Mateo 27:11 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Aquí tenemos el relato de lo que pasó en la sala de juicios de Pilato.

I. El proceso de Cristo ante Pilato.

1. Cómo se dispuso: Jesús estaba en pie delante del gobernador (v. Mat 27:11), como un preso delante del juez. Nosotros no podríamos estar de pie delante de Dios a causa de nuestros pecados, si no fuese porque Cristo fue hecho pecado por nosotros. Él fue procesado para que nosotros fuéramos absueltos.

2. Presentación de cargos: ¿Eres tú el rey de los judíos? Se daba por cierto que quienquiera fuese el Cristo, había de ser rey de los judíos, para libertarles del dominio de Roma y restaurar el reino mesiánico. Acusaban, pues, a Jesús de nombrarse a sí mismo rey de los judíos en oposición al yugo de Roma. Piensan que, si presentan esta acusación ante Pilato, el gobernador daría por supuesto que aquel reo iba a sublevar la nación y subvertir el orden establecido por Roma.

3. Respuesta de Jesús: «Tú lo dices. Así es, como tú lo dices, no como tú lo interpretas. Soy rey, pero no la clase de rey que tú sospechas».

4. Quiénes le acusan: los principales sacerdotes y los ancianos (v. Mat 27:12). Pero Pilato no halló causa en Él. Mucho dijeron, pero nada probaron; suplieron con el ruido y la violencia lo que faltaba en la causa del proceso.

5. El silencio del reo ante la acusación de Sus perseguidores: Nada respondió. No había por qué responder, pues lo que se alegaba contra Él comportaba consigo la refutación misma de aquello de que se le acusaba. Su hora había llegado y se sometía de todo corazón a la voluntad del Padre: no como yo quiero, sino como tú quieres. Pilato entonces le urgió a que respondiera: ¿No oyes cuántas cosas testifican contra ti? (v. Mat 27:13). Al no tener ningún prejuicio contra Jesús, Pilato está deseoso de que Jesús afirme Su inocencia o Su culpabilidad, y le urge a hacerlo. Su silencio le sorprende. No leemos que Pilato se enfadase, sino que se maravillaba mucho (v. Mat 27:14), como de algo que no es corriente. Pensó que era muy extraño que no dijese ni una sola palabra para justificarse.

II. La actitud violenta y ultrajante del pueblo al urgir al gobernador a que crucificase a Cristo. Los principales sacerdotes, al excitar a las turbas, ganaron una causa que jamás habrían ganado de otro modo. Aquí tenemos dos ejemplos de esa actitud ultrajante:

1. Prefirieron a Barrabás antes que a Jesús, y pidieron que se soltase a Barrabás, no a Jesús.

(A) Vemos que el gobernador, para contentar a los judíos, solía soltarles uno de los presos en la fiesta de la Pascua (v. Mat 27:15).

(B) El preso que, en esta ocasión, entró en competición con Jesús, fue Barrabás, a quien se llama un preso famoso (v. Mat 27:16). Traición, homicidio y felonía eran los tres crímenes sobre los que con mayor rigor caía la espada de la justicia, y de los tres era reo Barrabás (v. Luc 13:19; Jua 18:40). Famoso preso, pues, en quien los mayores crímenes hallaban conjunción.

(C) La propuesta la hizo el propio gobernador: ¿A quién queréis que os suelte? (v. Mat 27:17). Pilato daría por supuesto que Jesús sería el favorecido pues estaba convencido de la inocencia del reo y de la malicia y envidia de los acusadores; pero no tuvo la valentía de usar su propia autoridad, como era su deber, para soltarle, sino que lo dejó a la elección del pueblo, así esperaba satisfacer, tanto a su conciencia como al pueblo; pero tales tácticas y artimañas son propias de quienes procuran agradar a los hombres más que a Dios. Y, tras la inesperada para él elección del pueblo, vuelve a preguntar: ¿Qué, pues, haré de Jesús, llamado el Cristo? (v. Mat 27:22). Como si quisiera poner de relieve ante el pueblo que este Jesús cuya suelta él proponía, era considerado por algunos de ellos como el Mesías.

La razón por la que Pilato se tomó tanto trabajo para soltar a Jesús es que sabía que por envidia le habían entregado (v. Mat 27:18). No era la culpabilidad de Jesús, sino precisamente Su bondad, lo que provocaba Su procesamiento. Quienquiera hubiese oído los hosannas con que Cristo fue recibido a Su entrada en Jerusalén pocos días antes, habría pensado que Pilato se iba a referir a ello, sin ningún riesgo, delante del pueblo. Pero no fue así.

(D) Mientras Pilato multiplicaba sus esfuerzos para soltar a Jesús, un comunicado enviado por su esposa le confirmó en su resistencia a condenar a Cristo: No tengas nada que ver con ese justo, porque hoy he padecido mucho en sueños por causa de Él (v. Mat 27:19). Obsérvese la especial providencia de Dios al enviar a la esposa de Pilato tales sueños; no es probable que ella hubiera oído antes cosa alguna de Cristo. Quizás era una mujer devota y tenía cierto sentido de religión. Había sufrido mucho en su sueño; al parecer fue una pesadilla con detalles vívidos que le hicieron tremenda impresión. Véase, pues, la delicadeza que tuvo con su marido al enviarle este aviso de precaución: No tengas nada que ver con ese justo. Esto representaba un honorable testimonio a favor del Señor Jesús, al llamarle justo, precisamente cuando era procesado como criminal. Cuando Sus propios discípulos tenían miedo de presentarse en defensa suya, Dios hizo que extranjeros y enemigos hablasen a Su favor; mientras Pedro le negaba, Judas le confesaba; cuando los principales sacerdotes le pronunciaban reo de muerte, Pilato declaraba no hallar falta en Él; cuando las mujeres que le amaban se mantenían a distancia, la mujer de Pilato, que nada sabía de Él, mostraba su preocupación por Él. Era un suave aviso a Pilato: No tengas nada que ver con Él. Dios tiene muchos medios para poner obstáculos en los empeños pecaminosos de los pecadores, y es una gran misericordia para el pecador el que Dios les ponga impedimentos. Es nuestro deber prestar atención a tales avisos de Dios. La mujer de Pilato le envió este mensaje por el amor que le profesaba, lo tomara él como quisiese. Es un ejemplo de nuestro amor a parientes y amigos el hacer cuanto podamos para alejarles del pecado; y cuanto más cercano sea el parentesco, cuanto más estrecha la amistad, tanto mayor debe ser nuestra solicitud por la salvación de sus almas.

(E) Durante todo este tiempo, los principales sacerdotes y los ancianos estaban intensamente ocupados en persuadir al pueblo en favor de Barrabás: Persuadieron a la multitud que pidiese a Barrabás, y que diesen muerte a Jesús (v. Mat 27:20). De este modo se las valieron para manipular a la masa, y hacer que el pueblo se comportase como no lo habría hecho sin la influencia preponderante de los jefes. Nunca quienes habían aclamado a Jesús habrían pedido su crucifixión, si no hubiese sido por la fuerte sugestión de estos malvados líderes, a quienes no se puede considerar sin sentir la más profunda indignación. Cómo abusaron perversamente del gran poder que había sido puesto en sus manos; son los líderes malvados los grandes responsables de los fatales errores en que incurren las masas. Sobre las multitudes, no podemos menos de sentir compasión, como Jesús, cuando las vemos lanzarse apresuradas a decisiones tan injustas y dañosas para los propios intereses de la comunidad.

(F) Persuadido así por los líderes, el pueblo hizo su elección (v. Mat 27:21). ¿A cuál de los dos dijo Pilato queréis que os suelte? Pensaba que iba a obtener lo que deseaba: soltar a Jesús. Pero, para su gran sorpresa, dijeron: A Barrabás. Jamás hubo gente como ésta presuntuosa de tener la verdadera religión, y culpable de tan prodigiosa locura, tanto como de la perversidad más horrible. Esto es lo que Pedro les echó en cara después: Pedisteis que se os concediera de gracia un homicida (Hch 3:14).

2. Cómo urgieron con toda insistencia a Pilato a que pronunciase contra Él la sentencia de crucifixión (vv. Mat 27:22-23). Asombrado de la elección que habían hecho al pedir a Barrabás, Pilato les dijo: ¿Qué, pues, haré de Jesús, llamado el Cristo? Todos le dijeron: ¡Sea crucificado! Estaban empeñados en que muriera de esta forma, porque este género de muerte era considerado como el más vergonzoso e ignominioso; y esperaban así que los discípulos de Jesús se avergonzasen de Él y de la relación que tenían con Él. La maldad y la rabia les hicieron olvidar todas las normas del orden y de la decencia, e hicieron de una corte de justicia una asamblea de sedición y tumulto. ¡Qué cambio tan grande y tan súbito, en tan breve espacio de tiempo, en las mentes del populacho! Cuando entró montado en Jerusalén, tan generales fueron las aclamaciones de alabanza, que habríamos pensado que no tenía ningún enemigo; pero ahora que era conducido preso al tribunal de Pilato, tan generales eran los gritos de ultraje, que habríamos pensado que no tenía ni un solo amigo. Tales revoluciones se dan en este mundo cambiante, a través del cual nos abrimos paso hacia el Cielo, como lo hizo nuestro Maestro, a través de gloria y de deshonor, de calumnia y de buena fama (2Co 6:8).

En llegando a este punto, se nos dice:

(A) La objeción que Pilato presentó: Pues, ¿qué mal ha hecho? (v. Mat 27:23). Una pregunta muy apropiada en labios de un juez, antes de proceder a dictar sentencia de muerte. Dice mucho en honor del Señor Jesús el que, aun cuando sufrió como un criminal, ni el juez ni sus acusadores pudieron hallar pruebas de que hubiera hecho nada malo. Esta repetida aserción de su absoluta inocencia insinúa con toda claridad que murió para satisfacer por los pecados ajenos; porque si no hubiese sido herido por nuestras transgresiones, y no hubiese sido entregado por nuestras ofensas, y ello por su propia voluntad de hacer expiación de nuestros pecados, no veo cómo estos extraordinarios sufrimientos de una persona que jamás pensó, dijo u obró cosa alguna fuera de lugar podrían ser compatibles con la justicia y equidad de esa providencia que gobierna el mundo y que, al menos, permitió que esto se llevase a cabo.

(B) La insistencia con que procuraban la muerte de Jesús: Pero ellos gritaban aún más, diciendo: ¡Sea crucificado! No presentan prueba alguna de algún mal que haya hecho, sino que, por bien o por mal, había de ser crucificado. Y aquel injusto juez, cansado de tal importunidad, se inclinó a dar una sentencia injusta, como el de la parábola que refirió el Señor (Luc 18:4-5), contra una persona justa. Así que la causa se llevó a cabo sin cuenta ni razón, sino a fuerza de gritos y ruidos.

III. A continuación vemos que la culpa por la muerte de Cristo se hace recaer sobre el pueblo y los sacerdotes.

1. Pilato hizo cuanto pudo para exculparse (v. Mat 27:24). Vio: (A) que de nada servía seguir argumentando: Viendo Pilato que nada conseguía. Tan grande es, a veces, el torrente de violencia o de concupiscencia, que no hay autoridad ni razón que le ponga freno. Más aún, vio (B) que más bien se formaba un tumulto. Este pueblo rudo y embrutecido recurrió a las amenazas para obligar a Pilato a que les concediera lo que deseaban. Y fue precisamente este espíritu turbulento lo que, pocos años después, condujo a la ruina de la nación, pues las frecuentes insurrecciones provocaron a los romanos a destruirlos, y las inveteradas contiendas entre ellos mismos les convirtieron en presa fácil del enemigo común. De esta manera, su pecado fue su ruina.

Los sacerdotes habían sentido aprensión de que sus esfuerzos por prender a Cristo causasen un tumulto, especialmente en el día de la fiesta; pero la experiencia probó que los esfuerzos de Pilato por salvarle estuvieron a punto de causar un tumulto, y eso en el día de la fiesta; tan inciertos son los sentimientos de las masas. Esto puso a Pilato en gran estrechura, entre la paz de su conciencia y la paz de la ciudad. Si se hubiese atenido a las estrictas normas de justicia, no se habría visto en ninguna perplejidad. Un hombre en quien no se había encontrado falta, no debió ser condenado a muerte, cualesquiera fuesen las presiones que se ejercieran sobre él, ni se puede hacer una injusticia por satisfacer a una persona ni a un conjunto de personas en ninguna parte del mundo. Pilato pensó que zanjaba el asunto y ponía paz, tanto en su conciencia como en el orden de la ciudad, al pronunciar sentencia injusta y, al mismo tiempo, al disculparse de ella. Veamos lo que hizo para descargarse de la culpa:

(a) Usó una señal exterior: tomó agua y se lavó las manos delante del pueblo; no porque pensase que así se purificaba de cualquier culpabilidad contraída en la presencia de Dios, sino para exonerarse delante del pueblo. Se atuvo a la ceremonia que la ley prescribía para exonerar una parte del territorio israelita de la culpabilidad de un homicidio cometido por mano desconocida (Deu 21:6-7). Con esto quería dar a entender más efectivamente ante el pueblo su convicción de que el prisionero era inocente.

(b) Pronunció la siguiente frase: Soy inocente de la sangre de este justo. ¿Qué sinsentido es éste? Le condena a muerte, y protesta que está limpio de injusticia al condenar a un justo. Protestar contra alguna cosa, y llevar a la práctica esa misma cosa, sólo es una proclamación pública de que se está pecando contra la propia conciencia. Por otro lado, carga la culpa al pueblo y a los sacerdotes: ¡Allá vosotros! Como diciendo: vosotros responderéis ante Dios. El pecado es como un hijo espurio que a nadie le agrada reconocer como propio; y muchos se engañan con esto, y piensan que, si hallan alguna otra persona a quien cargarle el muerto, ellos se van a ver libres de culpa; pero transferir la culpabilidad del pecado no es cosa tan fácil como algunos creen. Los sacerdotes la habían cargado sobre Judas: ¡Allá tú! Ahora Pilato la cargaba sobre ellos: ¡Allá vosotros!

2. Lo inexplicable del caso es que tanto los sacerdotes como el pueblo consintieron en cargar sobre sí mismos tal culpabilidad: Su sangre sea sobre nosotros y sobre nuestros hijos (v. Mat 27:25). En el ardor de su rabia, consintieron en responsabilizarse de la muerte de Jesús, antes que perder la presa que tenían en sus manos. Con esto, procuraron indemnizar a Pilato de las molestias que le habían causado con su importunidad. Pero quien está en bancarrota, mal puede pagar por otros. Nadie puede pagar por los pecados ajenos, excepto aquel que no tenía ninguno propio por el que dar cuenta. Es una tremenda osadía para una miserable criatura reclamar para sí ante el Creador Todopoderoso la culpabilidad ajena. En realidad, imprecaron sobre sí mismos y sobre su posteridad la ira y la venganza de Dios, y de cierto que lo consiguieron. Ya Cristo les había dicho que sobre ellos había de venir toda la sangre justa derramada sobre la tierra, desde la sangre de Abel el justo (Mat 23:35). Pero, como si ello fuera todavía demasiado poco, ahora imprecan sobre sí mismos la culpabilidad por la sangre que era mucho más preciosa que todas las otras juntas; esta culpabilidad iba a ser inmensamente más grave. Obsérvese cuán crueles fueron en su imprecación, pues reclamaron el castigo por este pecado, no sólo para ellos mismos, sino también para sus hijos. Ya fue bastante locura el atraer la maldición sobre sí, para que llegasen al colmo de la barbaridad al imprecarla para su posteridad. Por aquí se puede ver cuán enemigos son los perversos para su propia familia. Desde el tiempo en que echaron sobre sí tal maldición, les han perseguido los juicios de Dios, uno tras otro. Con todo, para algunos de ellos, estos juicios y esta sangre no vinieron para condenarles, sino para salvarles; la misericordia divina ha suspendido esta maldición para cuantos han creído y se han arrepentido, de modo que la promesa volvía a ser para ellos y para sus hijos (Hch 2:39). Dios es mejor para nosotros y para los nuestros que lo que somos nosotros mismos.

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