Números 11:4 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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I. Pronto volvió el pueblo a pecar; a quejarse y a revolverse contra Dios.

1. ¿Quiénes eran estos criminales? (A) Comenzó la gente extranjera que se había mezclado con ellos (v. Núm 11:4; v. Éxo 12:38), quienes se dejaron llevar de su concupiscencia. Toda esta gente de diverso origen y talante, gente incrédula, tenía puesta la vista en las ventajas materiales de la tierra prometida, pero no estaba dispuesta a pasar por las pruebas de la marcha por el desierto. Éstos fueron como ovejas roñosas que contagiaron al rebaño, y como levadura que leudó toda la masa. (B) Así vemos que los hijos de Israel contrajeron la infección (v. Núm 11:4).

2. ¿Cuál fue el crimen cometido? (A) Ensalzaron la abundancia y, según ellos, exquisitez de las viandas que comían en Egipto (v. Núm 11:5), como si Dios les hubiese perjudicado al sacarles de allí. Se acordaron de los pepinos, los melones, los puerros, las cebollas y los ajos (¡vaya golosinas, para estar añorándolas!), pero no se acordaban de los ladrillales ni de los duros capataces, ni de las voces del opresor ni del restallar del látigo. (B) Les daba náuseas la estupenda provisión que Dios les había otorgado (v. Núm 11:6). Era pan del cielo, alimento de ángeles (Éxo 16:15; Sal 78:24-25; Jua 6:31). Mientras se alimentaron del maná, parecían exentos de la maldición pronunciada por Dios sobre la tierra e, indirectamente, sobre el hombre, cuando dijo que habría de comer el pan con el sudor de su rostro (Gén 3:19). Y, sin embargo, hablan del maná con tal desprecio, como si no fuera lo suficientemente bueno ni siquiera para cerdos: Nuestra alma se seca (v. Núm 11:6). (C) No se habían de quedar satisfechos hasta que tuviesen carne para comer. (D) Desconfiaban del poder y de la bondad de Dios, como si no fuese el Todosuficiente para cubrir sus necesidades: ¡Quién nos diera a comer carne! (v. Núm 11:4), como si Dios no pudiese hacerlo. (E) Estaban impacientes y agitados en sus deseos: Se dejaron llevar de su apetito o, como dice el hebreo, apetecieron con apetito, dando a entender cuán grande e importuna era su concupiscencia, hasta llevarles a llorar amargamente, como si estuviesen próximos a morir de inanición. (F) No quiere esto decir que la carne sea alimento nocivo o prohibido, pero lo que es de suyo bueno puede volverse malo cuando Dios no nos lo concede por alguna razón, y ello nos es ocasión para revolvernos contra Él.

II. Moisés, a pesar de su bondad y mansedumbre, se siente muy molesto en esta ocasión: También le pareció mal (le desagradó) a Moisés (v. Núm 11:10). 1. Hay que confesar que la provocación fue tremenda. Estas murmuraciones causaban un gran deshonor a Dios y expresaban un grave reproche contra Moisés, a quien le llegaron al corazón estas quejas. 2. Pero también hay que decir que Moisés no estuvo a su altura de gran amigo de Dios y de poderoso líder de Israel en las precipitadas frases que pronunció (vv. Núm 11:11-15). (A) Subestima el honor que Dios le había conferido. (B) Se queja desmesuradamente ante un agravio corriente y toma muy a pecho un poco de ruido y fatiga. (C) Exagera su responsabilidad al decir que pesaba sobre él la carga de todo el pueblo (v. Núm 11:11). (D) No advierte, como debía, la obligación que tenía, por comisión y mandato de Dios, de hacer todo lo posible en favor del pueblo, pueblo de Dios, pero también pueblo de Moisés. (E) Se arroga demasiadas facultades cuando dice: ¿De dónde conseguiré yo carne para dar a todo este pueblo? (v. Núm 11:13) como si él fuese el cabeza de familia, o el ama de gobierno, de todo Israel, sin contar con Dios. (F) Habla con desconfianza de la gracia de Dios al desesperar de poder soportar a todo el pueblo (v. Núm 11:14). (G) Lo peor de todo es que, en su desesperación cobarde, desee apasionadamente que Dios le quite la vida de una vez. ¿Éste es Moisés? ¿Es éste el muy manso, más que todos los hombres que había sobre la tierra, como pronto veremos? (Núm 12:3). No lancemos demasiadas acusaciones contra él sino aprendamos que los mejores hombres tienen sus debilidades y defectos (v. Stg 5:17), y que fracasan a veces en el ejercicio de las virtudes y de la gracia en que, precisamente, más sobresalían, y repitamos como dijo el Señor: No nos metas en tentación (Mat 6:13; Luc 11:4).

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