Mateo 13:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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I. Consideremos primero las circunstancias en que Cristo predicó el sermón del presente capítulo.

1. Cuándo lo predicó: Aquel mismo día (v. Mat 13:1) en que había predicado los mensajes del capítulo anterior. ¡Tan infatigable era el Señor en hacer el bien! Cristo estaba a favor del mensaje matutino lo mismo que del vespertino. Un mensaje de la tarde, si es bien escuchado, lejos de hacer olvidar el mensaje de la mañana, lo fijará mejor, y remachará el clavo con mayor firmeza en su sitio apropiado. Aunque Cristo había encontrado mucha oposición, perturbación e interrupción durante la mañana, no por eso dejó de proseguir su obra; y en la última parte del día, no leemos que encontrase tantas cosas desalentadoras. Quienes en el servicio de Dios atraviesan con celo y coraje por dificultades, hallan con frecuencia que dichas dificultades no vuelven a ocurrir en la medida que ellos temían. Resistamos firmes ante ellas, y huirán delante de nosotros.

2. A quiénes lo predicó: Acudió a Él mucha gente (v. Mat 13:2), para escucharle. A veces, hay mayor poder en el mensaje cuando hay menor pompa en las circunstancias que lo rodean. Cuando Jesús se sentó junto al mar, acudió a Él mucha gente. Estas multitudes estaban de pie para verle mejor, y atentas a su predicación. Donde está el rey, allí está la corte; donde está Cristo, allí esta la Iglesia, aunque sea a la orilla del mar. Quienes deseen sacar provecho de Su palabra, han de estar dispuestos a ir a donde la palabra se traslade; cuando el Arca se trasladaba en el desierto, todo el pueblo se trasladaba con ella.

3. Dónde lo predicó: Junto al mar. Salió de la casa, pues no había en ella lugar para tanto auditorio, al aire libre. Así como no tenía casa propia en que vivir, tampoco tenía capilla propia donde predicar. Con esto nos enseña, en cuanto a las circunstancias externas del culto, a no codiciar lugares elegantes y majestuosos, sino a sacar todo el provecho posible de las ventajas y conveniencias que Dios nos haya concedido en Su sabia providencia. Cuando Cristo nació, fue apretujado en un establo; ahora, junto al mar, en la misma costa, adonde toda la gente podía acercarse a Él libremente. Su púlpito fue una barca; no era lugar indigno para Aquel Predicador, que con sola su presencia dignificaba y consagraba cualquier lugar; que no se avergüencen, pues, quienes predican a Cristo, aunque tengan que predicar en lugares sin suntuosidades ni conveniencias.

4. Qué mensaje predicó: Les habló muchas cosas (v. Mat 13:3). De seguro, muchas más de las que aquí se nos refieren. No eran bagatelas las cosas que Él les hablaba, sino verdades de consecuencias eternas.

5. Cómo lo predicó: En parábolas. Era (y es) un modo de enseñar muy corriente y muy provechoso, a la vez que muy agradable de escuchar y fácil de recordar. Tiene sobre las demás ilustraciones la ventaja de comportar en sí misma el mensaje, mientras que algunas historias y anécdotas, aunque se recuerden bien, no están tan conectadas con el mensaje como las parábolas. Nuestro Salvador las usó muchísimo, condescendiendo así con la capacidad, el lenguaje y las disposiciones internas del pueblo.

II. Se nos da después la razón de por qué enseñaba Cristo en parábolas. Los discípulos se sorprendieron de ello, porque hasta ahora las había usado poco; y eso, al dar después la aplicación; pero aquí no la da al pueblo: ¿Por qué les hablas en parábolas? (v. Mat 13:10). Deseaban que el pueblo entendiese bien lo que Él predicaba; por eso, no dicen: nos hablas, sino les hablas. A esta pregunta Jesús contesta por lo largo (vv. Mat 13:11-17), dándoles a entender que las cosas de Dios son así más fáciles de entender por parte de los que desean aprender y, al mismo tiempo, más difíciles y oscuras para los ignorantes voluntarios (v. 2Pe 3:5). Una parábola, como la columna de nube y fuego, presenta la cara oscura a los egipcios, para confundirlos, y la cara luminosa a los israelitas, para confortarlos. Además la parábola instala su mensaje en el subconsciente, sin ofender a la persona, al contrario, la dispone para reconocer la verdad desnuda, sin prejuicios personales (v. 2Sa 12:1-13).

1. Jesús explica la razón así: Porque a vosotros os ha sido dado conocer los misterios del reino de los cielos; mas a ellos no les ha sido dado (v. Mat 13:11). Esto es, los discípulos tenían conocimiento; pero la gente común, no, sino que debe ser enseñada, como los niños pequeños, por medio de tales comparaciones tan sencillas, pues una parábola es como una cáscara que guarda buena fruta para los diligentes pero la guarda de los perezosos. Los misterios de Dios; es decir, lo que Dios se había dignado revelar para nuestro conocimiento, requería un conocimiento que, como primer don de Dios, se daba a los que eran seguidores constantes de Jesús. Cuanto más de cerca se sigue al Señor, y más se conversa con Él, mejor se entienden los misterios que Dios nos ha revelado por medio del Espíritu (1Co 2:6-10). Esto se concede a todos los verdaderos creyentes que tienen un conocimiento experimental del Evangelio, pues esta es, sin duda, la mejor clase de conocimiento. Los que no están dispuestos para el alimento sólido, sólo pueden alimentarse de la leche espiritual.

2. Jesús ilustra más extensamente esta razón, y añade que la norma que Dios observa al impartir sus dones es aumentarlos en quienes se aprovechan de ellos, y retirarlos a los que no los usan, sino que los entierran (v. Mat 13:12).

(A) Hay aquí una promesa para el que tiene algo y usa lo que tiene; tendrá más abundancia. Los favores de Dios son como arras de posteriores favores, donde pone un fundamento, allí va Él a edificar (v. Flp 1:6).

(B) Hay también una amenaza para el que no tiene; esto es, para el que no tiene cuanto debía tener, porque usa mal, o no usa, lo que tiene: Se le quitará lo que tiene o parece tener. Dios retirará sus talentos de las manos de aquellos que dan muestras de ir rápidamente a la bancarrota.

3. Jesús explica esta razón en particular, con referencia a las dos clases de gente con las que Cristo tenía que ver en la presente ocasión.

(A) Algunos eran ignorantes voluntarios, y se limitaban a entretenerse con las parábolas: Porque viendo no ven y oyendo no oyen ni entienden (v. Mat 13:13). Éstos habían cerrado sus ojos contra la clara luz de la sencilla predicación de Cristo y, por eso, ahora eran dejados en la oscuridad. Justo es que Dios retire Su luz a quienes cierran los ojos contra ella.

Con esto, se cumplía la Escritura (vv. Mat 13:14-15). Es una cita tomada de Isa 6:9-10, la cual se repite nada menos que seis veces en el Nuevo Testamento. Lo que se dijo de los pecadores endurecidos en tiempo de Isaías, se cumplió también en tiempo de Jesucristo y todavía se está cumpliendo diariamente. Aquí tenemos:

Primero: Una descripción de la ceguera voluntaria, que es el pecado específico de ellos: El corazón de este pueblo se ha engrosado (v. Mat 13:15), lo cual denota torpeza e insensibilidad, pues el corazón cubierto de grasa se vuelve insensible a las impresiones y pierde actividad en su movimiento. Y cuando el corazón se engruesa de esta manera, no es extraño que los oídos se endurezcan. Y como también han cerrado los ojos a la luz, decididos a no ver la luz que vino a este mundo, que es el Sol de Justicia, se quedan así desprovistos de los dos sentidos por los que se aprende todo o casi todo.

En segundo lugar, una descripción de su ceguera judicial, que es el justo castigo de su pecado: Para no ver nada con sus ojos y no oír con sus oídos; como si dijese: «Los medios de gracia de que disponéis, no os serán de ningún provecho; aunque por misericordia hacia otros, continuarán dándose». La condición más triste en que una persona puede hallarse es asistir a los cultos con un corazón engrosado y unos oídos insensibles.

En tercer lugar, la terrible consecuencia de todo esto: Y no entender con el corazón, y convertirse, y que yo los sane. Nótese que el ver, oír y entender son necesarios para la conversión; porque, Dios, al impartir Su gracia, se comporta con los hombres como lo que son: agentes racionales, los atrae con cuerdas humanas, cambia el corazón al abrirles los ojos, y los saca del poder de Satanás al hacer que se conviertan de las tinieblas a la luz (Hch 26:18). Todos cuantos se vuelven de veras a Dios, serán sanados por Él con toda certeza.

(B) Otros fueron eficazmente llamados a ser discípulos de Cristo y estaban realmente deseosos de ser enseñados por él. Por medio de estas parábolas, las cosas de Dios se les hacían más sencillas y fáciles, más inteligibles y familiares, y más aptas para ser recordadas (vv. Mat 13:16-17). Cristo habla de esto:

(a) Como de una bendición: Bienaventurados vuestros ojos, porque ven; y vuestros oídos, porque oyen. Como si dijera: «Es una dicha para vosotros, una felicidad por la que estáis en deuda con el especial favor y la bendición de Dios». El que el oído oiga, y el ojo vea, es obra de Dios. Es una obra de gran bendición, que se verá cumplidamente perfeccionada cuando los que ahora ven mediante espejo borrosamente, vean entonces cara a cara (1Co 13:12). Los Apóstoles estaban destinados a enseñar a otros y, por eso, fueron bendecidos con manifestaciones especialmente claras de la verdad divina.

(b) Como de una bendición trascendente, deseada por, pero no concedida a, muchos profetas y justos (v. Mat 13:17). Los profetas y santos del Antiguo Testamento tuvieron vislumbres de la luz del Evangelio, pero deseaban ardientemente conocer más (1Pe 1:10-12). Quienes ya conocen algo de Cristo, no pueden menos de ambicionar el conocer más y más. Había, y hay todavía, una gloria que ha de ser revelada; había algo en reserva, para que no fuesen ellos perfeccionados aparte de nosotros (Heb 11:40). Está bien que consideremos de qué medios disfrutamos, y qué descubrimientos se han hecho para nosotros, en esta era del Evangelio muy superiores a los que tenían y disfrutaban los que vivieron bajo la dispensación antigua.

III. Una de las parábolas que el Salvador expuso, la primera de esta serie, es la parábola del sembrador y de la semilla. Las parábolas de Cristo están tomadas de las cosas comunes y ordinarias, de las más obvias, que pueden observarse en la vida diaria y están al alcance de las capacidades del vulgo. Cristo escogió este método, para que las cosas espirituales pudiesen entrar con más facilidad en nuestro entendimiento y, al mismo tiempo, para enseñarnos a meditar con gusto en las cosas de Dios mediante la contemplación de las cosas que con tanta frecuencia caen bajo nuestra observación; y, de este modo, mientras nuestras manos están ocupadas en los negocios seculares, nuestro corazón, no sólo no sea impedido para elevarse a las cosas celestiales, sino que incluso sea ayudado a ello por todo lo que nos rodea en el medio en que nos movemos. De esta forma, la Palabra de Dios puede estar siempre hablándonos con toda familiaridad.

La parábola del sembrador es suficientemente clara y sencilla (vv. Mat 13:3-9), pero Cristo mismo se encargó de explicarla, ya que era Él quien mejor conocía su significado: Vosotros, pues, escuchad la parábola del sembrador (v. Mat 13:18). Como si dijese: «Ya habéis escuchado la parábola, pero vamos a repasarla de nuevo». Sólo cuando oímos correctamente la Palabra de Dios, y con buena intención, entendemos de veras lo que estamos escuchando. De nada sirve el oír, cuando falta el entender. Es cierto que la gracia de Dios nos da el entender, pero nuestro deber es tener la mente en actitud receptiva. Por consiguiente, comparemos ahora la parábola con la exposición de la misma.

(A) La semilla sembrada es la Palabra de Dios, que aquí se llama el mensaje del reino (v. Mat 13:19); es decir, del reino de los cielos. Esta semilla de la Palabra de Dios parece, a veces, como el grano de trigo, una semilla seca y muerta, pero todo el producto posterior está virtualmente en ella; es una semilla incorruptible (1Pe 1:23). El sembrador es todo el que predica la Palabra de Dios; de una manera especial, y en aquellas circunstancias, Jesús mismo (v. Mat 13:37). Cuando se predica a una multitud, se está sembrando la Palabra; no sabemos dónde cae el grano (cómo es recibido), pero nuestro deber es sembrar buena semilla, sana, limpia y abundante. El motivo principal de que sean pocas las conversiones de gentes que escuchan el Evangelio y de que crezcan poco los creyentes de las congregaciones, es la falta de semilla buena, sana y abundante, como lo reconocía el jesuita portugués Vieyra respecto de su propia Iglesia de Roma.

(B) El terreno donde cae la semilla es el corazón de los oyentes, los cuales están dispuestos de muy diversa manera. El corazón humano es como un terreno capaz de mejora para llevar buen fruto; es una pena que esté descuidado y en barbecho. Pero como pasa con el terreno material, hay algunas clases de ese terreno espiritual que, a pesar del trabajo que se toma el agricultor en trabajarlo y sembrar en él buena semilla, no da el fruto deseado, o lo da poco y malo, mientras que el suelo bueno devuelve con creces el fruto de lo que se ha sembrado. Las diferentes clases de caracteres humanos, y la correspondiente disposición del corazón, están aquí representadas en cuatro clases de terreno, de las cuales, tres son malas, y una buena. El número de los que oyen sin provecho la Palabra de Dios es muy grande, incluso entre los que la oyeron de labios de Cristo mismo.

(a) El terreno de junto al camino (vv. Mat 13:4, Mat 13:19). Había senderos por entre los campos (Mat 12:1), y la semilla que caía allí no penetraba en la tierra y, por consiguiente, venían los pájaros y se la llevaban. Veamos:

Primeramente, qué clase de oyentes son comparados al terreno de junto al camino: Los que oyen el mensaje del reino, y no lo entienden (v. Mat 13:19). No le prestan atención, y así no lo reciben, sino que la semilla resbala sobre la mente de ellos, como dice el refrán, «por un oído les entra, y les sale por el otro»; han venido por curiosidad, por rutina o por acompañar a otros, no con el propósito de sacar provecho; así que, al no atender, no les hace ninguna impresión la Palabra sembrada.

En segundo lugar, por qué no sacan ningún provecho de la predicación: Viene el Maligno, y arrebata lo que fue sembrado en su corazón. Tales oyentes, distraídos, poco interesados en lo que oyen, son fácil presa de Satanás, el cual, así como es el gran homicida de las almas, es también el gran ladrón de los sermones. Si no quebrantamos ni siquiera la superficie del terreno en barbecho, y preparamos nuestro corazón para la Palabra, y no la cubrimos luego con la meditación y la oración; si no atendemos con interés a lo que se siembra, somos como el terreno de junto al camino.

(b) El terreno pedregoso: Otra parte cayó en pedregales (vv. Mat 13:5-6); aquí están representados los oyentes que reciben buenas impresiones de la Palabra, pero estas impresiones son de corta duración (v. Mat 13:21). Aquí hemos de considerar:

Primero: Hasta dónde llegaron: (i) Oyeron la Palabra; no le volvieron la espalda, ni le cerraron los oídos. Pero el mero oír de la Palabra no nos va a llevar al Cielo. (ii) La recibieron al momento (v. Mat 13:20), la semilla brotó pronto (v. Mat 13:4); surgió a la superficie antes que la que fue sembrada en buen terreno. Los hipócritas, así como los propensos a las emociones súbitas, son los que, con mucha frecuencia, toman la delantera a los buenos cristianos en las externas demostraciones de profesión cristiana, y parecen tan fervorosos que cuesta trabajo contenerlos. Han recibido la semilla pronto, pero sin profundizar en su significado para una vida cristiana consecuente. Cuando se come sin masticar no se puede esperar una buena digestión. (iii) La reciben con gozo. Hay muchos que quedan encantados de un buen mensaje, y hasta se deshacen en alabanzas del predicador, pero no sacan ningún provecho de la Palabra. Muchos degustaron (cataron con gusto, como un buen vino) la buena Palabra de Dios (Heb 6:5), pero, enrollado bajo la lengua, había algún vicio al que le habían cobrado demasiado gusto, y eso les hizo escupir lo que habían recibido de la Palabra de Dios. (iiii) La retienen por algún tiempo (v. Luc 8:13). Hay muchos que se sostienen por algún tiempo, Pero no llegan al final; corrían bien, pero algo les paro los pies (v. Gál 5:7).

Segundo: Cómo fracasaron, para no dar fruto perfecto: No tenían raíz en sí mismos; no había firmes convicciones en sus mentes, ni decididas resoluciones en sus corazones. Puede darse el tallo de una profesión donde no hay raíz de convicción. Donde no hay firmeza, no se puede esperar perseverancia, por mucha profesión que se ostente. El elemento vital es la raíz, porque no sólo sirve de alimento, sino también de soporte; por eso, cuesta más arrancar un árbol que derribar una estatua de granito, pues para esto último basta con un agujero en la base y un sencillo movimiento de palanca, mientras que el árbol está firmemente entrañado en la tierra por medio de sus raíces.

Viene el tiempo de la prueba, y todo se queda en nada: Al venir la aflicción o la persecución por causa de la Palabra, luego tropieza. Después de ocasiones de bonanza suele venir la tormenta de la persecución, para poner a prueba a los profesantes y mostrar quiénes habían recibido la Palabra con sinceridad, y quiénes no. Todo creyente debe estar preparado para el mal tiempo. Cuando llega el tiempo de la prueba, los que no tenían raíz, se ofenden y tropiezan (gr. se escandalizan); primero, discuten su propia profesión («esto no es lo que yo esperaba», etc.), y luego la dejan del todo. La aflicción o persecución está aquí representada en el sol (v. Mat 13:6) con su calor intenso, que socarra y agosta (comp. Apo 7:16); el mismo sol que ablanda la cera endurece el barro; el mismo calor solar que acaricia y sustenta lo que está bien enraizado, marchita y abrasa lo que tiene poca raíz. La prueba sacude a unos, y refuerza a otros (v. Flp 1:12). Obsérvese cuán deprisa se echaron a perder los representados en este segundo terreno. Una profesión (o «falsa decisión») hecha con poca reflexión, suele ser de corta duración: Se va tan deprisa como vino.

(c) El terreno espinoso: El que fue sembrado entre espinos (vv. Mat 13:7, Mat 13:22). Este terreno aventajó al primero, pues recibió la semilla; también aventajó al segundo, puesto que echó raíces hondas; pero, en fin de cuentas, tampoco dio fruto, debido a los estorbos que encontró en su crecimiento; las piedras no dejaron que la raíz prosperara; los espinos impidieron que prosperara el fruto.

¿Cuáles fueron estos espinos que ahogaron, sofocaron, la Palabra? En Luc 8:14, se nos dice que son de tres clases: preocupaciones, placeres y riquezas. Mateo menciona dos (v. Mat 13:22):

El afán de este siglo; es decir, las preocupaciones mundanas. La preocupación por el mundo venidero favorece el brotar y el crecer de esta semilla, pero la del mundo presente sólo sirve para ahogarla. Con gran propiedad comparó el Señor los afanes de este mundo con los espinos, puesto que punzan y tienen en vilo a la mente, arañan y lastiman con sus desengaños, y enredan y atan con los lazos de perversas conexiones, hasta que se cauteriza la conciencia (1Ti 4:2), y se vuelve insensible a las influencias de la gracia. Por eso, esta clase de terreno está próxima a ser maldecida y termina por ser quemada (Heb 6:8). Estos espinos ahogan la Palabra de Dios, pues las preocupaciones mundanas son un gran estorbo para el aprovechamiento de la Palabra de Dios y el consiguiente crecimiento espiritual, puesto que chupan la savia que el alma necesita para avivar en sí las cosas divinas. (¡Qué maravillosa lección de Psicología Profunda nos da aquí el Maestro!) La preocupación y congoja por muchas cosas, suele ir acompañada del descuido de la única necesaria (Luc 10:41. Nótese la repetición del nombre propio: «Marta, Marta». Las 7 veces que eso ocurre en la Biblia; Gén 22:11; Gén 46:2; Éxo 3:4; 1Sa 3:10; Luc 10:41; Luc 22:31; Hch 9:4; comportan, de parte del Señor, una solemne advertencia).

El engaño de las riquezas. Quienes, mediante su habilidad y laboriosidad han amasado una fortuna, están expuestos a un doble peligro: primero, pensar que el acumular riquezas no encierra ningún riesgo; segundo, pensar que las riquezas pueden procurarle a una persona todo lo que necesite y todo lo que apetezca. Ambas suposiciones son falsas; ni las riquezas están exentas de peligro, ni lo consiguen todo, pues los ricos no están exentos de problemas, de aflicciones ni de enfermedades. Poner en las riquezas toda la confianza equivale a ahogar la semilla de la Palabra de Dios. Oigamos el admirable comentario del gran Crisóstomo: «No dijo el Señor: el siglo , sino el afán del siglo ; ni la riqueza , sino el engaño de la riqueza . No les echemos, pues, la culpa a las cosas, sino a nuestra dañada intención. Porque posible es ser rico, y no dejarse engañar por la riqueza; y vivir en este siglo, y no dejarse ahogar por las solicitudes del siglo».

(d) El terreno bueno (vv. Mat 13:8, Mat 13:23): Una parte cayó en tierra buena, y dio fruto. No es mera coincidencia, sino lógico resultado y de gran consolación, que la buena semilla dé fruto cuando se encuentra con buen terreno, y no se pierda nada: éste es el que oye y entiende la Palabra, y da fruto (vv. Mat 13:23). ¡Lástima que esta sea una cuarta clase de terreno, pero no una cuarta parte de los que oyen el mensaje de salvación!

Ahora bien, lo que distingue a estos últimos de todos los anteriores es, en una sola palabra, la fructuosidad (comp. 2Pe 1:8). No dice el Señor que este terreno no tuviera piedras o espinos, sino que no había nada que fuese un estorbo para impedir el crecimiento o el fruto. El cristiano espiritual no es el que está perfectamente libre de los obstáculos y tentaciones que el mundo presenta, sino el que, al asirse fuertemente de la gracia de Dios y del poder del Espíritu, prevalece contra todo, haciéndose fuerte en medio de la natural debilidad (2Co 12:9-10).

Los oyentes representados en esta cuarta clase de terreno son:

Primero: Oyentes atentos: Oyen y entienden la Ppalabra; no sólo entienden el sentido del mensaje, sino que se interesan en él, de la misma manera que un hombre de negocios pone interés constante en las cosas de su negocio.

Segundo: Oyentes fructíferos: Dan fruto, lo cual es una evidencia de su buen entendimiento y de sus firmes convicciones. Damos fruto cuando ponemos en práctica la Palabra, y obramos conforme a lo que se nos ha enseñado.

Tercero: Diferentes en cuanto a la cantidad (no a la calidad) del fruto que producen; unos, a ciento; otros, a sesenta; y otros, a treinta. Entre los verdaderos creyentes, unos producen más fruto que otros, o porque recibieron mayores gracias, o porque utilizan mejor las que recibieron; todos los alumnos de Cristo no están en la misma sección. Pero si el suelo es bueno, y el fruto es sano, los que dan el treinta por uno serán benignamente aceptados por Dios, y les será reconocido su fruto como abundante.

Finalmente, Jesús cierra esta parábola con una llamada solemne a prestar atención: El que tiene oídos para oír, oiga (v. Mat 13:9). El sentido del oído en nada se emplea mejor que en oír la Palabra de Dios. Hay personas de oído muy fino para la música, pero no hay mejor melodía que la de la Palabra de Dios: Tus estatutos son cantares para mí en mi habitación de forastero (Sal 119:54). Otras personas están siempre a la caza de noticias frescas (Hch 17:21); pero ¿hay alguna noticia tan sorprendente y regocijante como el Evangelio?

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