Lucas 9:28 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Ahora tenemos la narración de la transfiguración de Cristo, la cual estaba destinada a ser como un anticipo de aquella gloria, de la que anteriormente había hablado el Señor. También Mateo y Marcos mencionan el episodio.

I. Lucas dice que esto «aconteció como ocho días después», mientras que los otros evangelistas dicen que fue «seis días después». En ello no hay ninguna contradicción, sino que Lucas, al contrario que Mateo y Marcos, cuenta también el día entrante y el saliente, además de los seis días que mediaron.

II. Lucas añade también y explica otras circunstancias del hecho:

1. Nos dice que este honor le fue conferido a Jesús «entretanto que oraba» (v. Luc 9:29). Cuanto más se humillaba Cristo para orar, más glorificado era por el Padre. Cristo mismo en cuanto hombre tenía que obtener gracia y poder por medio de la oración; de esta manera, honraba sobremanera la gracia de la oración y nos exhortaba con el ejemplo al deber de la oración; en verdad, la oración es algo que nos transfigura y nos transforma, pues por ella obtenemos la sabiduría, la gracia y el gozo que hacen que resplandezca el rostro (v. 2Co 3:18; 2Co 4:4).

2. Lucas no usa el término que en Mateo y Marcos significa «transfiguración» (lit. transformación, comp. con Rom 12:2). La diferencia en castellano entre «transfiguración» y «transformación» está en que la primera indica algo que viene de dentro y se manifiesta afuera (de ahí que cuadre mejor al episodio que comentamos), mientras que la segunda indica la acción de algo exterior que se introduce a fin de cambiar el interior, lo cual cuadra mejor al caso de los creyentes (pues no son ellos los que, por sus propias fuerzas, se transforman, sino en virtud del Espíritu Santo que obra en ellos); por eso, el verbo de Rom 12:2 está en voz pasiva. En Lucas se nos dice que «la apariencia de su rostro se hizo otra, y su vestido blanco y resplandeciente» (v. Luc 9:29). El original dice «blanco fulgurante», y es ésta la única vez que dicha palabra ocurre en todo el Nuevo Testamento. Así que parecía como si toda Su persona apareciese vestida de luz refulgente.

3. En Mateo y Marcos, se nos dice que «se les aparecieron Moisés y Elías, hablando con Él. Pero en Lucas se añade que «aparecieron rodeados de gloria» (v. Luc 9:31) o, literalmente, «siendo vistos en gloria», «como convenía, dice Bliss , a personas que debían tener comunión con el Salvador glorificado, y como indicativo de la felicidad eterna, en el estado celestial, de los que fielmente habían servido a Dios en la tierra».

4. Se nos dice aquí que el asunto del que Moisés y Elías hablaban con el Señor era «su partida [lit. éxodo = salida], que iba Jesús a cumplir en Jerusalén» (v. Luc 9:31). Esta partida incluía, no sólo la muerte, sino también la resurrección y ascensión a los cielos (comp. con Jua 13:3; Jua 16:28). Vemos, pues: (A) Que la muerte de Cristo se llama aquí Su salida o éxodo. La muerte de los santos es como su salida de la esclavitud del Egipto que es este mundo, pues es casa de esclavitud. (B) Esta salida tenía que cumplirse, pues así estaba fijada en los propósitos de Dios (v. Hch 2:23) y no podía ser alterada. (C) Tenía que cumplirse en Jerusalén, porque, como el mismo Señor diría más tarde, «no es posible que un profeta muera fuera de Jerusalén» (Luc 13:33). (D) Moisés y Elías hablaban con Jesús de esto, para insinuar que los sufrimientos de Cristo y Su entrada, mediante ellos, en la gloria estaban profetizados en Moisés y en los profetas (v. Luc 24:26-27). (E) Incluso en medio de Su transfiguración, estaba el Señor dispuesto a conversar sobre Sus padecimientos y Su muerte. En medio de nuestros momentos más gloriosos aquí en la tierra, recordemos que «no tenemos aquí ciudad permanente» (Heb 13:14).

5. Lucas refiere también un nuevo detalle: «Pedro y los que estaban con él habían estado rendidos de sueño» (v. Luc 9:32). Esta circunstancia, además de ser una extraña coincidencia con lo que les pasó después en Getsemaní, se detalla aquí con el propósito de dar a entender que, cuando tuvieron la visión, estaban completamente despiertos, como dice el contexto posterior. Hay quienes opinan que este sueño fue tan culpable como el de Getsemaní, pues no fueron capaces de acompañar al Señor por más tiempo en oración, pero ha de tenerse en cuenta también que la visión tuvo lugar de noche (v. Luc 9:37) y es natural que entonces estuviesen rendidos (lit. cargados, abrumados) de sueño. Vemos, pues, que estaban cargados de sueño, lo mismo en la gloria que en la agonía del Señor, cuando podríamos pensar que ninguna cosa debería haberles afectado tanto como las glorias y las agonías del Maestro, pero ni lo uno ni lo otro pudo hacer que se mantuvieran en vela. ¡Qué necesidad tenemos de orar para que el Señor nos conceda una gracia que nos despierte, no sólo a fin de estar vivos, sino también velando! Que estaban después bien despiertos, cuando tuvieron la visión, no sólo nos muestra la realidad del hecho, sino la impresión que les causó, de forma que pudieran comunicar con todo detalle lo que allí sucedió y recordarlo vivamente durante toda la vida como lo hace Pedro no mucho antes de su muerte (v. 2Pe 1:18).

6. Lucas puntualiza que, cuando ya estaban Moisés y Elías apartándose de Jesús, «Pedro dijo a Jesús: Maestro, bueno es que nos estemos aquí, y hagamos tres tiendas» (v. Luc 9:33). Ocurre muchas veces que no nos damos cuenta de los favores que recibimos de Dios hasta que los hemos perdido; o solamente suspiramos por su continuación cuando están a punto de desaparecer. Lucas dice que Pedro «no sabía lo que decía», con lo que da a entender que Pedro hablaba neciamente. Dice Lenski: «La tontería consistía en que los hombres que se hallaban en el estado glorificado pudieran permanecer aquí sobre la tierra carente de gloria y que tuvieran necesidad de refugio para pasar la noche, tal como lo necesitan los hombres».

7. Se añade aquí respecto a la nube que los cubría «que tuvieron temor al entrar en la nube» (v. Luc 9:34). La nube, símbolo de la presencia de Dios, no era oscura, sino luminosa, en señal de acogida, pero aun así infundía temor a los discípulos, como a Isaías en la visión del templo (Isa 6:1.). Pero nadie tiene por qué temer entrar en la nube, si está Jesús en ella, porque Él hará que pasemos por ella sin sufrir daño alguno.

8. Sobre la voz que vino del cielo, Marcos y Lucas no nos dan tantos detalles como Mateo: «Éste es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia, a Él oíd» (Mat 17:5). Marcos y Lucas suprimen la cláusula intermedia (Mar 9:7; Luc 9:35); en cambio, Pedro omite la última frase (2Pe 1:17).

9. Finalmente, se nos dice aquí que los Apóstoles «por aquellos días no dijeron nada a nadie de lo que habían visto» (v. Luc 9:36). Por Mat 17:9, sabemos que el propio Jesús les había mandado que a nadie dijesen nada de esta maravillosa revelación, hasta que Él hubiese resucitado de entre los muertos. La razón ha sido ya expuesta repetidamente.

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