Lucas 6:27 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Estos versículos son similares a los de Mat 5:38-48. Nótese cómo comienza esta porción en Lucas: «Pero a vosotros los que oís os digo» (v. Luc 6:27), con lo cual no se indica que Jesús se dirija ahora a un grupo distinto, o más amplio, de oyentes, sino que pone de relieve el carácter normativo universal de la enseñanza fundamental que va a pronunciar a continuación. Ahora bien, las lecciones que en esta porción nos enseña el divino Maestro son las siguientes:

I. Que debemos comportarnos con los demás de un modo justo y honesto: «Como queréis que hagan los hombres con vosotros así también haced vosotros con ellos» (v. Luc 6:31). Esta es la llamada «Regla de Oro», que también vemos expuesta en Mat 7:12. Esta «regla», para ser aplicada correctamente, presupone un juicio también correcto con respecto a lo que nosotros queremos que los demás nos hagan. Podemos decir que es una ampliación del mandamiento de amar al prójimo como a sí mismo (Lev 19:18), y ha de interpretarse de la misma manera; por donde se ve que uno no puede amar correctamente al prójimo si no se ama correctamente a sí mismo (comp. con Luc 9:24-25). Esto es lo que queremos expresar cuando decimos: «Póngase usted en mi lugar». Mientras no nos esforcemos por ver los problemas ajenos desde el punto de vista del otro, no del nuestro, no habrá modo de que podamos comprenderlos de alguna manera e intentar remediarlos como querríamos que hicieran con nosotros.

II. Que debemos ser generosos en dar a los necesitados (v. Luc 6:30): «A todo el que te pida, dale». Hay muchas cosas superfluas con cuyo precio se podrían aliviar cómodamente todas las necesidades. Cristo quiere que sus discípulos estén prestos a compartir y repartir según sus fuerzas y, en casos extraordinarios, «aun más allá de sus posibilidades» (2Co 8:3).

III. Que debemos ser también generosos en perdonar a quienes, de alguna manera, nos han perjudicado. En concreto:

1. No debemos ser cicateros en demandar nuestros derechos: «Y al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames» (v. Luc 6:30). Esto tiene especial aplicación cuando el prójimo, por la razón que sea, es insolvente. No nos tomemos la justicia por nuestra mano, agarrándolo por el cuello (v. Mat 18:28). Más aún, no hemos de luchar para impedir por la fuerza el que el prójimo nos deje a veces en una situación de desventaja: «Y al que te quite el manto, no le impidas que se lleve también la túnica» (v. Luc 6:29).

2. No debemos ser rigurosos en vengarnos de una injuria personal que se nos haya inferido: «Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra» (v. Luc 6:29). Antes que contestar con un golpe similar, hemos de estar dispuestos a recibir otro golpe. Para ver hasta qué punto puede ser falsa una interpretación excesivamente literal de este precepto, basta con leer Jua 18:22-23, donde Jesús, con su modo de comportarse, nos da un comentario práctico de lo mismo que aquí manda a los suyos.

3. No debemos devolver mal por mal sino hacer siempre el bien (v. en Rom 12:17-21 un buen comentario de este precepto). Así que:

(A) Hemos de amar incluso a los enemigos y hacerles el bien, como hace nuestro Padre Celestial (vv. Luc 6:35-36). La conclusión general: «Sed, pues, misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso», es el mejor comentario del versículo paralelo en Mat 5:48 «Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto», versículo que tantas veces se interpreta mal por falta de atención al contexto anterior. Nótese que, si la gloria de Dios consiste en ser «tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad» (Éxo 34:6; Núm 14:18; Sal 86:15; Sal 103:8), no hay mejor semejanza a Dios en los rasgos fisionómicos espirituales de sus hijos que ser también misericordiosos como Él. Por eso, dice el apóstol: «Y sobre todas estas cosas, vestíos de amor, que es el vínculo de la perfección» (Col 3:14); es decir, el ligamento perfecto de la unidad (comp. con Efe 4:3).

(B) Hemos de bendecir a los que nos maldicen, y orar por los que nos maltratan (v. Luc 6:28). El mejor modo de acabar con un enemigo es tratar de convertirlo en amigo. Si no podemos hacerlo con razones, esforcémonos en conseguirlo mediante oraciones. Interceder por un enemigo ante el trono de la gracia es el remedio más eficaz para desarraigar de nuestro corazón la amargura que nos ha producido la enemistad ajena. ¿Qué clase de favor (qué hay de sobrenatural) es amar sólo a los que nos aman, y prestar a los que nos van a abonar lo prestado? Eso lo suele hacer también el hombre animal de 1Co 2:14. Los hijos de Dios, guiados por el Espíritu Santo, han de distinguirse en hacer el bien a todos (vv. Luc 6:32-35 comp. con Gál 6:10), de la misma manera que «es bueno Jehová para con todos» (Sal 145:9). Cuando vemos la misericordia que Dios ha tenido de nosotros, miserables pecadores, ¿cómo no hemos de ser también misericordiosos con quienes no nos han ofendido tanto como nosotros al Dios tres veces santo?

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