Mateo 8:5 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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En esta porción tenemos el relato de la curación del siervo del centurión, el cual yacía en cama paralítico. Cristo se encontraba entonces en Capernaúm (Mat 4:13). Jesús pasó haciendo el bien por todas partes, y continuaba haciendo el bien cuando se hospedaba en un lugar; cada lugar se beneficiaba con Su llegada.

I. Las personas con quienes Cristo trata ahora son:

1. Un centurión; es decir, un oficial de las legiones romanas con mando sobre cien soldados. Aunque era un militar (y la compasión parece avenirse poco con tal profesión), era también un hombre piadoso. Dios tiene su remanente entre todas las clases de gente. Por eso mismo, no hay profesión ni lugar en este mundo, que pueda servir de excusa a la impiedad o a la incredulidad. Y muchas veces, la gracia de Dios se muestra doblemente victoriosa al ganar almas donde las circunstancias parecen estar en contra. Aunque era un militar romano, y el mismo hecho de residir entre los judíos era un recuerdo continuo del yugo de Roma, Cristo que es el verdadero Rey de Israel, le hizo un gran favor, enseñándonos con Su ejemplo a hacer bien a nuestros enemigos. Aunque era un gentil, el Señor se manifestó a él, con lo que comenzaban a cumplirse las palabras del anciano Simeón: «Luz para revelación a los gentiles, y para gloria de tu pueblo Israel» (Luc 2:32). Al leproso, Cristo le tocó y le curó porque a los judíos les predicaba directamente, ya que había venido a las ovejas de Israel; pero al gentil (tanto a este paralítico como a la hija de la mujer sirofenicia) lo curó a distancia; no fue en persona a manifestarse a ellos, sino que envió su palabra y les curó; con todo, en esto mismo quedó su gloria mayormente engrandecida.

2. El siervo del centurión. Cristo está tan presto a curar al siervo más pobre como al amo más rico; pues Él mismo tomó sobre sí la forma de esclavo, para mostrar su consideración con los humildes.

II. La gracia del centurión yendo al encuentro de Cristo. Podríamos decir: ¿Puede algo bueno salir de un militar romano? Ven y ve, y encontrarás abundancia de cosas buenas que salen de este centurión.

1. La manera afectuosa con que se dirigió a Jesús (vv. Mat 7:5-6), lo cual demuestra:

(A) Una piadosa consideración respecto de nuestro gran Maestro, como de quien es poderoso para socorrer y aliviar a quien se lo suplique humildemente, y deseoso de hacerlo. Vino a Él rogándole, gorra en mano, como un modesto suplicante. Por esto se deduce que había visto en Jesús más de lo que a primera vista aparecía; vio algo que le imponía respeto. Los hombres más grandes tienen que comportarse como menesterosos cuando tienen algo que ver con Cristo. Aunque la palabra Señor, aquí como en el versículo Mat 8:2 no signifique más que un saludo respetuoso, el tenor de su petición muestra que veía en Él a un Soberano, y un sabio y compasivo Médico, a quien la manifestación escueta de la enfermedad equivalía a la súplica más anhelante. Una confesión humilde y sincera de nuestras necesidades y enfermedades espirituales, no quedará sin respuesta de paz y consuelo. Derrama tu miseria, y te será derramada misericordia.

(B) Una caritativa consideración hacia su pobre siervo. Leemos de muchos que vinieron a Jesús para rogarle a favor de sus hijos, pero este es el único caso de alguien que vino a Él para rogarle a favor de un siervo: Señor, mi criado está postrado en casa, paralítico. Es un deber de los amos preocuparse de la salud de sus criados. El criado no habría podido hacer por su amo más de lo que el amo hizo por él aquí. Los siervos del centurión le eran muy obedientes (v. Mat 8:9), y aquí comprendemos por qué: él se portaba muy cariñosamente con ellos, y esto hacía que le obedeciesen gozosamente. La parálisis es una enfermedad en la que el talento y la habilidad del médico suelen fallar: era, pues, una gran evidencia de su fe en el poder de Cristo el llegarse a Él en demanda de remedio, cuando esto sobrepujaba el poder de los medios naturales. Obsérvese con qué patetismo presenta el caso de su siervo como algo muy triste: postrado en casa, paralítico, gravemente atormentado. Al ser la parálisis una enfermedad que ordinariamente hace perder la sensibilidad, podemos colegir el terrible estado de este enfermo, al oír cuán terribles eran sus sufrimientos. Esta enfermedad es símbolo de la insensibilidad de conciencia, que hace a los hombres descuidar sus deberes y no percatarse de su estado miserable. Si hay alguien entre nuestros hijos o criados, con esta clase de enfermedad espiritual, hemos de llevar el caso a Cristo con fe y oración a fin de que el Señor se digne curarle.

2. Obsérvese la gran humildad de este centurión. Después que Cristo ha expresado ya su disposición a llegarse hasta el siervo para curarle (v. Mat 8:7), él se expresa con una humildad todavía mayor. Las personas humildes muestran mayor humildad a medida que Cristo condesciende con mayores gracias. Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo (v. Mat 8:8); esto expresa pensamientos muy bajos respecto de sí mismo, y muy altos respecto del Señor Jesús. No dice: «Mi siervo no es digno de que vayas a su habitación, pues yace en el desván», sino: «Yo no soy digno de que vengas a mi casa». El centurión era persona de situación económica acomodad, pero se confiesa indigno delante de Dios. ¡Qué bien se aviene la humildad con personas de calidad! A la sazón Cristo se hallaba en su estado de humillación; sin embargo, el centurión le rindió pleitesía con todo respeto. También nosotros deberíamos mostrar estima y veneración por lo que vemos de Dios, incluso en aquellos que, en su condición exterior, parecen inferiores a nosotros en todo. Siempre que nos dirigimos a Cristo, y a Dios mediante Jesucristo, es preciso que nos bajemos y permanezcamos conscientes de nuestra propia indignidad.

3. Obsérvese su gran fe. A mayor humildad, mayor fe lo cual no es extraño, pues si la humildad es el fundamento negativo de la construcción (equivalente a «sacar tierra»), la fe es el fundamento positivo (echar cimiento). Este hombre tenía una gran seguridad de fe, no sólo de que Cristo podía curar a su siervo sino:

(A) De que podía curarle a distancia. No necesitaba el contacto físico como en las curaciones naturales, ni aplicación directa del remedio a la parte afectada. Leeremos después sobre aquellos que llevaron a Cristo un paralítico y lograron, con grandes dificultades, ponerlo delante de Él; y Cristo los recomendó por su fe activa. Este centurión no trajo a su criado paralítico, y Cristo le recomendó por su fe confiada; la fe genuina es siempre aceptada por Cristo, aunque se muestre de muchas maneras. Cristo construye siempre lo mejor sobre los diferentes modos de expresar una fe verdadera. Para Él son lo mismo la cercanía y la distancia, pues su poder divino es inmenso.

(B) De que podía curarle con una palabra, sin enviarle una medicina; mucho menos, un hechizo; sino solamente dilo de palabra, y no me cabe duda de que quedará sanado mi criado. Aquí viene ya a reconocer que el poder del Señor es divino. Entre los hombres, decir y hacer son dos cosas distintas, pues la palabra humana expresa, pero no crea; mientras que la Palabra de Dios es viva y eficaz (Heb 4:12). Cristo era el Verbo por quien fueron hechas todas las cosas (Jua 1:3; Col 1:16; Heb 1:2).

La fe del centurión en el poder de Cristo se muestra bellamente en la comparación que el mismo centurión hace del dominio que él, como centurión, ejercía sobre sus soldados, y del que como amo, ejercía sobre sus criados: «digo a este: Ve, y va; y al otro: Ven y viene …». Todos ellos estaban a sus órdenes, de modo que, mediante ellos, podía él ejecutar sus órdenes a distancia De la misma manera, Cristo podía obrar con sola su palabra. El centurión ejercía este dominio sobre sus soldados, aunque él mismo era un hombre bajo autoridad, un subalterno; mucho mayor habría de ser el de Cristo, siendo el supremo y soberano Señor de todo. Tales criados deberíamos ser nosotros respecto de Dios, yendo y viniendo a Sus órdenes, de acuerdo con las direcciones de Su palabra y las disposiciones de Su providencia. Cuando Su voluntad se opone a la nuestra, la Suya debe cumplirse, y la nuestra debe dejarse a un lado. Las enfermedades corporales son para Cristo como humildes siervos. ¡Cuánto consuelo brinda a quienes somos del Señor el pensar que cada enfermedad está destinada a servir a las intenciones de Su gracia! No hay por qué temer la enfermedad, ni sus efectos sobre nosotros, cuando la vemos a las órdenes de un Amigo tan bueno.

III. Veamos ahora la gracia de Cristo manifestándose a este centurión; porque con los benignos se mostrará benigno.

1. Jesús corresponde a su petición a las primeras palabras: Yo iré y le sanaré (v. Mat 8:7), no dice: Yo iré y le veré, lo que ya mostraría en Él a un Salvador amable, sino: Yo iré y le sanaré, lo que le muestra como Salvador todopoderoso. Lleva salvación bajo sus alas (Mal 4:2); su venida es ya salvación (sanación completa). El centurión deseaba que Cristo curase a su criado, pero Cristo le expresa un favor mayor que lo que él podía pedir o pensar: Yo iré y le sanaré. Es corriente en Cristo el superar la expectación de quienes le suplican humildemente. No dijo que estaba dispuesto a ir al hijo de un noble, cuando éste le insistía a que lo hiciera (Jua 4:47-49); en cambio, Él mismo se ofrece a ir a un pobre criado. La humildad de Cristo, al ofrecerse a ir, le sirvió de gran ejemplo al centurión y le fue ocasión de mostrarse también humilde, al confesarse indigno de tener a Jesús bajo su techo. La condescendencia que Cristo tiene para con nosotros debería hacernos más humildes y agradecidos para con Él.

2. Alaba la fe del centurión, y toma de ahí ocasión para decir palabras muy amables acerca de los pobres y menospreciados gentiles (vv. Mat 8:10-12).

(A) En cuanto al centurión mismo; no sólo le aprobó y aceptó (un honor común a todos los creyentes), sino que le admiró y le aplaudió (un honor reservado a los grandes creyentes).

(a) Cristo le admiró, no por su grandeza, sino por su gracia. Al oírlo Jesús, se maravilló; no por ser excesivo, sino por ser poco común, y Cristo lo tuvo por admirable, para enseñarnos lo que debemos admirar; no la pompa mundana, sino la hermosura de la santidad. Las maravillas de la gracia nos deberían impresionar más que las maravillas de la naturaleza o de la misma providencia, y las realizaciones espirituales más que cualquier obra del orden material.

(b) Cristo le aplaudió, como se deduce de lo que dijo a los que le seguían: De cierto os digo que ni aun en Israel he hallado tanta fe. Esto expresa: Primeramente: Un honor para el centurión; el cual aunque no había salido de los lomos de Abraham, era heredero de la fe de Abraham. Lo que Cristo busca es fe, y dondequiera que ésta se halle, Cristo la encuentra, aunque sea tan pequeña como un grano de mostaza. También nosotros debemos estar dispuestos a tributar la debida alabanza a los grandes creyentes, aun cuando no estén en las filas de nuestra denominación. En segundo lugar, expresa una vergüenza para Israel. Cuando venga el Hijo del Hombre, encontrará poca fe y, por consiguiente, poco fruto. Esto lo dijo Cristo a los que le seguían. Ellos eran descendencia de Abraham. ¡Ojalá que, celosos de tal honor, no consientan ser sobrepujados por un gentil, especialmente en la gracia en que Abraham sobresalió!

(B) En cuanto a otros, Cristo les dice dos cosas, que no podía menos de ser sorprendentes para quienes habían aprendido que la salvación procedía de los judíos.

(a) Que muchos gentiles serían salvos (v. Mat 8:11). La fe del centurión no era sino un ejemplo de la conversión de los gentiles. Este fue un tema sobre el que Jesús volvió con frecuencia. Cristo habla con toda seguridad: Os digo, aunque una insinuación semejante enfureció a los de Nazaret contra Él (Luc 4:27). El Señor nos da aquí una idea: Primero, de las personas que serán salvas: muchos del oriente y del occidente; antes había dicho (Mat 7:14): Son pocos los que hallan el camino de la vida; con todo, ahora dice: muchos vendrán. Pocos, de una vez y en un lugar, pero cuando vengan todos juntos, serán muy muchos. Vendrán del oriente y del occidente, lugares muy distantes el uno del otro, pero todos se encontrarán a la derecha de Cristo, quien es el gran Centro de la unidad. Dios tiene su remanente en todo lugar. Aunque hasta ahora habían sido extranjeros en cuanto a los pactos de la promesa (Efe 2:12), ¿quién sabe cuántos tenía Dios escondidos entre ellos? Cuando vayamos al Cielo, así como nos sorprenderemos de no ver allí a muchos que pensábamos que caminaban en aquella dirección, así también nos sorprenderemos de ver allí a muchos que no esperábamos. En segundo lugar, el Señor nos da una idea de la salvación misma. Vendrán juntos, a encontrarse con Cristo (2Ts 2:1). 1. Serán admitidos aquí en la tierra, en el reino de la gracia, y bendecidos con el creyente Abraham. Esto hizo a Zaqueo hijo de Abraham (Luc 19:9). 2. Serán admitidos en el reino de la gloria en el Cielo. Allí descansarán de sus trabajos, como quien ha trabajado bien durante la jornada; sentarse denota continuidad; mientras estamos de pie, vamos de paso; cuando nos sentamos, es como para estar durante algún tiempo, como a la mesa, para tomar alimento; esta es la metáfora aquí: se sentarán para disfrutar del gran banquete lo cual expresa, tanto la libertad de comunión como la plenitud de comunión (Luc 22:30). Se sentarán con Abraham. Quienes, en este mundo, estaban tan distantes unos de otros, en lugar, tiempo y condición exterior, se juntarán todos en el mismo lugar en el Cielo, para siempre. La santa compañía será una parte de la felicidad celestial.

(b) Que muchos judíos habían de perecer (v. Mat 8:12). Obsérvese:

Primero: Lo extraño de la frase: Pero los hijos del reino serán echados a las tinieblas de afuera. El reino de Dios, del cual se jactaban de ser los hijos, les será quitado. En el gran día, de poco les servirá a los hombres haber sido hijos del reino (destinados a él) por el contexto en que han nacido y se han criado; no importa que sean judíos o gentiles, o que se llamen cristianos, pues entonces los hombres serán juzgados, no por lo que se llamen, sino por lo que sean. El haber nacido de padres cristianos nos denomina hijos del reino; pero si nos quedamos en eso, y no tenemos otra cosa que mostrar en orden a entrar en el Cielo, seremos echados afuera.

En segundo lugar lo extraño del castigo para los hacedores de iniquidad: Serán echados a las tinieblas de afuera, a la oscuridad de los que se quedan fuera. En aquellos tiempos en que las calles no estaban iluminadas de noche ser excluidos del banquete, donde innumerables lámparas irradiaban su vivo resplandor en la sala, equivalía a quedar en el frío de la calle y en la más densa oscuridad. Ser excluidos del Cielo, de la luz de Dios que lo ilumina, y del calor de una comunión sin estorbos, es mucho más trágico. Ya no quedará el menor rayo de luz ni el menor resquicio de esperanza. Por eso, puso Dante sobre el dintel de la puerta de su Infierno la leyenda siguiente: Lasciate ogni speranza voi ch entrate = Dejad toda esperanza los que entráis.

Cristo sana al criado del centurión (v. Mat 8:13), al concederle a este la petición que le había formulado.

(A) Lo que Cristo le dijo: vino a decirle algo que convirtió la curación en un favor tan grande, y aun mayor, para él como para su criado: Como creíste te sea hecho. El criado obtuvo la sanación de su enfermedad, pero el amo obtuvo la confirmación y la aceptación de su fe. Con mucha frecuencia, Jesús da respuestas alentadoras a quienes oran e interceden por otros. Es un gran privilegio para nosotros el ser oídos en favor de otros. Como creíste, te sea hecho. ¿Qué mejor cosa podía desear? Lo que le dijo a él, nos lo dice a cada uno de nosotros: Creed, y recibiréis; creed solamente. Véase aquí, no sólo el poder de Cristo, sino también el poder de la fe. Así como Cristo puede hacer cuanto quiera, así también un creyente activo puede obtener cuanto pida.

(B) El efecto que tuvo lo que dijo; la oración de fe fue una oración eficaz; siempre lo ha sido así y siempre lo será. Por la rapidez de la curación, y la distancia a que fue hecha y con una sola palabra, pudo percibirse claramente su carácter milagroso: habló, y fue hecho. Esta era una prueba de la omnipotencia de Cristo, la cual tiene un brazo muy largo.

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