Marcos 1:29 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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En estos versículos tenemos:

I. El relato de otro milagro que Cristo obró, al curar a la suegra de Pedro.

1. Después que Cristo obró el milagro a causa del cual se extendió Su fama por toda aquella región, no cesó de obrar, como hacen los que siguen el conocido refrán: «Cobra buena fama y échate a dormir», sino que continuó haciendo el bien (Hch 10:38). Quienes han obtenido ya buena reputación, necesitan mantenerse ocupados para que no decaiga su buen nombre.

2. «Inmediatamente después de salir de la sinagoga» (v. Mar 1:29), donde había enseñado y obrado el milagro con su divina autoridad, se vino a conversar familiarmente con los pobres pescadores que le acompañaban. Entró en casa de Pedro y Andrés, probablemente invitado para tener algún refrigerio, aunque fuese el que un pobre pescador podía ofrecer al Señor del Universo, y Él lo aceptó.

3. Además, sanó a la suegra de Pedro que estaba acostada con fiebre (v. Mar 1:30). Dondequiera que Cristo entra, viene para hacer el bien, y de seguro recompensa con buena moneda cualquier obsequio que se le hace. La misma mano que curó a la mujer, la levantó también para darle fuerza, de forma que pudo servirles. Para eso somos sanados por el Señor: a fin de capacitarnos para la obra.

II. Luego viene una relación general de las muchas curas que obró: todos los enfermos y endemoniados que le traían (vv. Mar 1:32-34). Esto era «cuando se puso el sol», es decir, pasado ya el sábado. Quizá muchos habían tenido escrúpulo de traerle sus enfermos mientras era todavía sábado.

1. Vemos primero cuán numerosos eran los pacientes: «Toda la ciudad estaba agolpada a la puerta» (v. Mar 1:33), como mendigos que vienen a pedir una limosna. Aquella sola curación que había obrado en la sinagoga fue la que ocasionó este agolpamiento en torno suyo. El ver a otros caminar rápidamente con Cristo en la vida espiritual debería despertar nuestro deseo de conocerle mejor. La gente acudió al Señor en una casa particular, lo mismo que lo habían hecho en la sinagoga. Dondequiera que Jesús entra, también sus siervos y sus pacientes han de entrar.

2. Vemos después cuán poderoso era el médico; curó a cuantos le presentaron, aunque eran muchos (v. Mar 1:34). Y no era sólo una enfermedad particular la que Él se puso a curar, sino que curaba a los que estaban enfermos de diversas enfermedades. Cristo es un especialista, no sólo en «Medicina General», sino en cada una de las dolencias particulares. Y el milagro que había obrado en la sinagoga, lo repitió aquella noche en la casa, pues allí expulsó muchos demonios y no dejaba hablar a los demonios, porque sabían quién era. Lucas dice que los demonios gritaban: «¡Tú eres el Hijo de Dios!» (Luc 4:41). Cristo no les dejaba hablar porque, si les hubiera dejado, habrían declarado a gritos la Deidad y la Mesianidad de Cristo, cuando el pueblo no estaba en disposición de recibir esta enseñanza (v. Jua 6:14-15).

III. Se retiró después a orar (v. Mar 1:35), y se fue solo, dándonos ejemplo de lo que Él mismo enseñó en el Sermón del monte (Mat 6:6). Aunque como a Dios, hay que orarle a Él, en cuanto hombre, Él tenía que orar a Dios. Siempre encontró tiempo para tener comunión con el Padre, orando a solas.

1. Veamos primero el tiempo en que Cristo oró: (A) Fue de madrugada, cuando estaba aún muy oscuro (v. Mar 1:35); era la madrugada del domingo. Hemos de acercarnos al trono de la gracia todos los días de la semana. Aquella mañana era la del primer día de la semana, que después Él mismo santificó y lo hizo memorable mediante otro modo de levantarse temprano en Su Resurrección. (B) Era muy temprano, ya que estaba aún muy oscuro. Mientras los demás dormían en el lecho, Él oraba en su retiro. Cuando nuestro espíritu está más fresco y despierto, es cuando debemos tomarnos tiempo para la oración, antes de que las ocupaciones del día nos lo estorben con la distracción que acarrean.

2. Veamos después el lugar donde oró: «Se fue a un lugar solitario». La oración privada ha de hacerse en privado. Quienes están más ocupados en público, y con mayor razón cuanto más elevada es la ocupación, deben pasar más tiempo a solas con Dios.

IV. Su retorno al ministerio público. Los discípulos se imaginarían que estaban buscándolo muy temprano, pero se encontraron con que Él había salido antes que ellos; «salieron en busca suya» (v. Mar 1:36) y le hallaron orando. Seguramente se supondría dónde estaba (v. Jua 18:2). Le dijeron cómo le echaba la gente en falta: «Todos te buscan» (v. Mar 1:37). Estarían orgullosos de que su Maestro se había hecho ya tan popular, y querrían que volviese a aparecer en público; y especialmente en aquella ciudad, porque era la ciudad de ellos. Pero Cristo les dijo: «¡No!», «Vámonos a otro lugar, a los pueblos vecinos, para que predique también allí; porque para eso he salido» (v. Mar 1:38); es decir, para eso había descendido del Cielo a la tierra: para hacer el bien por todas partes. Lucas lo aclara, al decir: «Porque para esto he sido enviado» (Luc 4:43 comp. con el «Salí del Padre», en Jua 16:28). Así que, «salió a recorrer toda la Galilea, predicando en las sinagogas de ellos» y, para ilustrar y confirmar Su doctrina, también «expulsaba los demonios» (v. Mar 1:39).

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