Mateo 27:50 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Relato detallado de la muerte del Señor.

I. La manera como expiró (v. Mat 27:50): fue clavado en la cruz entre las horas tercera y sexta, es decir, entre las nueve y las doce de la mañana, y murió poco después de la hora nona, esto es, entre las tres y las cuatro de la tarde, precisamente al tiempo de la oración principal del día, en la hora del sacrificio vespertino y cuando estaba siendo matado el cordero pascual. ¡Qué bien estaba representado así el sacrificio de Cristo, nuestra Pascua!

Dos cosas son de notar en cuanto al modo como Cristo murió:

1. Que clamó otra vez a gran voz, como anteriormente (v. Mat 27:46).

(A) Esto era una señal de que después de todos sus dolores y fatigas, su vida estaba aún entera en Él, y su naturaleza, fuerte. Una de las primeras cosas que abandonan a un moribundo es la voz; cuando la lengua se debilita y falta el aliento, es difícil balbucir unas pocas y entrecortadas palabras, y más difícil aún es oírlas distintamente. Pero Cristo precisamente al expirar habló como quien se halla en poder de todas sus fuerzas, para darnos a entender que no era la vida la que le dejaba a Él, sino que era Él quien daba permiso a la muerte para que se le acercara. Lo mismo se deduce del relato de Jua 19:30: Y habiendo inclinado la cabeza entregó el espíritu. Los demás mortales inclinan la cabeza como efecto de la muerte, pero Jesús la inclinó antes de morir, como indicando a la temible parca que no temía el filo de su guadaña: Nadie le quitaba la vida, sino que Él la ponía de sí mismo (Jua 10:18).

(B) También significaba con esto que Su muerte había de ser publicada y proclamada en alta voz a todo el mundo. El grito de Cristo al expirar era como una trompeta que llama a la retirada de todos los demás sacrificios.

2. Después de clamar, entregó el espíritu. Ésta es una perífrasis usada corrientemente para morir. Con ello se nos muestra que el Hijo de Dios, en Su naturaleza humana, real y verdaderamente murió en la Cruz del Calvario, a consecuencia de los violentos tormentos a que fue sometido. Su alma fue separada del cuerpo, con lo que éste quedó con toda propiedad exánime, es decir muerto. Derramada toda Su sangre, en la que está la vida, hizo expiación, no por Sus pecados, sino por los de todo el mundo (Lev 17:11; Heb 7:27; 1Jn 2:2).

II. Los milagros que siguieron a Su muerte. Habiendo obrado tantos milagros en vida, era de esperar que algunos se llevasen a cabo también en Su muerte.

1. El velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. Este velo, que separaba el Lugar Santo del Lugar Santísimo, se rasgó, no de abajo arriba, como si fuera por poder humano, sino de arriba abajo, como por una mano invisible, por un poder sobrenatural. Era precisamente la hora del sacrificio vespertino. ¡Qué sorpresa para los sacerdotes oficiantes! ¡Con qué pavor contemplarían el Lugar al que sólo el sumo sacerdote, y sólo una vez al año, le era permitido entrar! En este, como en otros milagros de Cristo, estaba encerrado un misterio, puesto que:

(A) Correspondía al templo del cuerpo de Cristo, el cual también se partía por medio, al separarse el alma del cuerpo. La muerte es como el rasgarse el velo de nuestra carne, que se interpone entre nosotros y el santuario celestial, donde contemplaremos al Señor sin el velo de la fe (2Co 5:6-8). Así debe ser considerada la muerte por todo buen cristiano.

(B) Significa también la revelación o desvelación de los misterios del Antiguo Testamento. El velo del templo estaba allí para ocultar, pues era muy grave el castigo que pendía sobre toda persona que viese el ajuar del Lugar Santísimo, excepto el sumo sacerdote, como ya se ha dicho, y una vez al año, con gran ceremonia y a través de una nube de gloria y de incienso. Pero ahora, tras la muerte de Cristo, el acceso al Lugar Santísimo quedaba ampliamente abierto (v. Heb 4:16), y sus misterios quedaron tan claros y desvelados, que, aun el que corre puede leer claramente el sentido que encierran.

(C) Significaba igualmente que judíos y gentiles quedaban unidos en un mismo plan de salvación, al ser derribada la pared intermedia de separación (Efe 2:14) que era la ley ceremonial. Cristo al morir, tomó en sus manos la Ley y la clavó en la Cruz (Col 2:14). Murió para rasgar los velos que separan y para realizar la verdadera unidad (Jua 17:21).

(D) Significaba finalmente la consagración e inauguración de un camino nuevo y vivo hacia Dios (Heb 10:20). El velo impedía que el pueblo se acercase a la shekinah o nube gloriosa en la que Dios habitaba. La rasgadura del velo significaba que Cristo, con Su muerte, había abierto el camino hacia Dios, (a) para Sí mismo. Después de haber ofrecido el sacrificio en el atrio exterior la sangre era rociada ahora sobre el propiciatorio dentro del velo. Aunque no subió inmediatamente al santuario no hecho de manos, sino cuarenta días más tarde, sin embargo adquirió ya el derecho de entrar allá y se le concedió virtualmente la admisión, (b) para nosotros en Él, como leemos en Heb 10:19-20. Murió para llevarnos a la gloria (Heb 2:10) y, con este fin, hubo de rasgar el velo de nuestra culpa y, también, de la ira de Dios, que se interponía entre nosotros y Él (Isa 59:2). Ahora, ya no hay nada que obstruya el acceso ni nos desanime a presentarnos ante Él.

2. La tierra tembló. Este terremoto significa dos cosas:

(A) La horrible perversidad de los que crucificaron a Cristo. Al temblar bajo tan gran peso, la tierra dio testimonio de la inocencia del que así era perseguido, y contra la impiedad de los perseguidores.

(B) Los gloriosos resultados de la cruz de Cristo. Este terremoto significa también el golpe mortal infligido al reino de Satanás. Dios sacude a las naciones, cuando el Deseado de las naciones está a punto de llegar.

3. Las rocas se partieron; la parte más dura y firme de la tierra sintió también los efectos de la muerte de Cristo. Cristo había dicho que, si los niños cesasen de gritar Hosanna, las piedras clamarían (Luc 19:40); y ahora, en efecto, clamaban y proclamaban la gloria del Salvador que moría. Jesucristo es la Roca y estas rocas, al hendirse, daban a entender que la Roca que es Cristo se hendía: (A) Para que en sus hendiduras pudiésemos ocultarnos como lo hizo Moisés en la hendidura de la roca de Horeb, para contemplar la gloria del Señor, como él. (B) Para que por aquella hendidura de Cristo, surgieran ríos de agua viva que nos refresquen en este desierto. Cuando celebramos el recuerdo de la muerte de Cristo, nuestros corazones duros y roqueños deben hendirse; es el corazón, no los vestidos, lo que hay que rasgar en señal de duelo. Ciertamente, un corazón que no se rompe ante la clara presentación de Jesucristo como crucificado (Gál 3:1), es más duro que las rocas que se partieron ante la muerte de Cristo, más inflexible que los montes que se derriten como cera en presencia de Jehová (Sal 97:5) y más frío que el hielo que se licua ante el calor de Su Palabra (Sal 147:18).

4. Se abrieron los sepulcros (v. Mat 27:52). Parece ser que el mismo terremoto que hendió las rocas, abrió también los sepulcros, y muchos cuerpos de santos que habían dormido, se levantaron. La muerte de los santos es solamente el sueño del cuerpo, y el sepulcro en que yacen es el lecho del descanso. Estos santos fueron despertados por el poder del Señor Jesús, y saliendo de los sepulcros después de la resurrección de Él, entraron en la santa ciudad, y se aparecieron a muchos (v. Mat 27:53). Este milagro suscita cuestiones interesantes a las que no es fácil responder, como: (a) Quiénes eran estos santos que se levantaron. Unos opinan que eran los antiguos patriarcas, que tanto deseaban ser enterrados en la Tierra de Promisión (v. por ej. Gén 50:24-25). Otros piensan que se trata de seguidores de Cristo que habían tenido el privilegio de conocerle según la carne, pero habían muerto antes que Él. Otros, en fin, suponen que se hace referencia a los que, en el Antiguo Testamento, habían sellado con su sangre el testimonio de las verdades de Dios. (b) No está claro si volvieron a la vida cuando el Señor murió, pero no entraron en la santa ciudad sino después de la resurrección de Él, o si resucitaron al tiempo de la resurrección de Jesucristo; lo cual es más probable, a la vista de 1Co 15:20, donde se dice de Cristo que fue hecho primicias de los que durmieron. (c) Hay también quienes opinan que se levantaron de sus sepulcros únicamente para dar testimonio de la resurrección del Señor y volver de nuevo a sus sepulcros. Pero es mucho más probable que resucitaran gloriosamente para no volver a morir a fin de que el grano que había sido sepultado no surgiese solo, sino como en varias espigas. (d) Tampoco sabemos a quiénes se aparecieron, si a parientes, a enemigos o amigos, en qué forma se aparecieron, con qué frecuencia, qué dijeron o hicieron todo esto son cosas secretas (Deu 29:29), a las que no necesitamos acudir para robustecer nuestra fe, pues tenemos la palabra profética más segura (2Pe 1:19).

Con todo, el hecho nos enseña varias lecciones muy útiles: (1) Que incluso los que vivieron y murieron antes de la muerte de Cristo, recibieron el beneficio derivado de ella con efectos retrospectivos, lo mismo que los que han vivido y muerto después de la muerte de Jesús. (2) Que la muerte de Cristo tuvo poder más que suficiente para conquistar, desarmar y destruir la muerte. Estos santos que se levantaron eran los trofeos manifiestos de la victoria de la cruz de Cristo sobre los poderes de la muerte. (3) Que, en virtud de la resurrección de Cristo, los cuerpos de todos los creyentes resucitarán también cuando llegue la hora fijada por Dios.

III. La convicción de los enemigos que habían sido los ejecutores de la crucifixión (v. Mat 27:54).

1. Las personas convictas: el centurión y los que estaban con él guardando a Jesús. (A) Eran soldados, profesión que ordinariamente endurece, y cuyos pechos no se ablandan tan fácilmente por impresiones de miedo o de compasión. Pero no hay ánimo tan altivo ni tan osado que no pueda ser ablandado y humillado por el poder de Cristo. (B) Eran romanos, gentiles y, a pesar de eso, fueron los únicos que quedaron impresionados de esta manera. Mientras los gentiles se ablandaban, los judíos se endurecían. (C) Eran perseguidores de Cristo, que hacía muy poco le habían denostado, como consta por Luc 23:36. ¡Cuán rápidamente puede Dios, por el poder que tiene sobre las conciencias de los hombres, cambiar también el modo de hablar que los hombres tienen!

2. Los medios de convicción: visto el terremoto, que les espantó, y las cosas que habían acontecido. Estas cosas hicieron impacto en los soldados, cualquiera fuese el que hicieron en otros.

3. Las expresiones con que manifestaron dicha convicción:

(A) El terror que se apoderó de ellos: temieron en gran manera. Temieron ser sumidos en las tinieblas o tragados por la tierra en el terremoto. Dios puede aterrorizar fácilmente al más osado de Sus adversarios. La culpabilidad de la conciencia infunde miedo en el ánimo de los hombres. Sin embargo, los que confían en Dios, no temerán aun cuando la tierra sea removida (Sal 46:1-2).

(B) El testimonio que se vieron compelidos a dar. Dijeron: Verdaderamente, éste era Hijo de Dios. Era éste el punto álgido de la disputa, y en él se ponían ahora de acuerdo Él y sus enemigos (Mat 26:63-64). Sus discípulos lo creían, pero por ahora no se atrevían a confesarlo; el propio Jesús parecía perplejo cuando clamó: ¿A qué me desamparaste? Los judíos, ahora que le veían muerto en la cruz, daban el asunto como zanjado a favor de ellos. Sin embargo, el centurión y los soldados pronunciaban ahora esta confesión voluntaria de la fe cristiana. El mejor de Sus discípulos no había podido decirlo mejor en ningún tiempo, y en este momento no tuvo ni la fe ni el coraje suficientes para decir esto mismo: Verdaderamente, éste era el Hijo de Dios.

IV. La presencia de los pocos amigos que fueron testigos de Su muerte (vv. Mat 27:55-56).

1. Quiénes eran: muchas mujeres … las cuales habían seguido a Jesús desde Galilea. No Sus apóstoles (sólo a Juan encontramos junto a la cruz; Jua 19:26), cuyos corazones habían desfallecido y no aparecieron por allí. Pero aquí vemos una compañía de mujeres, alguien las tendría por necias, al seguir valientemente a Jesús tan de cerca, cuando el resto de los discípulos le habían abandonado cobardemente. Muchas veces, las personas del sexo débil son, por la gracia de Dios, fuertes en la fe. Ha habido mujeres, famosas por su coraje y decisión en seguir la causa de Cristo hasta sufrir el martirio por Él.

De estas mujeres se dice:

(A) Que habían seguido a Jesús desde Galilea, por el gran afecto que le profesaban pues sólo los varones estaban obligados a subir a la fiesta. Después de seguirle desde tan lejos, estas mujeres decidieron no abandonarle ahora. Los servicios y sufrimientos que de antiguo hemos sobrellevado por Cristo, deben sernos estímulo para perseverar hasta el fin en el trabajo y en el ministerio para el que nos ha llamado y para ofrecerle con gusto el resto de nuestras vidas.

(B) Que le servían de su peculio. ¡Con qué gozo le habrían ministrado ahora, si les hubiera sido posible hacerlo! Cuando alguna circunstancia nos impide hacer el bien que querríamos, debemos hacer cuanto podamos en el servicio de Cristo.

(C) Algunas de ellas son mencionadas por sus nombres. Otras veces aparecen mencionadas, y es un honor para ellas que se les mencione precisamente ahora; fieles hasta el final.

2. Qué hacían:

(A) Estaban lejos. Sin duda que los sufrimientos de Cristo fueron más duros de soportar al ver a lo lejos a los amigos que más le amaban (Luc 23:49 los menciona en masculino, lo que indica que había algunos varones). Jua 19:25 menciona cerca de la cruz a Juan, a la madre de Jesús, a María la mujer de Cleofás y a la Magdalena. El que estuvieran algún tanto alejadas no significa desafecto, sino timidez y delicadeza (téngase en cuenta que Jesús estaba completamente desnudo).

(B) Estaban mirando; puesto que no podían prestarle ningún servicio, le dirigían al menos una mirada de afecto, una mirada llena de pena. Podemos imaginarnos cómo les dolería en lo más profundo del corazón verle en tal tormento. Contemplemos con los ojos de la fe a nuestro Salvador crucificado y que nuestro corazón se sienta afectado por el gran amor con que nos amó.

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