Marcos 4:35 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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El milagro que a continuación se nos narra, con el que llevó la tranquilidad a los discípulos, al calmar la tormenta del lago, lo hallamos también en Mat 8:23., pero aquí se refiere más en detalle.

1. Sucedió «aquel mismo día, al atardecer» (v. Mar 4:35). Después de haber trabajado durante todo el día en continua enseñanza, en lugar de reposar, se expuso al peligro. Muchas veces, el final de un trabajo es el comienzo de una sacudida.

2. Él mismo propuso hacerse a la mar: «Pasemos al otro lado». Allí también había trabajo por hacer. Cristo pasó haciendo el bien, y no había obstáculo que le impidiese seguir adelante con Su obra.

3. No se hicieron a la mar sino después de haber despedido a la multitud (v. Mar 4:36). Despedir no significa despachar, sino dejarles ir con sus necesidades satisfechas y sus preguntas respondidas, porque el Señor nunca permitió que alguien se marchase de Él quejándose de haber acudido a Él en vano (comp. con Jua 6:35-37).

4. Le tomaron «tal como estaba», sin ninguna preparación y rendido como estaba de tanto trabajo (comp. con Jua 4:6). Quizá, sin el manto que le abrigase al bajar la temperatura con la brisa de la tarde.

5. La tempestad que se levantó era «tan violenta, que las olas irrumpían en la barca, de tal manera que ya se estaba llenando» (v. Mar 4:37). Al ser una barca pequeña, las olas la zarandeaban malamente hasta inundarla.

6. «Había otras barcas con Él», las cuales, seguramente, estarían pasando el mismo peligro y suscitando idéntica inquietud. La multitud se había ido tranquilamente, cada uno a su casa, pero había quienes se aventuraban a seguirle incluso en el mar. Bien puede uno hacerse a la mar en compañía de Cristo, sin miedo alguno, aun cuando puedan avizorarse las más fuertes tormentas.

7. «Él estaba en la popa, durmiendo sobre un cabezal» (v. Mar 4:38); es decir, estaba en el lugar del piloto, junto al timón. Allí había un cabezal, sobre el que dormía plácidamente para poner a prueba la fe de Sus discípulos y, también, para incitarles a orar; en la prueba, la fe de ellos resultó débil pero sus oraciones fueron fuertes. A veces, cuando la Iglesia está sufriendo bajo una tormenta, parece como si Jesús estuviera dormido, sin preocuparse de los problemas de los Suyos e, incluso, como si no escuchase sus oraciones, pero, a pesar de las apariencias, «el que guarda a Israel, no dormirá ni se adormecerá» (Sal 121:3-4). Jesús dormía, pero Su corazón estaba despierto.

8. A pesar de que su fe era débil, los discípulos sacaron fuerzas de flaqueza al tener presente al Maestro, y apelaron al remo de la oración cuando los remos del barco no les servían. Su último recurso era despertar al Maestro, aun cuando una barca que llevaba a Cristo, por mucho que las olas la zarandearan no podía hundirse. Además, el propio Jesús les había asegurado del éxito de la travesía al decirles: «Pasemos al otro lado» (v. Mar 4:35). De todos modos, cuando Cristo parece dormido en medio de una tempestad, es despertado por las oraciones de los Suyos; podemos estar en el extremo de nuestro ingenio o de nuestras fuerzas, pero no en el extremo de nuestra fe, al tener tal Salvador a quien acudir. La forma en que se dirigen ahora al Señor no puede ser más apremiante: «Maestro, ¿no te importa que estemos pereciendo?» (v. Mar 4:38). Confieso que esto me suena demasiado áspero, más como regañándole por dormirse, que pidiéndole despertarse. No hallo excusa para este lenguaje, excepto que la situación en que se hallaban les atemorizaba hasta tal punto que no sabían lo que decían. Quien sospeche que Cristo no tiene cuidado de Su pueblo cuando ocurren graves problemas, ya sea en la Iglesia o en la vida del creyente, le hace al Señor una grave injuria.

9. Escuchemos la voz de mando con que Cristo reprendió a la tempestad, y que no hallamos en Mateo. Le dijo: ¡Calla, enmudece!» (v. Mar 4:39). Que cese de rugir el viento, y de bramar el mar. El ruido es amenazador y terrorífico ¡que no se oiga más de él! Esto es, (A) una voz de mando para nosotros; cuando nuestro perverso corazón, «como el mar en tempestad, no puede estarse quieto» (Isa 57:20), pensemos que estamos oyendo la voz de Cristo que dice: ¡Calla, enmudece! No pensemos en medio de la confusión, no hablemos sin premeditación. Simplemente callemos y calmémonos; (B) una voz de consuelo para nosotros, sabiendo que, por fuerte, temible y ruidosa que sea la tormenta Jesucristo puede calmarla con una sola palabra de Su boca. Quien hizo el mar, le puede hacer callar.

10. La reprensión que dio Cristo a Sus discípulos por haber cedido al miedo, se halla aquí con más detalles que en Mat 8:26. Allí leemos. «¿Por qué teméis, hombres de poca fe?» En Mar 4:40, vemos: «¿Por qué sois tan miedosos? ¿Cómo es que no tenéis fe?» No es que los discípulos carecieran de fe por completo, pero en esta ocasión su miedo prevalecía de tal modo, que parecían no tener ninguna, ya que no les servía para nada. Quienes piensen que Cristo no se preocupa de los Suyos cuando están en peligro, deben abrigar fundadas sospechas acerca de su fe.

11. Finalmente, la impresión que este milagro hizo en los discípulos está aquí expresado de modo diferente al que hallamos en Mat 8:27. Allí leemos: «Y los hombres se maravillaron» mientras que Marcos dice: «Ellos se aterraron mucho» (v. Mar 4:41). Ahora, su miedo se volvió hacia otra dirección, rectificado por su fe. Cuando, antes, tenían miedo del viento y del mar, era por la falta de reverencia que deberían haber tenido hacia Cristo. Pero ahora que habían visto una demostración tan maravillosa del dominio de Jesús sobre el viento y el mar, temieron a éstos menos, y a Jesús más. Primero tuvieron miedo del poder y de la ira del Creador en la tempestad, y ese miedo les ofuscaba y atormentaba, pero ahora temían el poder y la gracia del Redentor en la calma; y esto les llenaba de temor reverencial, pero también de gozo y satisfacción. «Se decían unos a otros: ¿Pues quién es éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?» Seguramente, más que un mero hombre.

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