Mateo 20:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

Estudio Bíblico | Explicación de Mateo 20:1 | Comentario Bíblico Online

Esta parábola de los obreros de la viña tiene por objeto:

I. Presentar ante nosotros el reino de los cielos (v. Mat 20:1). Las leyes de este reino no están envueltas en parábolas, sino expuestas con toda claridad, como en el Sermón del monte (caps. Mat 5:1-48; Mat 6:1-34; Mat 7:1-29). Es el concepto del reino lo que necesita ser ilustrado más que los deberes del reino; por eso, las parábolas tenían por objeto ilustrar lo primero.

II. En particular, presentar ante nosotros una ilustración de lo que dijo al final del capítulo anterior, acerca del reino de los cielos: Muchos primeros serán últimos; y últimos, primeros (Mat 19:30). La parábola nos demuestra:

1. Que Dios no es deudor de nadie; una gran verdad; y que muchos que comienzan tarde, y no parecen prometer mucho en la piedad, llegan a veces, con la bendición de Dios, a mejores resultados en cuanto al conocimiento, la gracia y el servicio, que otros cuya entrada fue muy temprana y que parecían prometer mucho. Juan es más ágil de piernas y llega antes al sepulcro; pero Pedro tiene más arrojo y entra antes en el sepulcro (hay otra razón, que se comentará en Jua 20:4-6). Así muchos que son últimos serán primeros. Esto debe servir de advertencia a los discípulos para que velen y mantengan vivo su celo; de lo contrario, sus buenos comienzos les servirán de poco; parecían primeros, pero serán últimos. A veces, personas que se han convertido siendo muy mayores aventajan a quienes se han convertido en su juventud. Nos muestra también que la recompensa será dada a los creyentes, no según el tiempo en que se hayan convertido, ni según la edad en que se convirtieron, sino según la medida de estatura o edad espiritual que hayan alcanzado en la plenitud de Cristo (Efe 4:13). Los que sufran martirio en los últimos días tendrán el mismo galardón que los mártires de la primera era de la Iglesia, aunque éstos sean más célebres; y los ministros fieles de hoy, el mismo que nuestros primeros padres en la fe. Dos aspectos principales aparecen en la parábola: el contrato con los trabajadores, y el ajuste de cuentas con ellos.

(A) El contrato lo tenemos en los versículos Mat 20:1-7; y, como siempre, hemos de preguntar quién los contrata: Un hombre, padre de familia. Dios es el gran Padre de familia; como tal, tiene trabajo por hacer, y criados que lo han de hacer. Dios contrata obreros por amabilidad hacia ellos, para salvarlos del ocio y de la miseria, y así les paga por trabajos para ellos mismos. ¿Dónde los contrata? En la plaza del mercado, donde, hasta que Dios los emplea en Su servicio, están de pie desocupados (v. Mat 20:3) y parados (v. Mat 20:6). El alma humana está presta para ser contratada al servicio de alguien, pues fue creada para trabajar, como todas las demás criaturas. Aunque el hombre fue creado para ser el vicegerente de Dios en la creación no es un ser autónomo, pues es un ser relativo, ya que tiene fuera de sí el principio y la meta de su existencia. Por tanto, ha de servir a un amo siempre: o al pecado para muerte, o a la justicia para vida (Rom 6:15-23). El diablo, con sus tentaciones, alquila esclavos para su hacienda, a fin de que apacienten cerdos (Luc 15:15). Dios, con su Evangelio, contrata siervos para su viña, para que la cultiven y la cuiden; es trabajo de «paraíso». Hemos de escoger entre esos dos trabajos. Hasta que somos empleados por Dios para su servicio, estamos todo el día desocupados (comp. 2Pe 1:8). La llamada del Evangelio es proclamada a los que están en la plaza del mercado desocupados. La plaza del mercado es lugar de concurrencia; es lugar de juego para los muchachos (Mat 11:16), de negocio, de ruido y de prisas. ¡Salgamos de ese lugar! ¿Para qué los contrata? Para trabajar en su viña. La viña de Dios es la Iglesia (Jua 15:1.). Él la planta (Mat 15:13), la riega y le pone cerca o vallado, y todos somos llamados a colaborar con Él. Cada uno de nosotros tiene su viña, o parcela personal, que cuidar (Cnt 1:6). Es de Dios, y tenemos que cultivarla y guardarla para Él. En este trabajo no debemos ser haraganes y negligentes, sino trabajadores diligentes. La obra de Dios no admite frivolidades. Para ir al Infierno, no es menester trabajar; se puede ir allá por medio de la ociosidad; pero el que desee ir al Cielo, tiene que trabajar. ¿Cuál será el jornal de los obreros? En primer lugar, un denario (v. Mat 20:2). Un denario era el jornal de un día para un obrero; es decir, el jornal suficiente para el mantenimiento diario (de una jornada). Esto no significa que la recompensa de Dios a nuestra obediencia sea por obras, o como deuda; sino que hay un galardón puesto delante de nosotros, y que es suficiente. En segundo lugar, lo que sea justo (vv. Mat 20:4-7). Dios nos asegura que no retraerá su mano a nadie por el servicio que cumplimos para Él; nadie pierde jamás nada por trabajar para Dios. ¿Para cuánto tiempo son contratados? Para un día. Un día es una porción bien determinada de nuestra vida: Las gracias y las misericordias de Dios son nuevas cada mañana (Lam 3:22-23); el pan de cada día, nos mandó el Señor pedir (Mat 6:11), porque cada día tiene sus propios problemas y peculiares dificultades (Mat 6:34). El galardón es para toda la eternidad, pero el trabajo es para un día, y para cada día suministra Dios nuevo vigor (v. Isa 40:31). Esto debería estimularnos a ser diligentes en nuestro trabajo, pues es poco el tiempo seguro que se nos da para trabajar (comp. 2Co 6:1-2). Igualmente habría de animarnos con respecto a las dificultades del trabajo; las sombras se van alargando, se acerca la sombra de muerte (Sal 23:4), viene la noche, cuando nadie puede trabajar (Jua 9:4). Entonces será la hora del descanso, y la hora del galardón (Apo 14:13). ¡Haya fe y paciencia, que esta vida se acaba pronto!

Los obreros son contratados en diferentes horas del día. Aunque esto tenga una aplicación acomodada a las diferentes edades de la vida de una persona, lo que el Señor quiere dar a entender aquí es que Dios es soberano en sus dones y en asignar oportunidades a cada persona y, al mismo tiempo, que premiará la fidelidad en el servicio a Su causa, independientemente de la edad en que cada persona comience a trabajar para Él y de la duración de dicho servicio. Algunos son llamados a trabajar en la madrugada de su vida (o de la Iglesia, etc.); éstos deben ponerse a trabajar cuanto antes, para no desperdiciar tiempo de la jornada que tienen por delante. Otros son llamados en la flor y en la madurez de su vida: a las nueve de la mañana, al mediodía o a las tres de la tarde. El poder de la divina gracia se muestra en la conversión de algunos, cuando están en medio de los placeres de la vida o en todo el vigor de sus fuerzas, como le sucedió a Pablo. Dios tiene trabajo para todas las edades; no hay tiempo impropio para volverse a Dios. ¡Bástenos con el tiempo pasado al servicio del pecado! Id también vosotros a mi viña (v. Mat 20:4). Dios no rechaza a nadie que quiera contratarse con Él para trabajar. Otros, en fin, son contratados hacia la hora undécima (v. Mat 20:5), a las cinco de la tarde, cuando está próximo a ponerse el sol de la vida temporal, y sólo queda una hora para las doce del día (Jua 11:9). Pero, «mientras hay vida, hay esperanza», como dice el proverbio. Hay esperanza para los pecadores viejos, pues también ellos pueden llegar a un verdadero arrepentimiento. Y también se espera de los pecadores viejos, no sólo que se conviertan, sino también que sean usados por el Señor para Su servicio, pues no hay nada demasiado difícil para la gracia omnipotente de Dios, aunque una persona sea muy vieja y haya contraído hábitos inveterados. Nicodemo puede aún nacer de nuevo aunque sea viejo (Jua 3:3-5). Pero que ninguno piense que, por ser aún muy joven, puede demorar su conversión o su servicio al Señor hasta que sea viejo. Es cierto que algunos fueron llamados a la hora undécima, pero téngase en cuenta que eso fue porque nadie les había contratado (v. Mat 20:7). Pero, cuando Dios llama insistentemente (2Co 5:20; 2Co 6:1-2), es una temeridad hacerse el desentendido y permanecer en el ocio o en el vicio.

(B) Luego viene el ajuste de cuentas con los obreros, el cual se llevó a cabo, como de costumbre, al caer la tarde (v. Mat 20:8). La llegada de la noche es el tiempo de ajustar cuentas. Los obreros fieles recibirán su galardón al morir; hasta entonces, es necesario esperar pacientemente. Los ministros de Dios son llamados a la viña para hacer su trabajo; la muerte los llama de la viña para que reciban su recompensa; y quienes recibieron una llamada eficaz para ir a la viña, recibirán una llamada gozosa para salir de ella. No vienen a recoger su galardón sino cuando son llamados, debemos esperar a que Dios nos llame al descanso, y contar el tiempo con el reloj de nuestro Amo. El pago es el mismo para todos: Recibieron cada uno un denario (vv. Mat 20:9-10). Aunque en el Cielo hay diversos grados de gloria, la felicidad es igualmente perfecta para todos; cada vaso estará lleno hasta rebosar, aunque no todos los vasos tendrán la misma capacidad. El dar el pago del jornal de un día entero a los que habían trabajado menos de la décima parte del día, está destinado a mostrar que Dios distribuye sus recompensas según su gracia soberana, y no como deuda. Al no estar bajo la Ley, sino bajo la gracia, unos servicios tan breves, llevados a cabo con sinceridad, no sólo serán aceptos, sino premiados ricamente por esta gracia libre y soberana.

2. La ofensa que recibieron por ello los que habían sido contratados de madrugada: Murmuraban contra el padre de familia (v. Mat 20:11. Lit. refunfuñaban o gruñían). Esto no quiere dar a entender que, en el Cielo, exista descontento alguno de esta clase, sino que es aquí, en la Tierra, donde puede darse esta clase de descontento (¿Veía Cristo en Pedro algo de este espíritu mercenario? Mat 19:27). No cabe duda de que este era el espíritu de los fariseos respecto de los pecadores y publicanos, como aparece al final de la parábola del Hijo Pródigo (Luc 15:28-30); lo mismo puede decirse de los judíos, en general, con relación a los gentiles (Jon 4:1; Hch 11:13). Cuando este disgusto atañe a las cosas espirituales, implica tan mala disposición de ánimo, que resulta incompatible con un corazón verdaderamente regenerado. Estos obreros quejosos se querellaban, no de que les diese a ellos menos de lo que les pertenecía, sino de que hiciese a los demás iguales a ellos. Se jactan de sus buenos servicios: Estos últimos han trabajado una sola hora y los has hecho iguales a nosotros, que hemos soportado el peso del día y el calor abrasador (v. Mat 20:12). No sólo habían cobrado lo mismo al trabajar la undécima parte del tiempo, sino que habían trabajado durante lo fresco del día. Somos inclinados siempre a pensar que recibimos menos favores de la mano de Dios que los demás, y que hacemos más méritos para recibirlos que los demás. A los que hacen o sufren en el servicio de Dios más que los demás, les resulta difícil mantenerse en humildad y no tildar a los demás de cobardes, de carnales, de amigos de componendas y hasta de apóstatas. Del espíritu del «puritano» al del fariseo no hay más que un paso. ¡Gracias a Dios, muchos puritanos no dan ese paso!

3. Respuesta del amo. El padre de familia expone a los descontentos tres razones de su modo de proceder:

(A) Amigo, no te hago injusticia (v. Mat 20:13). No había razón alguna para pensar que el amo hubiese faltado a la justicia con los que fueron contratados los primeros. Le llama amigo (lit. compañero o camarada), para enseñarnos a usar mansedumbre y buenos modales, incluso cuando tenemos que apelar a razones muy fuertes en nuestro trato con los demás. Es absolutamente verdadero que Dios no perjudica a nadie. En cualquier cosa que Dios nos haga o retire de nosotros, no nos daña. Si Dios da a otros alguna gracia que a nosotros no nos da, lo hace en su bondad soberana hacia otros, pero sin hacernos injusticia a nosotros. Y nosotros no deberíamos hallar nada malo en que Dios se muestre más generoso con alguien, cuando eso no significa ninguna injusticia hacia nosotros. Para convencer al quejoso de que no le hacía injusticia, apela al contrato que había concertado con él: «¿No te concertaste conmigo en un denario? Ya tienes lo pactado». Bueno es que consideremos con frecuencia en qué términos hemos entrado al servicio de Dios. Los mundanos parecen concertarse con Dios para que les pague en este mundo (Mat 6:1-6; Mat 6:16-21). Han escogido su porción en esta vida (Sal 17:14). Los creyentes se han concertado con Dios para una recompensa de vida eterna, y deben recordar que han dado su consentimiento a este contrato. Así, pues, el amo le dice al murmurador: Toma lo que es tuyo y vete (v. Mat 20:14). Si lo aplicamos a lo que es nuestro por donación, por libre regalo de Dios, nos acostumbraremos a contentarnos con lo que tenemos. Si Dios se muestra, en algún aspecto, más generoso con otros que con nosotros, no podemos quejarnos, puesto que nos ha dado, y nos sigue dando, mucho más de lo que merecemos. Dios reafirma su libertad soberana y dice: Pero quiero dar a este último como a ti.

(B) Estaba disponiendo de lo que era suyo. Así como antes había afirmado su justicia, ahora afirma su soberanía: ¿No me es lícito hacer con lo mío lo que quiera? (v. Mat 20:15). Dios puede dar o retirar su favores, según le plazca. Lo que Dios tiene, es Suyo; y esto le justificará en todas las disposiciones de Su providencia. Cuando Dios nos quita algo que nos es muy querido, debemos acallar nuestro descontento con las frases del paciente Job: Jehová me lo dio, y Jehová me lo quitó; sea bendito el nombre de Jehová (Job 1:21). Estamos en sus manos, como el barro en las manos del alfarero, y no somos quiénes para contender con Él (Rom 9:20).

(C) El murmurador no tenía razón de quejarse de que los últimos hubiesen recibido el mismo pago, al haber venido tan tarde, pues no habían venido antes por la sencilla razón de que no habían sido llamados antes. Si el amo les daba lo mismo que a él, habiéndoles llamado después que a él, la bondad del amo hacia los últimos no era un agravio hacia él, por tanto, no había razón para que tuviese envidia: ¿O tienes tú envidia (lit. ¿O es maligno tu ojo? Esta expresión indica celos u odio) porque yo soy bueno? Así que la envidia es un ojo maligno. El ojo es, con frecuencia, la puerta de entrada y la de salida de este pecado; por los ojos entra el desagrado al contemplar el bien de los demás, y por los ojos sale el deseo del mal de los demás, con la agravante de rebotar contra Dios: Porque yo soy bueno. Por eso, así como Dios es Amor (1Jn 4:8, 1Jn 4:16), y al ser infinitamente bueno, hace el bien y se deleita en el bien, el envidioso siente odio, hace el mal y se deleita en el mal de otros, y viola directamente los dos mandamientos en que se resume la Ley; va contra el amor a Dios, a cuya voluntad debería someterse, y contra el amor al prójimo, en cuyo bien debería regocijarse. Como decía Bossuet, «es tan mala la envidia que vuelve el corazón del revés, al odiar el bien del prójimo y querer su mal» (comp. 1Co 13:4-6). Como ha escrito uno de nuestros clásicos, «amarilla pintan a la envidia, porque muerde pero no come». Esta frase es más profunda de lo que parece a primera vista, y no es una mera metáfora, pues el envidioso perturba su propia función biliar; es un atrabiliario (atra bilis = hiel negra); no es extraño que el vulgo hable de «hacer mala sangre».

4. Finalmente, tenemos la aplicación de la parábola, al repetir la frase que la ocasionó: Así, los últimos serán los primeros; y los primeros, últimos (v. Mat 20:16. Comp. Mat 19:30). Para obviar, y acallar, la jactancia de ellos, Cristo les dice que es posible que sean aventajados por los que habrán de sucederles en la profesión de la fe cristiana, al ser así inferiores a ellos en gracia, santidad y conocimiento. En los siglos XVI, XVIII y XIX, han existido, en la Iglesia avivamientos con los que muchas congregaciones disfrutaron de mayor salud espiritual que la mayoría de las congregaciones de la Iglesia primitiva ¿Podemos esperar algo parecido en estos últimos días? No hay señales de tal cosa, sino de grandes apostasías de la verdadera fe y de gran enfriamiento del amor. ¿No es precisamente esto lo que predijo el Maestro?

La segunda parte del versículo Mat 20:16 será comentada en Mat 22:14, que es su verdadero lugar.

Mateo 20:1 explicación
Mateo 20:1 reflexión para meditar
Mateo 20:1 resumen corto para entender
Mateo 20:1 explicación teológica para estudiar
Mateo 20:1 resumen para niños
Mateo 20:1 interpretación bíblica del texto

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí