Marcos 2:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Después de haber predicado por algún tiempo fuera de las ciudades, Cristo regresa a Capernaúm, donde por entonces tenía Su «cuartel general».

I. Qué pronto se corrió la voz de Su llegada (v. Mar 2:1). Aunque no estaba en la calle, sino en una casa, la gente vino a Él tan pronto como se supo que estaba en la ciudad. Inmediatamente «se reunieron muchos» (v. Mar 2:2). Donde está el rey, allí se reúne la corte. «Tanto que ya no quedaba sitio ni aun delante de la puerta». ¡Dichosa visión! ¡Qué bendición cuando vemos que la gente acude presurosamente, como una nube, a la casa de Cristo!

II. Qué bien respondió Cristo a la expectación de ellos: «Y les hablaba la palabra». Muchos de ellos acudirían solamente en busca de curación, y algunos quizá por mera curiosidad, pero, cuando todos estuvieron reunidos, Él les predicó la palabra, al pensar que era una buena oportunidad, aun cuando no era sábado ni estaban en la sinagoga. No hay lugar impropio, ni tiempo inoportuno, cuando se trata de exponer a las almas el camino de la salvación.

III. «En esto, llegan unos hombres trayéndole un paralítico» (v. Mar 2:3). El pobre hombre estaba impedido de acercarse a Jesús por sí mismo; por eso, era «llevado por cuatro de ellos». Llevado en camilla, como si fuera en un ataúd, allí estaba él con toda su miseria, pues necesitaba ser llevado, pero era una muestra de gran caridad por parte de los que le llevaban. Estos buenos parientes o vecinos pensaban que, si se lo llevaban a Jesús, no tendrían que molestarse más en volverlo a acarrear, y por eso hicieron todo lo posible por presentarlo ante Cristo, y recurrieron al único medio posible: «abrieron un boquete en el techo encima de donde Él estaba» (v. Mar 2:4). Al no poder abrirse paso a través del gentío que se agolpaba hasta la puerta, quitaron algunas de las losas de la azotea que servía de techo a la habitación en que Jesús se hallaba, «y, por la abertura hecha, bajaron la camilla en que yacía el paralítico». Esto mostraba a las claras, no sólo la fe de ellos, sino también su fervor. Se ve que estaban decididos a no marcharse sin la bendición de Cristo (comp. Gén 32:26).

IV. Las amables palabras que Cristo dirigió al pobre paciente: «Al ver Jesús la fe de ellos …» (v. Mar 2:5): esto es, de los que trajeron al paralítico. Encomió la fe de ellos, por haberse tomado tanta molestia en traerle al hombre aquel. La fe genuina y fuerte puede obrar de muchas maneras, ya que vence unas veces las objeciones de la razón; otras veces, las objeciones de los sentidos; pero, cualquiera sea el modo con que se manifieste, será aceptada y aprobada por el Señor Jesús. Cristo dice al paralítico: «Hijo, tus pecados te son perdonados». ¡Cuán tiernamente se dirige a él! «Hijo». Cristo reconoce en los suyos, no sólo a «hermanos» (v. Heb 2:10-18), sino a «hijos», al tener en cuenta que la palabra griega no indica una situación legal, sino, como dice Lenski, «un amor tiernísimo, como el cálido abrazo de una madre». ¡Hijo, y paralítico! Pero las palabras que siguen son muy dulces: «tus pecados te son perdonados». Cristo quería desviar los pensamientos del enfermo, de su enfermedad que era el efecto, hacia la causa que es el pecado, para que, concentrándose en esto, se dispusiera mejor al perdón; porque el curarse de una enfermedad es de veras una gracia cuando conduce al perdón y curación del pecado. La mejor forma de remover el efecto es atacar a la causa. El perdón de los pecados afecta a la raíz de todas las enfermedades, ya sea para curarlas, ya sea para alterar sus propiedades.

V. La cavilación de los escribas sobre lo que Cristo acababa de decir. Eran expositores de la Ley, y su doctrina era verdadera; pero la aplicación que de ella hacían era falsa. Es cierto que «sólo Dios puede perdonar los pecados» (v. Mar 2:7), pero es falso que Cristo no pueda perdonarlos. La consecuencia debería deducirse en el sentido contrario: «Luego Cristo es Dios». En efecto Cristo demostró ser Dios, no sólo al perdonar los pecados, ni sólo al curar al paralítico, sino también al conocer los pensamientos de ellos: «Jesús, conociendo en Su espíritu que razonaban de esta manera dentro de sí mismos …» (v. Mar 2:8). Quien así penetraba en los pensamientos, de cierto podía perdonar pecados. Pero, para que un milagro oculto quede demostrado por otro manifiesto, prueba su poder de perdonar, mediante el poder de sanar, al ser esto último más fácil que lo otro (vv. Mar 2:9-11). No habría pretendido hacer lo uno, si no hubiera tenido poder para hacer lo otro: «Para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados, tú, el paralítico, levántate, toma tu camilla, y vete a tu casa». No habría podido curar lo que era el efecto, si no hubiese tenido poder para atacar a la causa. «¿Qué es más fácil?» (v. Mar 2:9). Para quien no ve el interior, decir que perdona el pecado es cosa más fácil que decirle a un paralítico que se levante donde la eficacia o ineficacia de la palabra se pone pronto de manifiesto, pero sólo el que puede hacer lo primero con efectividad (comp. con Heb 4:12), puede hacer también lo segundo.

VI. La impresión que causó la curación del paralítico (v. Mar 2:12). No sólo se levantó el hombre, sino que cargó también con su camilla (tan rápidamente se le fortificaron las extremidades) y salió a la vista de todos. ¡Tantos testigos, cuantos eran los espectadores! «De manera que todos se asombraron, y glorificaban a Dios diciendo: Nunca hemos visto nada como esto». En verdad, los milagros de Cristo no tenían precedente. Cuando vemos lo que hace al sanar las almas, debemos reconocer que nunca hemos visto cosa semejante.

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