Lucas 7:36 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

Estudio Bíblico | Explicación de Lucas 7:36 | Comentario Bíblico Online

Cuándo y dónde sucedió la anécdota que aquí se nos refiere, no lo sabemos, pero, como dice Bliss, «pertenece, cronológicamente, a un período cuando la actitud de los fariseos no había llegado todavía a ser flagrantemente hostil al Señor, como para impedir cualquier intercambio amistoso entre ellos». Añadamos de entrada que, a pesar de las referencias que suelen hallarse en las versiones de nuestras Biblias (al pie, al margen o al centro de la página), esta mujer, de la que nada más sabemos, nada tiene que ver con la hermana de Lázaro, ni el episodio es el mismo de Jua 12:1. Como dice Bliss: «Aun cuando el nombre del anfitrión mencionado aquí era el mismo que el del propietario de la casa mencionada en Jua 12:1, donde también una mujer lo ungió durante el curso de una comida, todavía las circunstancias de los dos hombres (uno un fariseo el otro un leproso), y el carácter y las relaciones de las dos mujeres (una, hermana de Lázaro, la otra una pecadora ) nos prohíben pensar que los dos relatos se refieran a la misma ocasión». Veamos ahora:

I. La invitación que un fariseo hizo a Cristo: «Uno de los fariseos le pedía que comiera con él» (v. Luc 7:36). El tiempo imperfecto parece indicar que le invitó repetidamente, aun cuando la evidencia no es conclusiva a favor de ello. Por lo que se ve, este fariseo no creía en Cristo, pues no le reconocía como profeta (v. Luc 7:39), sin embargo, el Señor aceptó su invitación: «Y entrando en la casa del fariseo, se sentó a la mesa». Quienes tienen la sabiduría y la gracia suficientes para instruir y redargüir a los que tienen prejuicios contra Cristo, bien pueden aventurarse a entrar en compañía con ellos. Pero quienes no se sientan competentes para presentar defensa ante quien demande razón de nuestra esperanza (1Pe 3:15), mejor es que se abstengan y procuren prepararse para lo futuro. Mal podemos evangelizar a otros si no estamos bien preparados nosotros mismos en la Palabra de Dios y en la mansedumbre y el amor que son fruto del Espíritu Santo.

II. Las grandes muestras de amor y de respeto que una pobre pecadora ofreció al Señor. Era «una mujer pecadora pública que había en la ciudad» (v. Luc 7:37). El texto no da pie para pensar que fuese una vulgar prostituta, sino simplemente que sus pecados (o pecado) eran notorios en la ciudad. Tampoco se dice que continuara pecando ahora, más bien se implica lo contrario en sus muestras de sincero arrepentimiento. Esta mujer, «enterada de que Él estaba a la mesa en la casa del fariseo», vino a expresarle su reconocimiento de la única forma que podía: regando los pies de Jesús con sus lágrimas y ungiéndolos con un perfume que a este propósito había traído. Nótese que no se colocó frente al Maestro, sino que se colocó detrás, junto a sus pies (v. Luc 7:38). Ahora bien, en lo que esta mujer hizo podemos observar:

1. Su profunda humillación y arrepentimiento por el pecado. Se colocó detrás de Jesús y se echó a llorar; aquellos ojos que habían sido las puertas de entrada y salida del pecado, se convierten ahora en fuentes de lágrimas; su rostro, que quizás había estado antes cubierto de cosméticos, estaba ahora contraído por el llanto y surcado por las lágrimas; su cabello, que antes habría peinado y adornado con esmero para atraer al pecado, sirve ahora de toalla para los pies de Cristo, los cuales acababa de regar con sus lágrimas. Tenemos razón sobrada para pensar que ya antes había derramado lágrimas de arrepentimiento por sus pecados, pero ahora que tenía la oportunidad de venir a la presencia de Cristo, se renovaba su pesadumbre por el pecado.

2. Su profundo afecto al Señor Jesús. Esto es lo que más puso de relieve el Señor en sus palabras: que había amado mucho (vv. Luc 7:42, Luc 7:47). Sus lágrimas de arrepentimiento eran también lágrimas de gozo, por tener la oportunidad de regar con ellas los pies de su Salvador; «y besaba afectuosamente sus pies»; los besaba con afecto y en señal de adoración. Todos los pecadores verdaderamente arrepentidos muestran un tierno amor al Señor Jesús. ¿Cómo no sentir un amor grande a un Dios encarnado, tan ofendido por nosotros y tan perdonador de nuestros pecados? Es cierto que se puede estar sinceramente arrepentido sin derramar lágrimas; las emociones son diferentes según las diversas características temperamentales, pero los sentimientos son una facultad del espíritu humano y, por tanto, no pueden faltar en una persona genuinamente convertida.

III. La ofensa que el fariseo recibió ante la actitud que Cristo adoptó con esta mujer: «Dijo para sí: Éste, si fuera profeta conocería quién y qué clase de mujer es la que le está tocando, que es una pecadora» (v. Luc 7:39); como si dijese: «Si fuera profeta, tendría suficiente conocimiento para percatarse de que esta mujer es pecadora, y santidad suficiente para no permitir que se arrimara a El y le tocase». Por aquí se ve hasta qué punto las personas orgullosas y que se tienen a sí mismas por santas (comp. con Isa 65:5) son inclinadas a juzgar a otros y a formar juicios temerarios sobre los motivos y las acciones de los demás. Es cierto que Cristo era profeta, el gran profeta que había de venir (Deu 18:18-19; Jua 1:21) y, por eso mismo, conocía el corazón de esta mujer, que estaba arrepentida; en cambio, el fariseo veía lo que esta mujer había sido y lo que aún era a los ojos de la gente, pero no veía el cambio que se había operado en el corazón de ella; por eso, juzgaba mal, tanto a Jesús como a la mujer.

IV. Defensa que Cristo hace de la mujer en lo que ésta había hecho con respecto a Él, y de Sí mismo en la actitud que había adoptado con respecto a ella. Cristo conocía lo que el fariseo había pensado en su interior (con lo cual demostraba ser un gran profeta), y así respondió a los pensamientos de él: «Simón tengo algo que decirte» (v. Luc 7:40). Simón no sospecha lo que Jesús le va a decir y responde complaciente: «Dilo, Maestro». Entonces el razonamiento de Jesús con Simón sigue el curso siguiente: «Es cierto que esta mujer ha sido una pecadora, lo sé muy bien; pero es una pecadora perdonada, lo cual supone que es una pecadora arrepentida. Lo que ella acaba de hacer es una expresión del gran amor que tiene a su Salvador. Si ella ha sido perdonada, al haber sido una gran pecadora, puede esperarse con razón que ame a su Salvador más que otras personas, y si esto que hace es el fruto de su amor y fluye del sentimiento de gratitud por el perdón de sus pecados, está puesto también en razón el que yo lo acepte, y no está bien el que tú lo tomes a mal».

1. Por medio de una parábola, Jesús fuerza a Simón a reconocer que cuanto más pecadora ha sido esta mujer, tanto más amor es natural que muestre a Jesús por el perdón de sus pecados (vv. Luc 7:41-43). Un hombre tenía dos deudores, ambos insolventes pero uno de ellos le debía diez veces más que el otro. El acreedor les perdonó a ambos la deuda y no los llevó a los tribunales. Ambos estaban ahora reconocidos al gran favor que habían recibido pero «¿cuál de ellos le amará más?» (v. Luc 7:42). «Simón respondió y dijo: Supongo que aquel a quien perdonó más» (v. Luc 7:43). Por aquí vemos la obligación del deudor con respecto a su acreedor:

(A) El deudor, si tenía algo con que pagar, tenía la obligación de dar una satisfacción al acreedor.

(B) Si Dios en su providencia ha permitido que el deudor sea incapaz de pagar su deuda, el acreedor no debe ser severo con él, sino perdonarle la deuda.

(C) El deudor que ha encontrado un acreedor misericordioso debe estarle agradecido y mostrarle su afecto. Hay deudores insolventes que, en lugar de estar agradecidos a sus acreedores, les son ingratos y hasta les odian, porque no tienen la humildad suficiente para reconocer que, en un caso de extrema necesidad, fue menester que el acreedor les perdonara, lo cual les parece ahora humillante. Con cierto sarcasmo decía un hombre rico al morir: «No tengo enemigos, porque no he hecho ningún favor». Pero la parábola tiende a presentar la condición del ser humano pecador en deuda con el Señor; y así podemos aprender aquí: (a) que el pecado es una deuda, y que los pecadores somos deudores al Dios Omnipotente. Como criaturas, tenemos la deuda de la obediencia pues dependemos del Creador en todo, esta deuda no la hemos pagado; más aún, hemos malgastado los bienes de nuestro Amo, haciéndonos así doblemente deudores; (b) que unos le deben a Dios más que otros, por razón de sus pecados que son más graves y más numerosos que los de otros: «el uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta» (v. Luc 7:41). El fariseo se tenía por menos deudor pero era deudor, al fin y al cabo; más de lo que él se pensaba. Esta mujer era pecadora pública; estaba, pues, más endeudada que él; (c) que, sea mayor o menor la deuda siempre es mayor de lo que podemos pagar: «No teniendo ellos con qué pagarle» (v. Luc 7:42), no había modo de satisfacer la deuda contraída. No hay en nosotros posibilidad de pagar con el arrepentimiento por lo pasado, ni con una justicia presente (v. Isa 64:6), ni con una promesa de obediencia para el futuro, pues estamos atados en la esclavitud del pecado y muertos en él (Efe 2:1); (d) que el Dios de los cielos está presto a perdonarnos, a perdonarnos del todo y para siempre, hasta el punto de olvidar nuestros pecados, echarlos a sus espaldas y sepultarlos en el fondo del océano. Si creemos y nos arrepentimos, Dios ya no cargará sobre nuestros hombros nuestras iniquidades pues las cargó todas sobre los hombros de su Divino Hijo e inocente Salvador nuestro (Isa 53:5-6). De esta manera, Dios ha mostrado su glorioso carácter: «fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad» (Éxo 34:6); (e) que aquellos cuyos pecados han sido perdonados, están obligados a amar a quien les perdonó; y tanto más tienen que amarle, cuanto más les haya perdonado. Cuanto más grandes pecadores hayan sido antes de su conversión tanto mayores santos deben ser después. Cuando un Saulo rabiosamente perseguidor (v. Hch 9:1) se convirtió en un Pablo ardorosamente predicador, «trabajó más que todos ellos» (1Co 15:10).

2. A continuación, Jesús aplica la parábola a la forma tan diversa como Simón y la pecadora se habían comportado con Él. Cristo viene a decirle a Simón que también a él le perdona aunque tenga que perdonarle menos, pues es cierto que algún afecto le había mostrado al invitarle a comer con él, pero eso era mucho menos que lo que esta mujer le había mostrado. Fíjate viene a decirle Cristo , a ella se le ha perdonado más (v. Luc 7:47) y, por eso, ella había de mostrar más amor que tú, y así lo ha hecho: «¿Ves esta mujer?» (v. Luc 7:44). «Considera cuánto mayor que el tuyo ha sido el afecto que me ha mostrado; ¿deberé, pues, aceptar tu obsequio y rechazar el suyo? Tú no me diste agua para los pies; pero ésta ha regado mis pies con sus lágrimas y los ha enjugado con sus cabellos; No me diste el beso normal de cortesía a un invitado; pero ésta, desde que entré, no ha dejado de besarme los pies afectuosamente (v. Luc 7:45); No ungiste mi cabeza con aceite común, como es costumbre en estas ocasiones; pero ésta ha ungido con perfume mis pies (v. Luc 7:46)». La razón por la que algunas personas censuran a los buenos cristianos por el trabajo que se toman y el dinero que emplean en el servicio del Señor, es porque ellos mismos no están dispuestos a llegar a ese nivel de dedicación, sino que se han propuesto descansar en una religión fácil y barata.

3. Finalmente, Jesús silencia las cavilaciones del fariseo y los temores de la mujer:

(A) A las cavilaciones del fariseo, Jesús responde: «En atención a lo cual, te digo, Simón: Quedan perdonados sus pecados, que son muchos» (v. Luc 7:41). Cristo reconoce que la mujer ha sido culpable de muchos pecados; pero le quedan perdonados; «por eso muestra mucho amor» (lit. «puesto que amó mucho»). Está claro que el amor de la mujer no fue la causa, sino el efecto, del perdón. «Nosotros le amamos a Él [Dios], porque Él nos amó primero» (1Jn 4:19), y efecto de su amor fue el perdón que nos otorgó (Efe 2:4-7). «Pero aquel a quien se le perdona poco, como a ti, ama poco, como tú». En lugar de tener envidia a los grandes pecadores por la merced que el Señor les ha concedido, deberíamos sentirnos avivados con el ejemplo de ellos para examinarnos a nosotros mismos con todo esmero, a fin de estar seguros de que hemos sido perdonados, lo cual se mostrará en el amor que tengamos al Señor.

(B) A los temores de la mujer, Cristo responde: «Quedan perdonados tus pecados» (v. Luc 7:48). Así se marchó con estas consoladoras palabras de Jesús, que habrían de ser una eficaz prevención para no regresar a una vida de pecado. Y, aun cuando los que estaban sentados a la mesa se ofendiesen por el poder que Cristo se atribuía de perdonar pecados y declarar absueltos a los pecadores, Él se sostuvo firme en su palabra y mostró cuánto se deleita en perdonar, pues el perdón lleva la paz a las conciencias: «Pero Él dijo a la mujer: Tu fe te ha salvado, vete en paz» (v. Luc 7:50). Vemos, pues, que todas estas expresiones de pesar por el pecado y de amor a Cristo, eran producto de la fe (v. Gál 5:6). Así como, entre todas las gracias, la fe es la que más honra a Dios, así también Cristo otorga mayor honor a la fe que a todas las demás gracias.

Lucas 7:36 explicación
Lucas 7:36 reflexión para meditar
Lucas 7:36 resumen corto para entender
Lucas 7:36 explicación teológica para estudiar
Lucas 7:36 resumen para niños
Lucas 7:36 interpretación bíblica del texto

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí