Marcos 6:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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I. Cristo hizo una visita «a su pueblo»; es decir, a Nazaret, donde se había criado y donde estaban sus parientes más próximos. Si esta visita es distinta de la que narra Lucas en su Evangelio (Luc 4:16.), como muchos creen es admirable que Jesús condescendiera en visitar de nuevo Nazaret, al haber estado en tal peligro allí (Luc 4:29).

II. «Cuando llegó el sábado, comenzó a enseñar en la sinagoga» (v. Mar 6:2). En el día en que nos reunimos para alabar al Señor y celebrar la Cena del Señor, debe predicarse la Palabra de Dios, conforme al ejemplo de Cristo.

III. «Muchos que le escuchaban estaban asombrados», reconociendo como no podían menos de hacer, algo que era muy honroso con respecto a Él: 1. Que hablaba con gran Sab 2:1-24. Que obraba grandes milagros (o poderes, como dice el original). Con ello, reconocían de modo implícito las dos grandes pruebas del origen divino de Su Evangelio: la sabiduría divina y el poder divino; sin embargo, aunque no podían negar las premisas, no querían admitir la conclusión.

IV. Trataban de desacreditarle. Toda su sabiduría y todos aquellos milagros no son tenidos en cuenta: «¿No es éste el carpintero?» (v. Mar 6:3). En Mateo le echan en cara que es «el hijo del carpintero» 1. Esto nos enseña cómo se humilló a sí mismo al tomar la forma de siervo (Flp 2:7). 2. También nos enseña a odiar la pereza y a encontrar algo que hacer en este mundo. No hay cosa que sea tan perniciosa para los jóvenes como adquirir el hábito de hacer el vago. Los judíos tenían una buena norma para evitar esto: hacer que los jóvenes que se preparaban para los estudios aprendieran también algún oficio, para que tuvieran algo que hacer en el tiempo que no dedicaban al estudio. Así vemos que el apóstol Pablo hacía tiendas de campaña. 3. De esta manera, daba prestigio a los oficios manuales, también llamados serviles, porque los griegos y los romanos los encomendaban a los esclavos. Jesús no desdeñó asumir el decreto ordenado a nuestro primer padre después de la caída, de «comer el pan con el sudor de su frente» y con el trabajo de sus manos.

Otra cosa que le echaban en cara era la baja posición social de Sus parientes más próximos: «el hijo de María, etc.». Jesús, con María Su madre y con Sus hermanos, se habían trasladado a Capernaúm, pero las hermanas se habrían casado probablemente y habitarían en Nazaret; quizá se hallaban entre los oyentes, pues la frase: «¿Y no están Sus hermanas aquí con nosotros?» (v. Mar 6:3) admite ambos sentidos. Por el hecho de conocer personalmente a Sus familiares, de posición baja y sin estudios «superiores», a pesar de asombrarse de Su doctrina y de Sus milagros «se escandalizaban a causa de Él». Les servía, no sólo de tropiezo sino de caída. Dice Lenski: «Ponerse en contacto con Jesús, reconocer su palabra y su poder, es una cosa fatal para quienes, al sentir este contacto, experimentan una reacción de incredulidad».

V. Veamos cómo reaccionó Jesús ante esta actitud.

1. En parte, la excusó: «No hay profeta sin honra, excepto en su propio pueblo» (v. Mar 6:4). Sin duda, muchos han podido vencer este prejuicio, pero es cierto que, ordinariamente, los ministros de Dios raras veces tienen en su propio pueblo la misma aceptación que entre forasteros; la familiaridad en los días de la juventud engendra cierto desprecio, y el progreso o el éxito posterior de alguien que tuvo un origen oscuro llevan casi inevitablemente a la envidia. Difícilmente aguantan los hombres el tener por guías de sus almas a aquellos cuyos padres eran comparados «a los perros del ganado» (Job 30:1).

2. A pesar de todo, Jesús hizo el bien allí también, superando con el bien el mal, pues «sanó a unos pocos enfermos poniendo las manos sobre ellos» (v. Mar 6:5).

3. Pero no pudo hacer allí tantas maravillas como en otros lugares, a causa de la incredulidad que predominaba entre la gente. Es una expresión extraña, pues parece como si la incredulidad atara las manos mismas de la omnipotencia. Como dice Trenchard: «El poder fluye según las leyes espirituales, y la incredulidad de los hombres impone una barrera infranqueable a su operación». De esta manera, renunciaron al honor y al privilegio de los milagros que habría podido hacer entre ellos. Esto es «detener con injusticia la verdad» (Rom 1:18).

4. «Y se asombró de la incredulidad de ellos» (v. Mar 6:6). Dos veces se asombró Jesús de la fe, y precisamente de dos gentiles: el centurión (Mat 8:10) y la mujer cananea (Mat 15:28); ahora se asombra de la incredulidad de sus propios paisanos.

5. «Y recorría las aldeas enseñando». Si no podemos hacer el bien donde queremos, hagámoslo donde podemos, aunque sea en modestos villorrios. A menudo, el Evangelio de Cristo encuentra mejor acogida en las aldeas rurales que en las ciudades populosas.

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