Mateo 15:10 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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I. En el discurso que va a pronunciar, Cristo comienza por una solemne introducción: Llamando a sí a la multitud (v. Mat 15:10). Cristo tenía consideración a las muchedumbres. El humilde Jesús acogía con afecto y cariño a quienes eran mirados con desdén por los orgullosos fariseos; por eso, se vuelve de ellos, obstinados e indóciles, hacia la multitud que, aunque eran gente débil e iletrada eran humildes y estaban deseosos de aprender. A éstos dice: Oíd y entended. Nótese que, cuando oímos algo de los labios de Cristo hemos de poner toda diligencia en entender lo que dice. No sólo los eruditos, sino también la gente ordinaria y vulgar, deben estar alerta para entender las palabras de Cristo.

II. La verdad que se enseña (v. Mat 15:11), expresada en dos proposiciones:

1. No es lo que entra en la boca lo que contamina al hombre. No es la clase ni la calidad de nuestros alimentos, ni la condición de nuestras manos, lo que infecta el alma con ninguna polución moral. El reino de Dios no es comida ni bebida (Rom 14:17). Lo que contamina al hombre, haciéndole culpable ante Dios e incapaz de mantener comunión con Él, no es el bocado que come, sino el pecado que comete. Jesús comenzaba así a enseñar a sus seguidores a no llamar común o inmunda ninguna cosa (v. Mar 7:19; Hch 10:13-15, Hch 10:28).

2. Sino lo que sale de la boca, eso es lo que contamina al hombre. Somos contaminados, no por los alimentos que comemos con manos no lavadas, sino por las palabras que hablamos desde un corazón no santificado. Así que no eran los discípulos los que se contaminaban con lo que comían, sino los fariseos con lo que decían en tono de desprecio y censura acerca de los discípulos. Los que culpan a otros de transgredir los preceptos de los hombres, se cargan a sí mismos de mayor culpa por transgredir el mandamiento de Dios contra los juicios temerarios.

III. La ofensa que los fariseos recibieron con esta enseñanza: Entonces, acercándose sus discípulos, le dijeron: ¿Sabes que los fariseos se ofendieron al oír esas palabras? (v. Mat 15:12).

1. No es extraño que los fariseos se ofendieran con esta enseñanza tan claramente expuesta. Los ojos enfermos no toleran la luz clara, y nada hay tan provocativo para los orgullosos impostores como el desdeñar a quienes ellos han engañado, cegado y esclavizado, puesto que esos que tanto aprecian las formalidades externas de la religión, son los que tanto menosprecian las realidades interiores del culto.

2. A los discípulos les extrañó que Jesús expresase tan claramente lo que sabía que iba a ofender a gentes tan importantes como los escribas y fariseos, ya que no acostumbraba hacerlo. Pero Jesús sabía muy bien lo que había dicho, y a quiénes lo había dicho; y quería enseñarnos que, aunque en cosas sin importancia debemos tener cuidado para no ofender a otros con lo que decimos sin embargo no debemos callarnos las verdades necesarias ni los deberes perentorios, por temor a ofender a otros. Hay que confesar la verdad y cumplir con el deber; y si alguien se ofende, es culpa suya; si es para escándalo del que lo oye, no es un escándalo dado, sino recibido; o, como suele llamarse, «escándalo farisaico».

Quizá los mismos discípulos se extrañaron también de la enseñanza misma que Jesús había expuesto y, al hacerle dicha comunicación sobre los fariseos, lo hacían para recibir ellos mismos una información mejor sobre la materia. Sin duda, los fariseos dirían que lo expuesto por Jesús se oponía a la ley sobre viandas limpias e inmundas, y los discípulos estarían, en parte al menos en favor de tal opinión. Al no querer que los jefes religiosos se ofendiesen sin motivo, quizá pensarían que Jesús haría, si no una palmaria retractación de lo dicho, al menos una corrección o modificación de lo que había expresado. Los oyentes débiles e inmaduros están más solícitos de lo que debieran, en que no se ofendan los oyentes malvados.

IV. La sentencia que Jesús pronuncia contra los fariseos en esta ocasión y sobre sus corruptas tradiciones. Dos aspectos abarca esta sentencia:

1. Ellos, con sus tradiciones, van a ser desarraigados: Toda planta que no ha plantado mi Padre celestial, será desarraigada (v. Mat 15:13). La secta de ellos, sus formas y sus enseñanzas, eran plantas ajenas a la plantación de Dios (Jua 15:1; 1Co 3:9). Las normas que profesaban no habían sido instituidas por Él, sino que debían su origen al orgullo y al formalismo. En la Iglesia visible, no es extraño tampoco encontrar plantas que el Padre celestial no ha plantado. De ahí, la responsabilidad de los pastores para descubrir cuanto antes las malas hierbas y extirparlas sin contemplaciones. No nos engañemos, pues, al pensar que todo va bien en la congregación, y que todo lo que se encuentra en el jardín de Dios, ha sido plantado allí por Dios mismo. Por sus frutos los conoceréis. En fin de cuentas, esta es la única evidencia segura de que una persona es salva. Lo que no es de Dios, al fin se desvanecerá (Hch 5:38). Pero el Evangelio de Cristo es verdadero y vivo, y permanece para siempre; no se puede desarraigar.

2. Ellos, con sus seguidores, están abocados a la ruina (v. Mat 15:14).

(A) Cristo pide a sus discípulos que los dejen solos. Dejadlos; como si dijese: «No vayáis con ellos ni os preocupéis de ellos, no busquéis su favor, ni temáis su desagrado; dejadlos que sigan su curso y cosechen el resultado. Están resueltos a seguir con sus opiniones, y no hay quien les saque de su obstinación. No tratéis de agradar a una generación que no agrada a Dios» (1Ts 2:15). Caso triste de verdad es el de aquellos pecadores tan empedernidos, que Cristo ordena a sus ministros que los dejen solos.

(B) Les da dos razones para que los dejen solos, porque:

(a) Son orgullosos e ignorantes: dos malas cualidades que a menudo van juntas y trastornan el juicio de una persona (Pro 26:12). Son ciegos guías de ciegos. Con crasa ignorancia acerca de las cosas de Dios, son tan orgullosos, que se creen más sabios y entendidos que todos los demás y, por eso, se erigen en guías de otros para enseñarles el camino del cielo, cuando ellos mismos no aciertan a dar un solo paso en dicho camino; con todo prescriben a todos, y proscriben a quienes rehúsen seguirles. Si al menos reconociesen que son ciegos, acudirían a Cristo en busca del remedio, y así recobrarían la vista (Jua 9:40-41). ¿Cómo está nuestra vista espiritual? Ellos confiaban en que eran guías de los ciegos (Rom 2:19-20), llamados por Dios para ello y cualificados convenientemente para dicha tarea. En su propia opinión, todo cuanto decían era un oráculo o un precepto.

(b) Corren presurosos hacia su propia destrucción: Ambos caerán en un hoyo. No puede ser otro el final, si ambos son tan ciegos y, al mismo tiempo, tan temerarios como para lanzarse a la ventura, sin hacer caso del peligro. Los guías ciegos y los ciegos seguidores perecerán igual y juntamente. Quienes, para engañar, inducen a otros al pecado, empleando con astucia las artimañas del error (Efe 4:14), no escaparán ellos mismos de la ruina, pese a toda su astucia y sus artimañas. Los guías ciegos llevarán la peor parte en el castigo, caerán tanto más hondo cuanto más adelantados iban en el camino del error y cuando debieran tener mayor conocimiento de la ruta. Quienes mutuamente han cooperado a incrementar el pecado, cooperan también a provocar mutuamente el castigo.

V. Jesús explica ahora a sus discípulos la enseñanza que había dado en el versículo Mat 15:11. Aunque Cristo rechaza al ignorante voluntario que no se preocupa de ser enseñado, tiene compasión del ignorante que está deseoso de aprender (Heb 5:2).

1. Los discípulos deseaban ser instruidos mejor en esta materia (v. Mat 15:15). En esta ocasión, como en otras muchas Pedro se adelanta a ser el portavoz de los demás: Tomando la palabra Pedro, le dijo: Explícanos esa parábola. Jesús había hablado claramente, pero Pedro llama parábola a una enseñanza tan sencilla, y es incapaz de entenderla. Las inteligencias débiles tienden a considerar como enigmas las verdades más claras y a encontrar nudos en un junco liso. Pero una cabeza débil en el entendimiento de la Palabra de Dios, con tal de que vaya acompañada de un corazón sincero y de una mente receptiva, se sentirá instintivamente inclinada a buscar mayor instrucción. Así, los discípulos, aunque quizás ofendidos por la enseñanza, buscaron una explicación satisfactoria, y echaron la culpa de la ofensa recibida, no a la doctrina que habían escuchado, sino a la superficialidad de su propia capacidad.

2. Cristo les reprochó su debilidad y falta de entendimiento: ¿También vosotros estáis aún sin comprender? (v. Mat 15:16). Cristo guarda sus tiernos reproches para aquellos a quienes ama e instruye con cariño y paciencia. Dos cosas agravaban la torpeza y la ignorancia de los discípulos: (A) El hecho de ser discípulos de Cristo: ¿También vosotros? «¿También vosotros, a quienes yo he admitido a un grado tan elevado de familiaridad, estáis sin comprender el camino de la verdad?» La ignorancia y los errores de quienes profesan la fe cristiana y disfrutan de los privilegios de la membresía en una iglesia local, entristecen con razón al Señor Jesucristo, del mismo modo que quienes no se preocupan de arrojar de sí todo pecado conocido (mediante el arrepentimiento y la confesión ante el Señor (v. 1Jn 1:8-10), contristan al Espíritu Santo (Efe 4:30). (B) El hecho de que llevaban ya bastante tiempo en la escuela de Jesús: ¿Estáis aún sin comprender? «¡No sabéis aún las primeras lecciones, y estáis ya en el tercer grado?» Si hubiesen llevado sólo una semana acudiendo a sus clases, sería diferente. Cristo espera de nosotros un progreso en la gracia y en el conocimiento de su Palabra, de acuerdo con el tiempo que llevamos en la iglesia y los medios de que en ella, y fuera de ella, disponemos (v. Jua 14:9).

3. A continuación, Cristo les explica la enseñanza sobre la contaminación. Les muestra:

(A) Cuán pequeño es el peligro de contaminarse con las cosas que entran en la boca (v. Mat 15:17). La intemperancia del apetito, si degenera en gula (abuso en el comer y beber), sale del corazón y contamina, ya que constituye pecado; pero los alimentos en sí, si no son nocivos para la salud, no contaminan como opinaban los fariseos; todo cuanto no es asimilable por nuestro organismo, es desechado por un proceso fisiológico, sabiamente dispuesto por Dios; pasa al vientre, y es echado en el estercolero (v. Mat 15:17), y queda sólo lo que sirve para reparar los tejidos. Si alguna cosa inmunda se mezcla con nuestro alimento por no lavarnos las manos antes de comer, y llega a ser dañoso (se supone que ha pasado inadvertido), la naturaleza misma se encargará de despedirlo. En fin de cuentas, será un caso de falta de higiene, pero no de falta de conciencia.

(B) Cuán grande es el peligro de contaminarse con las cosas que salen de la boca (v. Mat 15:18). Nótese que Jesús no dice: por la boca (como podría ser un vómito del estómago o del pulmón), sino: de la boca, como algo que la boca despide naturalmente, como canal de la fuente que es el corazón. No hay, pues, contaminación en los productos de la bondad de Dios, sino en el producto de nuestro corrompido corazón. En efecto, aquí tenemos:

(a) El manantial corrompido del que procede lo que sale de la boca: sale del corazón; es decir, no del músculo que reparte la sangre por todo el organismo físico, sino del centro espiritual de la conducta. Es este centro, este corazón, el manantial corrupto engañoso más que todas las cosas y perverso (Jer 17:9), de donde sale todo lo que moralmente contamina al hombre, puesto que no hay pecado de palabra o de obra que antes no haya estado en el corazón; de él sale todo lo malo, todo lo que contamina al ser humano.

(b) Jesús especifica algunos de los arroyos que brotan del manantial de un corazón corrompido por el pecado

Primero, los malos pensamientos, es decir, tanto los falsos prejuicios que habían dado lugar a las corrompidas tradiciones farisaicas, como, más en general, y en consonancia con el contexto posterior, todo el mal que el hombre planea dentro de su corazón, aunque no siempre lo ponga por obra.

Segundo, homicidios, los que provienen del odio, la envidia, o el desprecio del prójimo; todo lo cual se fragua en el corazón. Por eso, el que aborrece a su hermano es, en el tribunal de Dios, un homicida (1Jn 3:15).

Tercero, adulterios y fornicaciones, que proceden de un corazón sensual, impuro y lascivo, en el que reina la concupiscencia. Por eso, hay adulterio en el corazón (Mat 5:28), antes de llegar, o aun sin llegar, a ponerlo por obra.

Cuarto, hurtos, fraudes, perjuicios, rapiñas contratos injuriosos, etc. La fuente de todo esto es también el corazón, como le pasó a Acán (Jos 7:20-21).

Quinto, falsos testimonios. Si la verdad, la santidad y el amor que Dios requiere en el interior del hombre, reinasen en el mundo, no habría juicios temerarios ni testimonios en falso.

Sexto, blasfemias; hablar mal de Dios o del prójimo lo cual proviene de la hiel que hay en el corazón, pues de él brota toda raíz de amargura (Heb 12:15).

Estas cosas añade Jesús son las que contaminan al hombre (v. Mat 15:20). El pecado contamina al hombre, lo vuelve inmundo y abominable a los ojos del Dios infinitamente santo y puro, y lo indispone para la comunión con Él. Por consiguiente, estas son las cosas que es preciso evitar con todo esmero, así como todo lo que conduce o invita a ellas, en vez de darle tanta importancia a lo de lavarse las manos antes de comer, porque el comer con las manos sin lavar no contamina al hombre. Ni es mejor delante de Dios por lavarse, ni es peor por no lavarse.

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