Marcos 7:31 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Nuestro Señor Jesús rara vez se detuvo por mucho tiempo en un mismo lugar. Después de sanar a la hija de la mujer cananea, esto es, de haber hecho lo que tenía que hacer en aquel lugar, regresó «al mar de Galilea» (v. Mar 7:31). No vino por el camino más corto, sino dio un rodeo, «por en medio de la región de la Decápolis», que cae mayormente al otro lado del Jordán.

Relato de una curación que Cristo llevó a cabo, y que no es referida por ningún otro de los evangelistas. Es el caso de un sordomudo.

I. Su caso era muy triste (v. Mar 7:32): Era «sordo» y, «además, hablaba con dificultad». Así, pues no podía mantener una conversación normal, estaba privado, por consiguiente, tanto del placer como del provecho del habla; no tenía la satisfacción de oír lo que la gente decía, ni de comunicarles adecuadamente lo que él pensaba o deseaba. Al llegar a este punto aprovechemos la oportunidad para dar gracias a Dios por habernos preservado el sentido del oído, especialmente para poder escuchar la Palabra de Dios, así como la facultad de hablar, especialmente para poder expresar las alabanzas de Dios. Quienes trajeron este hombre a Jesús «le suplican que ponga la mano sobre él» (v. Mar 7:32). No se nos dice que le pidieron que lo curase, sino que pusiera la mano sobre él; es decir, que tuviese conocimiento del caso y, luego, ejerciese su poder sobre el enfermo del modo que mejor le pareciese.

II. Su curación fue realizada con mucha solemnidad, y algunas de las circunstancias son muy singulares.

1. Cristo «lo tomó a solas, apartado de la multitud» (v. Mar 7:33). De ordinario llevaba a cabo sus milagros públicamente pero esta vez lo hizo en privado. Aprendamos de Cristo en este caso a hacer el bien, incluso donde no hay otros ojos que nos vean sino los Suyos.

2. Al hacer la curación, realizó acciones más significativas que de costumbre: (A) «metió sus dedos en los oídos de él» como para abrírselos; (B) «y escupiendo le tocó la lengua», como para desatarla y capacitarla para las divinas alabanzas. No eran causas que físicamente contribuyeran a su curación, sino sólo señales o símbolos con los que corroborar la fe del enfermo y de quienes lo habían presentado a Jesús.

3. «Alzó los ojos al cielo» (v. Mar 7:34), y dio así a entender que la curación era llevada a cabo con el poder divino. Con este gesto Cristo enseñaba también al hombre a dirigir sus ojos al cielo porque, aunque no podía oír, sí que podía ver, de dónde le venía el socorro.

4. «Lanzó un hondo suspiro», no como si hallase alguna dificultad en llevar a cabo el milagro, sino para expresar su simpatía con el enfermo, ya que la oración es un gemido (v. Rom 8:26), pero aquí es algo más: es una demostración de que Cristo se compadecía, y se compadece, de nuestras debilidades (Heb 4:15).

5. «Dijo: Efatá, es decir, ábrete.» Marcos nos ha conservado la palabra original que Jesús pronunció en arameo, y cuya traducción literal es: «sé abierto», e indicaba los dos sentidos que necesitaban curación, como diciendo: «Que sean abiertos sus oídos y sus labios, a fin de que pueda oír y hablar libremente». Y el efecto de la palabra de Jesús fue inmediato: «Y se abrieron sus oídos, se le soltó la atadura de la lengua, y comenzó a hablar correctamente» (v. Mar 7:35). ¡Qué felicidad la de tener tan cerca de sí a Jesús con quien poder hablar, tan pronto como recibió el uso perfecto del oído y del habla! Con esta curación, Jesús demostró ser el Mesías, pues del futuro reino mesiánico estaba profetizado: «… los oídos de los sordos se destaparán … y cantará la lengua del mudo» (Isa 35:5-6). Pero era también un símbolo de la obra que el Evangelio lleva a cabo en la mente de los hombres. El gran mandamiento del Evangelio, y de la gracia de Cristo a los pobres pecadores es: Efatá: Sé abierto, pues el Señor abre el corazón, para que el oído esté atento a la palabra de Dios (v. Hch 16:14) y también abre los labios para que nuestra lengua publique Sus alabanzas (v. Sal 51:15).

6. «Les ordenó que no lo dijesen a nadie» (v. Mar 7:36); pero, en vano: «cuanto más se lo ordenaba, tanto más ampliamente lo publicaban ellos». Siempre vemos que contravenían esta orden de Jesús, quien, como hemos dicho más de una vez, tenía muy buenas razones para ordenar que no se publicasen estos milagros. El versículo Mar 7:27 parece poner un detalle atenuante de esta desobediencia: «Estaban sumamente atónitos», es decir, de tal manera les asombraba y les sacaba fuera de sí el contemplar estos milagros tan estupendos de Jesús, que olvidaban la prohibición de divulgarlos. «Decían: Todo lo ha hecho bien». Dice R. A. Cole: «El paralelismo con Gén 1:1-31 (v. Gén 1:31, especialmente) pudo pasar inadvertido para el común de los oyentes, pero es difícil que escapase a la percepción de la Iglesia primitiva. Toda la creación de Dios fue una obra perfecta, y la manifestación del poder del Hijo de Dios era asimismo perfecta. No sólo Dios vio que era bueno (Gén 1:4), sino que, en esta ocasión, también los hombres lo vieron».

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