Lucas 4:14 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Después de haberse defendido de los asaltos del diablo, comienza Jesús ahora a pasar a la ofensiva contra él, y lanza contra Satán, mediante su predicación y sus milagros, unos ataques que el diablo no podrá resistir ni rechazar.

I. Comienza esta porción refiriéndonos primero, en general, el ministerio de predicación que Jesús llevaba a cabo en Galilea. Allá «regresó en el poder del Espíritu» (v. Luc 4:14). No tenía que esperar a que le llamaran los hombres, pues tenía vida y luz en sí mismo. Allí «enseñaba en las sinagogas de ellos, siendo glorificado por todos» (v. Luc 4:15). Enseñaba en las sinagogas, donde los judíos se reunían no para el culto ceremonial como en el templo, sino para el culto público de devoción comunitaria y de exposición de las Escrituras. Estas reuniones en las sinagogas se hicieron más frecuentes a partir del cautiverio en Babilonia, pues el culto ceremonial del templo estaba próximo a expirar. Lo hizo así una vez que «las noticias sobre Él se difundieron por toda la comarca circunvecina» (v. Luc 4:14). Era ésta una buena fama, ya que era glorificado por todos (v. Luc 4:15). Se ve que al principio, no se encontró con desprecios ni contradicciones; todos le glorificaban, y ninguno le vilipendiaba.

II. Después se nos habla de su predicación en «Nazaret, donde se había criado» (vv. Luc 4:16.). Y aquí se nos dice que predicó allí y que allí encontró oposición y persecución. Veamos:

1. Cómo predicó allí:

(A) En primer lugar, la oportunidad que tuvo para ello: «Vino a Nazaret», después de haber ganado reputación en otros lugares. Tuvo aquí ocasión de predicar: (a) en la sinagoga, en la que acostumbraba, sin duda, asistir a los cultos por haberse criado allí (el «según su costumbre» del versículo Luc 4:16 se refiere al versículo Luc 4:15, no se puede deducir de esta sola frase el que acostumbrase asistir allí anteriormente). (b) Lo hizo «en día de sábado», pues ése era el día dedicado al descanso y a las devociones.

(B) «Se levantó a leer», invitado, sin duda, para ello. Cada sábado tenían los judíos siete lectores; primero, un sacerdote; después, un levita; después, cinco israelitas de la respectiva sinagoga. Con frecuencia hallamos a Jesús predicando en otras sinagogas, pero nunca leyendo, excepto en esta de Nazaret, de la que por tantos años habría sido miembro. «Le entregaron el libro del profeta Isaías» (v. Luc 4:17). Es muy probable que de ese libro se sacasen las lecturas de aquellos sábados, y no hay que pensar que la frase «encontró el lugar …». signifique que abrió el libro «por donde saliera».

(C) Vemos inmediatamente el texto sobre el cual predicó. Primero, «se levantó a leer» (v. Luc 4:16); después, «desenrolló el volumen» (v. Luc 4:17), ya que los escritos estaban (y están en las sinagogas judías) en rollos. Pero los libros del Antiguo Testamento estaban en realidad, sellados hasta que Jesucristo los abrió (Isa 29:11). Halló luego el lugar que correspondía leer aquel día y que era Isa 61:1., como vemos por los versículos Luc 4:18-19. Fue una disposición especial de la Providencia que fuese éste el texto que correspondía ya que habla tan claramente del Mesías y de la obra que había de llevar a cabo en este mundo. El texto de Isaías dice:

(a) Cómo había de ser capacitado el Mesías para su comisión: «El Espíritu del Señor está sobre mí». Todos los dones y todas las gracias del Espíritu estaban sobre Él, no por medida, como en los otros profetas, sino sin medida (v. Jua 3:34).

(b) Cómo había de ser comisionado: «Por lo cual me ungió … me ha enviado …». Ser ungido significa ser consagrado separado para esta obra y cualificado para llevarla a cabo (comp. con Jua 10:36).

(c) Cuál fue la obra a la que fue llamado: Fue llamado y capacitado: (1) «para predicar … a proclamar … a proclamar …». Nótese la insistencia en el ministerio. Había de predicar el Evangelio [la Buena Noticia] a los pobres: a los conscientes de su indigencia, los pobres en el espíritu de Sof 3:12 y Mat 5:3: los anawim Jehová. Y a éstos había de predicar las buenas noticias que, a continuación, se especifican y que son tres: (i) «liberación» a los cautivos y oprimidos (v. Luc 4:18). El Evangelio es una proclamación de libertad, como la de Israel al ser sacado de Egipto y de Babilonia. Es una liberación de la peor de las esclavitudes; de tal beneficio podrán aprovecharse cuantos se sometan al servicio del Señor y de los hermanos (v. Gál 5:13); (ii) «iluminación» = «recuperación de la vista a los ciegos». No sólo vino a dar luz a los que estaban en tinieblas, sino también vista a los que estaban ciegos (Jua 9:39). Cristo vino a decirnos que tiene colirio para nosotros (comp. con Apo 3:18) y, si nuestra oración es: «Señor, que sean abiertos nuestros ojos», inmediatamente nos dirá: «Recibid la vista»; (iii) «jubileo especial»: «A proclamar un año favorable del Señor» (v. Luc 4:19). Esto alude al año jubilar, que se celebraba cada cincuenta años (v. Lev 25:8.). Pero este jubileo que Cristo proclama es muy especial pues viene a decirnos que el Dios a quienes habían (y hemos) ofendido, estaba dispuesto a reconciliarnos consigo en Cristo (2Co 5:19-21): a hacer las paces con nosotros en términos mucho más favorables que antes. «Éste es el tiempo aceptable; ahora es el día de salvación» (2Co 6:2). (2) Cristo vino también como un gran Médico, porque venía a sanar a los quebrantados de corazón (v. Luc 4:18) aunque esta frase tomada de Isa 58:6 en la versión de los LXX, no está bien atestiguada, lo cual no quiere decir que no sea verdad pues vino a ofrecer descanso a los trabajados y fatigados bajo el peso del pecado y de la corrupción (Mat 11:28-30). (3) Finalmente, vino como un gran Redentor. No sólo proclama libertad a los cautivos, sino que pone en libertad a los oprimidos. También los profetas pudieron proclamar libertad, pero Cristo, como quien tiene autoridad, posee la potestad de perdonar los pecados y, por tanto, de poner en libertad a los oprimidos por el diablo, «que a sus presos nunca abrió la cárcel» (Isa 14:17).

(D) A continuación, tenemos la aplicación que del texto hace Cristo a Sí mismo. Después de enrollar el volumen y entregarlo al asistente encargado de custodiar los rollos «se sentó», como era la costumbre de los maestros, y dijo: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír» (v. Luc 4:21). Comenzó a cumplirse con la inauguración del ministerio público de Jesús; se cumplía en la predicación hecha y los milagros llevados a cabo en muchos lugares; se cumplía también al predicar Él en aquella sinagoga. Éste era el comienzo: «comenzó a decirles», un comienzo de enseñanzas deliciosas, pues Cristo predicó con frecuencia largos sermones de los que el texto sagrado nos ofrece solamente un resumen; pero esto era suficiente para introducir un gran tema: «Hoy se ha cumplido esta Escritura». Las obras del Señor son el cumplimiento, no sólo de su Palabra secreta, sino también de su Palabra revelada; y ello nos ayudará, tanto para entender las Escrituras como las experiencias de la providencia de Dios, de forma que podamos comparar su Palabra con la experiencia que tenemos de ella.

(E) Vemos también la atención y la admiración de los oyentes:

(a) Su atención (v. Luc 4:20): «Los ojos de todos en la sinagoga estaban fijos en Él». Cuando oímos la Palabra de Dios es menester que estemos atentos a ella, dirigiendo nuestra vista al predicador por medio del cual nos habla Dios; porque, de la misma manera que el ojo influye en el corazón, también el corazón suele seguir al ojo; y, si el ojo se distrae, también la atención de la mente suele distraerse.

(b) Su admiración (v. Luc 4:22): «Todos hablaban bien de Él, y maravillados de las palabras de gracia que salían de su boca …». Sin embargo, por lo que se ve después, no creyeron en Él. Mucha razón hay para maravillarse de las palabras de Jesús, pues son palabras de gracia, y Él es Maravilloso Consejero (Isa 9:6), y en nada fue tan maravilloso como en la gracia de sus palabras y en el poder que acompañaba a esas palabras. Y añadían: «¿No es éste el hijo de José?» Como si dijesen: «¿Cómo es posible que éste, cuyo origen y cuya educación conocemos, hable de esta manera y proponga tales demandas acerca de sí mismo?» Ya en estas palabras de la gente se percibe, no sólo admiración, sino cierto tinte de rechazo e incredulidad, como lo confirma el contexto siguiente.

(F) Cristo se anticipa a la objeción que flota en el ambiente. Obsérvese:

(a) Cuál era la objeción: «Seguramente me citaréis este refrán: Médico, cúrate a ti mismo. Esperamos que hagas aquí, en tu pueblo, los milagros que has hechos en otros lugares». La mayor parte de los milagros de Jesús eran sanaciones, así que le podían exigir que curase también a los enfermos que había entre ellos. Pero esas sanaciones tenían por último objetivo sanar la incredulidad de los corazones. ¿Estaban ellos bien dispuestos?: «Todo cuanto hemos oído que se ha hecho en Capernaúm, hazlo también aquí en tu pueblo» (v. Luc 4:23). Les agradaban las palabras de Cristo, únicamente porque esperaban que a las palabras siguieran obras de curaciones (comp. con Jua 6:26), pues consideraban que su ciudad era tan digna de que en ella se obrasen milagros como cualquier otra, sobre todo cuando allí vivían sus parientes y vecinos.

(b) Cómo responde Jesús a la objeción. (i) Con una razón positiva y general: «En verdad os digo que ningún profeta es persona grata en su pueblo» (v. Luc 4:24). Lo sabemos por experiencia; la familiaridad engendra desprecio, y tendemos a tener en poco a las personas con quienes estamos acostumbrados a conversar. Es como el pan casero, que, a pesar de ser tan saludable, se vende mucho más barato que el pan caro y traído de muy lejos. Cristo declinó hacer milagros o dar alguna señal extraordinaria en Nazaret, a causa de los prejuicios de sus propios conciudadanos. (ii) Con ejemplos de famosos profetas del Antiguo Testamento: Elías, enviado a una viuda de Sarepta, en Sidón, tierra de los gentiles, cuando había tantas viudas en Israel; y Eliseo, que había curado la lepra de un extranjero; más aún, general de un país enemigo de Israel, cuando había tantos leprosos en el propio Israel. Pero, en ambos casos, los milagros habían encontrado en los respectivos individuos una fe que los profetas no habían encontrado entre sus propios paisanos.

2. A continuación vemos la oposición y persecución que encontró en Nazaret:

(A) Lo que provocó la ira de los oyentes fue la mención del favor que Dios había mostrado a los gentiles mediante el ministerio de Elías y de Eliseo: «Al oír estas cosas, todos los que se encontraban en la sinagoga se llenaron de furor» (v. Luc 4:28); esto era un gran cambio desde el versículo Luc 4:22, donde leemos que «todos hablaban bien de Él, y maravillados de las palabras de gracia que salían de su boca». Así de inciertas y volubles son las opiniones de la gente. Si hubieran mezclado con fe la palabra que habían oído (v. Heb 4:2, lit.), y de la que se habían maravillado, habrían sido despertados para fe con las posteriores palabras de las que se habían indignado. Pero esto es lo que, desgraciadamente, suele acontecer a quienes sólo gustan de palabras que agradan al oído, con lo cual se pierden las bendiciones que obtienen los que no se ofenden por palabras que están destinadas a sanar el corazón, aunque puncen al entrar, pues ellas engendran la compunción que leemos en Hch 2:37 «fueron punzados en su corazón» (literalmente). Los piadosos antepasados de estos oyentes se habían complacido con la esperanza de que los gentiles serían bienvenidos al pacto de Dios con el pueblo escogido; pero éstos se enfurecían con la sola mención de los beneficios hechos a gentiles por mano de tan grandes profetas como Elías y Eliseo.

(B) La provocación que sintieron fue tan grande, que intentaron «despeñarle» (v. Luc 4:29). «Se levantaron» en el ardor de su furia, «le echaron fuera de la ciudad» con toda violencia, y le condujeron a un precipicio «a fin de despeñarle» y acabar así con Él. A pesar de la fama con que venía precedido y de la admiración que ellos mismos le habían prestado, ahora, en un arranque de furia, querían terminar con Él del modo más bárbaro.

(C) Pero no consiguieron su malvado propósito: «Pero Él pasó por medio de ellos, y se marchó por su camino» (v. Luc 4:30). Ellos le echaron de la ciudad, y Él se marchó por su camino. Hubiese querido reunir a los hijos de Nazaret, como después a los de Jerusalén, pero ellos no quisieron: «A lo que era suyo [su país, su ciudad] vino, y los suyos no le recibieron» (Jua 1:11). Pero no todos eran así pues mientras éstos le echaban fuera, los de Capernaúm trataban de retenerle para que no se marchara de ellos (v. Luc 4:42).

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