Mateo 25:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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La parábola de las diez vírgenes es una bella historia sacada de la costumbre de los judíos en las solemnidades matrimoniales según la cual el novio, acompañado de sus amigos, se dirigía de noche a casa de la novia para tomarla durante la celebración de ciertas ceremonias religiosas, y partir luego ambos y los acompañantes a casa del novio para seguir celebrando la solemnidad y tener el banquete de bodas. La comparación con Luc 12:35-37 y los MSS que añaden en versículo Mat 25:1 «y a la esposa», nos dan a entender que aquí se trata de la segunda fase de las solemnidades. Vamos a analizar ahora los elementos que intervienen en la parábola.

I. El esposo es, sin duda, Jesucristo, mostrándose aquí en la suprema manifestación de amor a su esposa, la Iglesia, después de haberla comprado para sí con su preciosa sangre (Efe 5:27, que muestra el sentido escatológico de este vers.), al unirla así en matrimonio con Él, fruto de un pacto eterno e irrevocable.

II. Las vírgenes son, para unos miembros profesantes de la Iglesia, que esperan el retorno del Señor. Según otros, se trata de los invitados a la cena del Cordero (Apo 19:9) que tiene lugar después de la Gran Tribulación y durante el Milenio. En favor de esto abogan dos principales razones: primera, el contexto de la parábola («Entonces …»; v. Mat 25:1), que viene a sincronizar con el Entonces de Mat 24:40; segunda, que estas vírgenes no son la novia, sino sólo acompañantes; lo cual conviene más al remanente judío en la Segunda Venida.

III. La ocupación de estas vírgenes es salir al encuentro del esposo, lo cual (dentro de cualquier opinión) es una gran dicha y un grave deber. Todo buen creyente espera que Jesús venga y espera al Jesús que viene. El creyente asiste a Cristo, para darle honor, y espera a Cristo, para recibir de Él honor, aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo (Tit 2:13).

IV. La condición necesaria para recibir al esposo dignamente es tener las lámparas encendidas cuando venga el esposo. La luz en las manos habla de un servicio (no sólo de un conocimiento cerebral) de iluminación (Mat 5:14-16). El aceite en las lámparas es símbolo del Espíritu Santo, que será derramado en aquel tiempo sobre la casa de David y sobre los moradores de Jerusalén, precisamente para que estén preparados para este retorno del Mesías (Zac 12:10). Aunque el Espíritu Santo como alma de la Iglesia y agente de su unidad (Efe 4:3-4), y aun como el que detiene la aparición del Anticristo (2Ts 2:6-7; según la opinión que interpreta así este lugar), haya desaparecido de en medio con la Iglesia, está sin embargo en todas partes por razón de su divina inmensidad y como agente de la regeneración espiritual personal, que se llevará a cabo también durante la Gran Tribulación. Ahora observemos:

1. En qué se diferenciaban entre sí estas diez vírgenes. Diez es un número redondo, indicador de un grupo en sí completo: los diez mandamientos, los diez varones para juzgar sobre un asunto (Rut 4:2), diez era el mínimo requerido de personas para una reunión en la sinagoga y, según Josefo, al menos diez hombres debían reunirse para comer el cordero pascual. Es probable que ésta fuese la razón por la que Abraham no se atrevió, en Gén 18:32, a rebajar del número de diez. De estas diez vírgenes, se nos dice que cinco eran prudentes, sensatas y previsoras, y cinco insensatas, estúpidas y descuidadas (v. Mat 25:2). La partición simétrica en dos grupos igualmente numerosos no intenta fijar las cifras respectivas de los tomados y los dejados de Mat 24:40-41, sino que pertenece únicamente a la estructura de la parábola. Personas de la misma profesión y denominación entre los hombres, pueden tener a los ojos de Dios caracteres totalmente diferentes. La sensatez o insensatez en los asuntos del alma tienen una trascendencia muy superior a la prudencia o imprudencia en los negocios temporales. El principio de la sabiduría es el temor de Dios (Pro 1:7). El principio de la insensatez es el olvido de Dios (Sal 14:1; Sal 53:1). La virtud es verdadera sensatez; el pecado es verdadera locura. La evidencia de esta diferencia de caracteres entre las cinco vírgenes prudentes y las cinco insensatas, se ve en lo que necesitaban para la presente ocasión.

(A) La estupidez de las vírgenes insensatas se echó de ver en que tomaron sus lámparas, pero no tomaron consigo aceite (v. Mat 25:3). Tuvieron el suficiente aceite para lucir durante algún tiempo y aparecer como si de veras esperasen al esposo, pero no llevaban recipiente con las reservas de aceite necesarias para seguir alimentando sus lámparas si el esposo se tardaba. Así les pasa a los hipócritas o a los que no tienen raíz (Mat 13:21).

(a) No llevaban dentro el manantial. Hay muchos que llevan en la mano, en el exterior, una lámpara de aparente profesión de fe sincera, pero no llevan en el corazón el Espíritu Santo que unge y consagra sus vidas, y cuyo poder es necesario para resistir los embates de la tentación y la seducción del pecado.

(b) No tenían provisión para después, pues les faltó previsión de lo futuro. Tomaron lámparas para el uso presente pero descuidaron el aceite para el uso futuro. No aprendieron de la hormiga, que recoge en verano para tener en invierno. No atesoraron para sí buen fundamento para lo por venir (1Ti 6:19).

(B) La prudencia de las vírgenes sensatas se echó de ver en que tomaron aceite en sus vasijas, juntamente con sus lámparas (v. Mat 25:4). Llevaban dentro el manantial del que podían proveerse continuamente hasta que llegase el esposo, y mantenían así pura y sincera su profesión de fe. La vasija es el corazón, que ha de estar siempre bien dispuesto y diligentemente guardado sobre toda cosa guardada (Sal 108:1; Pro 4:23). Allí hay que atesorar gracia y sabiduría, para que de él salgan cosas que iluminen y edifiquen, porque si esa raíz está corrompida, todo lo que brote será malo. Aquí el aceite indica claramente la realidad interior de la gracia, pero en un aspecto especial, ya que el aceite en la Escritura es símbolo del Espíritu Santo en cuanto que unge, ilumina, cura, fortifica, dispone para el servicio y alegra el corazón, mientras que el agua (gracia) y el surtidor (Espíritu) lo es en cuanto que lava, regenera, refresca y quita la sed (Jua 4:10.; Jua 7:37-39; Apo 22:17). Para brillar en el testimonio y en el servicio es preciso tener aceite en la lámpara y en la vasija, y sin el Espíritu Santo no hay provisión posible de ese aceite espiritual. Si falta el aceite, falta el amor y, entonces, toda profesión externa es mero ruido (1Co 13:1-3) y luces de fuegos fatuos o fuegos artificiales, que pueden ser hermosos, pero pronto se apagan y sólo dejan ceniza, humo y mal olor. Estar provisto de aceite es como hacer acopio para un largo viaje o para un prolongado asedio.

2. Dentro de una común situación, hubo una gran diferencia: Y tardándose el esposo, cabecearon todas y se durmieron (v. Mat 25:5). Toda persona que vela durante largo tiempo, al concentrar la atención, y quizás con alguna tensión nerviosa, llega un momento en que, si se relaja, cabecea y se duerme. Es un error atribuir falta o pecado a este detalle pues es evidente que no era ésa la intención del Señor, sino sólo implicar con ello la tardanza del esposo, ya que lo importante es que las lámparas de las prudentes siguieron brillando con el mismo esplendor, mientras que las de las insensatas por falta de combustible, ya comenzaban a apagarse (v. Mat 25:8). Todos necesitaban relajarse, como necesitan concentrar su atención y sus energías en las tareas cotidianas, pero la diferencia está en tener o no tener provisión de gracia. Para las diez vírgenes fue igualmente imprevista la llegada del esposo, pero sólo las insensatas se encontraron desprovistas. No es una muerte súbita lo que hemos de temer, sino una muerte no preparada con una comunión constante con el Señor.

V. La sorpresa a medianoche y la reacción de las vírgenes (vv. Mat 25:6-9).

1. El grito que despertó a todas: Y a la medianoche se oyó un grito: ¡Aquí viene el esposo; salid a recibirle! (v. Mat 25:6). Aunque Cristo se tarde, sin embargo es segurísimo que vendrá; aunque parezca lento, viene a tiempo. Sus amigos hallarán, para su gozo y consuelo, que la visión es verdadera aunque es para días lejanos (Dan 8:26). El año y el día de nuestra redención (Rom 8:23) están fijados, y llegarán puntualmente. La Venida de Cristo puede ser para nosotros a medianoche, cuando estamos durmiendo, pero la sorpresa de su Venida no hará que mengüe nuestro gozo, sino que lo aumentará. Vendrá cuando le plazca, no sólo para mostrar su soberanía, sino también para que perseveremos en el cumplimiento de nuestro deber. Y cuando venga, debemos salir a recibirle. ¡Salid a recibirle! es una llamada a los que están ya habitualmente preparados, para que se apresten a darle la bienvenida. El anuncio de su Venida será a gritos, para despertar a los que duermen. Su Primera Venida pasó desapercibida a casi todo el mundo, y no se decía: Mirad, aquí está el Cristo, o allí (v. Mat 25:23); pero en su Segunda Venida, todo ojo le verá.

2. La reacción de las vírgenes: Entonces todas aquellas vírgenes se levantaron, y arreglaron sus lámparas (v. Mat 25:7): las despabilaron y les pusieron aceite, y se dispusieron a toda prisa para recibir al esposo. Las diez se dieron la misma prisa por aderezar sus lámparas, limpiándolas y proveyéndolas del combustible necesario para que la luz brillase con todo esplendor. Hasta aquí, los dos grupos parecían iguales. El que también las vírgenes insensatas tuviesen alguna cantidad de aceite, no significa que tuviesen el Espíritu Santo morando en su corazón, sino que pertenece a la estructura de la parábola.

3. Inmediatamente después de este aderezo, las vírgenes insensatas se dan cuenta de que les falta aceite, y les dicen a las prudentes: Dadnos de vuestro aceite; porque nuestras lámparas se apagan (v. Mat 25:8). Cuando, en la hora final, Dios hace que los hipócritas abran sus ojos a la realidad de su lamentable situación, muchas veces les sobrecoge la congoja y la angustia ante la visión de su lamentable estado, pero … ya es tarde; no es que Dios niegue su perdón, en la última hora, a un pecador sinceramente contrito, sino que el pecador endurecido no está dispuesto a recibir con fe humilde el don de Dios; es la tristeza del mundo que produce muerte (2Co 7:10). La amargura del remordimiento nunca da la verdadera medida del arrepentimiento que es según Dios. Si se considera desde el punto de vista psicológico, el pesar del pecado, que lleva a confesar y buscar una expiación, parece a primera vista más intenso en Judas que en Pedro (v. la triste historia en Mat 27:3-5), pero en Pedro había algo esencial que no existía en Judas: una fe amorosa.

(a) Las lámparas se apagaban. Las lámparas de los hipócritas duran en esta vida por algún tiempo, pero al fin se apagan: Habiendo comenzado por el Espíritu, terminan por la carne (Gál 3:3); por fin la profecía se marchita, y el aparente crédito se pierde; falla la esperanza, y se va el consuelo y el ánimo que ella proporciona. Las ventajas de una profesión hipócrita no pasan la aduana del juicio del Señor (Mat 7:22-23).

(B) Deseaban aceite cuando estaban a punto de salir al encuentro del esposo. Una profesión externa puede acompañar a una persona mientras las cosas van viento en popa, pero el aparente brillo de los hipócritas queda oscurecido y apagado al pasar por el valle de sombra de muerte (Sal 23:4).

(C) Entonces dicen a las vírgenes prudentes: Dadnos de vuestro aceite. Muchos que, en vida, aborrecieron las normas estrictas de la fe cristiana, cuando ven venir la muerte y se espantan ante el juicio, buscan en vano el consuelo sólido de la religión. ¡Intentan recoger el fruto sin tener la raíz! ¡Pretenden disfrutar de la muerte de los justos, tras una vida entera de malvados y sin las disposiciones del ladrón de Luc 23:40-42! Dadnos de vuestro aceite: «Dadnos algo de ese consuelo que disfrutáis, de esa gracia que poseéis, de esa palabra que os alimenta, de ese Espíritu que os fortalece». Parece una petición sincera y el que no entienda bien esta porción puede verse tentado a pensar que las vírgenes prudentes se pasaron de sensatas y mostraron cierto egoísmo al no compartir con las otras el aceite que tenían en abundancia, pero todo el tenor del pasaje demuestra que no hubo egoísmo, sino discreción, en la negativa.

(D) Pero las prudentes respondieron y dijeron: No sea que no haya suficiente para nosotras ni para vosotras, id más bien a los que venden, y comprad para vosotras mismas (v. Mat 25:9). Según la estructura de la parábola, se supone que las vírgenes prudentes tenían acopio suficiente para sí mismas, pero habrían derrochado insensatamente este acopio, si lo hubiesen compartido con las insensatas, de quienes era toda la culpa de su imprevisión, pero, además, según el simbolismo ya explicado, el aceite es símbolo de la gracia del Espíritu Santo; y, de la misma manera que nadie puede creer por otro, ni salvarse por otro, ni comer por otro, tampoco puede dar a otro el Espíritu Santo. Aunque el creyente se beneficie de la comunión fraternal con el ministerio y las oraciones de otros, el asunto de la propia salvación es totalmente personal, porque cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí (Rom 14:12). El más santo de los creyentes tiene que recibir prestada de Cristo la gracia de cada día, como de Dios el pan de cada día, pero nadie tiene demasiada gracia como para dar a otro de lo que él mismo recibe de prestado. Id más bien a los que venden. Aunque esto pertenece a la estructura de la parábola, no está de más recordar que la Palabra de Dios habla de comprar sin dinero y sin precio agua, vino, leche y pan; es decir, todo lo necesario para una salvación completa (Isa 55:1-3). Es una compra de algo muy precioso (1Pe 2:7); para nosotros, gratis; pero para Dios, muy caro (1Pe 1:18-19). Por eso, las vírgenes prudentes no pudieron dar mejor consejo, así como los fieles ministros del Señor, a la cabecera de un moribundo inconverso, no pueden hacer cosa mejor que incitar a la persona a llegarse a Cristo con fe, pues sólo en Jesús se puede encontrar la salvación (Hch 4:12).

VI. La llegada del esposo, y el resultado de este encuentro (vv. Mat 25:10-13).

1. Mientras ellas iban a comprar, vino el esposo (v. Mat 25:10). Con respecto a los que dejan para la última hora (una religión para bien morir) el asunto más importante para nuestro destino personal eterno, hay escasamente una probabilidad entre mil de que eso tenga buen resultado. La salvación suele necesitar algún tiempo para fraguarse en el ánimo; no es cosa que pueda llevarse a cabo con precipitación. Dice un antiguo proverbio: «La contrición del sano es sana; la del enfermo, enferma; la del moribundo, casi muerta». Cuando la pobre alma es despertada en el lecho de muerte por ver si se arrepiente e invoca al Señor para salvación su mente confusa no sabe por dónde empezar; es temerario esperar a buscar aceite cuando deberíamos tener ardiendo nuestra lámpara, e implorar gracia cuando habríamos de estar ya usándola. Vino el esposo, con su rozagante atavío y la compañía de sus fieles amigos.

2. Las que estaban preparadas entraron con él a las bodas. Para tener el gran privilegio de participar en el gran banquete nupcial (Luc 14:15.), y gozar allí de la más íntima comunión con el Señor, es preciso llevar el traje de boda. Para estar después en la compañía del Señor, es menester estar preparados ahora.

3. Y se cerró la puerta (v. Mat 25:10), como es costumbre cuando ya están dentro todos los comensales. La puerta se cerró: (A) Para dar seguridad a los que estaban dentro. Adán fue puesto en el Paraíso, pero la puerta permaneció abierta y así fue despedido al haber pecado, pero cuando los invitados al banquete de bodas del Cordero estén dentro, no habrá peligro de que se hagan indignos de permanecer dentro. (B) Para excluir a los que se quedaron fuera. Ahora la puerta está abierta, aunque es estrecha; entonces estará cerrada y con el cerrojo echado, habrá una gran sima entre los de dentro y los de fuera (Luc 16:26).

4. Las vírgenes insensatas llegaron demasiado tarde: Después vinieron también las otras vírgenes, diciendo: ¡Señor, señor» ábrenos! (v. Mat 25:11). Dice D. Brown: «¡Qué cuadro tan gráfico y espantoso de personas casi salvadas, pero perdidas!» ¡Personas que piden admisión en el reino de los cielos cuando es demasiado tarde! Como el profano Esaú, que aun después, deseando heredar la bendición, fue desechado (Heb 12:16-17). Casi cristianos, como Agripa (Hch 26:28, según una de las dos interpretaciones probables), pero nunca salvos. La vana confianza de los hipócritas puede llevarles casi a las puertas del cielo, pero no pueden pasar la frontera porque no llevan el pasaporte en regla.

5. El esposo las rechazó: Pero él respondió y dijo: De cierto os digo, que no os conozco (v. Mat 25:12); fueron desechadas, como lo fue Esaú. Hay un tiempo oportuno para buscar y llamar: Buscad a Jehová mientras puede ser hallado; llamadle en tanto que está cercano (Isa 55:6). Hay tiempo favorable, y día de salvación (Isa 49:8; 2Co 6:2). Mientras la puerta está abierta, todos pueden acogerse a la promesa del Señor: Llamad, y se os abrirá (Mat 7:7). Pero ahora, se cerró la puerta. No hay palabras que puedan expresar debidamente la tragedia que esto significa.

6. Finalmente tenemos la conclusión práctica que el Señor mismo deriva de la parábola: Velad, pues, porque no sabéis el día ni la hora en que el Hijo del Hombre ha de venir (v. Mat 25:13). Ya lo había dicho en Mat 24:42, y lo repite ahora, por ser la precaución más necesaria a todo ser humano. Nuestro gran deber es velar, estar despiertos, siempre preparados, tanto más cuanto que no sabemos el día ni la hora.

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