Mateo 18:7 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Nuestro Señor toma ocasión de lo que ha dicho en la porción anterior, para pasar a hablar de los escándalos:

I. En general (v. Mat 18:7). De ellos se dice:

1. Que son algo terrible: ¡Ay del mundo por los tropiezos! Como diciendo: ¡Cuánto daño hacen los escándalos! Este mundo es un mundo perverso, lleno de pecados, de peligros, de trampas tendidas a los inocentes e incautos; es una ruta peligrosa de atravesar, llena de obstáculos, de precipicios, de falsos guías. ¡Ay del mundo! En cuanto a los elegidos de Dios, podrán estar al borde del precipicio, a punto de resbalar (Sal 73:2), pero no serán engañados (Mat 24:24), ni tentados más de lo que permitan sus fuerzas (1Co 10:13), a no ser que ellos mismos se dejen seducir por su propia concupiscencia (Stg 1:14). Pero ¡ay de aquel hombre por quien viene el tropiezo! Aunque es inevitable que haya escándalos, esto no es excusa para el que pone el tropiezo. Los que voluntariamente reciben el escándalo, no quedan libres de culpa, pero es mucho más grave la culpa de los que voluntariamente ponen el tropiezo. El Dios justo cargará más reciamente contra los que arruinan los eternos valores de almas inmortales, y los valores temporales de los hijos de Dios. En el juicio ante el Gran Trono Blanco (Apo 20:11), los malvados serán juzgados, no sólo por lo que ellos mismos hicieron, sino por la mala semilla que en otros sembraron (Gál 6:7-8). Escritores, oradores, políticos, pintores, etc., que han arruinado, a lo largo de los siglos, tantas almas, cosecharán grandes castigos en campos ajenos.

2. Que son algo inevitable: Porque es necesario que vengan tropiezos. No se trata de una necesidad que hay que remediar (no es ese el vocablo griego), sino de una fuerza mayor que no se puede evitar (el mismo vocablo que en 1Co 9:16). ¿Por qué es inevitable que haya escándalos? Por dos razones:

(A) Porque el hombre malvado es responsable de sus actos, y Dios no le coarta la libertad ni arranca la cizaña antes de que llegue el final de la siega. Y, mientras haya hombres malvados, habrá maldades que dañen a las almas.

(B) Porque las ocasiones de tropiezo sirven para moldear el carácter del verdadero creyente y disciplinar a los hijos de Dios. Es algo «necesario» en el presente estado de prueba. ¡Estemos, pues, alerta y echemos mano de toda la armadura de Dios! (Efe 6:11.). Los escándalos no le toman a Dios por sorpresa y tampoco deben tomar por sorpresa a sus hijos.

II. En particular, Cristo habla:

1. De los tropiezos que nos ocasionamos nosotros mismos (vv. Mat 18:8-9). Aquí repite lo que había dicho en Mat 5:29-30 acerca del tropiezo que pueden causarnos el ojo derecho y la mano derecha; aquí lo amplía al ojo, a la mano y al pie, con el mismo drástico remedio de la amputación. Cristo acostumbraba repetir las enseñanzas más importantes y necesarias, y todo es poco en materias de tanta monta. Son muchas y fuertes las tentaciones que surgen de nuestra propia mala concupiscencia. Por eso, Stg 1:12-15, al hablar de pruebas y tentaciones, no echa la culpa de ellas a Dios, por supuesto, ¡pero tampoco al diablo! sino a la propia concupiscencia que atrae y seduce más que ninguna otra causa exterior. Podemos aplicar también esto a todo aquello de lo cual hemos de deshacernos si queremos guardarnos sin pecado habitual. Si hay alguna cosa o persona que nos induce al pecado, deshagámonos de ella sin contemplaciones, aunque sea para nosotros como ojo para poder ver, o mano que nos sirva para hacer nuestro trabajo o pie del que nos valgamos para ir a donde tengamos que llegar: Si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis (Rom 8:13. v. también 1Co 9:25-27). A veces, la violencia que habremos de hacernos para no pecar será tan fuerte como la de arrancarse un ojo o cortarse una mano o un pie, pero la gloria venidera bien se merece la pena presente. Entrar en la vida cojo, manco, o tuerto (vv. Mat 18:8-9), no quiere decir que en el Cielo se entre así, sino que así se salvaguarda la vida eterna, aunque sea a costa de pérdidas de orden temporal.

2. De los tropiezos u ofensas que podemos causar a otros vemos:

(A) La advertencia que Cristo hace: Mirad que no menospreciéis a uno de estos pequeños. Cristo quedará disgustado incluso con aquellos que ocupan los puestos más altos en la Iglesia, si éstos menosprecian a los más pequeños de la Iglesia. Aquí no denota a los niños pequeños literalmente, sino a los creyentes de categoría humilde. Los hombres del mundo (¿sólo los del mundo? v. Stg 2:1-9) suelen menospreciar a los cristianos de condición humilde, porque los ven pobres y, con frecuencia, poco instruidos; confunden la bajura con la bajeza. Ellos son los corderillos más tiernos del rebaño de Cristo y no debemos despreciarlos; no debemos hacer bromas de sus debilidades ni conducirnos con desdén hacia ellos, como si nos importara poco de lo que les pueda acontecer. Tampoco debemos imponernos a las conciencias ajenas como si fuésemos oráculos infalibles. La firmeza en las propias convicciones debe ser compatible con el respeto a las opiniones ajenas. Hemos de cuidar mucho de lo que decimos y hacemos, a fin de no causar daño, por autosuficiencia o inadvertencia, a ningún hermano de la fe, especialmente a estos pequeñuelos de Cristo.

(B) Las razones por las que nos amonesta a ello: no hemos de mirar con menosprecio a estos pequeños, pues Dios les ha concedido gran honor. Para demostrar que estos humildes creyentes merecen todos nuestros respetos, Cristo quiere que consideremos:

(a) El ministerio que los ángeles buenos ejercen para servirles (v. Mat 18:10. v. Heb 1:14). Dice Jesús: Sus ángeles en los cielos están viendo siempre el rostro de mi Padre. Dos cosas nos dice aquí de estos ángeles:

Primera: Son los ángeles de los pequeñitos. Los ángeles de Dios son los de ellos también. Los pequeñitos pueden mirar a las huestes celestiales y llamarlas suyas. Mala cosa es ser enemigos de quienes están tan bien guardados; así como es cosa buena tener al Dios verdadero por nuestro Dios, porque así Sus ángeles son nuestros.

Segunda: Que los ángeles están viendo siempre el rostro del Padre Celestial. Esto expresa, primero, la continua felicidad y el constante honor de los ángeles, la felicidad del Cielo consiste en la comunión con Dios, contemplando Su infinita belleza reverberada en el Cordero que es Su lumbrera (Apo 21:23); segundo, su disposición presta a ejercer el ministerio en servicio de los creyentes. Están mirando el rostro del Padre, no sólo para estar absortos en esta feliz contemplación, sino también dispuestos a recibir Sus órdenes en relación con lo que Él quiera encargarles para el bien de los santos. Si deseamos contemplar en la gloria el rostro de Dios (Apo 22:4; no se trata de la llamada «visión beatífica»), debemos buscar ahora el rostro de Dios en el cumplimiento de nuestro deber.

(b) El tierno cuidado que nuestro Padre Celestial tiene de estos pequeñitos y el interés que despliega en que no les ocurra ningún daño. Esto lo ilustra Jesús con una comparación (vv. Mat 18:12-14). Tenemos aquí:

En primer lugar, la comparación misma (vv. Mat 18:12-13). El hombre que, de cien ovejas que posee, ha perdido una sola, se toma todas las molestias necesarias para buscarla; se alegra muchísimo cuando la halla, y se regocija por este feliz hallazgo más que por la condición incólume de las otras noventa y nueve que no se habían descarriado. Esto es aplicable, en general, al estado de la humanidad caída: Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino (Isa 53:6). Cristo, con gran fatiga, después de terribles sufrimientos, atraviesa valles y montañas en busca de cada oveja descarriada; hallar cada una es para Él motivo de inmenso gozo. Hay mayor gozo en el Cielo por pecadores que vuelven, que por ángeles que no cayeron y por santos que no se descarrían; en particular, a los creyentes, pues se interesa amorosamente, no sólo en todo el rebaño, sino también en cada cordero y oveja que pertenece a Su grey. Aunque sean muchas las ovejas, fácilmente echa de menos una sola que cogee, se descarríe o esté afligida (Miq 4:6; Sof 3:19). El conocimiento de Dios, buen Pastor y gran Pastor, no es general como el nuestro (que suele perder en comprensión lo que gana en extensión), sino universal (que llega al detalle más insignificante de cada individuo particular con la misma nitidez distintiva con que abarca a todo el conjunto).

En segundo lugar, la aplicación de la comparación (v. Mat 18:14): Así, no es la voluntad de vuestro Padre que está en los cielos, que se pierda uno de estos pequeños. Es la voluntad del Padre que todos estos pequeñuelos se salven; ese es Su designio y Su deleite. Este cuidado e interés de Dios se extiende a cada oveja de Su rebaño, aun la más vil e insignificante. Obsérvese que Cristo llama a Dios vuestro Padre (v. Mat 18:14) y, en el versículo Mat 18:19, mi Padre, con lo que insinúa que no se avergüenza de llamar hermanos a sus pobres discípulos (Heb 2:11. v. también Jua 20:17). Esto da también a entender cuál es el fundamento seguro del bienestar de estos pequeñuelos: tienen a Dios por Padre; un buen Padre que se cuida de todos Sus hijos, pero, en especial, de los que más necesitan Su protección.

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