Marcos 13:28 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Aplicación práctica de este mensaje profético.

I. En cuanto a las señales indicadoras de la Venida del Señor la alegoría de la higuera nos da a entender que, así como los tiernos brotes de la higuera nos anuncian la proximidad del verano así también las señales indicadas por Cristo serán el preludio de la «consumación del siglo». Si recordamos, por Mar 11:12-14, que la higuera era símbolo de la nación de Israel, podremos entrever que los brotes nuevos de la higuera son el anuncio de una vida renovada en la nación judía, como lo estamos viendo en nuestros días. Más aún, en la perspectiva de Eze 37:1-28, podemos decir que el valle de huesos secos se ha convertido en el valle de huesos recubiertos de tendones, carne y piel (Eze 37:8), pero les falta el espíritu, para que «de los cuatro vientos» sople sobre ellos el Espíritu Santo (Eze 36:26-27; Eze 37:9-10) y se conviertan al Señor, pues los judíos que habitan actualmente la nación de Israel, no sólo son inconversos en su casi totalidad, sino que, en gran mayoría, son agnósticos o ateos (aun los que se saben de memoria la Biblia). En cuanto a la «generación» del versículo Mar 13:30, repetimos lo dicho en otros lugares: Con toda probabilidad, se refiere a la raza judía, la cual, por un milagro de la divina providencia, había de ser conservada hasta la consumación del siglo, a pesar de todas las persecuciones habidas y por haber. Y Jesús confirma esta verdad con la frase: «El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán» (v. Mar 13:31).

II. En cuanto al tiempo en que esto ha de suceder, no se pueden hacer predicciones, y todo el que se aventura a poner fechas, no sólo comete una imprudencia, sino que va directamente contra las palabras de Jesús: «Nadie sabe, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre» (v. Mar 13:32). Esta frase puede compararse con Mat 11:27; Hch 1:6-7. Hay dos interpretaciones ortodoxas a esta frase tan chocante («¡NI EL HIJO!»), y otras dos heterodoxas. Las interpretaciones heterodoxas son: (a) «el Hijo no es igual al Padre y, por eso, no posee la omnisciencia del Padre»; es la herejía arriana, que ningún evangélico sostiene; (b) «el Hijo limitó Sus atributos divinos al tomar la naturaleza humana; entre ellos, la omnisciencia». Esta herejía, claramente «monofisita», es sostenida (por ignorancia o por tradición) por bastantes comentaristas, entre los que se hallan los editores de la edición castellana del Marcos de Broadus (p. 135. Nota de los editores). Las interpretaciones ortodoxas son: (a ) «ni el Hijo, en cuanto hombre», ya que Luc 2:52 nos presenta a Jesús «progresando en sabiduría …» y muchos lugares de los Evangelios nos muestran claramente que la mente humana de Jesús no lo sabía todo; por eso, preguntaba y se admiraba (¡no estaba haciendo comedia!). Esta es la opinión más corriente (la de M. Henry y la del propio Broadus, entre otros); pero tiene dos graves inconvenientes: 1) el texto no cualifica (no dice «el Hijo del Hombre» o «Jesús»); 2) según las reglas correctas de locución que impone la unión hipostática (una sola persona en dos naturalezas), una frase negativa no puede aplicarse a Cristo, si es cierta en una de las dos naturalezas, como es el caso aquí; queda, pues, (b ) la interpretación más probable: «ni el Hijo, en cuanto Revelador del Padre». Ésta es la exégesis que soluciona todas las dificultades. Dice Trenchard: «En vista de todo lo dicho, comprendemos que la frase ni el Hijo no pertenece a la esencia de la Deidad del Hijo, como Segunda Persona en la Santísima Trinidad, sino que señala una situación relacionada con su misión especial de Revelador». Ya, en su tiempo, dijo Agustín de Hipona: «Se dice en los Evangelios que ni el Hijo sabe la hora que el Padre se reserva, no porque absolutamente la ignore, sino que no la sabe para comunicarla a los hombres».

III. En cuanto a nuestro deber, ante esta predicción del Señor: «Estad atentos, velad y orad» (v. Mar 13:33). Hemos de estar atentos a que nada nos indisponga para la Venida del Señor (por ej. 1Ts 5:23; Tit 2:12-13; 2Pe 3:14); hemos de velar para que Su Venida nunca nos tome por sorpresa; y hemos de orar para obtener la gracia que nos prepare una amplia entrada en el reino (2Pe 1:11) y no nos sintamos avergonzados en Su presencia (1Jn 2:28). Al no saber el tiempo señalado, debemos estar preparados en todo tiempo para recibir dignamente a Quien puede venir en cualquier tiempo. El Señor ilustra esto con una parábola:

1. Nuestro Señor se marchó (Hch 1:11), nos dio ciertas facultades y «a cada uno su tarea» (v. Mar 13:34). A quienes comunicó «autoridad» (trad. lit.), atribuyó mayor responsabilidad; y a quienes encargó mayor trabajo, comunicó mayor autoridad o facultad para llevarlo a cabo. «Y encargó al portero que velara.» Esta frase no significa que haya una persona encargada de velar por los demás, sino que cada uno de nosotros hemos de ser como el «portero que vela» para abrir la puerta al amo, cualquiera que sea la hora a que éste venga.

2. Es precisamente el hecho de no saber cuándo viene el dueño (v. Mar 13:35) lo que nos ha de estimular a velar siempre. Esto es aplicable, no sólo al tiempo de su Segunda Venida, sino al encuentro con Él a la hora de nuestra muerte. La vida presente es para nosotros como el tiempo de vela nocturna para un pastor o para un soldado; no sabemos a qué hora, durante qué tiempo de vigilia, nos llamará el Señor. Marcos especifica los cuatro tiempos de vela de tres horas cada uno, que van desde las seis del atardecer hasta las seis del amanecer no hay por qué alegorizar cada una de estas vigilias; la alusión es, con la mayor probabilidad, al tiempo en que el presidente del Templo venía, aproximadamente a la hora del «canto del gallo», a distribuir, por suerte, los oficios de los sacerdotes; esta hora variaba notablemente por lo que el portero del Templo debía estar velando. El canto del gallo fue, para Pedro, la hora de las lágrimas de arrepentimiento. Pero, ya que Jesús dijo esas palabras «a todos» (v. Mar 13:37), cada uno de nosotros ha de velar en torno a esa hora, aun cuando a unos les sorprenda la muerte en la niñez (antes del canto); a otros, en la madurez (en el canto); a otros, en fin, en la vejez (después del canto, v. Ecl 12:4, cuando «todas las hijas del canto serán abatidas»). En todo caso, comenzar a vivir es comenzar a morir. Lo importante es que el Señor no nos sorprenda durmiendo, en el sentido del versículo Mar 13:36, comparar con 1Ts 5:6.

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