Nahún 1:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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1. Después del título (ya hemos dicho que la primera palabra es «carga» hebr. massá ) tenemos una descripción insuperable del carácter de Dios. Dice M. Henry: «Nínive ya no conoce a Dios y, por tanto, se le dice qué clase de Dios es». Es (v. Nah 1:2) celoso de su gloria como único Salvador necesario y suficiente, de su justicia insobornable, de su santidad sin mácula posible (v. 1Jn 1:5). Nahúm pone de relieve esto en primer lugar, porque, como dice Buck, «parece que se ha comprometido su omnipotencia al permitir que el pueblo escogido fuera vencido y dominado por aquellos» (los gentiles). Por esto también, Nahúm hace referencia a la invasión asiria del norte (año 722 a. de C.), pues la omnipotencia de Dios había sido retada, y comprometida, cuando capturó Senaquerib las ciudades fortificadas de Judá en tiempo de Ezequías.

2. El amor a Su pueblo lleva a Yahweh a vindicar Su nombre contra los enemigos de Israel. Tres veces sale en el versículo Nah 1:2 lo de «vengarse». Lo de «lleno de indignación» (v. Nah 1:2) no quiere decir que Dios desahogue Su ira dejándose llevar de una pasión, sino que es «como reflejo de las exigencias de su misma justicia y santidad, que no podían tolerar el pecado sistemático sin castigarlo merecidamente» (Buck). La antedicha frase es, a la letra, «el poseedor de ira», pues, como advierte Henry, «nuestra ira es, con frecuencia, un amo que nos domina … pero Dios es siempre Señor de su ira y dispone camino a Su furor (Sal 78:59)». El hebreo dice literalmente: «iguala (es decir, nivela) una senda para Su enojo», a fin de que se deslice suavemente sin altibajos hacia su objetivo.

3. Nótese el contraste en el versículo Nah 1:3: Aunque Dios es longánime, no es por falta de poder, como puede verse en sus efectos (vv. Nah 1:3, Nah 1:4) sobre la naturaleza, la cual manifiesta especialmente su majestad. Las nubes (v. Nah 1:3, al final) son el polvo de sus pies, es decir, como el polvo que levantan sus pies cuando pasa a través del huracán. En el Sal 18:11 y Sal 18:12, Dios aparece como escondido en los nubarrones, los cuales, ante Su presencia, se deshacen en granizo y rayos. Quizás se oculta en eso del «polvo de sus pies» esa imagen de lo que se deshace bajos los pies, como la tierra que pisan nuestros pies.

4. En los versículos Nah 1:4 y Nah 1:5 siguen las figuras que describen el poder de Dios sobre la naturaleza. Ante la reprensión de Dios, se secan las aguas, como en el mar Rojo y en el Jordán (v. Isa 50:2), o se calman, como hicieron las del mar de Tiberíades ante la reprensión de Jesucristo (Mat 8:26). Igualmente, hace languidecer los pastos de Basán, las viñas del Carmel y las flores del Líbano (comp. con Isa 33:9; Ose 14:7). Del mismo modo, hace temblar los montes al sacudir los fundamentos de la tierra (v. Job 9:6). Todos ellos son también fenómenos de tipo escatológico (v. Joe 2:11; Mal 3:2, Apo 6:17).

5. El versículo Nah 1:6 dice literalmente: «En presencia de Su enojo, ¿quién se mantendrá en pie? ¿Y quién se levantará contra el ardor de Su ira?» (comp. con 1Co 10:22; Heb 12:29). Para el creyente, el enojo de Dios da paso a una disciplina santa y santificadora, a fin de no seguir entristeciendo al Espíritu Santo (Efe 4:30). Por eso, «es gran sabiduría hacer las paces con Dios por medio de su Hijo» (Feinberg). Toda esta descripción del carácter de Dios nos da temor y ánimo a un mismo tiempo, pues, como dice M. Henry, «es como la columna de nube y fuego; tiene un lado brillante para Israel, y un lado oscuro para los egipcios».

6. El versículo Nah 1:7 dice literalmente: «Bueno (es) Yahweh para refugio en día de angustia, y conoce a los que se refugian en Él». Este texto no puede menos de traernos a la memoria lo de las ciudades de refugio para los homicidas involuntarios, pero nos recuerda, sobre todo, las palabras de Jesús en Jua 6:37: «al que a mí viene, de ningún modo le echaré fuera». Y lo más consolador de esto es que nadie nos podrá desasir de ese «altar» (v. Jua 10:28-30). Pero (v. Nah 1:8) los que se oponen a Él con rebeldía serán invadidos, devastados, destruidos; ni en la más densa oscuridad podrán esconderse (v. Nah 1:8). Espiritualmente, las tinieblas son símbolo del pecado (v. 1Jn 1:5.), pero aquí son «imagen de la confusión, de la destrucción y de la muerte» (Buck). Cuenta Ctesias, historiador griego del siglo V a. de C., que, durante una orgía, el río Tigris se salió de madre, arrancó las puertas de la ciudad de Nínive y se llevó por delante el palacio real. Entonces, el ejército de Babilonia, que había puesto asedio a la ciudad, entró por la brecha y la incendió. La historia se repite, pues algo parecido le pasó después a Babilonia (Dan 5:24-31).

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