Marcos 15:33 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Llegamos ya al relato de la muerte de Jesús.

I. Llegado el mediodía, «hubo oscuridad sobre toda la tierra» (v. Mar 15:33) hasta las tres de la tarde. Precisamente cuando el sol se hallaba en su cenit, y en luna llena, cuando es físicamente imposible un eclipse de sol, se extendió la oscuridad sobre toda la región, no necesariamente sobre todo el orbe; en este sentido ha de interpretarse la frase de Luc 23:45 «el sol se oscureció». Los judíos habían demandado a Jesús una señal del cielo (Mar 8:11) ¡Ahora la tenían! Pero de tal naturaleza, que, en lugar de abrirles los ojos, era un indicio de la ceguera de ellos (v. Jua 9:39-41). Era también señal de la oscuridad que se cernía sobre el futuro próximo de la nación. Lo que era para la paz de ellos estaba ahora oculto a sus ojos (Luc 19:42). Estaban bajo el poder de las tinieblas, y estaban llevando a cabo las obras de las tinieblas.

II. A las tres de la tarde, en la hora precisa de la oración principal del día, y del sacrificio vespertino, «gritó Jesús con fuerte voz: Eloí, Eloí, ¿lamá sabactani? Que, traducido, es: ¡Dios mío, Dios mío!, ¿a qué fin me desamparaste?» (v. Mar 15:34. Trad. lit.). Marcos usa la forma aramea (Eloí, Eloí), en vez del hebreo Elí, Elí de Mat 27:46, y conserva el resto arameo. En la traducción griega que aporta, usa el mismo verbo y tiempo de Mateo (enkatélipes = dejaste sujeto y encerrado). Aparte de ser una cita del Sal 22:1 nunca se considera demasiado la tremenda profundidad de este grito de Jesús, por el que se explica que, mientras tantos mártires cristianos han muerto llenos de gozo, «el autor de nuestra salvación» (Heb 2:10) fue quebrantado por nosotros de tal manera, que llegó a sentir el desamparo del Padre y ver rota la comunión espiritual mientras se mantenía irrompible, por contraste, la unión hipostática, lo que hacía más insufrible aquel tremendo y singular desamparo. No nos resistimos a copiar las bellas frases de Lenski a este respecto: «Debemos notar la diferencia entre el Getsemaní y el Gólgota. En el huerto de Getsemaní, Jesús tiene un Dios que le oye y le fortalece; en la cruz, este Dios parece haberle vuelto la espalda completamente. Durante estas tres negras horas Jesús fue hecho pecado por nosotros (2Co 5:21), fue hecho maldición por nosotros (Gál 3:13), y así Dios le volvió completamente la espalda. En Getsemaní, Jesús luchó consigo mismo y llegó a la decisión de hacer la voluntad del Padre; en la cruz, luchó con Dios y sencillamente soportó. Él clama a Dios con su fortaleza moribunda y ya no ve en Él al Padre, porque un muro de separación se ha levantado entre el Padre y el Hijo, a saber el pecado del mundo y la maldición que ahora pesa sobre el Hijo. Jesús tiene sed de Dios, pero Dios se ha alejado. No es el Hijo quien ha dejado al Padre, sino el Padre al Hijo. El Hijo clama al Padre, y el Padre no le responde». La oscuridad significaba la densa tiniebla en que la mente de Jesús se había encontrado durante las tres horas previas. Notemos que fue precisamente al cesar la oscuridad, cuando Jesús profirió su grito alusivo al pasado («¿ … me desamparaste?»), pues, mientras se hallaba bajo lo más tremendo del desamparo, el pavor le impedía incluso pedir auxilio. Se le negó la luz del sol para indicar que se le negaba la luz del rostro de Dios. El dolor fue tan grande que, no habiéndose quejado de ninguna otra cosa, ni siquiera del abandono de sus discípulos, estaba completamente a oscuras en cuanto al objeto, al motivo («¿para qué …?, dice el original, no: ¿por qué? lo cual sonaría más bien a rebelión). Estos síntomas de la ira de Dios eran como el fuego del cielo, enviado otras veces para consumir los sacrificios, es el fuego que debía haber caído sobre nosotros los pecadores (v. Heb 12:29), si no hubiera sido aplacado Dios por la muerte de Cristo; por eso cayó sobre Cristo, ya que Él fue sacrificado por nuestros pecados (1Co 5:7 Heb 10:12). Cuando Pablo estaba para ser sacrificado en servicio de los santos, pudo gozar y regocijarse (Flp 2:17), pero una cosa es ser sacrificado por el servicio de los santos, y otra muy diferente ser sacrificado por el pecado de los pecadores.

III. El grito mismo de angustia de Cristo sirvió también de burla a los que estaban allí: «Mira, está llamando a Elías (v. Mar 15:35). Dice Broadus: «Los circunstantes parecen haberse divertido con el pensamiento de que este pretendido Mesías, ahora, en un apuro irremediable, estaba pidiendo al predicho precursor del Mesías (Mal 4:5) que viniese en su ayuda». Y, mientras uno de los que estaban allí empapó una esponja en vinagre y le dio a beber (v. Mar 15:36 después que Jesús dijo: «Tengo sed», v. Jua 19:29), el mismo que le había dado la bebida (¿por compasión o por mayor escarnio?) añadió burlonamente: «Dejad, veamos si viene Elías a descolgarle» como dando a entender: «y si no viene, estará claro que también Elías le ha desamparado».

IV. «Tras emitir, de nuevo, un gran grito, Jesús expiró» (v. Mar 15:37). Ahora estaba encomendando su espíritu al Padre (v. Luc 23:46). Con este grito, que Mateo (Mat 27:50) y Lucas (Luc 23:46) registran, demostró Jesús que no moría por mero debilitamiento de sus fuerzas, sino porque ponía voluntariamente la vida (Jua 10:18). Lo mismo da a entender Juan (Jua 19:30), como veremos en su lugar. No cabe ninguna duda de que Cristo murió realmente, como explícitamente refieren los cuatro Evangelios; además, cuando el soldado le abrió el costado con la lanza, salió el suero («agua») separado de la «sangre» (Jua 19:34). W. Hendriksen cita el testimonio de uno de los más eminentes médicos de Estados Unidos, el doctor Stuart Bergsma, quien apoyándose, no sólo en la ciencia médica, sino también en Sal 69:20 «El escarnio ha quebrantado mi corazón», dicho del Mesías, arguye que, si el versículo siguiente se cumplió literalmente, no hay razón para negar el cumplimiento literal del anterior; por lo que opina que Cristo murió de rotura del corazón. Esto explicaría mejor dos cosas: (a) el grito anterior a la muerte, registrado por los evangelistas; (b) el asombro de Pilato ante una muerte que se le antojaba «prematura» (v. Mar 15:44).

V. Justamente al tiempo en que Cristo murió en el Calvario, «el velo del templo se rasgó en dos de arriba abajo» (v. Mar 15:38) ¡Qué terror se apoderaría de los sacerdotes que, en aquel momento, estaban oficiando en el templo! ¡Ver abierto el Lugar Santísimo, en el que sólo el sumo sacerdote, una vez al año, podía entrar! Se rasgó de arriba abajo, lo que dio a entender: (a) que no era rasgado por mano de hombres, sino por Dios mismo, «de arriba abajo»; (b) que, con la muerte expiatoria de Jesús, quedaba abierto el acceso libre al Lugar Santísimo (Heb 4:15-16); (c) que el sacerdocio levítico tocaba a su fin y, con él, toda la ley ceremonial.

VI. El centurión que mandaba el destacamento de soldados y había supervisado la ejecución de la sentencia, quedó convicto y confeso de que Jesús era el «Hijo de Dios» (v. Mar 15:39) Pero ¿qué motivos tenía para decir eso? 1. Tenía motivo para decir que Jesús había sufrido injustamente. Había muerto por confesar que era el Hijo de Dios; así que, si había sufrido injustamente entonces era verdad que Jesús era el Hijo de Dios. 2. Al ver «que había expirado de esa manera», tenía razón para pensar que Jesús era predilecto del Cielo, puesto que el Cielo le tributó tal honor cuando moría. «Seguramente pensó el centurión que éste debe ser persona divina, altamente estimado de Dios.» Aun en lo más profundo de sus padecimientos y de su humillación, nuestro Señor Jesucristo era el Hijo de Dios, y así fue declarado serlo «con poder» (Rom 1:4).

VII. Había allí algunos de sus amigos especialmente unas buenas mujeres, que le habían servido y seguido, y le estaban observando de lejos (vv. Mar 15:40-41), porque los soldados y los mismos jefes del Sanedrín no dejarían acercarse a nadie que pretendiese dar a Jesús el menor alivio. Pero, por Jua 19:25, sabemos que, posteriormente, se permitió que estuviesen «de pie junto a la cruz de Jesús su madre, y la hermana de su madre María mujer de Cleofás, María Magdalena y (vv. Mar 15:26-27) el discípulo a quien Él [Jesús] amaba)». María Magdalena estaba muy agradecida al Maestro, pues a Él le debía toda su paz y su bienestar, ya que «de ella había arrojado siete demonios» (Mar 16:9). También estaba allí «María la madre de Jacobo el menor y de José»; por la alusión de Juan, vemos que esta María era la esposa de Cleofás o Alfeo y hermana de la madre de Jesús. Se nombra también a Salomé, evidentemente la misma que «la madre de los hijos de Zebedeo» (Mat 27:56), de donde deducimos que el padre había muerto. Todas estas mujeres le habían seguido desde Galilea (aunque sólo los varones estaban obligados a asistir a la fiesta de Pascua), con lo que probaban bien el afecto que tenían al Maestro. Ver en la cruz a quien esperaban ver en el trono hubo de ser para ellas una gran desilusión, pero no causa de desafecto. Quienes siguen a Cristo de cerca, no deben esperar grandes cosas de este mundo por seguirle (v. Jua 15:18-21; Jua 16:33), para no quedar decepcionados.

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