Marcos 7:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Uno de los grandes objetivos de la venida de Cristo a este mundo fue la abolición de la ley ceremonial y, para preparar el camino en esta dirección, comienza por las leyes ceremoniales que los hombres habían inventado, añadiéndolas a la ley de Dios. De estos escribas y fariseos con quienes Cristo tuvo esta discusión, se nos dice que eran «venidos de Jerusalén» (v. Mar 7:1). Habían recorrido unos 150 km sólo para querellarse contra el Salvador.

I. Vemos aquí cuál era la tradición de los ancianos: «no comer, a menos de lavarse las manos cuidadosamente» (v. Mar 7:3). Ésta es una norma de higiene, y no hay nada malo en ello; pero los escribas y fariseos la habían convertido en un «tabú» religioso. Se escudaban en la pretendida autoridad de los ancianos e imponían esta costumbre bajo pena de excomunión. Habían de lavarse las manos antes de pronunciar la bendición sobre el pan; de lo contrario, quedaban contaminados. Ponían especial cuidado en esto, si se trataba de algo «que viene del mercado» (v. Mar 7:4), es decir, de todo lugar público donde había gente de todos los colores y era posible que se hallasen allí gentiles, o judíos bajo contaminación ceremonial, con lo que ellos mismos podían quedar igualmente contaminados. A esto añadían un esmerado lavado de «copas, jarros, vajilla de cobre y divanes para comer». Es cierto que, bajo la ley de Moisés, había casos que requerían estos lavados; pero ellos habían añadido por su cuenta muchos otros y los imponían para «observarlos obligatoriamente», como si se tratase de preceptos divinos.

II. Cuál era la norma que observaban los discípulos de Cristo: Sabían lo que mandaba la Ley y también las costumbres imperantes; pero «comían el pan con manos impuras» (v. Mar 7:5), es decir, sin lavárselas. Es probable que los discípulos se dieran cuenta de que los fariseos los estaban espiando, pero, a pesar de ello, no querían observar estas tradiciones farisaicas; con esto, aun cuando comieran con manos sin lavar, y aparecer así como muy por debajo de la pureza de escribas y fariseos, su justicia, no obstante, superaba a la de los escribas y fariseos (Mat 5:20).

III. La ofensa que los fariseos recibieron por tal actitud: Se fueron hacia Jesús con su queja, y esperaban quizá que el Maestro iba a reprender a Sus discípulos y ordenarles que se atuvieran a la tradición imperante. No le preguntan: Por qué obran así tus discípulos? sino: «¿Por qué no andan tus discípulos conforme a la tradición de los ancianos?» (v. Mar 7:5).

IV. La vindicación que de Sus discípulos hizo el Señor. Vemos que:

1. Discute con los fariseos sobre la autoridad por la que se impuso esta ceremonia. Pero esto no lo hizo en público, como se ve por el versículo Mar 7:14, no fuera que pareciese querer incitar al pueblo a la rebelión, sino que se dirigió a los que imponían la costumbre.

(A) Les echa en cara su hipocresía por pretender honrar a Dios, cuando en realidad no era ese su designio al guardar esas costumbres ceremoniales (vv. Mar 7:6-7): «Este pueblo me honra con los labios», es decir aparentan honrarme de labios para fuera, «pero su corazón está lejos de mí». Descansaban en el exterior de todos sus ejercicios religiosos, y su corazón no estaba dirigido hacia Dios en ellos; con eso, adoraban a Dios en vano, puesto que ni Él estaba satisfecho con esa caricatura de devoción, ni ellos sacaban ningún provecho de una actitud vacía de contenido.

(B) Les reprocha poner religión en las invenciones y preceptos de sus ancianos y jefes religiosos: «En vano me rinden culto, enseñando doctrinas que son preceptos de hombres»; es decir, imponían cosas inventadas por hombres como si fuesen mandamientos divinos, y juzgaban con base en tales «cánones» si una persona se comportaba como verdadero judío o no, sin tener en cuenta si esa persona obedecía de corazón a las leyes divinas o no. En lugar de suministrar la sustancia, la sustituían por meras externalidades, muy preocupados por lavar copas y jarros. Y Jesús añade: «y hacéis muchas otras cosas semejantes» (v. Mar 7:8). La superstición es una cadena que no tiene fin.

(C) Les reprende por «dejar el mandamiento de Dios», y pasarlo por alto hasta quebrantarlo descaradamente, como si ya no estuviera vigente, precisamente para mantener en vigor una tradición inventada por ellos (v. Mar 7:9). Dejaban así sin efecto la Ley de Dios: «anulando la palabra de Dios con vuestra tradición que habéis transmitido» (v. Mar 7:13). Este es el peligro de las imposiciones humanas, que, con mucha frecuencia, los que más celosamente las observan, menos celo tienen por guardar los deberes esenciales de la religión. A los escribas había sido encomendada la exposición de la Ley y el hacerla cumplir, y valiéndose de esa misma autoridad violaban la Ley y quebrantaban los vínculos de ella.

(D) Les pone un ejemplo concreto de esto en la flagrante violación del mandamiento de honrar a los padres, que ellos cometían con una de esas tradiciones humanas. No sólo la ley natural, sino también la Ley de Moisés, mandaba honrar al padre y a la madre y: «El que hable mal de padre o madre, que muera sin remisión» (v. Mar 7:10). Es un deber de los hijos, si los padres son pobres, socorrerles en la medida de sus posibilidades; y, si deben morir los hijos que maldicen a sus padres, ¡cuánto más los que los dejan que se mueran de hambre! Pero estos escribas habían inventado un expediente para zafarse de la obligación impuesta por tal mandamiento (v. Mar 7:11): Juraban, por el oro del templo, o por la ofrenda del altar, ofrecer a Dios todo aquello de lo que deberían proveer para sus padres en caso de que éstos lo necesitasen; y, en caso de que los padres les pidiesen ayuda en caso de necesidad, podían responder tranquilamente que no podían hacerlo en conciencia, porque ya lo habían ofrecido a Dios con juramento.Así, con un voto tan perverso, se descargaban de una obligación sagrada. Y vuelve Jesús a decir: «y hacéis muchas cosas semejantes a éstas» (v. Mar 7:13). Dónde pararán los hombres, una vez que han subordinado la Palabra de Dios a una tradición inventada por ellos? Se comienza quitando peso al mandamiento de Dios en comparación con las tradiciones y se acaba quitándole vigencia cuando se halla en competición con las tradiciones

2. A continuación, Jesús instruye a la multitud sobre los principios mismos en que tales ceremonias se fundaban. Era necesario que esta parte de Su discurso fuese conocida por todos: «Escuchadme todos y entended». Para el común de los hombres, no es bastante con que oigan es menester también que entiendan lo que oyen. El mejor modo de corregir las malas costumbres es rectificar las falsas nociones. Y, a continuación, Jesús pasa a exponer dónde se halla realmente la polución de la que corremos peligro de contaminarnos (v. Mar 7:15): (A) No en lo que comemos, lo cual nos viene de fuera y pasa simplemente a través de nuestro organismo corporal, sino (B) en lo que vertemos del fondo de nuestro corazón. Nos hacemos odiosos a Dios por lo que sale fuera del corazón: nuestros malvados pensamientos, afectos, proyectos, palabras, acciones; todo eso es lo que nos contamina, y sólo eso. Nuestro primordial cuidado debe ser, pues, lavar nuestro corazón de toda iniquidad.

3. Después, da a Sus discípulos en privado una explicación de lo que había dicho a la multitud: «le preguntaban sus discípulos acerca de la parábola» (v. Mar 7:17), esto es, acerca de la comparación que había puesto. Entonces Él, (A) les reprende por su torpeza de entendimiento: «¿También vosotros estáis tan faltos de entendimiento?» (v. Mar 7:18). No es que esperase de ellos que entendiesen las cosas más profundas, pero ¿tampoco esto? (B) Con toda paciencia, les da la explicación: (a) lo que comemos y bebemos no nos puede contaminar en el plano religioso, como para tener que purificarnos con una ceremonia religiosa; se trata de una función orgánica que no puede contaminar espiritualmente, ya que no afectan al espíritu, sino al cuerpo; (b) en cambio, lo que sale por la boca, no en forma de vómito o eructo, sino en forma de expresión verbal, eso sí contamina al hombre, puesto que sale del corazón; y «la boca habla de lo que el corazón hace rebosar» (Luc 6:45). Esto es lo que requiere un lavado espiritual, «porque de adentro, del corazón de los hombres, de esa fuente corrompida (v. Jer 17:9), salen todas las perversidades». Jesús enumera aquí trece de ellas. En Mat 15:19, enumera sólo siete, pero entre ellas se halla una que no encontramos aquí: «los falsos testimonios»; por contrapartida, aquí hallamos siete que no se encuentran allí: 1) avaricias (pues está en plural) o, según el sentido del original, deseos inmoderados de tener más de la riqueza y del placer, sin quedar nunca satisfechos, sino pidiendo siempre: «dame, dame»; 2) perversidades, malas voluntades y malas acciones contra el prójimo, deseos de hacer daño y gozarse en hacerlo; 3) engaño, que es una perversidad encubierta y disfrazada para poder cometerla con mayor seguridad y efectividad; 4) lascivia, la desvergüenza y el exhibicionismo que el apóstol menciona entre las obras de la carne (Gál 5:19), en lo que se incluyen también las orgías desenfrenadas; 5) el ojo maligno, es decir, la envidia, al codiciar el bien que otros tienen y sentir pesar por el bien ajeno. Por algo decía Bossuet que la envidia vuelve el corazón del revés, puesto que nos hace querer el mal de los demás y aborrecer su bien; 6) arrogancia, o exaltación de sí mismo con desprecio de los demás y como mirándoles por encima del hombro, 7) estupidez, la falta de prudencia y de consideración. Notemos que el pensar mal va a la cabeza porque es la fuente de todo lo malo que cometemos; y la estupidez, o no pensar, va al final, porque es como la fuente de todo lo que omitimos. Como conclusión, añade Jesús: «todas estas maldades salen de adentro y contaminan al hombre» (v. Mar 7:23); esto es, proceden de nuestra naturaleza corrompida y nos hacen indignos de tener comunión con Dios, por cuanto ensucian nuestra conciencia.

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