Mateo 26:36 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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En estos versículos tenemos el relato de la agonía de Jesús en el huerto. Las nubes se habían arremolinado densamente y aparecían negras. Ahora comenzaba de veras la tormenta.

I. El lugar donde padeció esta tremenda agonía fue un lugar que se llama Getsemaní. El nombre significa «prensa de olivas». Allí comenzó el Señor su Pasión; allí plugo a Dios herirle y prensarle, para que de Él saliese aceite nuevo para todos los creyentes.

II. La compañía que tuvo consigo, cuando estaba en la agonía.

1. Tomó consigo hasta el huerto a todos sus apóstoles, excepto Judas, que para entonces ya tramaba su traición.

2. De ellos, tomó a Pedro, a Jacobo y a Juan, para ir con éstos al rincón del huerto donde iba a sufrir la agonía. Dejó a los demás a cierta distancia, diciéndoles: Sentaos aquí, mientras voy a orar allá. Cristo se fue a orar solo, aunque acababa de orar en compañía de sus discípulos (v. Jua 17:1). Tomó consigo a los mismos tres que habían sido testigos de la gloria de Su Transfiguración (Mat 17:12), para prepararlos así para ser testigos de Su agonía. Los mejor preparados para sufrir con Cristo son los que, por fe, han contemplado Su gloria. Si esperamos reinar con Él, ¿por qué no habremos de sufrir con Él?

III. Comienza la agonía: Comenzó a entristecerse y a sentir gran angustia. Se le llama agonía en Luc 22:44, es decir, conflicto. No se trataba de ningún dolor corporal o tormento del exterior, sino que era un tormento interior. Como en Jua 11:33, se estremeció interiormente. Las palabras usadas aquí son muy enfáticas: comenzó a estar sumamente triste y en gran consternación. Sentía sobre Sí como un peso de plomo que le abrumaba.

Y, ¿cuál era era la causa de ello? ¿Qué le pudo poner en tal agonía? ¿Por qué te abates, Jesús bendito, y por qué te turbas? (v. Sal 42:11; Sal 43:5). De cierto no era por desesperación ni por desconfianza en Su Padre; mucho menos, por estar en conflicto con Él. Así como el Padre le amaba porque ponía Su vida por Sus ovejas, así también Él estaba enteramente sumiso a la voluntad del Padre en todo ello. Pero:

1. Estaba empeñado en un conflicto con los poderes de las tinieblas, como lo insinúa en Luc 22:53. Según había dicho en Jua 10:18 «Este mandamiento recibí de mi Padre». Así, pues, se lanza decidido a la batalla: «Actúo como el Padre me mandó. Levantaos, vámonos de aquí» (Jua 14:31). Isa 59:16-18 nos describe a Cristo, cuando va a llevar a cabo salvación, como un campeón cuando sale a la palestra.

2. Tenía que cargar con las iniquidades que el Padre había puesto sobre Él y, mediante Su pena y consternación, arrimaba el hombro a tal empresa. Los sufrimientos que iba a padecer eran por nuestros pecados; tenían que caer todos sobre Él, y Él lo sabía. Así como nosotros deberíamos estar consternados por nuestros propios pecados, así lo estuvo Él por los pecados de todos nosotros.

3. Tenía una visión clara y plena de todos los sufrimientos que le aguardaban. Conoció de antemano la traición de Judas, la negación de Pedro, la maldad e ingratitud de los judíos. La muerte en su aspecto más aterrador, la muerte con toda su pompa, escoltada por todos sus terrores, le daba bien en el rostro; y esto le ponía triste sobremanera, especialmente porque la muerte es la paga del pecado, en expiación del cual se había ofrecido. Es verdad que los mártires han sufrido por Cristo sin tal tristeza ni consternación. Pero entonces: (A) Cristo carecía del apoyo y del consuelo que los mártires disfrutaban, porque se los negó a Sí mismo. La alegría que ellos experimentaban en la Cruz se debía al favor divino, y este favor le era, de momento, negado a Jesús. (B) Los sufrimientos de Jesús eran de diferente naturaleza que los de los mártires. Sobre las cruces de los santos, se pronunciaba una bendición que les daba ánimo para regocijarse en el suplicio mismo (Mat 5:10, Mat 5:12); pero la Cruz de Cristo llevaba aneja una maldición (v. Gál 3:13), bajo cuyo peso se sentía abrumado de tristeza. Y esta tristeza de la Cruz de Jesús era el fundamento del regocijo de las cruces de los demás.

IV. Sus quejas en esta agonía. Fue a sus discípulos y les dijo:

1. Mi alma está abrumada de una tristeza mortal. Así les expone el estado de su ánimo. Para un espíritu atribulado, es de algún alivio tener un amigo con quien desahogar el pecho y dar suelta a las congojas. Cristo les dice aquí: (A) Dónde estaba asentada su congoja; era Su alma la que estaba ahora en agonía. Cristo sufrió en Su alma así como en Su cuerpo; (B) Cuál era el grado de Su congoja: Estaba abrumado de tristeza. Era una tristeza llevada al extremo, hasta la muerte; era una tristeza mortal, es decir, tal que ningún ser humano podría soportar sin morir. (C) Cuánto iba a durar esa congoja: hasta la muerte. Comenzó a entristecerse, y no cesó hasta que llegó a decir: Consumado es. Estaba profetizado de Cristo que había de ser varón de dolores (Isa 53:3).

2. Les encarga que le acompañen y asistan: quedaos aquí y velad conmigo. Verdaderamente debía de estar totalmente destituido de apoyo, para rogar que le apoyasen quienes Él sabía que eran muy pobres consoladores. Buena cosa es buscar el apoyo y asistencia de nuestros hermanos cuando nos encontramos en una agonía.

V. Lo que pasó entre Él y Su Padre cuando estaba en agonía: Estando en agonía, oraba más intensamente (Luc 22:44). La oración nunca está fuera de sazón, pero es especialmente oportuna en tiempo de agonía.

1. El lugar donde oró: adelantándose un poco, se apartó de ellos. Se retiró para orar; un espíritu afligido se halla a sus anchas cuando está a solas con Dios, quien entiende el lenguaje de los suspiros y gemidos. Cristo nos enseña así que la oración privada debe hacerse en secreto.

2. Su postura en la oración: se postró rostro en tierra. Esta postura denota: (A) La extrema agonía en que se encontraba; (B) Su humildad en la oración.

3. La oración misma; en la que se pueden observar tres cosas:

(A) El título con que se dirige a Dios: Padre mío. Aunque la nube era tan densa, podía ver, a través de ella, a Dios como Padre. En tales ocasiones, el arpa del corazón hace sonar una cuerda muy dulce cuando puede decir, Padre mío; ¿adónde va a ir un hijo, cuando algo le atribula, sino a su padre?

(B) El favor que le ruega: Si es posible, pase de mí esta copa. Llama copa a Sus sufrimientos; no un mar, no un río, sino una copa, de la cual pronto se puede ver el fondo, pero es también la copa del destino que en esta ocasión era para Jesús un «trago muy amargo». Pide que pase de Él esta copa; es decir, que pueda evitar los sufrimientos que están tan próximos; o, al menos, que sean acortados. Esto da a entender que era un verdadero Hombre y, como Hombre, sentía repugnancia hacia el dolor y el sufrimiento. Una oración de fe contra una aflicción es compatible con la paciencia y la esperanza bajo tal aflicción. Pero obsérvese la condición: si es posible. Si hay alguna posibilidad de que Dios sea glorificado, de que el hombre sea salvado, y de que sean cumplidos los objetivos de Su empresa, sin que tenga que beber de esta amarga copa, desea quedar desobligado; de lo contrario, no. Lo que no podemos llevar a cabo dejando a salvo nuestro fin último, hemos de considerarlo como efectivamente imposible. Así lo hizo Cristo.

(C) Su entera sumisión y aquiescencia a la voluntad de Dios: Sin embargo, no se haga como yo quiero, sino como tú. Aun cuando sentía vivamente la extrema amargura de los sufrimientos que iba a padecer, nuestro Señor Jesús estaba enteramente dispuesto a someterse a ellos por nuestra redención y salvación. La razón por la que Cristo se sometía libre y enteramente a los sufrimientos era la voluntad de Su Padre (v. Mat 26:39). La voluntad de Cristo estaba firmemente arraigada en la voluntad de Dios. Hizo lo que hizo, y lo hizo con gozo, porque era la voluntad de Dios. Por esto se refería con tanta frecuencia a esta voluntad de Dios, como algo que era la base de sustentación de toda Su vida (v. Jua 4:34). En conformidad con este ejemplo de Cristo, hemos de beber de la copa amarga que Dios tenga a bien arrimar a nuestros labios, por muy amarga que sea; lo que no podemos por naturaleza, lo podremos con Su gracia.

4. La repetición de Su oración: De nuevo se apartó, y oró por segunda vez (v. Mat 26:42) y, después por tercera (v. Mat 26:44). Aunque podemos rogar a Dios para que nos retire alguna aflicción, nuestro objetivo principal debe ser que nos de gracia para soportarla bien. Deberíamos preocuparnos de que nuestras aflicciones fuesen santificadas, y nuestros corazones satisfechos en medio de ellas, más bien que pedir con insistencia que se retiren de nosotros. Oraba diciendo: hágase tu voluntad (v. Mat 26:42). La oración consiste en ofrecer a Dios, no sólo nuestros deseos, sino también nuestra resignación. Por tercera vez, dijo las mismas palabras (v. Mat 26:44). Por el versículo Mat 26:40, parece ser que continuó en oración agónica durante una hora; pero todo lo que dijo fue en la misma línea de rogar que, si era posible le fuese evitada la copa de amargura, pero resignándose a la voluntad de Dios.

Pero, ¿qué respuesta tuvo a Su oración? Ciertamente que no fue en vano (v. Heb 5:7). El que le oía siempre (Jua 11:42), no le negó la respuesta ahora. Es verdad que la copa no pasó de Él, pero tuvo respuesta a Su oración pues fue fortalecido (Luc 22:43). Como dice Pressence: «No como tú quieres, sino como yo, cambió el Paraíso en un desierto; no como yo quiero, sino como tú, cambió el desierto en Paraíso, e hizo de Getsemaní la puerta de la gloria».

VI. Lo que pasó entre Él y sus tres discípulos en ese tiempo.

1. La falta de la que eran culpables: que mientras Él estaba en la agonía, a ellos les importaba tan poco, que no pudieron mantenerse despiertos: Vino … y los halló durmiendo (vv. Mat 26:40, Mat 26:43). El amor a su Maestro les debería haber obligado a velar con Él pero eran tan estúpidos, que no pudieron seguir con los ojos abiertos. ¿Qué habría sido de nosotros, si Cristo hubiera estado tan dormido como lo estaban Sus discípulos? Cristo les había exhortado a que velaran, y esperaba de ellos algún apoyo, pero, sin embargo, se durmieron no pudieron hacer cosa más indigna. Sus enemigos, que estaban espiando para arrestarle, velaban bien despiertos (Mar 14:43); pero Sus discípulos, que debían haber velado, se durmieron.

2. A pesar de todo Cristo se mostró amable con ellos. Las personas que se hallan atribuladas tienen propensión a enfadarse con los que les rodean, pero Cristo, en medio de Su gran agonía, está tan manso como siempre y no propende a tomar las cosas a mal.

Cuando los discípulos le hicieron esta descortesía:

(A) Vino a ellos como si esperase recibir algún consuelo de ellos. Ellos le añadieron mayor aflicción; no obstante Él fue a ellos preocupándose de ellos más que ellos de sí mismos; cuando más afligido estaba, vino a ver cómo se encontraban, porque los que le habían sido dados por el Padre (Jua 17:11-24) estaban muy dentro de Su corazón, tanto en Su vida como en Su muerte.

(B) Les reprendió suavemente. Se dirigió a Pedro, quien solía ser el portavoz de ellos, para que fuese el oidor por ellos: ¿Así que no habéis podido velar conmigo una hora? (v. Mat 26:40). Habla como quien está asombrado al ver la estupidez de ellos. Consideremos: (a) Quiénes eran: «¿No habéis podido velar vosotros, mis discípulos y seguidores? Yo esperaba mejores cosas de vosotros». (b) Quién era Él: «Velar conmigo». Él se había despertado aquella vez en que ellos se hallaban en apuros, para ayudarles (v. Mar 8:36); ¿y no podían ellos conservarse despiertos, al menos para mostrarle sus buenos deseos? (c) Cuán pequeña cosa esperaba de ellos, sólo velar con Él. Si les hubiera pedido una gran cosa, incluso morir con Él, habrían pensado que podían hacerlo; sin embargo, no fueron capaces de algo tan fácil como velar con Él. (d) Cuán corto era el espacio de tiempo que esperaba de ellos: no estar de guardia toda la noche, sino sólo una hora.

(C) Les dio un buen consejo: Velad y orad, para que no entréis en tentación (v. Mat 26:41). Se acercaba la hora de una gran tentación. Las aflicciones de Cristo eran para Sus seguidores una tentación de no creer ni confiar en Él, de negarle y abandonarle y renunciar a toda relación con Él. El peligro de entrar en la tentación les acechaba como una trampa o un lazo. Por eso les exhorta a velar y orar: Velad conmigo (v. Mat 26:38); velad y orad (v. Mat 26:41). Por quedarse dormidos, perdieron el beneficio de unirse a Cristo en oración. Al menos, podían haber orado para que Dios les concediese la gracia de estar despiertos para velar y seguir orando con Él.

(D) Con toda ternura, presenta por ellos la excusa: El espíritu a la verdad, está animoso, pero la carne es débil (v. Mat 26:41). No se nos dice que ellos presentasen una sola palabra de excusa; pero Él tuvo una palabra de ternura para excusarles; en esto tenemos un maravilloso ejemplo de ese amor que cubre multitud de pecados (Sal 32:1; Stg 5:20; 1Pe 4:8). Tuvo en cuenta el material de que estaban hechos y no les recriminó, pues se acordó de que eran carne; y la carne es débil aunque el espíritu esté animoso. Es un infortunio para los discípulos de Cristo el que sus cuerpos no puedan marchar al paso de sus almas en las obras de piedad y devoción, sino que son como una nube y una rémora para ellos; que, cuando el espíritu se siente libre y bien dispuesto para hacer el bien, la carne siente aversión y se halla mal dispuesta. Con todo, es un gran consuelo para nosotros saber que nuestro Maestro, en Su ternura, tiene en cuenta esto y acepta la buena disposición de nuestro espíritu, a la vez que compadece y perdona la debilidad de nuestra carne; pues estamos bajo la gracia, no bajo la Ley (Rom 6:14).

(E) Aunque continuaron somnolientos y estúpidos, no les añadió ninguna otra reprimenda; aunque continuemos ofendiendo, Él no continúa regañando. Cuando vino a ellos por segunda vez, no se nos dice que les reprendiese (v. Mat 26:43): Vino otra vez, y los halló durmiendo. Podríamos pensar que ya les había dicho bastante para que se conservasen despiertos; pero es muy difícil recobrarse de un estado de pesadez: Los ojos de ellos estaban cargados de sueño. Lo cual insinúa que hicieron algún esfuerzo por mantenerse en vela, pero fueron vencidos por el sueño y, por eso, el Maestro les miró compasivamente. Cuando vino a ellos por tercera vez, parece como que les alarmó con la proximidad del peligro: Dormid, pues, y descansad (v. Mat 26:45). Véase cómo trata Jesús a los que se dejan vencer por un sentido de falsa seguridad y no despiertan para apercibirse del peligro. A veces les permite que sigan durmiendo: el que se empeña en dormirse, ¡que se duerma, pues! La maldición de este pecado de somnolencia espiritual lleva consigo la pena del mismo. A veces, los juicios de Dios son sorprendentes. Quienes no se alarman con razones y argumentos, es mejor que se alarmen con lanzas y espadas, antes que ser dejados a perecer en su falsa seguridad. Los que se niegan a creer deben, por lo menos, ser puestos en alarma por la Palabra de Dios.

Por lo que toca a los apóstoles en este episodio, el Maestro les comunica que el enemigo se acerca: El Hijo del Hombre es entregado en manos de pecadores (v. Mat 26:45). Y, de nuevo: Ved, se acerca el que me entrega (v. Mat 26:46). A Cristo no le tomaron por sorpresa los sufrimientos: Levantaos, vamos. No dice: «Levantaos y huyamos del peligro», sino: «Levantaos, vamos al encuentro del peligro». Insinúa con esto que habían sido necios al dormirse cuando deberían haber usado el tiempo en prepararse; ahora, los sucesos les iban a encontrar mal dispuestos, y sembrarían en ellos el pánico, en vez del ánimo.

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