhortarles al arrepentimiento y asegurarles del perdón, pero no puede personalmente concederles el perdón.

2. Les hace volver los ojos hacia Jesucristo, cuyos caminos había venido él mismo a preparar, de forma que no discutan entre sí sobre si él es o no es el Mesías, sino que miren directamente al que en realidad lo es. En efecto:

(A) Juan reconoce que el Mesías posee una excelencia muy superior a la suya: «No soy apto para desatarle la correa de sus sandalias». Ésta era la tarea más baja que un esclavo podía hacer con su amo, y aun de eso se declara indigno (lit. incompetente) el Bautista. Juan era un profeta, y más que profeta: mayor que ninguno de los profetas del Antiguo Testamento. Sin embargo, la distancia entre él y Cristo era infinita. Ésta era una gran verdad que Juan había venido a proclamar, pero la manera en que la proclamó nos habla de la humildad de Juan, y en esa manera su predicación, no sólo hacía justicia a Cristo, sino también honor a sí mismo. No hay cosa tan honrosa como el hablar tan alto de Cristo y tan bajo de sí mismo.

(B) Reconoce también en Jesús alguien más fuerte que él mismo: «Está viniendo el que es más fuerte que yo». La gente pensaba que Juan estaba investido de un tremendo poder, pero ¿qué podía compararse con el poder de que Cristo estaba investido? Juan sólo podía bautizar con agua, en señal de que debían purificarse y limpiarse de sus pecados; pero Cristo podía (y quería) bautizarles con Espíritu y fuego. El agua lava por fuera, pero el fuego del Espíritu Santo (comp. con Hch 2:3) penetra en el corazón, no sólo para purificarlo, sino también para regenerarlo. Juan predicaba una doctrina distintiva, y discernía, por palabras y señales, lo precioso de lo vil, pero Cristo tenía en su mano el aventador (v. Luc 3:17), mediante el cual podía separar eficazmente el trigo de la paja, y limpiar así con esmero su era. Juan podía hablar palabras de consuelo, pero Cristo podía llevar consuelo al necesitado. Juan podía proclamar seguridad a quienes creyesen en el Evangelio, pero Cristo podía ponerles a salvo. Juan podía amenazar a los hipócritas diciéndoles que el hacha estaba puesta a la raíz del árbol estéril, para ser cortado y arrojado al fuego, pero Cristo podía ejercutar el juicio, «recogiendo el trigo en su granero, y quemando la paja con fuego inextinguible».

(C) El evangelista concluye su informe sobre la predicación de Juan con un etcétera: «Y así con muchas y variadas exhortaciones anunciaba al pueblo la Buena Nueva» (v. Luc 3:18, comp. con Hch 2:40). Aquí vemos, (a) que Juan era un predicador afectuoso: exhortaba con toda insistencia, como quien es consciente de la gravedad del peligro y de la urgencia de la salvación. De J. Owen se dice que predicaba «como un moribundo que habla a moribundos». Lo mismo podemos decir del Bautista. No es amor ocultar la verdad con paliativos, sino urgirla con todo ahínco; (b) que Juan era un predicador práctico. Gran parte de su predicación consistía en exhortaciones, con las que incitaba a la gente a cumplir con su deber, instruyéndola sobre el modo de obrar, en lugar de entretenerla con especulaciones y fábulas; (c) que Juan era un predicador popular, pues predicaba a la gente del pueblo, acomodándose a la capacidad de ellos y hablándoles en el lenguaje de ellos; (d) que Juan era un predicador evangélico, pues «anunciaba al pueblo la Buena Nueva», dirigiendo al pueblo para que pusiesen los ojos en el Salvador a quien esperaban; (e) que Juan era un predicador abundante en doctrina y modos de expresarla: «con muchas y variadas exhortaciones, anunciaba …», de tal manera que, quienes no eran alcanzados por un determinado aspecto de la verdad, pudieran ser alcanzados por otro.

III. Vemos también el súbito y drástico punto final que fue puesto a la predicación del Bautista. Cuando estaba en el punto más alto de su provechoso ministerio, fue encarcelado por el malvado Herodes (vv. Luc 3:19-20), pues había tenido la valentía de censurar repetidamente a Herodes el tetrarca, no sólo respecto al incesto que cometía con la mujer de su hermano, sino también «en relación con todas las maldades que Herodes había hecho» (pues los que son malvados en un aspecto, suelen serlo en muchos otros a la vez). Así que Herodes, al no aguantar más las reprensiones del Bautista, a todas las anteriores maldades añadió también esto: una más y muy grave, pues «encerró a Juan en la cárcel», con lo cual privó a muchos otros del beneficio de las instrucciones y exhortaciones de Juan. Pero, ¿había de ser silenciada la voz del que clama en el desierto? Mas así es como muchas veces, es puesta a prueba la fe de los discípulos de Cristo y así también es castigada la incredulidad de los que rechazan el mensaje de la salvación. Así debía ser Juan el Precursor de Cristo, no sólo en la proclamación de la verdad, sino también en los padecimientos por la verdad. Es ahora cuando Juan tenía que menguar para que Cristo creciese, de la misma manera que el lucero de la mañana desaparece de la vista con la salida del sol.

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