Mateo 27:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Hemos dejado a Cristo en manos de los principales sacerdotes y de los ancianos, condenado a muerte, pero sólo podían enseñar los dientes, por cuanto los romanos habían arrebatado a los judíos el poder de ejecutar la pena capital. Al no poder ejecutar ellos la sentencia tuvieron de madrugada otra sesión para considerar lo que debía hacerse.

I. Cristo es llevado ante Pilato para que éste ejecute la sentencia que ellos habían pronunciado contra Jesús. Los escritores romanos de aquel tiempo describen a Pilato como hombre de carácter áspero y altivo, los judíos sentían profunda antipatía hacia él y estaban cansados de su gobierno, pero, con todo, lo usaron como instrumento para llevar a cabo sus perversos fines contra Cristo.

1. Ataron a Jesús. Tras declararle culpable, le ataron las manos por detrás, como acostumbraban hacer con los criminales convictos. Pero Él estaba atado con las cadenas de Su inmenso amor a la humanidad, y se sometía voluntariamente a la muerte; de lo contrario, bien habría podido romper sus ataduras, como hizo Sansón con las suyas.

2. Se lo llevaron como en triunfo, como se lleva un cordero al matadero. Había algo más de un kilómetro de la casa de Caifás a la de Pilato. Le condujeron así por las calles de Jerusalén, comenzado el amanecer, para hacer de Jesús un espectáculo.

3. Lo entregaron a Poncio Pilato, de acuerdo con lo que el mismo Señor había dicho repetidamente: que habrían de entregarle a los gentiles. Cristo había de ser el Salvador, tanto de los judíos como de los gentiles, y por eso fue llevado al tribunal judío lo mismo que al gentil, a fin de que ambos interviniesen en Su muerte.

II. El dinero que, por traicionar a Jesús, habían dado a Judas, les es devuelto por éste; y Judas, llevado de la desesperación, se ahorcó. Los principales sacerdotes y los ancianos, al encausar a Jesús, se habían amparado en el pretexto de que uno de Sus propios discípulos le había entregado. Pero ahora, en medio de la prosecución, esta cuerda les fallaba, pues el mismo Judas les era testigo a favor de la inocencia de Cristo, lo cual sirvió: 1. Para gloria de Jesús, en medio de Sus padecimientos, y como anticipo de Su victoria sobre Satanás, quien había entrado en Jud 1:2. Como advertencia para Sus seguidores, quienes quedaban ahora sin ninguna excusa.

(A) Véase cuál fue el arrepentimiento de Judas: no como el de Pedro, quien se arrepintió, creyó en el amor de Cristo, y fue perdonado; no, él sintió remordimiento, desesperó, y marchó a la ruina.

(a) Qué le indujo a sentir remordimiento: Viendo que Jesús había sido condenado (v. Mat 27:3). Es probable que Judas pensase que Jesús se escaparía de las manos de Sus perseguidores, con lo que Cristo quedaría con el honor, los judíos con la vergüenza, y él con el dinero, y así nadie sufriría ningún daño. Pero no tenía ningún motivo para pensar así, puesto que repetidas veces habría oído a Jesús referirse a que debía ser crucificado. Quienes regulan sus acciones por las consecuencias que ellos prevén, y no por la ley de Dios, se encuentran con que las medidas que tomaron han resultado equivocadas. El pecado tiene una pendiente resbaladiza, y si a nosotros mismos se nos hace difícil pararnos a mitad de camino, mucho más difícil resulta parar a otros a quienes hemos puesto en el camino del pecado. Sintió remordimiento. Cuando fue tentado a traicionar a su Maestro las treinta piezas de plata aparecían a sus ojos brillantes y atractivas. Pero cuando, tras serle pagado el precio de la traición, las cosas no rodaron como él pensaba, la plata se volvió escoria. Ahora la conciencia le echaba en cara: «¡Qué he hecho! ¡Qué loco y malvado soy, al haber vendido a mi Maestro por esta bagatela! Yo tengo la culpa de que le hayan atado y condenado, escupido y abofeteado. Poco pensé que esto fuese a resultar así, cuando concerte el trato aquel tan perverso». El recuerdo de la bondad que el Maestro mostró hacia él remachó sus convicciones y le punzaba dolorosamente. Ahora hallaba verdaderas las palabras del Maestro: ¡Más le valdría a ese hombre no haber nacido! (Mat 24:29). El pecado cambia pronto de gusto.

(b) Cuáles eran las indicaciones de su remordimiento:

Primera, que hizo restitución: Devolvió las treinta piezas de plata a los principales sacerdotes y a los ancianos (v. Mat 27:3). Ahora el dinero le quemaba la conciencia, y estaba tan disgustado de él como antes había sentido por él tanto anhelo. Lo mal adquirido no puede producir ningún verdadero bien a quienes así lo adquirieron. Si se hubiese arrepentido antes, y hubiese devuelto el dinero a tiempo sin llegar a llevar a cabo su traición, lo habría podido hacer con algún consuelo; pero ahora era demasiado tarde, y no podía hacerlo sin horrorizarse.

Segunda, que hizo confesión: He pecado, entregando sangre inocente (v. Mat 27:4) Para honor de Cristo proclama inocente Su sangre ante el rostro mismo de quienes le habían proclamado reo. Para vergüenza propia, confiesa que ha pecado, al entregar la sangre de Jesús. No le echa la culpa a ningún otro, sino que se la echa entera a sí mismo. Parecería que iba por el camino del buen arrepentimiento, pero su tristeza no era para salvación (v. 2Co 7:10). Confesó, pero no ante Dios, sino ante los hombres. No dijo como el hijo pródigo: Padre, he pecado contra el Cielo y contra ti (Luc 15:21).

Tercera, que hizo expiación, pues él mismo ejecutó su sentencia de muerte, como veremos luego; se tomó la justicia por su mano, en vez de acudir por fe al tribunal de Dios, que confiere justicia al pecador arrepentido, en virtud de la expiación de Cristo (2Co 5:21).

(B) Veamos ahora qué respondieron los principales sacerdotes y los ancianos a la confesión penitencial de Judas; le dijeron: A nosotros, ¿qué? ¡Allá tú! ¿No les importaba a ellos nada el estar sedientos de esa sangre, y alquilar a Judas para esa traición, y haber pronunciado sentencia para que aquella sangre fuese derramada injustamente?

(a) Con qué desprecio hablan de la traición hecha a Jesús: ¿Qué nos va a nosotros en eso? Como si todo el asunto fuera ajeno a su competencia.

(b) Con qué despreocupación hablan del pecado de Judas. Él había dicho. He pecado. Y ellos responden: ¡Allá tú! Cosa grave es pensar que los pecados ajenos no nos afectan, especialmente cuando, de algún modo, somos cómplices de ellos o nos afectan de alguna manera. El pecado de Judas había sido muy grave, pero no por eso el pecado de ellos dejaba de ser grave. Parecen decirle: «Si es inocente, allá tú con tu opinión; nosotros le hemos hallado culpable, y como a tal le vamos a encausar». Las prácticas malvadas se apoyan en principios malvados, y especialmente en éste: que el pecado es pecado sólo para los que lo tienen por pecado; que no hay mal alguno en perseguir a un hombre bueno, si nosotros lo tenemos por malo.

(c) Con qué despreocupación hablan de la convicción del terror y del remordimiento de Judas. Estaban contentos de haberle usado en el pecado, y se sentían satisfechos de él. Pero ahora le volvían la espalda sin darle ningún consuelo, sino dejándole abandonado a sus propios terrores. Quienes están endurecidos en el pecado, se burlan de quienes sienten algún remordimiento. Después de metido en la trampa, Judas se ve, no sólo desamparado, sino también burlado. Los malvados miran con desprecio, y hasta con odio, a quienes desertan de la maldad. Es cosa corriente que quienes aman la traición, odien al traidor.

(C) Vemos enseguida la profunda desesperación que sintió Judas (v. Mat 27:5). Su caso nos recuerda el de otro traidor: Ahitófel (2Sa 17:23).

(a) Arrojó las piezas de plata en el templo. Los principales sacerdotes no querían tomar el dinero, por temor de echar sobre sí mismos la culpa de la traición. Judas no quería retener el dinero porque le quemaba las manos; así que lo echó en el templo para que de este modo, quisieran o no, fuese a parar a las manos de los principales sacerdotes.

(b) Se retiró, y fue y se ahorcó. Primero se fue a un lugar solitario. ¡Ay del que en su desesperación, se marcha solo! Si Judas hubiese acudido a Jesús, o a uno de los discípulos, quizás habría hallado algún alivio, aun siendo el caso tan grave. Después, como ya hemos apuntado, se ejecutó a sí mismo: se ahorcó. Tuvo cierto sentido del pecado, pero no de la misericordia de Dios en Cristo. Su pecado no era imperdonable por naturaleza, pero él sacó, como Caín, la conclusión de que su iniquidad era demasiado grande para ser soportada (Gén 4:13). Y muchos intérpretes aseguran que Judas pecó más gravemente al desesperar de la misericordia de Dios, que al entregar la sangre de Jesús. Para evitar la llama, se metió dentro del fuego. ¡Cuántas y cuán serias lecciones nos da este triste final de Judas! Primero, aquí tenemos un ejemplo del desdichado fin de aquellos en quienes Satanás entra, especialmente de quienes tienen el corazón puesto en el dinero. Segundo, aquí tenemos un ejemplo de la ira de Dios. Así como en la historia de Pedro vemos la bondad de Dios y los triunfos de la gracia de Cristo en la conversión de los pecadores, así también en la historia de Judas contemplamos la severidad de Dios. Tercero, aquí tenemos un ejemplo de los crueles efectos de la desesperación, que tan frecuentemente acaba en el suicidio. Pensemos del pecado todo lo mal que podamos, con tal que no lo tengamos por imperdonable: desesperemos de nosotros mismos pero no desesperemos de Dios. Suicidarse para escapar de una situación difícil resulta un remedio peor que la enfermedad.

(D) Qué se hizo con el dinero que Judas devolvió (vv. Mat 27:6-10). Se usó para comprar con él un campo, llamado el campo del alfarero, y este campo había de servir de lugar de enterramiento para extranjeros. No fue por humanidad por lo que destinaron el campo para sepultura de extranjeros. Tampoco fue por humildad por lo que destinaron un lugar especial para ese fin, sino más bien para asegurar la separación de los extranjeros. Vivos o muertos habían de mantenerlos a distancia, y este principio de separación bajaría con ellos al sepulcro.

La compra del campo se llevó a cabo, sin duda, muy pronto, pues Pedro menciona el caso poco después de la Ascensión del Señor. A primera vista, el relato de Mateo parece contradecir al de Pedro en Hch 1:18, pues Mateo dice que «se ahorcó», mientras que Pedro dice que «cayendo de cabeza, reventó por medio y se derramaron todas sus entrañas». Como dice Broadus, puede suponerse que se ahorcó en el campo del alfarero, y supóngase que la soga o la rama del árbol se quebrara; así ambas declaraciones serían, no incompatibles, sino suplementarias. Pero veamos por qué se menciona aquí este campo del alfarero:

Primero, para mostrar la hipocresía de los principales sacerdotes y de los ancianos. Sienten escrúpulos de echar el dinero en el corbán, o tesoro del templo, por ser precio de sangre. Consideraron que el alquilar un traidor equivalía a alquilar una prostituta, y que el precio de un malhechor (por tal tenían a Jesús) equivalía al de un perro, y tales precios no podían ser introducidos en la casa de Dios. Así, una vez más, colaban el mosquito y se tragaban el camello. Con este acto de proveer de sepulcro a los extranjeros piensan que expían el mal que habían llevado a cabo, y aun así no lo hacen con su propio dinero, sino con el ajeno.

Segundo, para simbolizar el favor concedido a los extranjeros mediante la sangre de Cristo, pues también los pecadores gentiles estaban incluidos en la expiación del Calvario. Mediante el precio de Su sangre, se les provee de descanso después de la muerte. El sepulcro es el campo del alfarero, pero el precio de la compra es la sangre de Cristo. Como en todo contrato de compraventa, la propiedad ha pasado de unas manos a otras, de modo que la muerte y el sepulcro son ahora nuestros (1Co 3:22), no como castigo, sino como descanso.

Tercero, para perpetuar la infamia de quienes compraron y vendieron la sangre de Cristo. Este campo se llamó Hacéldama en hebreo, es decir, campo de sangre; no lo llamaron así los principales sacerdotes, quienes pensaron que con este lugar de enterramiento, enterraban también el recuerdo de su crimen, sino que fue el pueblo el que lo llamó así.

Cuarto, para que veamos cómo se cumplió la Escritura (vv. Mat 27:9-10). Entonces se cumplió lo dicho por medio del profeta Jeremías. La cita se halla más bien en Zac 11:12. Varias explicaciones se han dado para salir al paso de esta dificultad: Un pasaje del Talmud respalda la idea de que Jeremías figuraba a la cabeza de los libros proféticos del Antiguo Testamento, aunque generalmente se admite que era Isaías el primero, según aparece en la Biblia Hebrea. Otros dicen que Mateo amalgamó Zac 11:12-13 con Jer 18:2-12 y Mat 19:1-15, y citó sólo una de las fuentes. Los judíos solían decir: El espíritu de Jeremías estuvo en Zacarías. Sea como fuere, lo cierto es que la profecía se cumplió al pie de la letra, en todos sus detalles, en Jesucristo.

Todo esto del precio que fue pagado por el campo del alfarero, no por Jesús, nos habla: 1) Del gran precio en que debemos tener a nuestro Salvador (1Pe 2:7); no puede compararse al oro de Ofir, pues este don inefable (2Co 9:15) no se puede comprar con dinero. 2) Del poco valor en que los hijos de Israel tuvieron a Jesús, al destinar Su precio a la compra de un campo de alfarero, una triste porción de tierra, no digna de ser tenida en cuenta. Échalo al alfarero; dice en Zac 11:13; a un pobre artesano, no a un noble comerciante que negocia con cosas de gran valor. Cristo dio por ellos el precio de un rey; y ellos pagaron por Él el precio de un esclavo (v. Éxo 21:32). Pero todo esto se hizo, como ordenó el Señor (v. Mat 27:10).

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