Marcos 14:32 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Cristo al entrar en agonía, palabra que significa lucha o conflicto, pues el supremo conflicto entre la carne y el espíritu de Cristo se libró en Getsemaní, no en el Calvario. En la Cruz, Sus padecimientos físicos fueron mayores, pero el miedo, el pavor y la angustia de Getsemaní superaron con mucho al Calvario. En Getsemaní, Cristo hizo Su gran decisión: «no se haga lo que yo quiero, sino lo que tú quieras» (v. Mar 14:36).

I. Cristo se retira a orar, mientras deja al grueso de Sus discípulos a cierta distancia: «Sentaos aquí hasta que yo haya orado» (v. Mar 14:32). Hacía muy poco que había orado con ellos (Jua 17:1-26), pero ahora, dice Trenchard, «todo cambia y en las sombras del huerto iluminado por la luz de la Luna pascual, se enfrenta con su HORA y recibe la COPA de las manos de Su Padre».

II. Pero, incluso hasta ese lugar de retiro, lleva consigo a Pedro, a Jacobo y a Juan (v. Mar 14:33), tres testigos competentes de esta parte de Su humillación. Notemos que precisamente estos tres se habían jactado más que los demás de su capacidad para sufrir con Jesús, Pedro, en este mismo capítulo; Jacobo y Juan, en Mar 10:39. Por eso, y no sólo por ser los del círculo íntimo, Jesús les hace estar cerca de Él para que vean la lucha que Él mismo va a afrontar, para que se convenzan de que no sabían lo que decían. Es conveniente que quienes se sienten más confiados en sí mismos, sean los primeros en ser puestos a prueba, para que mejor se percaten de su necedad y debilidad.

III. Jesús comienza a ser presa de tremenda agitación: «comenzó a sentir pavor» (v. Mar 14:33), expresión que Mateo no usa, pero que es muy significativa, pues indica algo parecido al horror de la gran oscuridad que cayó sobre Abraham (Gén 15:12). Nunca antes había sufrido Jesús tal emoción; sin embargo, no había en ello ningún desorden, ninguna irregularidad, porque su naturaleza no estaba corrompida como lo está la nuestra. Cuando un vaso de agua tiene sedimento de barro, aun cuando parezca clara el agua mientras el vaso está quieto, luego se enturbia tan pronto como es agitado el recipiente; pero el agua pura en un vaso limpio, por mucho que se la agite, continúa clara; esto es lo que pasaba en la mente y en el corazón de Cristo.

IV. Cristo comentó tristemente ante Sus discípulos su estado de ánimo: «Mi alma está abrumada de una tristeza mortal (lit. rodeada de tristeza, hasta la muerte)» (v. Mar 14:34). Quien «por nosotros fue hecho pecado» (2Co 5:21), sufrió por nosotros la pesadumbre del pecado; conocía a fondo la malignidad de los pecados por los que había de sufrir, y amaba a Dios en el supremo grado en que un corazón creado le puede amar, a la vez que conocía mejor que nadie el daño que el pecado hace a los hombres a quienes tanto amaba, se explica que el solo pensamiento de cargar sobre sí «el pecado del mundo» (Jua 1:29, con el denso sentido del verbo original) le llenara de horror y consternación. «Fue hecho maldición por nosotros» (Gál 3:13): todas las maldiciones de la Ley le fueron transferidas a Él como a nuestro Representante y Sustituto. Había de gustar la muerte en lugar, y en provecho, de todos nosotros (Heb 2:9), y no sólo la gustó, sino que bebió hasta las heces la copa mientras paladeaba todas las amarguras que la muerte en su sentido pleno, lleva consigo. Esta consideración de los sufrimientos de Cristo en Su agonía debe conducirnos:

1. A amargar nuestros pecados. ¿Podemos nosotros considerar favorablemente, o ligeramente, el pecado, al ver la impresión que nuestros pecados hicieron en el Señor Jesús? ¿Se aposentarán cómodamente en nuestro corazón, cuando tan pesadamente gravitaron sobre el Suyo? Cuando pasó el Señor, el Santo de Dios por tal agonía a causa de nuestros pecados, ¿no tendremos nosotros ningún pesar por ellos? Si así sufrió Cristo por el pecado, «haya pues, entre nosotros los mismos sentimientos que hubo también en Cristo Jesús» (Flp 2:5); ¡Tengamos la mente de Cristo! (1Co 2:16).

2. A endulzar nuestras penas. Si alguna vez nos sentimos abrumados de tristeza, recordemos que nuestro Maestro fue delante de nosotros, pues «el siervo no es mayor que su Señor» (Jua 13:16; Jua 15:20). No tenemos por qué alejar de nosotros todo pesar cuando Cristo se sometió a él por nosotros; más aún, al someterse a él, le quitó el aguijón y puso en él tal virtud, que no sólo lo hizo provechoso, sino también dulce. Por eso, pudo decir el Apóstol Pablo: «me gozo en mis padecimientos» (Col 1:24).

V. Jesús ordenó a Sus discípulos que permaneciesen con Él: «Permaneced aquí y velad» (v. Mar 14:34). A los otros ocho, había dicho únicamente: «Sentaos aquí hasta que yo haya orado» (v. Mar 14:32), pero a éstos les pide más, porque espera de ellos más que de los demás.

VI. Se dirigió al Padre en oración: «Cayó en tierra, y comenzó a orar» (v. Mar 14:35). Hacía poco, había «levantado los ojos al cielo» (Jua 17:1). Pero ahora, se postró en tierra, y pidió que, «si era posible, pasara de Él aquella hora». Tenemos, al comienzo de Su oración, la palabra misma que, en el arameo que hablaba corrientemente, dirigió al Padre: «Abbá», para insinuar el énfasis que, en medio de tales sufrimientos, ponía en esa Palabra: «Padre». Y añadió: «todo es posible para ti» (v. Mar 14:36). Debemos creer que Dios puede hacer todo; incluso, lo que no podemos esperar que haga por nosotros; así que, cuando nos sometemos a Su voluntad, ha de ser con un reconocimiento explícito de Su omnipotencia. Más que en ninguna otra virtud, debemos imitar al Señor en esta disponibilidad con la que se sometió a la voluntad del Padre: «pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que tú quieras» (v. Mar 14:36).

VII. Luego se fue a los tres discípulos y los halló dormidos, mientras Él había estado en intensa angustia y ferviente oración (v. Mar 14:37). Esta falta de vigilancia era un funesto presagio de otro pecado mayor que iban a cometer al abandonarle. Especialmente, se dirige a Pedro, que había prometido estar al lado del Maestro con mayor bravura que los demás: «Simón, ¿estás durmiendo? ¿No tuviste fuerzas para velar por una sola hora?» No le había pedido Jesús que velara con Él durante toda la noche, sino sólo durante una hora. El Señor nunca nos impone cargas más pesadas que las que podemos soportar. ¿Hemos tenido que resistir hasta derramar sangre? (Heb 12:4). ¿Han pensado los que nos rodean en apedrearnos, como a David? (1Sa 30:6). Así como «el Señor al que ama, disciplina» (Heb 12:6), y lo reprende y corrige (Apo 3:19), así también consuela y conforta a los que reprende; por eso, les dice con toda mansedumbre y comprensión: «Velad y orad, para que no entréis en tentación; pues el espíritu es animoso, pero la carne es débil» (v. Mar 14:38). Malo fue que no velasen con Cristo en Su agonía, pero si no se despertaban y se ponían en oración, habrían de temer cosas peores. Y así pasó, pues todos le abandonaron después. Por parte de Cristo, fue como una tierna excusa el decirles que la carne es débil, aun cuando el espíritu esté animoso, pero esa misma debilidad de la carne debía espolearlos más (y también a nosotros) a velar y orar para no caer en la tentación.

VIII. De nuevo repitió Su oración al Padre: «Se fue otra vez y oró, diciendo las mismas palabras» (v. Mar 14:39). Y así lo hizo por tercera vez. Esto nos enseña, como el mismo Jesús había dicho, que era menester «orar siempre, y no desmayar» (Luc 18:1). Aunque Dios tarde en responder nuestras oraciones, hemos de renovar nuestras peticiones. Pablo, cuando se sintió abofeteado por un mensajero de Satanás, rogó al Señor tres veces, como Cristo lo hizo aquí al Padre, antes de escuchar la respuesta que le tranquilizó (2Co 12:7-8). Es preciso ir al Señor en oración por segunda y por tercera vez, porque las visitas de la gracia de Dios, en respuesta a nuestras plegarias, siempre llegan, antes o después, según Su infinita Sabiduría y Su santa voluntad.

IX. Jesús repitió las visitas a Sus discípulos. Así nos mostró un ejemplo del continuo cuidado que tiene de los Suyos en la tierra, incluso cuando están dormidos: «De nuevo vino y los encontró durmiendo» (v. Mar 14:40). Véase cómo las debilidades de los discípulos retornan a ellos y se apoderan de ellos, y qué impedimento constituye nuestro cuerpo para nuestro espíritu. Esta vez, aunque les habló como antes, «no sabían qué contestarle». Como quien está medio dormido y medio despierto, no sabían a punto fijo ni dónde se encontraban ni qué decir. Pero a la tercera vez les permitió que durmieran si querían: «Dormid, pues, y descansad» (v. Mar 14:41). En Mat 26:45, esta frase empalma con la advertencia de que «ya ha llegado la hora». Pero Marcos, más detallista, inserta la frase: «¡Ya basta!», por la que podemos colegir que pasó algún lapso de tiempo en que les fue permitido a los discípulos dormir más tranquilamente, hasta que el Señor percibió el ruido de la comitiva que se acercaba subiendo la cuesta después de cruzar el arroyo, y les dijo: «¡Ya basta! Ha llegado la hora; mirad, el Hijo del Hombre es entregado en manos de los pecadores. ¡Levantaos! ¡Vamos! Mirad, el que me entrega está aquí» (vv. Mar 14:41-42).

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