Mateo 7:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Nuestro Salvador pasa ahora a instruirnos sobre el modo de conducirnos en relación con las faltas de los demás.

I. Hay primero una advertencia contra el vicio de juzgar (vv. Mat 7:1-2). Es una prohibición: No juzguéis. Parecería, a primera vista que esto no tiene conexión con el contexto anterior, pero, en realidad, la tiene y muy estrecha, puesto que todos los hipócritas y de doble visión son siempre propensos a formar juicios temerarios respecto de los demás: «No te acerques a mí … soy más santo que tú» (Isa 65:5). El orgullo personal tiende a cubrir los propios defectos proyectándolos sobre los demás. Es muy antiguo el proverbio que dice: «Cree el ladrón que son todos de su condición». Y el escritor francés G. Thibon dice, con gran agudeza, que, al juzgar temerariamente, «cada uno proyecta hacia el prójimo la parte de criminal que él mismo lleva dentro». Cada cual debe juzgarse a sí mismo, examinarse a sí mismo (1Co 11:28, 1Co 11:31), pues cada uno ha de responder de sí mismo, no de otros, ante el tribunal de Cristo (2Co 5:10 y Rom 14:10). No podemos juzgar las intenciones del corazón, pues sólo Dios penetra en ese santuario. No debemos juzgar sin amor, sin misericordia, sin justicia, sin reflexión. Menos aún, atrevernos a juzgar del estado de sus almas, llamándoles hipócritas, réprobos, renegados, etc.; eso es pasarse de la propia raya. ¿Quién eres tú para juzgar a tu prójimo? (Rom 14:10, Rom 14:13; Stg 4:11-12). Aconséjale, ayúdale, pero no le juzgues. Resulta triste y poco edificante el que respetables ministros del Señor se atrevan a decir ligeramente de otras personas, vivas o difuntas: Tal señor o tal otro no es (o no era) convertido de corazón, sino sólo de cerebro, etc. La razón de dicha prohibición es: para que no seáis juzgados. Esto insinúa que: (A) Si nos atrevemos a juzgar a otros, podemos esperar que nosotros seamos juzgados también. Lo corriente es que quienes más censuran a otros, son también los más censurados y criticados; y no habrá misericordia para la reputación de quienes no muestran misericordia hacia la reputación de los demás. Pero esto no es lo peor, pues han de ser juzgados por Dios. Si los que pretenden saberlo todo y ser «únicos» maestros de los demás, han de recibir un juicio más severo ¿qué será de los que ofenden en palabra, y tienen la lengua inflamada por el infierno? (Stg 3:1, Stg 3:2, Stg 3:6). Ofensor y ofendido han de aparecer ante el tribunal de Cristo (Rom 14:10) quien, así como ha de consolar al humilde escarnecido, también resistirá al arrogante escarnecedor y le juzgará con toda severidad. (B) Que si somos modestos y caritativos en nuestras censuras y, en vez de juzgar a los demás nos juzgamos a nosotros mismos, no seremos juzgados por el Señor. Así como Dios perdona a quien perdona a sus hermanos, así también dejará de juzgar a quienes no juzgan a sus hermanos; los misericordiosos alcanzarán misericordia (Mat 5:7).

El juicio de quienes juzgan a los demás sigue la pauta de la ley del talión: Con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados (v. Mat 7:2). El Dios justo observa, a veces, en sus juicios la regla matemática de la proporción: Con la medida con que medís, os será medido; con frecuencia, esto ocurre ya en la vida presente, para que los hombres puedan leer su pecado en el castigo. En el primer tercio del siglo actual, en un pueblecito de Aragón, un hombre que había matado a su hermano en discusión por la herencia de un caballo fue muerto poco tiempo después, a dentelladas y sin motivo aparente, por el mismo caballo. ¿Qué sería de nosotros, si Dios fuese tan severo en juzgarnos como lo somos nosotros en juzgar a otros? ¿Qué, si Él nos pesase en la misma balanza? Podemos esperarlo así, si persistimos en señalar todo cuanto los demás dejan que desear en nuestra opinión. En esto como en otras cosas, los que tiran piedras al tejado ajeno ven arruinado su tejado de cristal.

II. En conexión con lo mismo, Jesús previene también sobre el modo de reprender al prójimo. Advirtamos de entrada que, aunque no debemos juzgar a los demás, puesto que es un gran pecado, no se sigue de ahí que no hayamos de reprender a los demás, pues eso es un gran deber y puede ser un medio eficaz para ganar a un hermano (Mat 18:15.) y salvar de la muerte un alma (Stg 5:19-20).

1. No todos están cualificados para reprender. Quienes son culpables de las mismas faltas, o peores que aquellas de las que tratan de reprender a otros, se cubren ellos mismos de vergüenza y arrojan la tierra a sus propios ojos, y no es de esperar que tengan ningún éxito en sus reprensiones ni que hagan ningún bien a los reprendidos (vv. Mat 7:3-5). Aquí hay pues:

(A) Un justo reproche a los censurados, que arman reyerta con un hermano por faltas pequeñas, mientras ellos se permiten cosas más graves; que tienen la vista muy fina para detectar una pequeña mota en el ojo ajeno, pero no perciben la viga en el propio. (a) Hay grados en las faltas; algunos pecados son como motas en comparación con otros que son como vigas, unos son como mosquitos; otros, como camellos. No quiere decir que haya pecados veniales o pequeños, porque no es pequeño el Dios contra quien pecamos, pero sí hay pecados mayores que otros (v. Jua 19:11). (b) Nuestros propios pecados habrían de aparecer a nuestros ojos mayores que los de los demás, pues nuestra conciencia nos indica las circunstancias agravantes de nuestros pecados, mientras que no podemos ver las circunstancias atenuantes que hay en los pecados ajenos, al ser incapaces de penetrar en la conciencia ajena. (c) Hay muchos que llevan una viga en el ojo y no se paran a percatarse de ello; son culpables de grandes pecados y dominados por múltiples vicios, pero se resisten a reconocerlos y tienden a justificarlos con sofisticadas excusas, como si no necesitasen arrepentirse y reformar su vida. Con gran presunción se atreven a decir: Vemos (Jua 9:41). (d) Es cosa corriente entre quienes están llenos de pecados y con la conciencia cauterizada, el tener mayor presteza y osadía en juzgar y censurar a otros. La soberbia y la falta de caridad son vigas que suelen ir juntas en los ojos de quienes pretenden ser piadosos y diligentes, hasta mansos y amables, cuando censuran o reprenden a otros. Más aún, ¡cuántos hay, que son culpables en lo secreto de muchas peores cosas que las que tienen la cara dura de castigar en otros tan pronto como las descubren! Recordemos el episodio de Jua 8:1 y siguientes. No olvidaré lo que ocurrió, a mediados del presente siglo, en un lugar que no deseo mencionar. Un grupo de señores que formaban el comité local para defensa de la mujer y de las buenas costumbres hizo venir ante sí a un señor acusado de reincidencia en adulterio. Cuando él se vio en presencia de tal tribunal dijo con desenfado a uno de los presentes: Haz el favor de salir de aquí, y los demás nos fumaremos un cigarrillo. Así se acabó el juicio; por supuesto sin «sentencia». (e) Cuando las personas son tan severas con las faltas de los demás mientras son tan indulgentes con las propias, es señal de hipocresía de la más refinada: «¡Hipócrita!» (v. Mat 7:5). Cualesquiera que sean las pretensiones de tal persona, una cosa es cierta: no es enemigo del pecado, porque, si lo fuese, sería enemigo de su propio pecado; por consiguiente, no merece ninguna alabanza, pues esta, y no otra, es la verdadera caridad que ha de empezar por uno mismo. ¿Cómo dirás a tu hermano: Déjame sacar la paja de tu ojo, cuando está la viga en el ojo tuyo? (v. Mat 7:4). Muchos hay que hablan de reformar el mundo o cualquiera de las instituciones (y la propia Iglesia), sin cuidarse de reformarse primero a sí mismos. (f) La consideración de tus propios defectos aunque no debe impedirte corregir al hermano (de lo contrario sería imposible ejercitar este difícil ministerio), debe preservarte de usar un tono doctoral y estimularte a corregir tus propios fallos y humillarte en la presencia de Dios, con lo que el beneficio espiritual será doble, ya que será provechoso para tu hermano y para ti.

(B) Una buena norma para los que reprenden a otros. El método correcto es: Saca primero la viga de tu propio ojo (v. Mat 7:5). Tan lejos está nuestro pecado de ser una excusa para no reprender a otros, que el hecho de que nos descalifique para tal servicio, añade gravedad a tal pecado. La ofensa nunca debe servir de defensa para nadie, sino que el que reprende ha de tratar de reformarse a sí mismo, a fin de estar así capacitado para reprender a su hermano y ayudarle a reformarse. Quien acusa ha de estar libre de acusación, así como las despabiladeras del lugar santo debían ser de oro puro (Éxo 37:23).

2. No todos están en la debida disposición para ser reprendidos: No deis lo santo a los perros (v. Mat 7:6). Nuestro celo contra el pecado ha de estar guiado por la discreción, y no es conveniente ir por todas partes dando instrucciones, consejos y reprensiones (mucho menos, ánimos y consuelos) a gente endurecida y mal dispuesta a recibir buenas palabras. Échale una perla a un cerdo, y lo llevará tan a mal como si le echases una piedra; por tanto, no des a los perros ni a los cerdos, que son animales inmundos, las cosas santas. Un buen consejo y un manso reproche son cosa santa, más valiosa que una perla; están ordenados por Dios y son de gran precio (a veces, se pagan muy caros, como le pasó al Bautista con Herodes). En una generación perversa, hay tantos que han estado por largo tiempo en camino de pecadores, que han llegado así a sentarse en silla de escarnecedores; y, una vez aposentados en tan triste condición, odian y desprecian toda reprensión, y así lo proclaman abiertamente en tono de desafío. Tratar de instruirles y reprenderles es exponerse a sí mismo a las reacciones que pueden esperarse de perros y cerdos. ¿Qué remedio puede haber para quienes, en lugar de agradecer la medicina, se revuelven contra el médico e intentan herir al cirujano con el mismo bisturí con que desea extirparles el tumor? No está bien tomar el pan de los hijos y echarlo a los perros (Mat 15:26). Sin embargo, hemos de ser cautos para no tildar fácilmente de perros y cerdos a nuestros semejantes. Muchos pacientes han perdido la vida por haber sido desahuciados demasiado a la ligera por los médicos. También hay muchas personas que, si se empleasen todos los medios posibles para traerlas al buen camino, saldrían del estado miserable en que se encuentran. Finalmente, podemos apreciar la ternura de Jesús y el cuidado que tiene de los suyos al advertirles que no echen las perlas a los cerdos, no sea que las pisoteen, y se vuelvan y os despedacen.

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