Mateo 13:44 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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I. A continuación de la explicación que Jesús hace de la parábola de la cizaña, despedida la gente y a solas en casa con sus discípulos (con toda probabilidad, sólo los Doce), Jesús expone otras dos parábolas emparejadas como las anteriores; la única diferencia entre las dos es que el hombre de la primera encuentra accidentalmente el tesoro, mientras que el de la segunda busca perlas finas; en el primer caso, se trata de un trabajador (propietario o jornalero); en el segundo, de un mercader de perlas. Ambas parábolas admiten una doble interpretación: primera, el hombre de ambas es Cristo, quien de tal forma nos estimó, que dio todo cuanto tenía, incluida la vida por comprarnos o redimirnos (volvernos a comprar); de esta idea hay numerosos ejemplos en el Nuevo Testamento (por ej. 1Co 6:20; 1Co 7:23; 1Pe 1:18-19; 2Pe 2:1). Dos ilustraciones muy convenientes para iluminar esta idea son las siguientes: La primera muy conocida es la del niño que hizo un barquito de madera y lo perdió después en el río; lo encontró más tarde en una tienda y cuando llegó a reunir suficiente dinero para comprarlo, lo «redimió» y dijo: ahora eres mío doblemente: porque te hice y te compré. La segunda menos conocida es el caso realmente sucedido en la corte de Versalles, donde, de noche y en un pasillo oscuro un embajador de España perdió una moneda de diez céntimos. Para encontrarla, encendió un billete de mil pesetas (único combustible o luz de que disponía); cuando un colega le reprochó la locura de tal proceder, replicó quijotescamente: El billete no lleva la imagen de mi rey, pero la moneda sí, y no consiento que nadie la pise. Por baja que haya descendido una persona humana, todavía quedan en ella rasgos de la imagen divina, y no podemos estimar en poco lo que Dios estimó tanto, que entregó a la muerte de cruz a Su propio y único Hijo, para rescatarla del abismo de perdición. La segunda interpretación es la tradicional, que damos a continuación. Hasta ahora, Cristo había comparado el reino de los cielos a cosas pequeñas, pero ahora lo compara a dos cosas de gran valor:

1. A un tesoro escondido en un campo, de tal valor, que quien lo encuentra, vende todo lo que tiene por adquirirlo.

(A) Parece lo más natural que el tesoro escondido es la bendición que supone servir a Cristo y ser súbdito del reino de los cielos. Este tesoro como el agua viva del pozo de Jacob (en sentido espiritual) está escondido a los ojos de la carne, pero aquellos cuyos ojos espirituales han sido iluminados por el Espíritu Santo (Efe 1:18), ven el tesoro (Jua 3:3) y se apresuran a adquirirlo. No está escondido en un huerto cerrado, sino en un campo. Allí está esta mina de oro, todo el que quiera puede llegarse a ella y sacar provecho, con tal que vaya por el camino recto y emplee el método correcto.

(B) Gran cosa es descubrir este tesoro y el inmenso valor que encierra. Las minas mejores se encuentran con frecuencia bajo terrenos que parecen estériles al exterior. Para los inconversos, la Biblia es un libro más. Pero quienes se llegan a la Escritura con las debidas disposiciones, encuentran en ella un tesoro inagotable: Cristo y la vida eterna (Jua 5:39).

(C) Quienes disciernen bien el valor de este tesoro, no paran hasta que lo han conseguido. Llenos de alegría, pagan cualquier precio por tenerlo. En comparación con él, todo lo demás no tiene valor alguno (comp. Cnt 8:7). Por eso dice Pablo: Cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo … por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura (lit. desperdicios), para ganar a Cristo (Flp 3:7-8). No es de extrañar que el gran Apóstol corriera como un campeón olímpico para obtener la mejor marca (1Co 9:24-27; Flp 3:13-14). Al precio que está el oro en el mercado de divisas, y desde un punto de vista material, supongamos que a una persona le regalan todo el oro que pueda sacar de una mina en dos horas; ¿podemos pensar que esta persona se quedaría de brazos cruzados, viendo como pasaba el tiempo? Lo tendrían por loco. ¿Y no es mayor locura dejar pasar las oportunidades de hacer acopio de ese tesoro que se acumula en el Cielo? (Mat 6:19-20).

2. A una perla de gran valor (vv. Mat 13:45-46).

(A) Los hijos de los hombres se afanan por hallar objetos que consideran de valor: riquezas, honores, conocimientos científicos o artísticos; pero la mayoría son malos mercaderes y toman por oro lo que es oropel, y por original lo que es imitación. Hay una fascinación peculiar en las trivialidades vacías de lo material, de lo presente, de lo cotidiano, que no deja percibir la realidad verdaderamente valiosa de las cosas que no se ven (2Co 4:18).

(B) Jesucristo es una perla de valor infinito; teniéndole a Él se tiene todo lo que posee algún valor pues en Él están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento (Col 2:3) en Él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad, y nosotros estamos completos en Él (Col 2:9-10). Todo Él es un encanto (Cnt 5:16); para los creyentes, de gran valor (1Pe 2:7).

(C) Un verdadero creyente es un mercader espiritual, que busca y halla la gran perla de la gracia; y el que desea ser espiritualmente rico, trata de comerciar con sabiduría y diligencia. El Cielo es un lugar de comunión con Dios (Apo 21:3) y de descanso (Apo 14:13), pero también de servicio y de reinado (Apo 22:3, Apo 22:5) por los siglos de los siglos; si podemos ser multimillonarios de esas riquezas eternas, ¿nos contentaremos con una herencia raquítica, estrecha y vergonzante? (v. 2Pe 1:11; 1Jn 2:28). Es un error frecuente, y funesto, creer que todos los creyentes disfrutarán de la misma gloria en el Cielo. Toda la porción de 2Pe 1:3-15 tiende a inculcar fuertemente en la mente del creyente que la gloria eterna de cada uno ha de corresponder al nivel del conocimiento experimental de nuestro Señor Jesucristo, adquirido durante la vida presente.

(D) Quienes han comprendido bien el valor de esta perla, estarán prestos a dejarlo todo para seguir a Cristo. No a todos les pide Dios que lo dejen todo para seguir a Cristo (Mat 19:21 Mat 19:27, comp. con Luc 19:8-9), pero a todos les pide la disposición para hacerlo (Mat 10:37-39; Mat 16:24). Cualquiera puede quedar perplejo ante el precio que se le pida por una joya, pero esta perla del reino de los cielos no tiene precio.

II. La parábola de la red, que cierra todo el grupo de siete del presente capítulo, y fue explicada por el Señor (vv. Mat 13:47-49).

1. Exposición de la parábola. El mundo es como un vasto océano. La predicación del Evangelio es semejante al echar una gran red al mar. Esta red es muy grande y, por ello, recoge peces de toda clase; el sentido de la parábola no es de que se recojan peces de todas las especies, sino de toda clase de calidad: unos son buenos, otros son malos; unos son mejores que otros; otros son peores que otros. Como ya se dijo en la parábola de la cizaña, se han equivocado (y se equivocan) todos los comentaristas que opinan que el mar es el mundo, pero que la red es la Iglesia. Sin embargo, no cabe duda de que hay algún aspecto distinto de los que ofrece la parábola de la cizaña, aunque ambas llevan la misma intención; por ejemplo, en la de la cizaña, se pone de relieve la mezcla actual de buenos y malos en el mundo; en la de la red, la separación final, hecha cuidadosamente (sentados); en la de la cizaña, la mezcla es atribuida a la acción del Maligno; en la de la red, a la disposición corrompida de los peces malos. El hecho de que también estos entren en la red, nos advierte del hecho frecuente de los falsos profesantes; no todos los que entran por las puertas de las iglesias locales (menos todavía, los que toman una «decisión» precipitada), son peces buenos. Podría todavía añadirse que en el mar quedan otros peces buenos, que no entran en dicha red, pero eso iría claramente contra el contexto de la exposición y, especialmente, contra la explicación que Jesús hizo de la parábola.

2. Explicación de la parábola. Así será en el fin del mundo (v. Mat 13:49); este es el tiempo de la siega en versículo Mat 13:30. Entonces se hará la separación de buenos y malos. El versículo Mat 13:50 repite la suerte destinada a los malos, enteramente igual que en el versículo Mat 13:42, y toma de allí la clase de castigo que espera a los malos; aun cuando la figura representa mejor lo que se hace con la cizaña, la realidad del castigo es la misma en ambas parábolas, y por eso el Señor habla del horno de fuego aquí, a pesar de que los peces malos son simplemente tirados (v. Mat 13:48).

III. Al final como epifonema de todo el discurso, el Señor propone un símil (no parábola), en el que compara al experto oyente con un fiel y competente amo de casa (vv. Mat 13:51-52). Es de notar que la frase: les dijo Jesús, así como el título: Señor (v. Mat 13:51) no aparecen en el original, pero suelen añadirse en las versiones, a fin de completar el sentido del texto.

1. Después de la explicación que Jesús hizo de las principales parábolas de este capítulo, preguntó a los discípulos si habían entendido estas cosas, a lo que ellos respondieron afirmativamente. No hay por qué suponer que las entendiesen hasta agotar su significado. La Palabra de Dios es tan rica y profunda que, por mucho que de ella se saque, nunca se agota; pero habían captado lo principal en cada caso. Es voluntad de Cristo que todos los que leen y oyen la Escritura, la entiendan y saquen provecho espiritual de ella, de lo contrario, de nada les serviría leerla y estudiarla. La respuesta afirmativa de los discípulos, después de la explicación que espontáneamente les había ofrecido de la primera parábola (vv. Mat 13:18.) y de la que les dio a petición de ellos (v. Mat 13:36) de la de la cizaña, nos sugiere que estas parábolas servían como de «clave» para interpretar las demás. Las verdades divinas se explican mutuamente; por eso, un conocimiento progresivo de toda la Biblia ayuda a entender cada vez mejor las porciones particulares de ella.

2. El objetivo de este símil fue dar su aprobación a la atención que los discípulos le habían prestado en la exposición de las parábolas. Jesús está siempre deseoso de animar a los alumnos voluntariosos de su escuela, aunque sean débiles, y a decirles: ¡Bien dicho! ¡Bien hecho!

(A) Jesús viene a compararles a un escriba bien adoctrinado del reino de los cielos (v. Mat 13:52). Estaban aprendiendo ahora, para poder enseñar después. Quienes han de instruir a otros, necesitan aprender antes ellos mismos (1Ti 3:2; 2Ti 2:24). La instrucción de un ministro del Señor ha de ser en el reino de los cielos; sin esta instrucción, todo otro conocimiento sólo sirve para hinchar (1Co 8:1, lit.). Sólo con esta instrucción, será capaz de instruir correctamente a otros.

(B) Los compara a un buen amo de casa que saca de su tesoro cosas nuevas y cosas viejas; es decir, no sólo las verdades del Antiguo Testamento y las del Nuevo, sino también nuevos métodos de exposición y de aplicación de las mismas verdades. Todo maestro experto en su materia, va haciendo acopio de conocimientos en la medida que estudia lo que otros han dicho y reflexiona por cuenta propia sobre el tema. Se ha dicho, con bastante razón, que «de todo lo que decimos y escribimos el 10% es por inspiración, y el 90% restante es por transpiración». Ello depende del talento e imaginación de cada uno, pero lo cierto es que, quien se esmere en procurarse un buen tesoro de comentarios e ilustraciones, recogerá una rica cosecha de información y experiencia, que le ayuden a trazar rectamente la palabra de verdad (2Ti 2:15). Ese es el modo de adquirir una formación bíblica para equilibrar y equipar bien al hombre de Dios (2Ti 3:17). No es suficiente con atesorar, es preciso sacar; el tesoro se recibe para el provecho de la iglesia (1Co 12:7). Así lo hizo el mismo Señor Jesucristo (Jua 15:15). La enseñanza, como el aprendizaje, son completos cuando se vive lo que se aprende y enseña (Jua 13:17).

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