Mateo 6:19 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Después de habernos amonestado contra la codicia de alabanza humana, Cristo nos amonesta ahora contra la codicia de las riquezas mundanas; en esto también debemos estar alerta, para no obrar como los hipócritas; el error fundamental que en esto sufren es que escogen por recompensa lo que se queda en este mundo.

I. Una vez que hemos escogido un tesoro, comenzamos a allegarlo. Todo ser humano escoge algo de lo que hace un tesoro, su tesoro, donde pone su corazón. Siempre hay algo ante los ojos del corazón que es considerado como la mejor cosa del mundo. Cristo no quiere privarnos de nuestro tesoro, sino enseñarnos a escogerlo.

1. Nos previene para que no hagamos de las cosas que se ven, que son temporales (2Co 4:18), nuestras mejores cosas, nuestro tesoro, donde esperamos obtener nuestra felicidad: No alleguéis tesoros en la tierra (v. Mat 6:19). Los discípulos de Cristo lo habían dejado todo para seguirle; así les animaba a continuar con los mismos sentimientos y criterios. No debemos allegar tesoros en la tierra; es decir: (A) No debemos tener esas cosas como las mejores, ni como un honor, sino reconocer que no tienen ningún valor en comparación con el eterno peso de gloria (2Co 4:17), con la gloria venidera (Rom 8:18), que supera en calidad y duración a todas las riquezas del Universo entero. (B) No debemos codiciar la abundancia de esas cosas ni acaparar más y más de ellas como quien nunca piensa que ya tiene suficiente. (C) No debemos poner en ellas nuestra confianza para el futuro; no debemos decir al oro: Tú eres mi esperanza (v. Job 31:24). (D) No debemos contentarnos con esas cosas, como si eso fuese todo lo que necesitamos o deseamos. Es menester que escojas sabiamente, porque escoges para ti y vas a tener lo que escojas. Si considerásemos bien quiénes somos, para qué estamos hechos, lo inmensa que es nuestra capacidad y lo larga que es nuestra continuidad, veríamos qué locura tan grande es allegar tesoros en la tierra.

2. Jesús nos da una buena razón para que no consideremos como tesoro ninguna cosa de este mundo, porque todas ellas están expuestas al deterioro o a la pérdida: (A) por parte de su condición interior que es corruptible: la polilla y el orín lo corroen. Hasta del maná salían gusanos. El orín corroe los metales, y la polilla corroe los vestidos. Las riquezas mundanas llevan dentro de sí un principio de corrupción y desmedro. (B) Por parte de la violencia exterior: Los ladrones horadan y hurtan. La codicia del ladrón es atraída hacia las casas donde abundan los tesoros de esta tierra; y no hay medios humanos de conservar a buen recaudo dichos tesoros, puesto que la astucia de los ladrones profesionales va en aumento y el instrumental para perpetrar los latrocinios se perfecciona con los inventos modernos. Es, pues, una locura hacer de algo que puede ser robado tan fácilmente nuestro tesoro. Ropas finas y metales preciosos eran los elementos ordinarios que constituían un tesoro entre los orientales, de ahí que Jesús los designara en particular. Hoy podríamos hablar de grandes haciendas, negocios, empresas, factorías y cuentas corrientes, etc.

3. Jesús añade un buen consejo para hacer de los goces y glorias del otro mundo, de las cosas que no se ven que son eternas nuestro mejor tesoro, y pone en ellas nuestra felicidad: Allegaos tesoros en el cielo (v. Mat 6:20). Los verdaderos millonarios son los del Cielo. (A) Es una prueba de suma prudencia y sabiduría allegar esa clase de tesoros; poner toda diligencia en asegurar nuestro título para la vida eterna mediante Jesucristo, y depender de eso para nuestra felicidad; miremos los tesoros de aquí abajo con un santo menosprecio. Si hacemos de las cosas celestiales nuestro tesoro, se allegarán sin pérdida ni menoscabo, pues están bien seguras en las manos de Dios (v. 2Ti 1:12). No nos agobiemos, pues, con las riquezas de este mundo. Las promesas de Dios son como cheques al portador, mediante los cuales, todos los verdaderos creyentes ven transferida al Cielo su verdadera riqueza, pagadera en la vida futura. Los judíos contemporáneos de Jesús creían que se podía acumular tesoro en los cielos mediante los actos de limosna, pero en el pensamiento del Señor, lo importante no es la transferencia de riqueza, sino la del efecto, pues entraña una nueva motivación. (B) Es un gran estímulo para nosotros saber que si allegamos nuestro tesoro en el cielo, allí está seguro, porque allí ni la polilla ni el orín corroen, ni los ladrones horadan ni hurtan. Es una herencia incorruptible (que no se puede perder), incontaminada (que no se puede deteriorar) e inmarcesible (que no se puede menguar ni marchitar), reservada (total seguridad, más que la «reserva» en un tren, en un avión, en un apartamento, etc.) en los cielos (no cabe lugar más ameno) para nosotros (no hay nada tan personal). ¿Cabe mejor descripción de la vida eterna, satisfacción completa en actividad perfecta? (v. 1Pe 1:3-9).

4. Una buena razón de por qué debemos escoger así: Porque donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón (v. Mat 6:21), ya sea en la tierra o en el cielo. El corazón se va tras el tesoro, como la aguja se va tras el imán, o el girasol se vuelve constantemente hacia el sol. Donde está el tesoro, allí está también el valor y la estima, allí el amor y el afecto. Donde está el tesoro, allí están nuestra confianza y nuestra esperanza, allí estarán nuestro goce y nuestro deleite, allí estarán nuestros pensamientos. El corazón se debe a Dios y, para que Él lo tenga, es menester que nuestro tesoro esté también en Él y con Él. Nuestro tesoro son nuestras buenas obras (Apo 14:13): nuestras limosnas, nuestras oraciones, nuestros ayunos, etc. y la recompensa por todo ello. Si hemos hecho todas esas cosas sólo por ganar el aplauso de los hombres, hemos allegado tesoros en la tierra. Pero esto es una locura, porque esa alabanza humana que tanto codiciamos está siempre expuesta a un proceso de descomposición; una tontería, por pequeña que sea, como una mosca muerta, la va a estropear por completo (Ecl 10:1). La calumnia y la detracción son ladrones que horadan y hurtan. Los cultos hipócritas y las devociones egoístas no dejan nada para el Cielo (Isa 58:3). Pero si hemos orado y ayunado, etc. en verdad y justicia, puesta la mira en Dios, hemos allegado tesoros en el Cielo; un libro de recuerdo está escrito allí delante de Dios (Mal 3:16). Los hipócritas tienen sus nombres escritos en la tierra, quizá con letras de oro, pero los fieles hijos de Dios tienen sus nombres escritos en los cielos (Luc 10:20). La aprobación de Dios: ¡Muy bien, siervo bueno y fiel! (Mat 25:21, Mat 25:23) quedará para siempre; y si hemos allegado nuestros tesoros con Él, con Él quedará nuestro corazón, y ¿en qué mejor lugar podrá estar?

II. De la alternativa entre las dos clases de tesoro, pasa Jesús a hablar del ojo del alma, del ojo de la intención, representado por dos clases de ojos: el ojo sencillo y el ojo malo o maligno (vv. Mat 6:22-23).

1. Si el ojo del corazón es sencillo, sincero, sano y generoso (un ojo con visión clara y única, que no ve los objetos dobles ni borrosos), será un ojo luminoso, dirigido hacia Dios, la santidad, la bondad, la caridad (los verdaderos valores) y dirigirá los pasos de la conducta por el camino recto; toda la vida estará llena de luz, la cual alumbrará delante de los hombres (Mat 5:16); y, con la mirada fija en Dios, no cabrá la hipocresía de segundas intenciones. Pero si el ojo del corazón está enfermo, maligno, con visión borrosa, especialmente porque ve doble, con un ojo puesto en Dios y el otro puesto simultáneamente en el mundo, las cosas no se perciben con claridad ni en su perspectiva correcta; es una visión oscura tenebrosa. Y, si ese ojo está en tinieblas, todo el cuerpo toda la vida estará en tinieblas (v. Jua 12:35; 1Jn 1:6-10; 1Jn 2:1-11). La conducta del tal será pecaminosa, malvada, impía. Si esa sincera disposición que habría de ser nuestra luz es tinieblas, ¿cuán grandes no serán las tinieblas mismas? Toda la conducta estará corrompida. Los hipócritas de los que ha venido hablando el Señor, tenían esta visión doble: un ojo hacia Dios, y otro hacia el mundo; hacían ostentación de una cosa y buscaban otra; profesaban la verdadera religión y actuaban inconsecuentemente en contra de dicha profesión, como un barquero que mirase hacia un lado y remase hacia el lado opuesto; mientras que el verdadero cristiano tiene el ojo puesto en la meta de su viaje.

Vemos, pues, que esta enseñanza de Jesús sobre el ojo sencillo y el ojo enfermo ocupa un lugar importante y a propósito entre el contexto anterior y el posterior.

III. En efecto, después de hablar de visión simple y doble, Jesús pasa a hablar de dos amos a los cuales no se puede servir a la vez: Dios y Mamón (v. Mat 6:24). Nadie puede servir a dos señores. Servir a dos señores es contrario al ojo sencillo, porque los ojos de los siervos han de mirar a las manos de sus señores (Sal 123:1-2). No se puede dividir el corazón entre Dios y el mundo; no se puede tener el tesoro a la vez en el Cielo y en la tierra; no se puede agradar a Dios y a los hombres a la vez.

1. Jesús establece primero una máxima o principio general: Nadie puede servir a dos señores; mucho menos, a dos dioses. (A) Un trabajador, un obrero, un empleado o un criado pueden, de mutuo acuerdo, concertarse para trabajar a distintas horas con dos jefes o amos diferentes; pero un esclavo no puede dividir su vida entre dos amos (Rom 6:16-23). (B) Cuando dos amos marchan de acuerdo, un criado podría seguir y servir a ambos; pero, si marchan por caminos diferentes, el criado no tiene más remedio que seguir a uno de ellos y dejar al otro (Luc 16:13), y manifestar así a quién pertenece en realidad.

2. Jesús aplica seguidamente el principio general al caso en cuestión: No podéis servir a Dios y a Mamón. El término Mamón era usado en tiempo de Jesús para significar la hacienda o riqueza de una persona; con toda probabilidad, es una palabra aramea compuesta de la preposición me = en, y la raíz amán = sustentar, estar seguro, etc. Es, por tanto, como una personificación de las riquezas, en las que el mundo pone su confianza y su seguridad. En este sentido, dice el refrán castellano: «Poderoso caballero es don dinero»; y el famoso Arcipreste de Hita dice, en una de sus célebres cuartetas: «Si tovieres dinero, habrás consolación/plaser, e alegría, del papa ración/comprarás paraíso, ganarás salvación/do son muchos dineros, es mucha bendición». El sarcasmo es evidente; pero este es el criterio del mundo. Notemos que Cristo no dice: No debéis, sino no podéis servir a Dios y a Mamón; no podemos buscar, amar, obedecer, servir a ambos, por ser contrarios diametralmente el uno del otro. ¡No estemos, pues, perplejos entre servir a Dios o a Mamón (que, en realidad, es servir a Baal, al mismo diablo)!, sino escojamos hoy a quién servir y digamos como Josué: Pero yo y mi casa serviremos a Jehová (Jos 24:15), y mantengámonos en esta disposición, recordando que hemos elegido a Jehová para servirle (Jos 24:22).

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