Mateo 22:34 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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I. De nuevo, vuelven los fariseos al ataque; ahora, un ataque combinado contra Cristo: Oyendo que había hecho callar a los saduceos, se reunieron de común acuerdo (v. Mat 22:34), no para darle las gracias en nombre de su partido, ya que había afirmado y confirmado tan eficazmente contra los saduceos una verdad compartida por ellos, sino por tentarlo (v. Mat 22:35), con la esperanza de ganar prestigio al poner en apuro al mismo que había puesto en aprieto a los saduceos. Les molestaba más el que Cristo obtuviese honor que lo que les agradaba el que los saduceos fuesen reducidos al silencio. Este es un ejemplo de la envidia y de la maldad de los fariseos de todos los tiempos, a quienes desagrada el que se defienda una verdad que ellos admiten, cuando es defendida por quien es ellos odian.

II. La pregunta que el intérprete de la Ley hizo a Cristo. Los intérpretes de la Ley eran escribas especializados en el estudio y la enseñanza de la Ley. Como se ve por el relato que Mar 12:28-34 hace de este incidente, este escriba no hizo la pregunta para tender una trampa a Jesús, ya que Cristo le dijo: No estás lejos del reino de Dios (Mar 12:34), sino para ponerle a prueba, en el sentido de saber cómo pensaba y entablar conversación con Él, y satisfacer así su propia curiosidad y la de sus amigos.

1. La pregunta que le hizo a Jesús fue la siguiente: ¿Cuál es el gran mandamiento en la Ley? (v. Mat 22:36). Es cierto que hay algunos mandamientos que son fundamentales entre los oráculos de Dios, pues tienen mayor extensión y comprenden conceptos más importantes que otros.

2. Su intento era poner a prueba su opinión más bien que su conocimiento de la Ley. Se trataba de un tema discutido entre los expertos en la Ley. ¿Qué opinaba Jesús? Si daba demasiada importancia a un mandamiento, podían pensar que tenía en poco los demás. La pregunta no ocultaba ninguna mala intención en sí como puede verse; compárese con Luc 10:25-28, donde aparece que la respuesta era sencilla para quienes no abrigaban prejuicios, aunque fuese complicada para los escribas de espíritu excesivamente crítico. Todos los escribas de buena ley estaban de acuerdo en que el amor a Dios y al prójimo forman un gran mandamiento en el que todos los demás se resumen.

III. Respuesta de Cristo a esta pregunta. Jesús nos presenta como grandes mandamientos, no los que son exclusivos, sino los que son grandes, justamente por ser inclusivos de los demás. Obsérvese:

1. Cuáles son estos mandamientos (vv. Mat 22:37-39): el amor a Dios y al prójimo, que son como la fuente y la base de todos los demás, pues los demás son como una necesaria consecuencia de esos dos.

(A) Toda la Ley se cumple en una sola palabra: amor (Rom 13:8-10). Toda verdadera obediencia procede del amor, y todo lo que no procede de ahí en la vida religiosa, no es correcto ni sirve de nada. El amor es el rey de los sentimientos y, por tanto, como principal baluarte, necesita ser principalmente fortificado y guarnecido para Dios. El ser humano ha sido creado para amar; por eso, la ley escrita en el corazón es ley de amor. Amor es una palabra corta y dulce; y, si con ella se cumple la Ley, seguramente que el yugo del precepto es muy cómodo (Mat 11:30). En el amor descansa y queda satisfecha el alma; si andamos por este antiguo camino, encontraremos reposo. O como escribió Juan de la Cruz en su Subida, al hablar del amor: «Por aquí ya no hay camino, pues para el justo no hay ley».

(B) El amor a Dios es el grande y primer mandamiento de todos. Ahora bien, al ser Dios el infinito y eterno bien, y fuente de todos los bienes, debe ser amado en primer lugar y no debe amarse ninguna otra cosa o persona de una manera incompatible con el amor de Dios, y todo debe ser amado por Dios y para Dios. Es cierto que hay que amar a nuestros semejantes en sí mismos, pero por el valor que tienen ante Dios y, por tanto, como Dios los ama: Porque poseen el bien (amor de complacencia) o para que lo posean (amor de benevolencia). Amor es la primera y gran cosa que Dios nos demanda y, por consiguiente, lo primero y lo mayor que hemos de ofrecerle. Notemos los detalles siguientes:

(a) Hemos de amar a Dios como algo nuestro: Amarás al Señor tu Dios (v. Mat 22:37). Amar a Dios como algo nuestro es amarle porque es nuestro y comportarse con Él como con nuestro Dios, obedeciéndole en todo y dependiendo de Él en todo.

(b) Hemos de amarle con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con toda nuestra mente (v. el comentario a Deu 6:5). Hay quienes opinan que se trata de la misma cosa en tres expresiones: amar a Dios con todo nuestro ser. Otros piensan que el corazón, el alma y la mente representan respectivamente la voluntad, el sentimiento y el entendimiento, las tres facultades que son específicas del ser humano. El hebreo de Deu 6:5 dice: corazón, alma y poder; Mar 12:30 añade fuerza a los tres vocablos de Mateo y en el versículo Mat 22:33 refiere que el escriba dijo: corazón, entendimiento y fuerza. Lo más probable es que esta acumulación de vocablos expresa que tanto la fuente interior de nuestra vida como los actos internos y externos de nuestra conducta deben ser dedicados por entero y siempre al servicio amoroso del Señor. Ha de ser un amor sincero, fuerte, constante, singular, superlativo e indiviso; así como no se puede servir a dos señores, tampoco se puede dividir entre los dos el amor. Todo nuestro amor es, aun así, algo demasiado pequeño para lo que nuestro Dios se merece. Éste es el primero y gran mandamiento; la obediencia a éste es la fuente de la obediencia a todos los demás; y la obediencia a todos los demás sólo es aceptable cuando fluye del amor.

(C) Amar al prójimo como a nosotros mismos es el segundo gran mandamiento (v. Mat 22:39). Este mandamiento es semejante al primero pues así como el primero incluye especialmente a los demás de la primera tabla de la Ley. el segundo incluye a los de la segunda, podemos decir que el primero es raíz del segundo y que el segundo es una evidencia del primero (v. 1Jn 4:20; 1Jn 5:2). En el amoral prójimo se implica el mandamiento de amarnos a nosotros mismos; hay un amor de sí mismo desordenado y corrompido, que debe ser sometido y mortificado; pero hay un amor de sí mismo correcto y según Dios, que sirve de modelo al correcto amor al prójimo y que es igualmente el fundamento de la esperanza; este amor de sí, que no se cierra sobre el «yo», debe ser preservado y santificado (v. el comentario a 7:12). Este santo amor a nosotros mismos comporta respeto a la dignidad de nuestra naturaleza y un interés legítimo por el bienestar de nuestra alma y de nuestro cuerpo. Está mandado que amemos al prójimo como a nosotros mismos. Hemos de honrar y estimar a todos, pues Dios es bueno para con todos (Sal 145:9), y no hemos de injuriar ni perjudicar a nadie, sino hacer todo el bien posible a todos, siempre que se nos presente la oportunidad; más aún, hemos de buscar esas oportunidades. Hemos de amar al prójimo con la misma sinceridad y con el mismo interés con que nos amamos a nosotros mismos; incluso hemos de negarnos a nosotros mismos por el bien de nuestro prójimo.

2. Obsérvese cuál es el peso y la grandeza de estos mandamientos: De estos dos mandamientos dependen toda la ley y los profetas (v. Mat 22:40). Todos penden, como de un punto de apoyo y seguridad, de la ley del amor; quita este amor, y todo cae por tierra y se desmenuza. El amor es el camino por excelencia (1Co 12:31), es el espíritu que da vida a la ley, es la raíz y fuente de todas las virtudes, y es el compendio de toda la Biblia, no sólo de la Ley y de los Profetas, sino también del Evangelio. El amor no caduca jamás (1Co 13:8). Metamos, pues, el corazón en estos dos mandamientos como en un molde, y empleemos todo nuestro celo en la defensa y en la evidencia de su observancia, no en controversias necias y vanas palabrerías (2Ti 2:16; Tit 3:9). ¡Que todo lo demás se rinda e incline al poder imperioso de la ley del amor!

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