Mateo 12:14 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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I. Ahora vemos cuán perversa era la disposición de los fariseos contra el Señor (v. Mat 12:14), enfurecidos por la evidencia contundente de sus milagros, salieron y celebraron una reunión contra Él para ver de destruirle. Lo que más les irritaba era que con los milagros que hacía, no sólo el honor de Él eclipsaba al de ellos, sino también que la doctrina que predicaba era opuesta directamente al orgullo, a la hipocresía y a los intereses mundanos de ellos. Pero ellos querían aparecer como sumamente disgustados por el quebrantamiento del sábado, lo cual era, según la Ley, un crimen que merecía la pena capital. Celebraron una reunión contra Él, no para encarcelarle o exiliarle, sino para ver de destruirle (el mismo verbo griego que en Jua 3:16), para dar muerte al que había venido a dar vida, y darla en abundancia (Jua 10:10). ¡Qué indignidad tan enorme cargaban así sobre nuestro Señor Jesucristo, al tratar de destruir como a un forajido indeseable y como a una plaga para el país, a quien era la mayor bendición que el país podía tener y la gloria de su pueblo Israel! (Luc 2:32).

II. En esta ocasión, Cristo se apartó de allí para esquivar, no el trabajo, sino el peligro, puesto que su hora no había llegado todavía (Mat 26:45). Podía haberse escondido o marchado milagrosamente pero escogió el medio ordinario de la huida y el retiro a otro lugar. También en esto se humilló al hacer lo que hacen quienes no tienen otro medio de defenderse, y también nos dio, con su conducta, ejemplo de lo que Él mismo ordenaría a los suyos: cuando os persigan en una ciudad, marchaos a la otra.

Con todo, Cristo no se retiró para su propia comodidad, ni buscó una excusa para dejar de hacer el bien. Siguió haciéndolo incluso cuando se vio forzado a huir por haberlo hecho. Así dio también ejemplo a sus ministros, a fin de que hagan lo que puedan cuando no pueden hacer lo que desean hacer. El pueblo llano le buscaba: Le siguió mucha gente (v. Mat 12:15). Era un honor para Él, como lo era para la gracia de Dios, el que los pobres fuesen evangelizados, y que, al acogerle favorablemente, todos sus enfermos eran sanados por Él. Cristo vino al mundo para ser el Médico universal; como el sol trae luz a toda la tierra, así también el Sol de justicia traía en sus alas salvación (o sanación) a disposición de todos. Aunque los fariseos le perseguían por hacer el bien Él continuaba haciéndolo, sanando a todos; sin embargo, les encargaba rigurosamente que no le descubriesen (v. Mat 12:16). La razón es la misma que hemos dado en el comentario a otros lugares (8:4; 9:30).

III. Con su proceder y sus milagros, Jesús cumplía las profecías (v. Mat 12:17). La profecía que aquí se menciona por lo largo (vv. Mat 12:18-21) es la de Isa 42:1-4, y se hace aquí para resaltar la mansedumbre y la compasión de Jesús y, al mismo tiempo, el éxito que habría de tener con su modo de proceder. Consideremos en ella:

1. La complacencia que el Padre tenía en Cristo: He aquí mi siervo, a quien he escogido; mi Amado, en quien se agrada mi alma (v. Mat 12:18). De aquí podemos aprender:

(A) Que nuestro Salvador era el «Siervo de Jehová» (hebr. ebed Jehová) de Isa 42:1-25. El «siervo de Jehová» era, en primer lugar, Israel; pero aquí, como en Ose 11:1; Mat 2:15, Israel sirve de tipo al Mesías (comp. Heb 11:26; Heb 13:13). En otros lugares, como Isa 52:12 y todo el capítulo Isa 53:1-12, Israel se pierde de vista y sólo el Mesías ocupa toda la perspectiva. El término griego que traduce el hebreo ebed es pais = hijo o siervo; en este último sentido ha de traducirse aquí, como en Mat 8:6; Hch 3:13, Hch 3:26; Hch 4:27, Hch 4:30. Nadie mejor siervo que Cristo, cuyo alimento era hacer la voluntad del Padre (Jua 4:34) y, por hacerla, dejó su trono de gloria, se hizo hombre y llevó nuestros pecados sobre el madero, para alcanzarnos eterna redención. Su lema era Ich dien = sirvo; como Él mismo dijo: No vine a ser servido, sino a servir (Mat 20:28; Mar 10:45). Los hombres piensan que el honor consiste en ser importante; Cristo nos enseña con su ejemplo, que la mayor gloria, lo que da sentido a la vida, no es ser importante sino ser útil. Esto es lo que expresamos cuando decimos: ¿Para qué sirve esto? La dignidad de un siervo se mide por el trabajo que se le encomienda y por la confianza que en él se pone. En ambos aspectos, sobresale Cristo sobre todos los demás siervos de Dios, como vemos por lo que sigue a continuación.

(B) Que Jesús era el siervo escogido por Dios, como la única persona apta para llevar a cabo la gran obra de nuestra redención. Ningún otro estaba cualificado para llevar a cabo la obra de un Redentor, ni para llevar sobre su cabeza la corona de un Redentor; pero Cristo no se lanzó a esta obra por propia iniciativa, sino en obediencia gustosa y amorosa al que le había escogido para llevarla a cabo mediante el cuerpo que le fue preparado por el Padre (Heb 10:5) y formado por el Espíritu Santo (Mat 1:18, Mat 1:20; Luc 1:35).

(C) Que Jesucristo es el amado de Dios, Su amado Hijo.

(D) Que en Jesucristo se agrada la persona (lit. alma) del Padre. Y en Él, en el Amado, nos ha colmado de gracia (lit. nos ha agraciado) Dios (Efe 1:6). Todo el interés que el hombre caído tiene, o puede tener en Dios, así como todas las gracias que recibe de Dios, se deben a la complacencia que el Padre tiene en la persona y en la obra del Señor Jesucristo, y en esa complacencia están fundadas.

2. La promesa que el Padre le hace en dos cosas:

(A) Que pondría sobre Él el Espíritu Santo (v. Mat 12:18), en su séptuple forma (Isa 11:2-3), de modo que esté plenamente cualificado en todos los aspectos para la obra que debía llevar a cabo. A quienes Dios llama para cualquier servicio, les cualifica propiamente para tal servicio, pero Jesús recibió el Espíritu, no por medida (Efe 4:7), sino sin medida (Jua 3:34), ya que de Él habíamos de recibir todos la gracia y la verdad de la que Él estaba lleno (Jua 1:14, Jua 1:16; Efe 1:23; Efe 4:10, Efe 4:16; Col 2:9, Col 2:10). Quienquiera que sea elegido por Dios, y en él tenga Dios su complacencia, puede estar seguro de que ha de participar de Su Espíritu, mediante el cual hace a los elegidos semejantes a Él (Rom 8:29). El Espíritu es el Amor personal de Dios y, por eso, Dios ha derramado Su amor en nosotros mediante Él (Rom 5:5).

(B) Que tendría mucho éxito en el desempeño de su misión. Dios pone el sello de Su propio poder en aquellos a quienes Él envía. Por eso:

(a) Anunciará juicio a los gentiles (v. Mat 12:18); es decir, revelará también a los gentiles la rectitud o justicia divina (hebr. mishpath), para que la acepten y la imiten. En este sentido es llamado aquí juicio el Evangelio que Cristo predicó el primero a los gentiles que habitaban en la frontera con Israel (v. Mar 3:6-8), y después lo predicó a todo el mundo mediante Sus apóstoles (Mat 28:19; Mar 16:15). Puesto que el Evangelio tiende a renovar los corazones y las vidas de los hombres, ha de ser predicado también a los gentiles.

(b) Y en su nombre pondrán los gentiles su esperanza (v. Mat 12:21). De tal manera anunciará juicio a los gentiles, que muchos de ellos prestarán atención a sus enseñanzas y las pondrán por obra, y serán así inducidos a poner toda su confianza en Él. El gran objetivo del Evangelio es inducir a las gentes a poner su confianza en el nombre de Jesús (Dios-Salvador). Esta es Su ley: la ley de la fe y del amor (1Jn 3:23).

3. La predicción que aquí se hace acerca de Él, de que había de ser manso y pacífico, suave y compasivo, en el desempeño de su misión (vv. Mat 19:20).

(A) Había de llevar a cabo su obra sin ruido ni ostentación: No disputará, ni gritará, ni nadie oirá en las calles su voz (v. Mat 12:19). Es costumbre en los países meridionales, especialmente en el Medio Oriente, alzar la voz en crescendo en cualquier discusión; pero el reino de Dios no viene con advertencia (Luc 17:20). Estaba en el mundo, y el mundo no le conoció (Jua 1:10). Hablaba en voz queda, dulce y atractiva para todos, terrorífica para nadie; no quería imponerse a gritos, sino descender en silencio como el rocío.

(B) Había de llevar a cabo su obra sin rigor ni severidad: No quebrará la caña cascada, ni apagará el pábilo que humea (v. Mat 12:20). Los hombres suelen ensañarse con los débiles; tanto más, cuanto más cobardes son ellos mismos. ¿Para qué sirve una caña rajada? ¿Para qué seguir aguantando el humo que despide una mecha que ya no da luz ni calor por falta de aceite? Así razonamos a veces y, al contrario que Jesús, desanimamos más a los desconsolados y damos por perdidos a los débiles. Pero demos gracias a Dios por tener en Jesús a un Salvador tan bondadoso y tan paciente, que conoce el barro de que hemos sido formados (Job 33:6), y nos recibe tal como somos, con nuestras debilidades y con nuestras intenciones que son, de ordinario, mejores que nuestras obras, por el impedimento que la carne pone constantemente (Gál 5:17); no espera perfección de nosotros, sino que requiere tan sólo sinceridad y dedicación, contento de nuestro progreso, por lento que este sea, y sale en nuestra defensa, hasta cuando nuestra conciencia nos acusa severamente (1Jn 3:20). Los recién convertidos, especialmente, son débiles como una caña rajada y, como el pábilo que humea, no despiden todavía el «buen olor» de Cristo; así pasaba al principio con los discípulos de Cristo. Pero Jesús tenía con ellos la misma paciencia que tiene con nosotros. Él no desanima a nadie, no desecha a nadie (Jua 6:37); no rompe del todo ni arroja lejos de sí al que es como una caña rajada, sino que le pone vendas y soportes para que llegue a ser como un cedro del Líbano o una hermosa palmera; no apaga del todo al que es como una mecha humeante, sino que le conforta y le anima a reavivar el fuego (comp. 2Ti 1:6), para que ejercite con fruto los dones que le ha dado; el día de los modestos comienzos es el día de la gratitud y de las cosas preciosas (Zac 4:7, Zac 4:10). Se insinúa un gran éxito, tras esos modestos comienzos, en la frase: Hasta que haga triunfar la justicia (v. Mat 12:20). Tanto la predicación del Evangelio en todo el mundo, como la eficacia del Evangelio en el corazón, han de prevalecer. La gracia llegará a sobreabundar sobre el pecado (Rom 5:20) y llegará a su perfección en la gloria. La verdad acaba por imponerse.

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