Mateo 9:9 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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En esta porción tenemos un relato de la gracia y favor de Cristo para con los pobres publicanos o cobradores de impuestos, particularmente con Mateo.

I. Llamamiento de Mateo, el escritor de este Evangelio. Marcos y Lucas le llaman Leví. Hay quienes opinan que Jesús le puso el nombre de Mateo cuando le llamó al apostolado, así como a Simón le puso por sobrenombre Pedro. Mateo significa «don de Jehová».

1. Dónde estaba Mateo cuando le encontró Cristo: Estaba sentado en la oficina de los tributos públicos (v. Mat 9:9), pues era cobrador de impuestos (Luc 5:27). Estaba en el ejercicio de su profesión, como el resto de los discípulos cuando Cristo los llamó (Mat 4:18). Así como Satanás decide acercarse, con sus tentaciones, a los holgazanes, Cristo suele llegarse, con sus llamamientos a quienes están ocupados. Era un oficio de mala fama entre la gente piadosa, puesto que estaba expuesto a tanta corrupción y a tales tentaciones, que había muy poca gente honesta en dicha profesión; pero Dios tiene su remanente en toda clase de gentes. Nadie puede excusarse en su incredulidad por el cargo que desempeña en el mundo; pues no hay oficio pecaminoso, pero algunos han sido salvos fuera de él, así como no hay oficio santificador, pero algunos han sido salvos en él.

2. El poder anticipador de su llamamiento. No encontramos que Mateo buscase a Jesús, o que tuviese alguna inclinación a seguirle. Cristo es hallado por los que no le buscan. Cristo habló primero. No le escogimos nosotros a Él, sino que fue Él quien nos escogió a nosotros. Le dijo a Mateo: Sígueme. Esta llamada fue eficaz, puesto que Mateo enseguida se levantó y le siguió; no rehusó ni demoró obedecerle. El poder de la gracia divina responde y supera todas las objeciones. Mateo dejó así su oficio y todas las esperanzas de ser promovido dentro de él; y, aunque los discípulos que habían sido pescadores, les hallamos después ocasionalmente pescando, nunca volvemos a ver a Mateo en su oficina.

II. El encuentro de Jesús con publicanos y pecadores con ocasión de esto: Estando Él sentado a la mesa en la casa (v. Mat 9:10). Los otros evangelistas nos dicen que Mateo le hizo a Jesús un gran banquete, lo cual no pudieron hacer los pobres pescadores cuando Él los llamó. Pero cuando es Mateo mismo el que narra el episodio, no dice que fue un banquete, ni que fue en su propia casa, sino sólo que Jesús estaba sentado a la mesa en la casa. Esto nos enseña a ser muy comedidos cuando hablamos de nuestras propias obras buenas.

Cuando Mateo invitó a Cristo, invitó también a sus discípulos. Nótese que, cuando recibimos a Cristo, debemos recibir también a los que son de Cristo, a fin de que tengan un lugar en nuestro corazón. Invitó también a muchos publicanos y pecadores para que tuviesen un encuentro con Jesús. Este fue el primer objetivo que tuvo Mateo en esta ocasión: llevar al conocimiento de Cristo a los que habían sido sus compañeros de oficio. Quienes han sido llevados al Señor no pueden menos de estar deseosos de que otros sean también llevados a Él, y ambicionar a contribuir en algo a la extensión del Evangelio. La gracia verdadera no permite que una persona se contente con participar sola del festín, sino que le induce a invitar a otros. Sin duda que algunos seguirán a quien de este modo sigue a Cristo. Esto es lo que hicieron Andrés y Felipe, así como la mujer samaritana (Jua 1:41, Jua 1:45; Jua 4:29).

III. El desagrado de los fariseos por ello (v. Mat 9:11). Enseguida surgió la oposición: ¿Por qué come vuestro Maestro con los publicanos y pecadores? No fue para Cristo el menor de los sufrimientos el soportar tal contradicción de pecadores contra sí mismo (Heb 12:3). Aunque nunca dijo ni hizo nada fuera de lugar (así dice lit. Luc 23:41), en todo lo que decía o hacía encontraban falta sus enemigos. Así nos enseñaba a esperar los reproches y estar preparados para sufrirlos con paciencia. Los que así se querellaban eran fariseos. Estos eran muy estrictos con los pecadores, pero no con el pecado; nadie tan celoso como ellos por la forma de la piedad, así como nadie tan enemigo como ellos de la eficacia de la piedad. Llevaron su querella ante los discípulos, no ante Jesús mismo. La razón más probable de ello es, no porque se sintiesen cobardes ante Cristo, sino porque al acercarse a los discípulos, intentaban apartarlos de su Maestro como de quien no observaba la ley sobre la contaminación con los inmundos. Como a discípulos de Cristo, nos incumbe justificarle y vindicarle, así como a sus enseñanzas y normas, ante el mundo, siempre preparados para presentar defensa ante todo el que nos demande razón de nuestra esperanza (1Pe 3:15). Ya que Él es nuestro Gran Abogado en el Cielo bien está que nosotros seamos sus abogados en la tierra y que hagamos nuestro el reproche que se le hace a Él. Se quejaban de que comía con los publicanos y pecadores. Tener intimidad con los malvados era contra la Ley (Sal 1:1; Sal 119:115); quizá pensaban que acusando de esto a Cristo ante sus discípulos, les inducirían a apartarse de Él. Tener amistad con los publicanos era contra la tradición de los ancianos y, por consiguiente lo consideraban como algo nefando. Estaban enojados con Cristo por esto: (A) Porque le deseaban el mal. Es cosa fácil y muy corriente echar a la peor parte las mejores palabras y acciones. (B) Porque no deseaban el bien a los publicanos y pecadores, sino que tenían envidia del favor que Cristo les mostraba. Se puede sospechar con razón que quienes se niegan a compartir con otros la gracia de Dios, carecen ellos mismos de dicha gracia.

IV. La defensa que Cristo hizo de Su actitud y de la de Sus discípulos, al justificar el estar acompañados de publicanos y pecadores. Si nosotros somos fieles a Jesús, Él defenderá Su causa y la nuestra. Dos cosas pone Él de relieve en su defensa:

1. La necesidad y urgencia del caso de los publicanos, que requerían con insistencia la ayuda de Jesús. Fue precisamente la extrema necesidad de los pobres y miserables pecadores, la que trajo a Cristo desde las puras regiones de arriba a estas impuras de abajo; y fue esa misma necesidad la que le llevó a buscar la compañía de esta gente que era considerada como impura. Él expresa así la necesidad de estos publicanos: Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos (v. Mat 9:12). Los publicanos son enfermos y necesitan de alguien que les ayude y sane, cosa que los fariseos piensan que no necesitan. Nótese que el pecado es la enfermedad del alma; deforma, debilita, intranquiliza, desgasta y mata, pero ¡gracias sean dadas a Dios! no es incurable. Jesucristo es el Gran Médico de las almas. Las personas buenas y sabias deberían ser como médicos para cuantos están en torno suyo, como lo era Cristo. Las almas que están enfermas con el pecado necesitan de este Médico, porque su enfermedad es sumamente peligrosa; la naturaleza no les puede ayudar; nadie nos puede ayudar en esto; tenemos tal necesidad de Cristo, que, sin Él, estamos perdidos, eternamente perdidos. Hay multitudes que se imaginan estar en perfecta salud y, por ello, piensan que no tienen necesidad de Cristo y que pueden arreglárselas bien sin Él, como le ocurría a la iglesia misma de Laodicea (Apo 3:17, comp. con Jua 9:40-41). Cristo demuestra que la necesidad de los publicanos y de los pecadores justificaba suficientemente la conducta que Él observaba con ellos, pues esta necesidad hacía de su actitud un acto de caridad, que siempre tiene preeminencia sobre las formalidades de las observancias exteriores, ya que la beneficencia y la magnificencia son mejores que la magnificencia, tanto como la realidad es superior a las apariencias o a las sombras. Si la obediencia es mejor que los sacrificios (1Sa 15:22-23), mucho mejor lo será aún, cuando esa obediencia se ejercita en provecho de otros, pues promover la conversión de las almas es el mayor acto imaginable de misericordia, pues es salvar de muerte un alma (Stg 5:20). Obsérvese cómo Cristo cita lo de: Id, pues, y aprended lo que significa. No basta con conocer bien la letra de la Escritura, sino que debemos aprender a entender su significado. Y el mejor modo de aprender el significado de las Escrituras es saber cómo hemos de aplicarlas como un reproche de nuestras faltas y como una norma de nuestras acciones (2Ti 3:16-17). Este texto que Cristo citó, no sólo servía para vindicar Su propia manera de proceder, sino también: (a) Para mostrar en qué consiste la verdadera religión: no en observancias externas, sino en hacer todo el bien posible a las almas y a los cuerpos de nuestros prójimos, en justicia y paz. (b) Para condenar la hipocresía farisaica de quienes ponen la religión en un ritual, más bien que en una moral (Mat 23:23).

2. La naturaleza y objetivo de Su propia comisión: No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento (v. Mat 9:23). Para eso debía llegarse a los publicanos. Vemos, pues: (A) Cuál era el objetivo de Su venida: llamar al arrepentimiento. Una llamada a que cambiemos nuestra mentalidad y nuestros caminos. (B) A quiénes afectaba esto: no a los justos, sino a los pecadores. Si los hijos de los hombres no hubiesen sido pecadores, el Hijo del Hombre no habría tenido necesidad de venir a convivir con ellos. Por consiguiente, su ocupación más importante tiene que ver con los mayores pecadores; cuanto más grave es el estado de un enfermo, tanto mayor es la necesidad de que acuda el médico. Por eso, cuando Pablo habla de sí como apóstol, se coloca el último en el desfile (1Co 15:9), pero cuando habla de sí como pecador, se coloca el primero en la fila (1Ti 1:15), como quien tenía más necesidad que nadie de la ayuda de Aquel que vino a salvar a los pecadores. Cristo no vino con la ilusión de tener éxito entre los que se creen justos y, por ello, se van a sentir hartos del Salvador antes que de sus pecados, sino entre los que están convencidos de ser miserables pecadores; a estos vendrá Cristo, porque de estos será bienvenido.

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