Mateo 6:5 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Cuando ores (v. Mat 6:5). Se da por supuesto que todos los discípulos de Cristo oran. Más fácilmente debería encontrarse vivo a un hombre que no respirase, que a un cristiano que no ore. Si falta la oración, falta la gracia.

Los hipócritas eran culpables de dos grandes faltas cuando oraban: vana gloria (vv. Mat 6:5-6) y vana repetición (vv. Mat 6:7-8).

I. No debemos tener orgullo ni vanagloria en la oración, ni desear ser alabados de los hombres. Obsérvese aquí:

1. Cuál era la práctica de los hipócritas. En todos sus ejercicios de devoción, era obvio que su intención primordial era ser encomiados por sus prójimos. Cuando parecían mirar hacia arriba en sus oraciones, su intención, el ojo del alma, miraba hacia abajo y buscaba ovaciones. Nótese:

(A) Qué lugares escogían para sus devociones: los mismos que para las limosnas, lugares prominentes donde todos podían observarlos y decir: ¡Mirad, qué piadosos son! Jesús no les reprocha por orar en público o en privado, sino por su ostentación. Orar de pie era una postura normal, pero hacerlo en lugar prominente (v. en Luc 18:11 el implícito énfasis en el lugar, si se compara con la «bastante distancia» del publicano; v. Mat 6:13), por ostentación, daba a entender el orgullo y la vanagloria, pues lo hacían para ser vistos de los hombres, no para ser aceptos a Dios.

(B) Cuál era el producto que obtenían de esa ostentación: el mismo que en dar limosna, a saber, el aplauso de los hombres. ¡Bien poca cosa! ¿De qué sirve obtener de los hombres buenas palabras, si el Maestro no nos dice un día: Muy bien hecho, siervo bueno y fiel? La oración es como una audiencia privada ante el trono de Dios; lo que pasa entre Dios y nosotros en los momentos solemnes de la oración, no puede servir de ostentación pública.

2. Cuál es la voluntad de Cristo en oposición a eso: Pero tú, cuando ores … (v. Mat 6:6). Se supone aquí que la oración personal es el deber y la práctica de todos los discípulos de Cristo. Obsérvense:

(A) Las instrucciones que aquí se dan a este respecto: (a) En vez de orar en las sinagogas y en las esquinas de las plazas (v. Mat 6:5), entra en tu aposento (v. Mat 6:6), o en cualquier lugar retirado y solitario: Isaac salía al campo (Gén 24:63), Cristo subía al monte, Pedro a la azotea (Hch 10:9). No hay lugar falto de ceremonia, si responde al propósito de la oración. Pero si las circunstancias hacen que nos sea imposible evitar ser vistos, no por eso hemos de dejar la oración, especialmente cuando su omisión produce mayor escándalo que su observación. (b) En vez de orar para ser vistos, ora a tu Padre que está en lo secreto. Los fariseos venían a orar a los hombres más bien que a Dios. ¡Ora a Dios, y que esto sea bastante para ti! ¡Ora a Él que es tu Padre, presto a escucharte y a responderte, favorablemente inclinado a compadecerte, ayudarte y socorrerte; allí está Él, en lo secreto, donde nadie más te ve, donde nadie más está; especialmente cercano a ti, cuando tú estás lejano de los demás; al estar con Él, nunca estás solo! ¡Y cómo te espera! Tiene más deseo de escucharte que tú de hablarle.

(B) El estímulo que aquí se nos da: (a) Él ve en lo secreto: hasta el fondo y sin perder detalle de tu situación (Sal 139:1-4); (b) Él te lo recompensará en público. Ellos tienen su recompensa al orar en público, pero tú tendrás la de Dios, ya ores en privado o en público. Es recompensa, no de deuda, sino de gracia. A veces, las oraciones secretas de los hijos de Dios tienen su premio ya en este mundo por las señales obvias de las respuestas que Dios les da, con lo que resulta evidente su condición de creyentes que oran, incluso en las conciencias de sus adversarios que no pueden soslayar un testimonio tan patente.

II. No debemos usar en la oración vanas repeticiones, parlotear sin tino ni medida (v. Mat 6:7). Aunque el alma de la oración consiste en la elevación de la mente y el derramamiento del corazón en la presencia de Dios, también las palabras tienen su interés, tanto en la oración privada como en la comunitaria. Lo que Jesús reprocha aquí son las vanas repeticiones. Nótese:

1. Cuál es, en realidad, la falta que aquí se reprueba; no es simplemente la repetición que a veces es una muestra saludable del afán o de la angustia con que se ora (Mat 26:44; Luc 22:44), pues Jesús mismo repetía, sino las vanas repeticiones; es decir: (A) la repetición mecánica, u «oración de rodillo» como alguien ha llamado a devociones como el rosario, etc. y que se asemeja a las oraciones de los bonzos, que las escriben en rollos y las hacen pasar en un rodillo ante los ojos sin vida de la estatua de Buda. (B) la parlotería sin sentido y sin medida, que es una mera afectación de elocuencia prolija en la oración, ya que a muchos les encanta oírse a sí mismos hablar. No es que estén prohibidas las oraciones largas; Cristo oraba durante toda la noche (Luc 6:12). No es el orar mucho lo que aquí se condena, sino el hablar mucho; el peligro de esto se halla cuando tratamos de decir oraciones, en vez de orarlas.

2. Qué razones se dan aquí contra esto:

(A) Este es el modo como los gentiles oran, y está muy mal que los cristianos rindan culto al Dios verdadero de la misma manera que los gentiles lo hacen a sus dioses falsos. Al pensar que Dios era como ellos mismos, creían que necesitaba muchas palabras para poder entender lo que se le decía, o para inclinarle a conceder lo que se le pedía. El mero trabajo de labios en la oración, por muy bien trabajado que esté, si no es más que eso, es un trabajo perdido.

(B) No es menester recurrir a ese subterfugio, puesto que nuestro Padre sabe de qué cosas tenemos necesidad, antes que nosotros le pidamos (v. Mat 6:8). Por consiguiente, es superfluo añadir muchas palabras. De ahí no se sigue que no debamos orar, pues Dios mismo nos manda que oremos, que le expongamos nuestro caso, le abramos nuestro corazón, y dejemos en sus manos la solución del problema que nos agobia. En realidad, aquí tocamos fondo en el concepto mismo de oración: No oramos para que Dios se entere de lo que necesitamos, sino para percatarnos nosotros mismos de nuestra necesidad y mostrar humildemente que dependemos de Él en todo y de Él lo esperamos todo. Notemos que: (a) el Dios a quien oramos es nuestro Padre. Los hijos no pronuncian largos discursos ante sus padres cuando necesitan algo; no necesitan decir muchas palabras cuando el Espíritu de adopción les ha enseñado a decir bien esto solo: Abbá, Padre (Rom 8:15). (b) Es un Padre que conoce nuestro caso y nuestra necesidad mucho mejor que nosotros. Con frecuencia responde antes que le llamemos (Isa 65:24) y hace todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o pensamos (Efe 3:20). No es menester que nos alarguemos al presentarle nuestro caso; Él lo conoce mejor que nosotros, pero quiere oírlo de nuestros labios. Las intercesiones más poderosas son aquellas que se hacen con gemidos indecibles (Rom 8:26).

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