Mateo 5:38 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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En estos versículos se expone la ley del talión. Obsérvese:

I. Cuál era la tolerancia del Antiguo Testamento en caso de perjuicio. No estaba mandado que cada cual requiriese necesariamente tal satisfacción; pero podían hacerlo legalmente, si lo tenían a bien; ojo por ojo, diente por diente (v. Mat 5:38). En realidad, era una normativa límite para refrenar a quienes habían sufrido un perjuicio, de modo que no tratasen de imponer un castigo mayor que el daño sufrido; no es la vida por un ojo, o un brazo por un diente, sino que guarda una proporción igualitaria.

Esto es todavía vigente de algún modo, en lo que toca a los magistrados a quienes compete hacer justicia, que usa la espada de acuerdo con el bien común del país, para imponer temor a los malhechores y vindicar a los oprimidos y perjudicados (v. Rom 13:4); y a ello deben prestar atención los legisladores, a fin de proveer las medidas necesarias para que los criminales no gocen de impunidad.

II. Cuál es el precepto del Nuevo Testamento en lo que atañe al creyente perjudicado (de un inconverso no pueden esperarse cosas contrarias a su naturaleza); su deber es perdonar la injuria recibida y no insistir en el castigo del delincuente más allá de lo que es necesario para el bien de la sociedad. Dos cosas nos enseña aquí el Señor Jesucristo:

1. No debemos ser vengativos: Pero yo os digo: No resistáis al malvado (v. Mat 5:39); es decir, a la mala persona que os hace un perjuicio. Debemos evitar el mal, y aun podemos resistir al mal en la medida en que es necesario para nuestra propia seguridad; pero no debemos devolver mal por mal (Rom 12:17); no debemos guardar rencor, ni tomarnos la justicia por nuestra mano, ni tratar de ponernos al mismo nivel de los que se portan con nosotros ásperamente, sino que hemos de ir más lejos perdonándoles de corazón. La ley del talión debe dar paso a la ley del amor. No es excusa para perjudicar a nuestro prójimo decir que él comenzó primero, porque es el segundo golpe el que provoca la reyerta. Tres cosas especifica el Señor, para mostrar que los cristianos deben soportar con paciencia el daño que reciben de otros:

(A) Un golpe en la mejilla, que es una injuria causada en el cuerpo: «A cualquiera que te hiera en la mejilla derecha lo cual no sólo produce daño, sino también afrenta , vuélvele también la otra»; es decir, sopórtalo con paciencia; no le devuelvas el golpe ni te enfurezcas por ello; si no hay ningún hueso roto, ni herida copiosamente sangrante, perdona y olvida. Y si los vengativos y arrogantes te tienen en poco y se ríen de ti por ello, los equilibrados y verdaderamente sabios te estimarán y honrarán por ello como a un genuino seguidor del bendito Jesús. Aunque esto te exponga ante los viles y perversos a recibir nuevas afrentas, como en efecto ocurre a menudo, no te perturbe si recibes nuevo golpe al volverle la otra mejilla. Pero quizás el perdón de una injuria puede impedir que recibas otra, mientras que el tomar venganza de ella podría acarrearte una segunda, pues hay quienes son vencidos si te muestras apacible y sumiso, cuando resistiéndoles no harías sino exasperarles más y más.

(B) La pérdida de una túnica, que es una pérdida en mis bienes: Y al que quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica (v. Mat 5:40). Aunque los jueces sean justos y circunspectos, entra dentro de lo posible el que hombres malos que no tienen conciencia y no respetan juramentos, inventen una historia o falsifiquen los hechos, para quitarle a uno la túnica por la fuerza de la ley, llevándolo a los tribunales. No te maravilles de ello (Ecl 5:8), sino déjale también la capa. Si el precio de lo incautado no es importante, es preferible someterse por amor a la paz. Aunque el precio de la capa sea mayor que el de la túnica, y no esta permitido por la ley quitársela a nadie (v. Éxo 22:26.), de seguro que te saldrá más barato comprarte otra capa, que lo que te ha de costar recobrar la vieja si recurres a los tribunales.

(C) Recorrer una milla (1.478 m) por coacción, lo cual es un agravio a mi libertad: Y a cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, ve con él dos (v. Mat 5:41). Más te vale decir: Sí, lo haré pues así te evitarás una reyerta; mejor es servir al opresor, que servir a tu propio orgullo y deseo de venganza. El fondo de todo esto es que el cristiano no debe ser amigo de pleitos; los perjuicios menores es preferible aguantarlos; y si el daño es lo suficientemente importante como para exigir una reparación, hágase para bien y sin deseos de venganza.

2. Debemos ser caritativos y generosos (v. Mat 5:42). No sólo no debemos hacer mal a nuestro prójimo, sino que hemos de tratar de hacerle todo el bien que podamos. (A) Hemos de estar dispuestos a dar: Al que te pida, dale. Si tienes bienes de fortuna o habilidad para prestar un determinado servicio, ten por un honor que alguien te pida, dándote la oportunidad de ser útil a los demás, y ofreciéndote esa felicidad que proporciona el dar más bien que el recibir (Hch 20:35). Con todo, este asunto de dar debe estar guiado por la discreción, no sea que prives de lo necesario a los tuyos, mientras fomentas la vagancia de holgazanes sin vergüenza, que tratan de vivir como parásitos de la sociedad. Lo prudente es tratar de aliviar la necesidad del modo más eficaz. Hay un proverbio chino que dice: Mucho mejor que regalar un pescado es regalar una caña de pescar. Lo más importante es que haya en nosotros la misma disposición que hay en nuestro Padre Celestial, cuando nos dice: Pedid, y se os dará. Demos, pues, a quien nos pide en su verdadera, no fingida, necesidad; aunque es preferible ser engañado en dos ocasiones, que negar nuestra ayuda a un solo necesitado. (B) También debemos estar dispuestos a prestar. Esto es a veces, más efectivo que un regalo, pues no sólo alivia la necesidad del momento, sino que estimula al beneficiario a ser previsor, laborioso y honesto. Al que quiera tomar de ti prestado, no lo desatiendas. No mires a la condición de la persona, sino a la urgencia de su necesidad. Es muy propio del cristiano el adelantarse en los actos de generosidad y amabilidad, y recordar que nuestro Dios nos escucha antes de que le hablemos y nos previene con las bendiciones de su bondad. ¡Oh, si cada día meditásemos los cinco primeros versículos del Sal 103:1-22!

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