Mateo 9:27 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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En esta porción tenemos el relato de otros dos milagros obrados por nuestro Salvador.

I. La curación de dos ciegos (vv. Mat 9:27-31). Cristo es la Vida; y es también la Luz. Aquí vemos:

1. La manera importuna con que estos ciegos se dirigieron a Jesús. Volvía Él de la casa del dirigente a su propia residencia, cuando le siguieron dos ciegos, como hacen los mendigos con sus gritos incesantes (v. Mat 9:27). Al curar las enfermedades de un modo tan fácil, tan efectivo y, además, tan barato, por fuerza había de tener muchos pacientes. Observemos:

(A) El título con que estos ciegos llaman a Jesús: ¡Ten compasión de nosotros, Hijo de David! La promesa hecha a David, de que de sus lomos había de salir el Mesías, era bien conocida. En aquel tiempo, era general la expectación de que el Mesías estaba a punto de aparecer; estos ciegos saben, reconocen y proclaman por las calles de Capernaúm que ya ha venido y que Jesús es Él. Quienes por los misteriosos designios de Dios están privados de la vista corporal pueden, mediante la gracia de Dios, tener los ojos del corazón tan iluminados (Efe 1:18), como para discernir las grandes cosas de Dios, ocultas a los sabios y a los entendidos (Mat 11:25).

(B) La petición que le hacen: Ten compasión de nosotros. Cualesquiera que sean nuestras necesidades y preocupaciones, lo único que necesitamos para nuestro alivio y socorro es participar de la compasión del Señor Jesucristo. Nos cure o no, si tiene compasión de nosotros, con eso nos basta. Notemos que estos ciegos no le pidieron por separado: Ten compasión de mí, sino que ambos a una, le imploraron como beneficio común: Ten compasión de nosotros. Los que son compañeros de sufrimiento y de dolor, deberían serlo también de oración y de clamor. No hay temor de que se disminuya la gracia que se comparte, pues en la plenitud de Cristo hay abundancia para todos.

(C) La importunidad de su petición: Le siguieron, diciéndole a gritos. Parece ser que, al principio, Cristo no se dio por enterado, porque quizá quería probar la fe de ellos, aunque ya sabía Él que era fuerte; de este modo, avivaba sus oraciones y les capacitaba para apreciar más y mejor su curación, al tener que persistir por algún tiempo en su demanda. Así nos enseñaba a perseverar incesantemente en la oración, a orar siempre, a orar y no desmayar. Llegado a la casa, se le acercaron los ciegos (v. Mat 9:28). Las puertas de Cristo están siempre abiertas a los peticionarios creyentes e importunos. Parecería rudeza por parte de ellos el que se le metieran en casa, cuando Él deseaba retirarse allí; pero es tal la ternura de Jesús, que, no por ser tan atrevidos, fueron menos bienvenidos.

2. La confesión de fe que Cristo les hizo pronunciar en esta ocasión. Al acercarse ellos, les preguntó: ¿Creéis que puedo hacer esto? La fe es la gran condición para obtener los favores de Cristo. Quienes deseen participar de la compasión de Cristo, han de creer firmemente en el poder de Cristo. Si queremos que Él haga algo por nosotros, estemos completamente seguros de que es poderoso para ello (2Ti 1:12). La naturaleza puede producir fervor, pero sólo la gracia puede producir fe. Ellos ya habían expresado de alguna manera su fe en el oficio mesiánico de Jesús, como Hijo de David, y en Su compasión; pero Él demanda igualmente una profesión explícita de fe en Su poder: ¿Creéis que puedo? Esta profesión les llevaría a reconocer que Jesús, no sólo era el Hijo de David, sino también el Hijo de Dios, porque es prerrogativa divina el abrir los ojos de los ciegos (Sal 146:8). También a nosotros se nos hace la misma pregunta: ¿Crees que Cristo puede hacer eso para ti? Creer en el poder de Jesús no consiste sólo en estar seguros de Él, sino encomendarnos a Él y animarnos en Él.

A la pregunta de Jesús, los ciegos contestan inmediatamente y sin dudar: Sí, Señor.

3. La curación que Cristo obra en ellos: Les tocó los ojos (v. Mat 9:29). Cargó la curación a cuenta de la fe: Conforme a vuestra fe os sea hecho. Cuando le imploraron compasión, Él les demandó fe: ¿Creéis que puedo? No les preguntó si podían pagarle, sino si podían creerle; y ahora que habían profesado su fe, a esta fe refiere la curación producida; como si dijese: «El poder en que habéis creído, para vosotros es ejercido». Gran consuelo es para los creyentes saber que Cristo conoce su fe y se complace en ella. Aunque sea débil, aunque otros no la noten, aunque ellos mismos se sientan tentados a ponerla en duda, Cristo la conoce. Quienes se acojan al Señor Jesucristo han de saber, pues, que Él los va a tratar conforme a su fe; no conforme a su imaginación, ni conforme a su profesión. Los verdaderos creyentes pueden estar seguros de poder hallar todos los favores y consuelos que se nos ofrecen en el Evangelio; pero nuestro gozo subirá o bajará en la medida en que nuestra fe sea más fuerte o más débil. No estamos estrechos en Cristo; ¡no nos estrechemos, pues, dentro de nosotros mismos!

4. El encargo que les dio de que no lo dijeran: Mirad que nadie lo sepa (v. Mat 9:30). En el bien que hacemos, no hemos de buscar nuestra propia alabanza, sino sólo la gloria de Dios. Hemos de preocuparnos de ser útiles, no de ser importantes, conocidos y observados de todos. Jesús les encargó rigurosamente o severamente que no divulgaran el hecho. Aquí, la razón es la misma que en Mat 8:4. La forma severa en que lo mandó obedecía, sin duda, a que el leproso del lugar citado no hizo caso de la advertencia de Jesús. Además, en esta ocasión, los ciegos le habían confesado públicamente como el Mesías y esto podía suscitar fácilmente el fanatismo popular y precipitar el conflicto con las autoridades religiosas y políticas del país

Pero el honor es como la sombra, la cual huye de los que la siguen, pero sigue a los que huyen de ella: Pero ellos, apenas salieron, divulgaron la fama de Él por toda aquella tierra (v. Mat 9:31). No se puede excusar este proceder bajo el pretexto de honrar al que les había curado. Tras un encargo severo, Jesús deseaba obediencia más bien que honor. Cuandoquiera que deseemos hacer algo por la gloria de Dios, hemos de asegurarnos primero que lo que queremos hacer es conforme a la voluntad de Dios.

II. La curación de un mudo, endemoniado. Observemos respectivamente:

1. Su caso, que era muy triste ya que el no poder hablar se debía a que estaba impedido por un demonio que se había posesionado de él (v. Mat 9:32). ¡Cuán calamitoso es el estado de este mundo y cuán grande es la variedad de miserias y aflicciones que en él se padecen! Acabamos de dejar a dos ciegos, y nos encontramos ahora con un mudo. ¡Cómo deberíamos estar agradecidos a Dios por la vista y el habla que poseemos! Cuando el demonio toma posesión de una persona, se queda muda para todo lo bueno: para oraciones y para alabanzas. Esta pobre criatura fue traída a Cristo, quien atendía, no sólo a los que venían por sí mismos con fe, sino también a los que le eran traídos por sus amigos, con la fe de otros. Lo trajeron justamente mientras salían los ciegos ya curados. Por aquí se puede ver cuán infatigable era Cristo en hacer el bien. ¡Una obra buena seguía a la otra sin solución de continuidad! Los tesoros de gracia, maravillosa gracia, están escondidos en Él; aunque los recibamos continuamente, nunca se agotan.

2. Su curación que fue instantánea: Una vez echado fuera el demonio, el mudo habló (v. Mat 9:33). Las curaciones de Cristo operan en la raíz del mal, y así quitan los efectos y actúan sobre las causas; abren los labios y quebrantan el poder del demonio sobre el corazón.

3. Las consecuencias de esta curación:

(A) Las gentes se maravillaron. Y con mucha razón. Muchos se maravillaban, pero pocos creían. La admiración de la gente es la más temprana de las emociones en surgir y la primera en marchitarse.

(B) Los fariseos blasfemaban (v. Mat 9:34). Al no poder negar la evidencia de estos milagros, los atribuían al poder diabólico, como si Cristo pactase con Satanás para realizarlos: Por el príncipe de los demonios echa fuera los demonios. Esto indica una malicia y una falsedad sin límites, y una enemistad infernal en el más alto grado. No cabe nada más diabólico. Como la gente se maravillaba ellos tenían que decir algo para disminuir los efectos del milagro, y esto fue todo lo que pudieron decir.

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