Lucas 5:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Este pasaje nos refiere el mismo episodio que hallamos más brevemente narrado en Mateo y en Marcos acerca del llamamiento de Cristo a Pedro y Andrés para hacerlos pescadores de hombres (v. Mat 4:18; Mar 1:16). Como Mateo y Marcos tenían por objetivo narrarnos allí el llamamiento de los discípulos, no refirieron esta pesca milagrosa en el orden cronológico de los sucesos como lo hace Lucas, en el que hallamos aquí un milagro que no se halla en otros libros sagrados.

I. Vemos primero cuán numerosa era la multitud que escuchaba la predicación de Cristo: «La multitud se agolpaba sobre Él para oír la palabra de Dios» (v. Luc 5:1). Aunque parecería una falta de respeto ese agolparse sobre Él, quizás hasta apretujarle, era fácilmente excusable por el interés que mostraban hacia la doctrina que predicaba. Y, si alguien considerase que esto significaba un descrédito para Aquel en quien los gobernantes y los fariseos no creían (v. Jua 7:48), sepa que, para Cristo, las almas de los que aquí le apretujaban valían tanto como las de los reyes y de los potentados, pues el objetivo que le trajo a este mundo no fue llevar grandes hijos, sino muchos hijos a la gloria (Heb 2:10). Este afán de oír la palabra de Dios es una santa codicia, como lo es el trabajo por la comida que permanece para vida eterna (Jua 6:27).

II. Qué modesto púlpito tenía Cristo para predicar: «estando Él de pie junto al lago de Genesaret» (v. Luc 5:1), al mismo nivel de la multitud, con lo que no le podían ver ni oír convenientemente. Estando apretujado, y como perdido entre la multitud, e incluso en peligro de ser empujado hacia el lago, ¿qué debía hacer? «Vio dos barcas que estaban a la orilla del lago» (v. Luc 5:2), la una que pertenecía a Simón Pedro (v. Luc 5:3), y la otra a los hijos de Zebedeo (v. Luc 5:10). Al principio, Cristo vio a Pedro y Andrés pescando a cierta distancia (según vemos en Mat 4:18); pero aguardó hasta que los pescadores, es decir, los criados, bajaron de ellas. El Señor «subió a una de las barcas, que era de Simón» (v. Luc 5:3), y le rogó que se la cediera para servirle de púlpito y «que se alejara un poco de la tierra», pues, aunque así fuese quizá más difícil oírle, era más fácil verle, ya que viéndole al ser levantado es como había de atraer a todos a sí (v. Jua 3:14-15; Jua 12:32). Ello insinúa además que Cristo tenía una voz fuerte («¡tan fuerte que hacía a los sordos oír!») «Y, sentándose, enseñaba desde la barca a las multitudes» (v. Luc 5:3).

III. Vemos a continuación la conversación que Cristo tuvo con estos pescadores. Ya habían conversado antes con Jesús, pues los cuatro que aquí vemos (no se nombra aquí a Andrés, pero lo sabemos por Mat 4:18) habían conversado con Él cuando el bautismo de Juan (Jua 1:40-41), y con Él habían estado en el primer milagro de Jesús en Caná (Jua 2:2), así como en Judea (Jua 4:3), pero hasta ahora no habían sido llamados a seguirle constantemente. Ahora son convocados a una comunión más estrecha con Jesús.

1. Cuando Cristo terminó de predicar, «le dijo a Simón: Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar» (v. Luc 5:4). No era sábado y, por consiguiente, tan pronto como acabó la conferencia que les había dado, les ordenó ponerse a trabajar en el oficio honesto que ejercían. ¡Con qué alegría deberíamos dedicarnos a nuestros quehaceres normales, después de haber tenido íntima comunión con el Señor en el monte! Es prueba de sabiduría y de amor al deber organizar nuestras devociones religiosas de forma que nos faciliten el cumplimiento de nuestros deberes seculares, y organizar el cumplimiento de nuestras ocupaciones seculares de forma que no sean impedimento a nuestras devociones espirituales.

2. Después de haber acompañado al Señor en su predicación Pedro tuvo al Señor acompañándole en su pesca. Había estado con Jesús junto a la orilla, pero ahora Cristo le había ordenado bogar mar adentro. No tenemos por qué temer entre los peligros de alta mar, más que sobre la suave arena de nuestras comodidades si somos conscientes de la presencia del Señor en nuestra vida.

3. Cristo ordenó a Pedro y a los que iban con él que echasen las redes para pescar (v. Luc 5:4), lo cual hicieron ellos en obediencia al Maestro, aun cuando habían estado bregando a lo largo de toda la noche y no habían pescado nada (v. Luc 5:5). Aquí podemos observar:

(A) Con qué melancolía le dijo Pedro lo inútiles que habían sido sus esfuerzos: «Maestro, después de bregar a lo largo de toda la noche, no hemos pescado nada». Podríamos pensar que ello les habría excusado de escuchar el sermón de Cristo, pero la verdad es que escuchar al Señor les había resultado más grato y vivificante que la más dulce siesta. Sin embargo, se lo menciona a Cristo cuando Éste les ordena que se pongan de nuevo a pescar. Algunos llamamientos son más difíciles de seguir y hasta resultan más peligrosos desde el punto de vista material, pero la providencia de Dios ha ordenado para el bien común que ningún llamamiento útil desanime a quienes han sido dotados por Dios del temple necesario para responder en obediencia. Quienes, en la administración de sus negocios o en el ejercicio de sus quehaceres, tienen suficiente éxito y compensación remuneradora, deben compadecerse de los que, después de bregar recio y fatigarse mucho, escasamente recogen para seguir subsistiendo. ¡Y qué estupendo es ver personas diligentes en su trabajo, por muy laborioso que sea su llamamiento! Cristo escogió para favoritos suyos a estos pescadores que eran buenos trabajadores. Es cierto que también los que son muy diligentes en sus ocupaciones, se encuentran muchas veces con decepciones; a veces, «no pescan nada después de tanto bregar». Pero lo nuestro es cumplir con nuestro deber, y dejar a Dios el resultado que, a larga, ha de ser a nuestro favor. En todo caso, cuando nos sintamos cansados de trabajar, sin fruto aparente, acudamos a Cristo y expongámosle el caso, pues de seguro nos ha de recibir bien.

(B) Cuán pronta fue su obediencia al mandato de Jesucristo: «Pero, puesto que tú lo pides, echaré la red» (v. Luc 5:5). Aunque habían estado bregando durante toda la noche, reemprenderían su trabajo ante el mandato de Jesús. Para cada nuevo servicio Dios nos tiene dispuesta una nueva provisión de gracia siempre suficiente. Aunque no habían pescado nada, si Jesús se lo pide, echarán la red con la esperanza de recoger, al menos, algo. No debemos abandonar nuestros esfuerzos abruptamente por el hecho de que no hayamos conseguido los buenos resultados que esperábamos. Los ministros del Evangelio han de continuar una y otra vez echando la red, aun cuando al parecer, no recojan nada, y deben agradecer a Dios el hecho mismo de sentirse con fuerzas suficientes para seguir echando la red. No es el éxito, sino el fruto lo que importa, y del fruto se encargará el amo de la labranza, si el que planta y el que riega cumplen con fidelidad su ministerio (v. 1Co 3:6-9; 1Co 4:1-2). Como Pedro, hemos de decir al Señor: «Sobre tu palabra, echaré la red» (lit.). Cuando echamos la red tras la Palabra de Dios, estamos asegurando la rapidez y la abundancia de la captura (comp. con Isa 55:10-11).

4. La captura de peces fue tan copiosa que superó todas las expectativas hasta el punto de constituir un gran milagro: «Así lo hicieron, y encerraron una gran cantidad de peces, y la red se les rompía» (v. Luc 5:6). Fue tan grande la cantidad de peces, que les faltaban manos para manejarlos y, además, necesitaron el auxilio de otra barca; y aun así, «llenaron ambas barcas, tanto que comenzaban a hundirse» (v. Luc 5:7). Con esta pesca milagrosa, Jesús mostraba ser dueño del mar, no sólo de su fiereza sino también de su riqueza, lo mismo que lo era de la tierra seca. Con ello confirmaba la doctrina que había predicado desde la barca de Pedro a las multitudes agolpadas a la orilla del lago. Quizá la multitud o parte de ella, se quedó en la orilla a la espera de ver lo que pasaba, y su fe se robustecería ante la presencia, o el relato, del milagro; de cierto, quedó confirmada la fe de los discípulos y recompensada su obediencia. También dio a los que habían de ser sus embajadores en el mundo (v. 2Co 5:20) un ejemplo del éxito de su embajada, pues, aunque por algún tiempo y en determinadas circunstancias, parezcan recoger poco a pesar de trabajar mucho, han de ser instrumentos en las manos del Señor para llevar a muchos el Evangelio de la salvación y encerrarlos en la red de la comunión eclesial. Por cierto, no puede pasar desapercibido el simbolismo de esta red que se rompía (v. Luc 5:6), al compararla con otra red que no se rompía, a pesar de estar tan llena de peces, que no la podían sacar a tierra (v. Jua 21:6-11). No hay dificultad en ver simbolizada en la red de Luc 5:1-39 a la Iglesia presente escindida en denominaciones; y en la de Jua 21:1-25, a la Iglesia escatológica, que habrá llegado a la perfecta unidad de la fe y del pleno conocimiento del Hijo de Dios, a la condición de un hombre maduro (Efe 4:13).

5. La tremenda impresión que este milagro le hizo a Pedro:

(A) «El estupor se había apoderado de él y de todos los que estaban con él ante la captura de los peces que habían pescado» (v. Luc 5:9). Lo mismo les ocurrió a Jacobo y a Juan, hijos de Zebedeo, que eran socios de Simón (v. Luc 5:10). Todos éstos quedaron más afectados porque entendieron mejor que los otros lo que había sucedido. Los que estaban acostumbrados a trabajar en este mar, nunca habían visto cosa semejante y, por ello, eran los menos inclinados a quitarle importancia al milagro, como si la abundante captura fuese una mera feliz casualidad. Y sirve de corroboración a la realidad de los milagros de Cristo el que, quienes mejor conocían las circunstancias, más se admiraban de lo sucedido. Pedro y sus socios obtuvieron un magnífico beneficio de este milagro y su gozo sirvió de ayuda a su fe. Las gracias que el Señor nos dispensa han de servir, no sólo para robustecer nuestra fe en su doctrina, sino también para estimular nuestra obediencia a sus mandatos.

(B) Simón Pedro quedó tan estupefacto, que «cayó ante las rodillas de Jesús, diciendo: ¡Apártate de mí, Señor, que soy un hombre pecador!» (v. Luc 5:8). Se tuvo a sí mismo por indigno de albergar a Jesús en su barca. Pedro habló en esta ocasión el lenguaje de la humildad y de la abnegación, y no tenía el más lejano parecido dialectal con el lenguaje de los demonios, cuando decían éstos: «¿Qué tenemos que ver contigo, Jesús nazareno?» (Luc 4:34). El reconocimiento de Pedro estaba muy puesto en razón, y todos deberíamos imitarle: Señor, soy hombre pecador. Incluso los mejores hombres son pecadores y deberían reconocerlo en todo momento, especialmente ante el Señor Jesús. De la expresión de Pedro se infiere lo que merecemos, no lo que Dios nos ha concedido con su gracia soberana, pues por ella podemos decir: «Ven a mí, Señor, o concédeme ir a ti; si no, estoy perdido». Pero bien podemos excusar a Pedro por sus palabras, ya que habló así llevado de un profundo sentido de su propia indignidad y vileza. Aquellos a quienes Cristo destina para que tengan la más íntima comunión con Él, son también los mismos a quienes hace tomar conciencia de que deberían estar a la más lejana distancia de Él. También nosotros, como pecadores que somos, debemos reconocer que Cristo podría justamente estar lejos de nosotros; pero, al mismo tiempo, debemos caer de rodillas ante Él, como Pedro, y decirle: Señor, no te apartes de mí.

6. Cristo se sirvió de esta oportunidad para declarar a Pedro (v. Luc 5:10), y luego a Jacobo y a Juan (v. Mat 4:21), su propósito de hacerles apóstoles. Vino a decirle a Simón: «Verás y harás mayores cosas que éstas (v. Jua 14:12): deja de temer; desde ahora serás pescador de hombres; eso será un milagro más asombroso, e infinitamente más provechoso, que este».

7. Finalmente, se nos refiere el abandono del oficio por parte de estos pescadores, a fin de seguir a Cristo constantemente: «Y después de bajar las barcas a tierra, lo dejaron todo y le siguieron» (v. Luc 5:11). Es de observar que lo dejaron todo para seguir a Cristo, precisamente cuando el negocio de la pesca había alcanzado su punto más alto de prosperidad. Cuando aumentan las riquezas, y hay peligro de poner el corazón en ellas, el dejarlas para seguir al Señor es una gracia extraordinaria del mismo Señor.

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